Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

¿De qué colegio eres?
¿De qué colegio eres?
¿De qué colegio eres?
Libro electrónico247 páginas4 horas

¿De qué colegio eres?

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿El éxito depende solo del mérito y el esfuerzo? El presente libro aborda esta interrogante a partir de las trayectorias educativas y profesionales de la clase alta limeña. Su estudio pone de relieve una serie de factores sociales y culturales asociados a un origen social, que contribuyen a preservar el privilegio. Varios de estos mecanismos aparecen y se consolidan incluso desde la etapa escolar, por lo que los autores invitan al lector a reflexionar sobre la reproducción de desigualdades en nuestro país y sobre lo que disimula la pregunta más recurrente de la sociedad limeña: ¿de qué colegio eres?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2022
ISBN9786123261610
¿De qué colegio eres?

Relacionado con ¿De qué colegio eres?

Libros electrónicos relacionados

Ciencias sociales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para ¿De qué colegio eres?

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    ¿De qué colegio eres? - Luciana Reátegui

    Capítulo 1

    ¿CÓMO NOS APROXIMAMOS A LA CLASE ALTA?

    orla

    Las clases sociales han sido uno de los temas más estudiados en las ciencias sociales. Gran parte de este interés se debe a que, desde sus primeras formulaciones en Saint-Simon y luego en Marx y Weber, esta manera de clasificar a los grupos demostró ser muy poderosa para desentrañar la estructura social de las sociedades capitalistas, y permitía a la vez reconocer la singularidad de las organizaciones sociales modernas mediante una separación entre formaciones sociales precedentes y paralelas así como determinar las formas en que se distribuye el poder y la dominación.

    Para Marx, las clases sociales se configuraban, principalmente, según su relación con los medios de producción: si los poseían o se veían sometidos a quienes los controlaban. La clase implicaría un conjunto de condiciones de existencia similares y, sobre todo, de intereses y conciencia comunes —aunque subyacentes antes de la formación del proletariado industrial—, que se presentaban siempre de manera relacional (respecto de las otras clases sociales) y antagónica (entre poseedores-dominantes y sometidos-dominados). Weber, desligándose del economicismo de Marx, introducía el prestigio y estatus como una forma de distinción adicional, ligada a (i) la posesión de un estilo de vida similar (prácticas y bienes con valor simbólico) y (ii) un grado de cierre social (por ejemplo, matrimonios entre miembros de la misma clase).

    Esta primera diferenciación nos permite esbozar los distintos énfasis en los estudios tradicionales sobre las clases situadas en la cúspide de la estructura social. Los trabajos de inspiración marxista colocan el acento en aquellos que controlan los medios de producción y su posición dominante dentro de la estructura productiva. Es a partir de este control que las clases altas logran posiciones preeminentes en las demás esferas de la sociedad. El énfasis de los estudios de inspiración weberiana, en contraste, se sitúa en las características del grupo en la cúspide antes que en la estructura social: interesan los recursos que posee el grupo y cómo se transforman en poder; de ahí se desprende su estudio sobre los distintos tipos de dominación según los recursos poseídos por quien ostenta el poder y su alcance (Khan 2012).

    Los estudios sobre las clases altas, las élites o la clase dominante han posicionado a estos autores como ejes clave, pero han tenido desarrollos importantes desde entonces. Dos autores clave fueron Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, en cuyo análisis la existencia de la élite se veía de manera bastante más positiva. Estos autores planteaban la existencia de una clase alta como un proceso natural e incluso necesario y beneficioso para la sociedad. La propuesta de Pareto se centra en su esquema de circulación de élites para enfatizar que la élite está compuesta por los individuos más aptos de la sociedad. Su carácter como élite no es heredado, cerrado ni protegido, sino que hay un proceso continuo de reclutamiento de nuevos miembros unidos por sus talentos superiores. Se trata de una dinámica perenne en la que facciones de la élite pierden su carácter excepcional con el tiempo hasta que nuevos individuos (o una nueva élite) la revigorizan con un renovado influjo de mayores aptitudes; es más bien cuando fracasa o se bloquea esta circulación que decae toda la élite en conjunto (por no haber podido revigorizarse) y es reemplazada por otra más apta. Más que transformaciones socioestructurales detrás de este cambio, un ciclo continuo y eterno de circulación de élites sería el que mantiene la estructura social intacta, con los más aptos siempre en posiciones de mayor poder (Pareto 1935, 1968; Bottomore 1993; Khan 2012).

