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Educar en la escuela infantil
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Libro electrónico308 páginas3 horas

Educar en la escuela infantil

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Este es un libro escrito en la década de los años setenta, una década caracterizada en muchos países europeos por grandes cambios en la educación de los más pequeños. Cambios en la expansión de la oferta de escuelas infantiles y cambios en el concepto de educción en estas primeras edades. Con gran sensibilidad e inteligencia, Goldschmied supo acompañar directamente estos cambios. Su larga y amplia experiencia, su intrínseco estilo inglés y su profundo conocimiento de la realidad italiana, confieren a estas páginas un profundo respeto hacia la infancia. Algunas generaciones de maestros hemos aprendido con su lectura, y en su relectura siempre descubrimos algo nuevo, quizá por su estilo llano o por su coherencia -que se fundamenta en el hecho de que reflexiona sobre una realidad tan cercana a la nuestra-, y también porque se trata de una teoría construida a partir de la cotidianeidad a la que envuelve y llena el significado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2021
ISBN9788418615535
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    Educar en la escuela infantil - Elinor Goldschmied

    1. La primera infancia y el desarrollo

    Qué aportan las relaciones

    personales y el juego en el ambiente

    de la escuela infantil

    En los capítulos siguientes hablaré más extensamente sobre algunos aspectos particulares de la jornada de los niños en la escuela infantil. En éste, en cambio, trataré cuestiones más generales tanto en lo que respecta al tipo de actividades como en lo que se refiere a los problemas de organización del personal y a la disposición del espacio y del mobiliario, a fin de obtener de ello el máximo beneficio para los niños. Aunque la escuela infantil es también una institución, y, además, una institución compleja, podemos hacer mucho para eliminar sus características más rígidas —las más restrictivas—, y para asegurar que el tiempo que se pasa en ella sea lo más divertido, satisfactorio e interesante posible para los niños así como para los adultos. Para hacer realidad este objetivo, para que la escuela infantil sea vista como una organización eficiente y vital —todos han de poder decir que al personal le mueve el deseo de que los niños compartan los propios intereses y habilidades—, tendremos que tener siempre presente esta idea, tenerla constantemente en el centro de nuestros pensamientos y de nuestros programas.

    La atención a los adultos

    Dado que el trabajo de la escuela infantil exige mucho, tanto en el plano físico como en el emotivo, tan importante es asegurar el bienestar de los niños como el del personal de la escuela. En efecto, si a alguna persona continuamente se le pide que dé calor y una atención esmerada, igualmente debería recibir estas mismas atenciones por parte de los demás, al menos por parte de la administración y de los especialistas (a quienes me referiré más adelante). Con demasiada frecuencia sucede que el personal de la escuela infantil se siente aislado, mientras que la propia naturaleza de su trabajo exige apoyo e interés por parte de los demás y del ambiente exterior. En este aspecto, la comprensión y la colaboración de los padres (y, posiblemente, también de las personas interesadas por la escuela infantil que habitan en el barrio) pueden llegar a ser factores que garanticen el éxito.

    El papel del juego en la primera infancia

    Fijémonos ahora en cómo pasan el día los niños en la escuela infantil cuando están despiertos, al margen del tiempo que se necesita para comer y para que los laven y cambien. Podemos definir genéricamente las otras actividades con la palabra juego. Este término indica muchas cosas, y a pesar de ser una actividad universal para la persona (y también de los animales), no se le atribuyen el valor y la importancia que sin duda tiene. Si observamos tan sólo un poco a algunos niños absortos en el juego, nos quedará grabada su seria concentración, la misma concentración que nosotros creemos necesaria para llevar a cabo un buen trabajo. Por otro lado, también en el mundo de los adultos, en el que puede parecer que es fácil establecer una distinción entre juego y trabajo, existen hobbys y actividades recreativas que el adulto elige para su placer, aunque sepa que exigen una gran concentración e inclusive un duro trabajo. Así pues, ¿cómo podremos diferenciar claramente las dos actividades, jugar y trabajar? ¡Quizá empezamos a distinguirlas cuando nos enteramos de si se pagan o no!

