63. La Espia
Por Barbara Cartland
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63. La Espia - Barbara Cartland
CAPÍTULO I
1812
Ivana caminó en silencio por el pasillo en dirección al estudio. Acaba de llegar de un paseo por el parque en compañía de su niñera, la cual la había atendido desde que era una niña.
En el exterior de la casa observó un faetón tirado por dos excelentes caballos.
Pertenecía, sin duda alguna a Lord Hanford.
Se trataba éste de un hombre que a Ivana le disgustaba mucho y que influía muy perjudicialmente en su padrastro.
La última vez que Keith Waring salió a cenar con Lord Hanford, terminaron yéndose a jugar y su padrastro perdió treinta libras.
Ello quería decir que habrían de vender algo más de la casa, y por supuesto serían los recuerdos que Ivana conservaba de su madre.
Ahora, la muchacha se estaba preguntando como podría convencer a su padrastro de que no aceptara la siguiente invitación a cenar de Lord Hanford.
Llegó hasta el estudio, que era una pieza pequeña, en la cual los dos solían sentarse cuando se encontraban solos.
Ivana pudo escuchar una voz dura y un tanto vulgar.
Se trataba, en efecto, de Lord Handford.
El corazón se le desplomó, pero no había nada que pudiera hacer.
Se estaba dando la vuelta para alejarse de puntillas para no toparse con Lord Hanford, cuando oyó que éste decía:
—Quiero a Ivana y pienso obtenerla.
Hubo una pausa.
Luego, Keith Waring respondió:
—Yo he estado tratando de encontrarle un marido rico.
—Tú sabes que yo no puedo ofrecerle el matrimonio— replicó Lord Hanford—, pero le asignaré suficiente dinero como para que nunca carezca de nada. Incluso estaba pensando en mil libras al año.
Nuevamente, hubo una pausa.
Ivana se puso tensa y pensó que no había oído bien.
Entonces, para horror suyo, escuchó cómo su padrastro decía un tanto inseguro:
—¿Y que hay de mí?
—No me he olvidado de ti— respondió Lord Hanford—. Te daré cinco mil libras, que te servirán para pagar tus deudas, y mil al año mientras Ivana y yo estemos juntos. Nadie te va a hacer una oferta mejor.
Ivana contuvo la respiración. A buen seguro que su padrastro le contestaría a Lord Hanford que su idea era degradante e imposible.
No obstante, oyo a Keith Waring decir:
—Supongo que, como estoy con el agua hasta el cuello, no tendré más remedio que aceptar tu oferta.
—Serías un estúpido si no lo hicieras— comentó Lord Hanford—, nadie te ofrecería más que yo, como te he dicho.
Keith Waring permaneció callado y Lord Handford continuó:
—Cuanto antes arreglemos todo esto, mejor. Y supongo que tú opinas igual, ya que los acreedores están en la puerta.
—Eso es verdad— dijo Keith Waring—, pero dudo que Ivana esté de acuerdo.
—Ella no puede negarse, teniendo en cuenta que tú eres su tutor— señaló Lord Hanford—, y sabes tan bien como yo que, ateniéndose a la ley, un pupilo ha de obedecer a su tutor, le guste o no.
—Pero Ivana es muy independiente— murmuró Keith Waring.
—Puedes dejarla a mi cuidado— insistió Lord Hanford.
—Estoy seguro de que organizaría un escándalo— dijo Keith Waring—. Quizá fuera aconsejable darle algo para que se mostrara amable.
—Cuando un caballo resulta difícil, yo no lo drogo— indicó Lord Hanford—, lo hago sentir el látigo.
A Ivana le costó trabajo no gritar.
Se cubrió la boca con los dedos para evitarlo.
Entonces, Lord Hanford agregó:
—Nunca he fracasado cuando he tratado de dominar a un caballo... o a una mujer. Deja de preocuparte y limítate a hacer lo que yo te diga.
—Pero no le voy a decir a Ivana lo que estás planeando— protestó Keith Waring.
—Nadie te ha pedido que lo hagas— señaló Lord Hanford.
Hubo una pausa, como si Lord Hanford estuviera meditando.
—Lo único que le dirás a Ivana— dijo luego—, es que os he invitado a mi casa de Hertfordshire. Yo pasaré por ella en un faetón y tú dirás que nos seguirás en otro. Pero tú no llegarás y yo la consolaré, diciéndole que no se preocupe.
Keith Waring suspiró.
—Supongo que sabes... lo que estás haciendo. ¿Cúando quieres que ella esté dispuesta?
—El viernes— dijo Lord Hanford—, ya vendré a eso de las dos de la tarde, después de que hayáis terminado de comer.
Ivana ya no quiso oir más.
Se alejó de puntillas de la puerta del estudio, pero aún tuvo oportunidad de escuchar a Lord Hanford, que decía:
—Ahora que estamos de acuerdo, vamos a beber por ello.
Ivana sabía que Lord Hanford era un bebedor empedernido y se preguntó si quedaría algo en las botellas, situadas estas en una mesita, en un extremo del estudio.
Tenía miedo de que su padrastro pudiera salir del mismo y la viera.