    Para Mosca, por su parte, en toda sociedad existen siempre dos clases: la que dirige y la que es dirigida. La primera, siempre la menos numerosa, se encarga de todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que el poder acarrea, mientras que la segunda es controlada por la primera de una manera más o menos legal, más o menos violenta y arbitraria (1939: 50). El ejercicio de este dominio es inevitable por el mismo hecho de ser la élite una minoría, condición que le permite una mayor organización, actuar en concierto y encontrar intereses comunes, en contraste con una mayoría impotente a causa de su número extendido. Esta clase dominante se distinguiría del resto de la sociedad, además, por sus cualidades materiales, intelectuales y morales superiores, condición materializada en la posesión de algún atributo altamente estimado por la sociedad. De hecho, su poder no vendría de la mera imposición, sino que es fundamental la existencia de una clase media que sirve de vínculo entre ambas clases y de donde provienen, de acuerdo con sus cualidades superiores, los cuadros para la clase dominante (Mosca 1939, Bottomore 1993).

    En contraposición a esta teoría funcionalista (y optimista) en torno a las élites, Wright Mills presenta su teoría elitista del poder. El autor sostiene que en Estados Unidos existe una élite que controla y dispone de los recursos de los dominios en los que se ejerce el poder: la economía (aparato industrial), el aparato militar y el Gobierno. Aunque no está conformada necesariamente por los mismos individuos, estarían unidos por un origen común, intereses compartidos y vínculos sociales que los hacen actuar en conjunto para solidificar su poder (Wright Mills 1956). Se trata de una minoría que ocupa los puestos de mando clave de la sociedad y que como poseedora del poder, la riqueza y la fama; puede considerarse asimismo como formada por individuos pertenecientes al estrato superior de una sociedad capitalista (p. 20). Vista así, lejos de ser consecuencia de un proceso selectivo y meritocrático, la élite de poder está compuesta por un grupo reducido (hombres de negocios, militares y abogados) con vínculos entre ellos y mecanismos para legitimar su posición de poder institucionalizado (Wright Mills 1956, Domhoff 1967, Khan 2012). Esta concepción, en corto, denunciaba la existencia de una élite cohesionada, unificada y bastante más cerrada de lo que planteaban las posturas anteriores, pero legitimada por un manto meritocrático.

    Frente a esta visión denunciatoria, surgió también en Estados Unidos la teoría pluralista del poder, que tuvo un antecedente importante en Aron (1950), quien indicaba que había varios grupos dentro de las élites, cada uno asociado a una función concreta, consolidada mediante procesos de reclutamiento desde sectores distintos y con relaciones entre sí alrededor de intereses compartidos pero también de enfrentamiento. De hecho, Aron denunciaba que la élite unificada era típica de las economías socialistas —en tanto se recluta exclusivamente del partido comunista para conformar todas las facciones de la élite—, mientras que en las sociedades plurales occidentales existía una élite dividida y libertad de organización y asociación que hacía su posición en el poder más precaria.

    Robert Dahl (1958, 1966), quien articuló de modo más elaborado esta propuesta, indicó que es cierto que en regímenes democráticos había grupos con diferentes cuotas de poder, pero ello no derivaba en la existencia de una minoría como élite de poder. Dahl señaló además que este modelo no diferenciaba el potencial de un grupo para ejercer dominio (i. e. militares) de su poder real en la sociedad y no reconocía que esta minoría estaba sujeta a un conjunto de reglas y contrapesos, además de que no probaba realmente que un mismo grupo tuviera mayor influencia en todas las esferas al mismo tiempo.

    A partir del caso de New Heaven, Dahl rastrea la evolución de los grupos de poder desde los patricios de la primera mitad del siglo XIX, cuando una minoría controlaba todas las esferas de influencia (política, económica social) y era reconocida como élite legítima por la población. Su posición de privilegio se insertaba en un esquema de desigualdad acumulativa, es decir, cuando un individuo se encontraba mucho mejor que otro en un tipo de recursos, como riqueza, usualmente se encontraba en mejor posición en todos los demás recursos (Dahl 1961: 85). A diferencia de lo que ocurría con este grupo —más parecido a una élite de poder—, en el sistema político de mediados del siglo XX ya no parecen existir estas desigualdades acumulativas, sino más bien un sistema dominado por varios conjuntos con líderes distintos cada uno capaz de acceder a una combinación diferente de recursos políticos. Era, en corto, un sistema pluralista (p. 86). En este nuevo esquema, la élite es fácilmente penetrada, no hay un recurso o un ámbito que domine claramente a los demás y cada grupo tiene una posición influyente sobre un ámbito distinto y específico entre los recursos en disputa, a la vez que en el juego político se delimitan amplios campos para manifestar insatisfacción y formar coaliciones que incluyan a amplios segmentos de la sociedad (Dahl 1961). Si bien este esquema no aseguraba una igualdad absoluta, imponía límites claros a la hegemonía cerrada de un grupo social y propiciaba, más bien, conflictos multipolares (Dahl 1978).