    El juego presenta muchos aspectos, pero con frecuencia es difícil definirlo; respecto a este tema se ha escrito mucho y existen muchas teorías, fruto de largas investigaciones. Pero vayamos al aspecto práctico: todos estaremos de acuerdo en afirmar que, si se les ofrece la posibilidad de hacerlo y salvo si están enfermos o tienen dificultades especiales graves, todos los niños saben jugar utilizando los materiales más simples, los que encuentran. Si alguien tiene alguna duda acerca de este hecho, que pregunte a sus amigos qué juegos encontraban más divertidos de todos los que recuerdan de cuando eran pequeños. Y si piensa un momento en ello, a buen seguro que hablando con los demás recordará un gran número y variedad de juegos y el placer que de ellos se derivaba. Después de conversar un poco sobre este tema, hasta los adultos que más insisten en decir que no recuerdan ninguno se sienten contagiados y empiezan a explicar sus juegos infantiles, y ellos mismos se sorprenden ante la felicidad que les causa su evocación. Sobre este punto es interesante remarcar que no podemos recordar con precisión a qué jugábamos cuando teníamos menos de tres años. Quizá esto podría explicar el hecho de que muchas personas no consideran demasiado importante la cuestión de «hacer jugar» a los niños que van a la escuela infantil.

    Cuando recordamos nuestros juegos infantiles, además de las reconstrucciones de cada actividad nos vienen claramente a la memoria los niños con quienes jugábamos (nuestros «aliados» o nuestros «enemigos» en todo lo que hacíamos juntos), discutíamos o nos peleábamos. Nuestros juegos estaban impregnados de toda clase de emociones: satisfacción (por las empresas o gestas conseguidas), osadía, competición, compañerismo, fracaso, soledad, ansia, alegría y placer. La mayor parte de las veces jugábamos con nuestros compañeros, sin las personas adultas y excluyendo a los que eran más mayores; es decir, creándonos un mundo propio, el único verdadero durante un rato, unas veces basado en la violencia y otras en la solidaridad; pero, en cualquier caso, siempre era un mundo extraordinariamente excitante.

    En este marco, que no obstante se refiere a los niños mayores, podemos examinar e interpretar el papel del juego en la primera infancia así como construir un camino para su desarrollo óptimo, desde el principio hasta los tres años. Por el momento, de nuestras observaciones retengamos que el niño, rodeado por la presencia protectora de los adultos, disfruta con la compañía de otros pequeños como él y, además, sabe extraer mucho provecho de los estímulos que le procuran sus primeras observaciones. Estos hechos nos indican claramente las condiciones en que, si el ambiente es favorable, se inician positivamente tanto el desarrollo individual como la socialización.

    La organización de la escuela infantil

    Las experiencias de juego en los tres primeros años sólo serán positivas (ahora es el momento de repetirlo) si se dan determinadas condiciones referentes a la organización interna de la escuela infantil: la asignación de tareas precisas al personal, la utilización apropiada del espacio de que se dispone y la presencia de un material de juego válido. Preferimos utilizar la expresión «material de juego» en vez de «juguetes» en tanto la primera sugiere la idea de «materias primas», que piden mucha fantasía y mucha inventiva para ser utilizadas en el juego, mientras que el término «juguete» implica un uso preciso y muy reducido del objeto; en cualquier caso, ambas expresiones son necesarias. Estas condiciones —es decir, un personal atentamente responsable, un espacio bien utilizado y materias primas para el juego— intentan satisfacer las necesidades de los niños para que puedan mantener unas buenas relaciones con los adultos, constituir sus grupos —en tanto sea posible, reducidos y estables— y disponer de amplias oportunidades de juego. Pero tan sólo —repito—, tan sólo si el personal está convencido de la validez de estas condiciones y de estas exigencias de la escuela infantil, le será posible adoptar este método. Cada escuela infantil es diferente —por el número de niños presentes, la disposición del local, la calidad del personal, las relaciones con los padres y las relaciones con los especialistas y las administraciones—, pero a pesar de ello, aun considerando estos factores y hasta utilizándolos de una manera creativa en su diversidad, se han de cumplir las tres condiciones indispensables para satisfacer las tres necesidades fundamentales antes citadas.

    El espacio propio o pequeño espacio base

    Empecemos por la segunda necesidad, la de crear para cada niño su «espacio base», en donde, junto con su grupo, desarrolla la mayor parte de su actividad —cada grupo será lo más reducido posible de acuerdo con la disponibilidad del personal y del espacio—; después se podrán satisfacer mejor las otras dos necesidades, es decir, la de mantener un contacto estable entre el niño y el adulto y la de disponer rápidamente de materiales de juego atractivos —aunque seleccionados con criterio. La idea impulsora del espacio base (uno para cada grupito de niños) consiste en recrear en la escuela infantil la atmósfera del hogar: cada salita se debe amueblar con un pequeño sillón en el que el adulto pueda estar cómodo, una alfombra que al menos cubra una tercera parte del espacio, un sofá, unos cuantos almohadones esparcidos por el suelo y, si es posible, unas cortinas bien alegres. Además, será necesario contar con mesitas, sillas y armarios para guardar el material de juego; de hecho, este último sólo se utilizará durante aquellos ratos del día en los que el adulto se pueda dedicar a vigilar el grupo. Los efectos de un espacio interior como el que he propuesto se notan muy pronto: antes que nada, en el nivel del ruido, en los decibelios de las voces de los niños; así se evitará que las personas adultas tengan que gritar, aumentando aún más el ruido, para hacerse oír; en caso contrario, ¿adónde iría a parar la serenidad que debe presidir las relaciones?

