La prometida del jeque del desierto
Por Annie West
4.5/5
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Información de este libro electrónico
Tara Michaels había escapado de un matrimonio a la fuerza atravesando la frontera de manera ilegal, y había ido a parar al opulento palacio del jeque Raif. Sus países eran enemigos, y él era un rey del desierto carismático, autoritario y orgulloso, pero le estaba ofreciendo un lugar seguro en el que refugiarse… Raif sabía que proteger a Tara era arriesgado, pero estaba fascinado por su belleza y por el hecho de que discutiese con él cuando nadie más se atrevía a hacerlo. No obstante, tras descubrir la verdadera identidad de su invitada, la decisión que iba tomar era una que jamás habría imaginado: ¡Proclamarla su futura esposa!
Annie West
Annie has devoted her life to an intensive study of charismatic heroes who cause the best kind of trouble in the lives of their heroines. As a sideline she researches locations for romance, from vibrant cities to desert encampments and fairytale castles. Annie lives in eastern Australia with her hero husband, between sandy beaches and gorgeous wine country. She finds writing the perfect excuse to postpone housework. To contact her or join her newsletter, visit www.annie-west.com
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La prometida del jeque del desierto - Annie West
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Annie West
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La prometida del jeque del desierto, n.º 2862 - julio 2021
Título original: The Sheikh’s Marriage Proclamation
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-907-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
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Capítulo 1
La camioneta se detuvo y a Tara se le aceleró el pulso. Había llegado la parte que tanto había temido. La parte peligrosa.
Casi no podía creer que estuviese haciendo aquello, que estuviese infringiendo la ley, intentando entrar en un país de manera ilegal.
«Intentando escapar de un país», se corrigió.
Se estremeció al pensar en cuál sería su destino si se quedaba en Dhalkur.
Cualquier duda que tuviese acerca de ponerse en manos de un hombre al que prácticamente no conocía para lograr escapar se evaporaba en comparación con aquello.
La alternativa, quedarse en el país de su madre, a merced de Fuad, era impensable. Sintió náuseas y se le puso la piel de gallina.
El miedo se adueñó de ella. Hizo que sus costillas se contrajeran alrededor de los pulmones, impidiéndole respirar. Aunque tal vez la falta de aliento también estuviese relacionada con que iba hecha un ovillo en la parte trasera de la camioneta. Era temprano, pero estaba empezando a hacer calor en el desierto.
Sintió una sacudida, como si el conductor se hubiese bajado o alguien hubiese subido al vehículo. Entonces, el motor cobró vida y volvieron a avanzar.
Habían atravesado la frontera.
Tara sintió alivio, respiró hondo. Todo lo hondo que pudo. Tenía poco espacio, pero no podía sentir claustrofobia en esos momentos. Yunis detendría la camioneta en cuanto se hubiesen alejado de la frontera y la ayudaría a salir de allí. Lo único que tenía que hacer ella era guardar la calma y esperar.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo. Los últimos meses habían sido los peores de su vida, una pesadilla. El dolor seguía consumiéndola, haciendo que el mundo le pareciese sombrío y gris. Todo, menos Fuad. A él lo veía en Technicolor, muy a su pesar.
No había querido volver a verlo. Su primo había pasado de ser un niño malintencionado y sádico, a convertirse en un hombre despiadado y codicioso, dispuesto a pisar a cualquiera que se interpusiese entre él y su objetivo.
Como Tara.
Esta se estremeció de nuevo, se dijo que pronto sería libre. La camioneta se detendría y Yunis la ayudaría a bajar. Yunis, que había conocido a su madre desde hacía mucho tiempo y que había corrido un riesgo enorme ayudándola. Cuando estuviese lejos de allí, Tara encontraría la manera de compensarlo.
Bostezó, estaba cansada a pesar del peligro. El calor y la falta de oxígeno le estaban afectando.
Pronto pararían y cuando lo hiciesen…
Despertó presa del pánico, en la oscuridad. Sintió algo caliente apretado a ella, asfixiándola. No podía moverse, tenía los brazos y las piernas aprisionados. No podía ver ni oír tampoco. Estaba completamente desorientada.
Tara estaba a punto de gritar cuando recordó que estaba en la camioneta, que había cruzado la frontera. Yunis se había ofrecido a esconderla entre la mercancía que tenía que transportar hasta Nahrat.
Y ella se había quedado dormida, eso era todo. Casi lloró del alivio.
Tuvo la sensación de que nunca había sentido semejante calor. Le picaba la piel y tenía el pelo pegado del sudor. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?
Sintió un golpe al abrirse la parte trasera de la camioneta. ¿Estaba oyendo voces?
Apretó los labios para obligarse a seguir en silencio. Yunis iba en dirección de la capital, Nahrat, pero le había prometido dejarla a ella por el camino, en algún lugar tranquilo. Su plan no incluía a más gente.
No obstante, volvió a oír voces masculinas, apagadas porque estaba escondida y porque tenía un fuerte latido en los oídos.
¿Dónde estaban? ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Habría cometido un error al confiar en el amigo de su madre?