    Dentro de estos vaivenes en torno a las concepciones de las élites, clases altas y grupos dominantes, hemos esquivado hasta ahora la difícil distinción entre estos conceptos. Parecería que élites y clases son prácticamente lo mismo en una sociedad capitalista, y ha sido precisamente de esta manera como han sido entendidos los sectores dominantes de la sociedad por el marxismo. Sin embargo, John Scott (2008) establece que, si bien las élites y las clases altas pueden llegar a confundirse, analíticamente es provechoso separarlas. Para Scott la diferencia estriba en el poder. Es decir, aunque las clases altas se caracterizan por acumular recursos, ello no se traduce inmediatamente en relaciones de poder. Así, por ejemplo, una familia puede obtener recursos de rentas sin por ello ostentar posiciones de poder. Por el contrario, las élites se basan precisamente en aquellas posiciones que otorgan distintas formas de poder: coercitivo en el caso de los militares, así como de comando en el de los altos funcionarios del Estado.

    Esta distinción se encuentra presente en el planteamiento de clases y de élites de Bourdieu, el cual sirve como una especie de posición intermedia entre los planteamientos anteriores. En su esquema de clases, Bourdieu rompe también con el economicismo marxista cuando propone una estructura multidimensional de clases, la cual incluye los factores culturales (disposiciones y bienes simbólicos que otorgan estatus cultural) y sociales (contactos y redes sociales plausibles de ser fuente de gratificación) a los que denomina capitales. Al igual que el capital económico, los capitales cultural y social son variables acumulables que inciden en la desigual distribución del poder (Bourdieu 2011). Dentro de este marco, las clases altas hacen referencia a aquellos grupos que acumulan los principales capitales —económico, social y cultural— en cantidades que los diferencian del resto de la sociedad y les significan ventajas respecto de esta. Sin embargo, dicho orden de cosas no estaría desligado de la cuestión del poder. Conforme uno se mueve en dirección a los sectores que concentran más de estos recursos, nos encontramos con personas que ocupan posiciones de poder en el campo económico, profesional y el de la producción cultural.

    Lo interesante de esta propuesta es que permite conciliar la existencia de distintas facciones dentro de las clases altas con la existencia de un campo en el cual únicamente participan aquellos con las mayores cantidades de capital. Este es el denominado campo de poder; un campo de luchas por el poder entre portadores de poderes diferentes a partir de su posesión de cantidad de capital suficiente para ocupar posiciones dominantes en el seno de sus respectivos campos —intelectual, artístico, servicio civil, poder económico, prestigio social, etc.—, los cuales se enfrentan para transformar e inclinar esta relación de fuerza a su favor (Bourdieu 2015). Las clases, en ese sentido, se diferenciarían tanto jerárquicamente (volumen de capital) como horizontalmente (composición entre tipos de capital). Es en estos espacios donde disputan su legitimidad —en ambos sentidos— quienes ostentan posiciones privilegiadas, lo que requiere estrategias simbólicas para justificar el fundamento sobre el que reposa su poder —escondiendo lo arbitrario detrás de ello—, ejercido en los demás ámbitos y el resto de la sociedad (Wacquant 1993, Ellersgaard et ál. 2013, Bourdieu 2015).

    Este estado de cosas no excluye ciertamente las divisiones, oposiciones y luchas que tienen lugar en relación con las dinámicas internas de los diferentes sectores. Por ejemplo, usualmente aquellos con mayor capital cultural pueden verse dominados por los poseedores de mayor capital económico aun dentro de este campo de poder. No obstante, se trata de agrupaciones que gozan de lo que Wittgenstein llama un parecido de familia, lo cual nos remite a condiciones sociales de producción, las cuales se traducen —por medio del habitus— en representaciones, apreciaciones y prácticas similares (Bourdieu 2008: 43). Se trata de una homogeneidad definida por un conjunto de hábitos, entrenamientos, actitudes y valoraciones comunes asociadas al buen gusto, un saber-ser y saber-hacer, así como un conjunto de referencias culturales (Bourdieu 1998). Es, formulado brevemente, una combinación de solidaridades y fracturas en la cúspide de la estructura de clases de la sociedad (Savage

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1