    El equipamiento de juego

    El equipamiento de juego que se necesita para cada pequeño espacio base, para cada salita, es:

    una buena cantidad de cubos de madera, de diversas dimensiones, para juegos que se hacen sentados en el suelo;

    algún tipo de estructura simple para subirse a ella y que se puedas utilizar como tobogán;

    libros ilustrados de un material indestructible (cap. 10);

    una «casita» bien fijada en un ángulo, que esté equipada para juegos domésticos (véase el cap. 10);

    cajas grandes de madera para empujarlas o tirar de ellas, para llenarlas o vaciarlas, etc.

    Es necesario que haya una cantidad suficiente de este material a fin de que cada uno de los niños pueda elegir una ocupación sin que surjan demasiadas ocasiones de pelearse. Mientras vigila estas actividades, el adulto no debe participar directamente en ellas; en cambio, tendrá que hacerlo en otras actividades en las que desempeñará la función de iniciador, ejerciendo un control directo sobre lo que hacen los niños. En el próximo capítulo hablaré más detalladamente de este doble aspecto del papel del educador o educadora.

    Los grupos

    Como ya se ha dicho, cuando se pongan en práctica estas sugerencias, se debe procurar crear el mayor número posible de grupos de acuerdo con la disponibilidad del personal y del espacio. Si se pone juntos a los niños más pequeños, en un solo grupo, se podrán dedicar los otros espacios base a los demás grupos, que podrán ser de la misma edad o bien de edades distintas. Generalmente, se suele adoptar el primer criterio, pero como tanto si se adopta uno u otro las ventajas y desventajas serán las mismas, será mejor que el personal sea el que lo decida. A primera hora de la mañana y a última hora de la tarde, es decir, en los ratos en que no están todos los niños y sobre todo cuando no está todo el personal, los grupos no pueden funcionar. Sin embargo, durante el día hay un cierto número de horas, incluidas las de las comidas —véase el capítulo 8—, en las que los niños se benefician enormemente del hecho de estar en su grupo: un lugar al que «pertenecen» y en el que pasan la mayor parte del tiempo en la escuela infantil. Si se organizan los grupos como se ha dicho más arriba, el personal ha de hallar la manera de evitar que los niños se acumulen sólo en el local de los servicios.

    Los espacios

    En algunos edificios que albergan a las escuelas infantiles el espacio consiste, sobre todo, en una gran sala; esto significa que en su construcción no se han incorporado aislantes acústicos en las paredes y que faltan complementos para suplir este defecto. Por nuestra experiencia sabemos que, de hecho, los niños pequeños no necesitan un gran espacio para pasar el día, sino que más bien buscan pequeñas zonas protegidas, rinconcitos cómodos, lo más parecidos posible a los de su casa. Si el espacio de que se dispone consiste precisamente en un gran sala, habrá que tomar enseguida medidas drásticas para instalar en él alguna especie de divisiones, aunque no lleguen al techo. En este caso, el personal se tiene que espabilar para convencer a la Administración demostrándole que dichas modificaciones serán muy provechosas para los niños. Pero si a pesar del esfuerzo resulta imposible conseguir mejoras de esta clase, siempre se podrá hacer algo, por ejemplo, colocando algún mueble perpendicular a la pared, a manera de división: así se podrá crear un cierto ambiente de intimidad.

    A pesar de que es verdad que alguna vez conviene dar a los pequeños la posibilidad de desahogarse —al menos durante un breve rato—, sobre todo si en su casa tienen poco espacio, pronto llegará el momento en que dejar que los niños corran de un lado a otro, durante mucho rato, no puede producir nada más que resultados negativos e impide organizar juegos con la natural concentración infantil. En una situación de este tipo, con los niños desahogándose libremente, es imposible que puedan hacerse intercambios amistosos tanto entre los propios pequeños como entre ellos y el personal. Cuando se pone a un gran número de niños juntos, enseguida aumenta la tensión, bien sea la de ellos o la de las personas adultas. Esta situación dificulta la vida a todos, pero en particular a los más pequeños y a aquellos que a duras penas empiezan a andar.