Con el corazón a punto de salírsele por la boca, sintió movimientos. Alguien tiró del fardo en el que ella estaba escondida. Oyó voces masculinas y risas y, entonces, la sacudieron de tal manera que se alegró de no haber tenido tiempo de desayunar y la colocaron sobre lo que debía de ser un hombro.
Tara se mordió el labio y notó sangre. Contuvo un grito de sorpresa y malestar. Ya estaba completamente despierta, pero no se podía mover, solo podía guardar silencio y tener la esperanza de que el cambio de planes no significase que Fuad la había encontrado.
Sintió náuseas solo de pensar en volver a verlo.
O de pensar en la posibilidad de que Yunis fuese a dejarla a merced de otros hombres despiadados que pensasen que podían utilizar a la prima de Fuad.
Raif esperó a estar a solas y se puso en pie en el centro de la tarima de mármol. Se estiró y levantó los hombros para aliviar la tensión.
A pesar de la incomodidad, las audiencias públicas que habían tenido lugar esa semana eran una tradición centenaria que no tenía intención de cambiar. Era importante que el pueblo sintiese que su jeque lo escuchaba.
La sesión de esa mañana había comenzado con una disputa por una tierra, después había tratado un supuesto robo de una dote, problemas de planificación y cambios de zonas electorales, y una acusación de irregularidades contra un funcionario del gobierno.
Lo que más lo preocupaba era lo último, ya que se trataba de un trabajador que administraba fondos para proyectos comunitarios, y de ser cierta la acusación…
Las puertas se abrieron y entró el chambelán de palacio, inclinándose ante él. Raif le hizo un gesto a un hombre alto que llevaba algo alargado echado sobre el hombro. Incluso desde allí se dio cuenta de que el hombre estaba sudando, respiraba con dificultad y tenía los ojos muy abiertos. ¿Tanto pesaría la carga o estaba nervioso? Aquella cámara real estaba diseñada para impresionar a los visitantes con su opulencia.
–Dese prisa –lo azuzó el chambelán–. No haga espera a Su Majestad.
Volvió a inclinarse y se acercó a la tarima real.
–Señor, pidió que le informásemos de la llegada del regalo de su tía –añadió, mirando hacia el otro hombre–. Casualmente, había alguien de mi equipo en la frontera cuando llegó el cargamento, así que lo trajo aquí de inmediato. He pensado que querría comprobar que cumple con sus expectativas.
Raif asintió. Su chambelán era un buen hombre, pero, en ocasiones, demasiado celoso y ansioso por controlar todos los detalles.
Miró al extraño que, haciendo un esfuerzo, estaba dejando el paquete con cuidado en el suelo. Después, el hombre se inclinó ante él, manteniendo la cabeza agachada.
–Puedes incorporarte.
El recién llegado se mostró reacio, se puso recto, pero clavó la mirada en sus pies.
–Abra el paquete para que pueda verlo Su Majestad –dijo el chambelán, acercándose al fardo, pero siendo interceptado por el extraño.
–¡No! –exclamó este, mirando a Raif a los ojos por primera vez, con desesperación–. Por favor, Majestad, tiene que ver el contenido en privado.
Y miró por encima del hombro al guardia que había en la puerta.
–¿Por qué? –le preguntó Raif con curiosidad.
El hombre separó los labios y volvió a juntarlos. Se retorció las manos.
–Por favor, Majestad, es importante. Solo puede verlo usted.
Incluso el chambelán pareció sorprenderse.
–Dame –dijo, acercándose, como si quisiese abrir él el fardo, pero el extraño se lo volvió a impedir.
–¿Quién es usted? –le preguntó Raif, deteniendo el altercado con su voz.
–Yunis, Majestad. Soy el jefe del gremio real de Dhalkur…
–Ya sé quién eres.
Su tía le había hablado muy bien de aquel hombre, ese era el motivo por el que le había encargado aquel regalo a él.
–Estoy deseando ver qué me has traído.
No solo porque quisiese algo especial para su tía, sino porque sentía curiosidad. Su tía no solo había alabado su trabajo, sino también la personalidad de aquel hombre.
–Por favor, Majestad –le suplicó este–. Le prometo que no pretendo hacer ningún daño.
Y él sintió cada vez más curiosidad. Así que, con un brusco gesto de cabeza, Raif despidió al guardia, que salió de la sala y cerró la puerta tras de él.
–¡Majestad! –protestó el chambelán.
Raif no le hizo caso. Yunis no habría podido entrar a palacio si hubiese ido armado. Además, su tía había puesto la mano en el fuego por él.
–Ábrelo –le ordenó.
Yunis fulminó al chambelán con la mirada, se arrodilló y desató las cuerdas que mantenían atado el paquete. Murmuró algo entre dientes que Raif no logró oír y después, muy despacio y con tanto cuidado como si estuviese manipulando un objeto precioso, desenvolvió el paquete.
El borde de oro brilló bajo la luz mientras Yunis desenrollaba la larga alfombra, dorada y del color de la arena del desierto, que