Se movió lo más rápidamente que pudo.
Cruzó el vestíbulo y corrió escaleras arriba.
Desde la muerte de su madre, su niñera había dormido en la habitación contigua a la de ella.
Abrió la puerta de golpe. Tal y como imaginara, Nanny ya se había quitado el sombrero y la estola que se pusiera para salir a pasear.
La encontró sentada, cosiendo junto a la ventana.
Ivana cerró la puerta y permaneció un momento de espaldas a la misma.
—¡Nanny! ¡Nanny!
Fue un grito de angustia, que la niñera no le había escuchado desde que ella era una niña.
Nanny dejó a un lado su costura.
—¿Qué sucede? ¿Qué te ha molestado?— preguntó.
Ivana atravesó corriendo la habitación, se arrodilló junto a la silla de la niñera y escondió su rostro en ella.
—¡Nanny, Nanny!— repitió, sollozando—. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy... a hacer?
Nanny la abrazó.
Quería a Ivana desde que nació, ya que el médico, ignorando a la comadrona, la puso directamente en sus brazos.
—¿Qué te preocupa, querida?— preguntó.
Con frases entrecortadas y palabras atropelladas, Ivana le repitió lo que acababa de escuchar.
—¡Odio a… Lord Hanford... ¡Lo odio!— dijo al finalizar—. Cuando me mira... con esa mirada... libidinosa en sus ojos..., me hace sentirme enferma. Sólo tiene que tocar mi mano... para hacer que yo... sienta deseos de... gritar.
—¡Eso es lo más espantoso que yo jamás he escuchado! — exclamó Nanny—, tu madre estará revolviéndose en su tumba.
—Lo sé, pero mi padrastro también es mi tutor.
—Pero eso no quita para que sea un hombre malvado. ¡No tiene derecho a pensar en algo tan horrible!
—Es por dinero... tú sabes que es por dinero— comentó Ivana— ha gastado casi todo cuanto... poseemos y ya... queda muy poco que... vender.
Nanny sabía que aquello era verdad.
Apenas el día anterior había dicho:
—Si siguen sacando cosas de esta casa, una mañana me voy a despertar para encontrarme con que la cama me la quitaron mientras dormía.
Todas las cosas bellas que la madre de Ivana conservaba como tesoros habían sido vendidas hacía mucho tiempo.
Los cuadros, la porcelana de Dresden y hasta las alfombras persas habían desaparecido.
Ivana sabía que, desde hacía varias semanas, el banco estaba exigiendo la reposición de la deuda que se había contraído con el mismo.
Asimismo, las cuentas de los comerciantes llegaban acompañadas de notas en las que se pedía su pronto pago.
Ivana alzó la cabeza.
—Sé lo que... estás pensando, Nanny— dijo—, y prefiero morir antes que... convertirme en la... amante de cualquier hombre, y menos de... Lord Hanford.
Se tropezó con la palabra amante y después comenzó a llorar.
Nanny la abrazó fuertemente.
—Vamos a encontrar una salida a todo esto— dijo ella para tranquilizarla—, pero sólo Dios sabe cuál será.
—¿Cómo puede él dejar que... esto me suceda?— preguntó Ivana—. ¿Cómo puede?
Nanny permaneció en silencio durante unos instantes antes de sugerir:
—Vas a tener que escapar… eso es lo que vas a tener que hacer
Ivana la miró con fijeza.
Estaba tan sorprendida, que había dejado de llorar, aun- que sus lágrimas todavía corrían por sus mejillas.
Y abrió mucho los ojos cuando preguntó:
—¿Escapar? Pero... ¿A dónde, Nanny?
—Eso es lo que estoy tratando de pensar— respondió Nanny—, tú sabes bien que no dispongo de dinero para viajar hacia el norte, en busca de los pocos parientes que te quedan.
En efecto, aquello era cierto.
Cuando su madre murió, casi no había familiares presen- tes en el funeral.
Su padre, el honorable Hugo Sherard había muerto pelean- do contra Napoleón en el continente.
Su madre quedó inconsolable.
Durante un año, casi no habló, ni se interesó por las cosas que sucedían a su alrededor.
Fue entonces cuando Keith Waring apareció en su vida, y aunque Ivana lo odiaba, no tuvo más remedio que admitir que había hecho que su madre se sintiera más feliz.
Los Sherard provenían del norte de Inglaterra.
El hermano de su padre, que era bastante mayor que éste, se trataba del heredero del título de Lord Sherard.
Le había escrito a su madre una carta después de la muerte de su padre, y también escribió a Ivana al enterarse del fallecimiento de su madre.
Sin embargo, no le sugirió que se fuera al norte a vivir con él y su familia.
Ivana sabía que tenía esposa e hijos.
Y, sin lugar a dudas, no deseaba darle albergue a una pariente empobrecida.
Además, se trataba de un viaje muy largo.
Y, por el momento, a Nanny y a ella les era imposible contar con el dinero necesario para realizarlo en una silla de posta tras otra.
Tampoco ninguno de los amigos de su padre la deseaba en su hogar.
Después de que su madre se casara con