LONDRES.– Cuando el historiador británico sir Ben Pimlott empezó a trabajar sobre la biografía de Isabel II, en 1996, algunos de sus colegas se sorprendieron de que él considerara que la reina fuera digna de semejante labor de investigación. Se debe admitir que la decisión de Pimlott resultó atinada, pues hoy todo el mundo reconoce que su majestad marcó profundamente su época.
El papel político de la monarquía ejerció una auténtica fascinación en el mundo artístico. En 2006 la película The Queen, de Stephen Frears, enfocaba el dilema que tuvo que enfrentar la reina después de la muerte de la princesa Diana; en 2013 la obra de teatro The Audience, de Peter Morgan, escenificaba sus reuniones semanales con sus sucesivos primeros ministros; la obra King Charles III (2014), del dramaturgo Mike Bartlett, que imagina las dificultades vividas por su heredero en el momento de sucederla y la serie The Crown, difundida por Netflix a partir de 2006, impusieron una imagen globalmente positiva y simpática de la soberana.
El reino de Isabel II tiene su origen en la “crisis de la abdicación” de 1936, acontecimiento determinante para la monarquía británica en el siglo XX. La inesperada renuncia de Eduardo VIII propulsó en el trono a su hermano menor, Alberto, tímido y tartamudo, bajo el nombre de Jorge VI. Pero el monarca se convirtió en figura prominente de la nación durante la Segunda Guerra