    Con mi insistencia en los consejos sobre el acondicionamiento de pequeños espacios propios o de espacios base, quiero poner de relieve también que en la escuela infantil se ha de crear una identidad propia e inconfundible, que debe ser distinta a la del parvulario o a la de una sala de hospital. Muchos de los niños que asisten a la escuela infantil pasan en ella una jornada muy larga, precisamente cuando están atravesando una fase en la que su autonomía es muy limitada. Conviene destacar que, aunque los pequeños necesitan actividades que requieren un gasto de energía —las cuales se han de hacer en condiciones de seguridad—, durante algunos períodos bastante largos de su jornada, mientras están ocupados y divertidos con juegos que les proporcionan estímulos y les demandan concentración, también necesitan tranquilidad y mantener una relación sosegada con las personas adultas que conocen y en quienes confían. Por tanto, nunca se han de hallar expuestos e indefensos en medio de un ambiente ruidoso y estresante. Aunque generalmente se admite que los horarios en la escuela infantil son demasiado dilatados, mientras que la jornada de la madre trabajadora no se reduzca durante el período en que sus hijos son aún muy pequeños, tanto ella como éstos no tendrán más remedio que soportar estas pesadas cargas.

    Estando así cosas en lo que respecta a los horarios, lo ideal sería que en el espacio base pudiera haber dos personas adultas, no sólo porque a una pueda parecerle pesado y difícil permanecer sola durante tanto tiempo vigilando a los niños, sino también porque con frecuencia surgen situaciones de tipo práctico, como acompañar a un niño al baño o hacer frente a cualquier emergencia, la cual no sería tal si hubiera otra persona.¹

    La socialización a través del juego

    Abordemos ahora la importante cuestión de la socialización. Es necesario comprender bien —con la máxima claridad— que ésta tan sólo puede darse en un grupo de niños bastante reducido, que gravite en torno a una sola persona adulta, que es la que se ocupa de ellos. Por otro lado, este principio también es válido en nuestras relaciones sociales, aquellas que mantenemos con otros adultos. En consecuencia, con mucha más razón será válido referido a los niños, los cuales, aun cuando se expresan con pocas palabras, se han de saber mover entre las múltiples complejidades de la vida en grupo, un grupo cuyos componentes han sido elegidos sin que nadie les consultara. Los pasos que los niños irán dando hacia la socialización dependerán, en gran medida, de que puedan o no contar con materiales de juego adecuados. Si no se les proporcionan estos materiales, conservados en buen estado, todo el impacto emotivo de un niño, todo su potencial, recaerá directamente sobre las personas adultas y sobre los demás niños. Este impacto crea una situación —tanto para los adultos como para los niños— que no se puede soportar durante demasiado tiempo; esto puede explicar, en parte, la elevada incidencia de enfermedades y de cansancio entre el personal de la escuela infantil. Mucha de esta energía infantil, física y emotiva, se absorbe precisamente en la actividad del juego. Si el material de juego es insuficiente e inadecuado, y si el adulto responsable del grupo no presta suficiente atención al desarrollo de la actividad, inevitablemente se creará una atmósfera de inseguridad y una tendencia a pelearse. ¡Cuántas veces decimos, o sentimos la tentación de decir, «si vosotros dos no podéis jugar sin pelearos, os quitaré este juguete y así no lo tendrá ninguno de los dos»! Pero aun cuando esta actitud puede resultar del todo comprensible, es negativa desde la perspectiva de la educación social de los niños, ya que en ella el adulto abandona su papel de educador. En situaciones de esta clase, lo primero que hay que hacer es comprobar si se dispone de suficiente material de juego, y, después, en caso de que se produzca la pelea, el adulto deberá saberla apaciguar de tal manera que los niños saquen de ella una experiencia positiva, es decir, que empiecen a aprender, para otra vez, cómo comportarse sin dar golpes ni morder a nadie a la mínima ocasión. Ésta es sólo una de las ocasiones de socialización que requiere que el niño busque un acuerdo —algo bien difícil hasta para los adultos, ¿no os parece?—, un compromiso, una solución para uno —para uno solo— de los muchos problemas que llenan nuestra jornada. En lo referente a este tema, quizá resulte útil recordar que hay cinco maneras distintas de intervenir en una disputa por la posesión de una pieza del material de juego, y que, por tanto, el adulto habrá de tomar rápidamente una decisión sobre el sistema que más convenga a la circunstancia específica.

    Por otro lado, conviene tomarse en serio la frustración que sufren los pequeños —absortos en el juego— cuando otros niños hacen algo que los perturba. Por ejemplo, imaginemos que se trata de construir una torre con cubos, la cual requiere control manual, y que él mismo la quiere derribar,

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