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La danza del bastardo
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Libro electrónico220 páginas2 horas

La danza del bastardo

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Información de este libro electrónico

La danza del bastardo de Michael Gelpi, nos presenta la conmovedora historia de Freddy, un niño que nace a causa de una aventura y que crece bajo la custodia de su madre y su padrastro, en un hogar hostil y abusivo. A pesar de su desdicha, Freddy descubre su pasión por el baile, convirtiéndose en un joven que lucha por perseguir su sueño de ser

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento2 jun 2021
ISBN9781640868878
La danza del bastardo

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    Muy rápido de leer, el trama parece una novela turca. Un poco de sugestividad en la narración.

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La danza del bastardo - Michael Gelpi

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LA DANZA

DEL

BASTARDO

NOVELA

Michael Gelpi

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

Publicado por Ibukku

www.ibukku.com

Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

Copyright © 2021 Michael Gelpi

ISBN Paperback: 978-1-64086-886-1

ISBN eBook: 978-1-64086-887-8

Quien realmente ama crear arte,

no puede poner la muerte como una excusa.

Michael Gelpi

Capítulo # 1

La noche era joven, al igual que el rostro de la hermosa Milagros Trevor, quien se preparaba para salir de fiesta cepillándose su largo y rubio cabello, mientras escuchaba música de la emisora de rock. Con su atuendo de lentejuelas resaltaba el azul de sus ojos, lo que sin duda la haría predominar entre todas las jóvenes que asistirían al concierto de rock que se llevaría a cabo en su pueblo, al cual Milagros asistiría en busca de divertirse y tal vez conocer a alguien especial.

La bocina de un vehículo alertó a Mili, como le solían llamar las personas más cercanas. «Recuerda llegar temprano», le advirtió su madre, quien la autorizó ir al concierto, ya que su esposo, (el padre de Milagros) se encontraba de servicio en el ejército, porque de lo contrario no aceptaría que su hija de diecisiete años de edad, fuera a un concierto sin su supervisión. Acordando llegar temprano, ya que su mamá entendía lo que era vivir sin emociones y servir a un hombre a su merced sin aspirar a nada. El padre de Milagros era un hombre estricto y muy machista, ensamblado a la antigua. Él entendía que las mujeres no tenían derechos y que sólo debían servir al hombre en sus necesidades, lo cual a la madre de Mili no le molestaba, ya que para una persona de su edad, eso era algo normal.

Milagros se montó en un coche junto a dos de sus mejores amigas del colegio y se encaminaron a disfrutar de su juventud. Desde el estacionamiento se podía apreciar la enorme multitud de personas que habían asistido al concierto, lo que llenaba de alegría a Mili y a sus amigas. En la entrada del concierto, tres chicos (amigos de una de sus amigas) se unieron a su grupo, aumentándolo a seis, aunque Mili no los había visto anteriormente. Aun así, saludó a los jóvenes como si se conocieran de toda la vida. Cuando ya todos estaban adentro, uno de los jóvenes, llamado Brian, pagó la primera ronda de cervezas.

Luego caminaron entre la multitud hasta llegar donde se podía ver con claridad a los cantantes, y aunque no había ningún asiento, no hacían falta.

La fuerte música, junto al alcohol, provocaban a Mili moverse al son del ritmo; moviendo su rubio y rizado cabello, el cual se mezclaba con los de sus amigas, las cuales, al igual que ella, se divertían y se escapaban de una aburrida realidad. La segunda ronda de cervezas llegó hasta ellas sin siquiera haberse terminado la primera. Pero eso no era un problema, ya que la sed que producía tanto baile, hacía que Mili se bebiera el restante que quedaba en su vaso como si fuese agua.

Luego de un par de tragos de espumosas y calientes cervezas, los extraños hombres ya no eran tan extraños. Sus amigas bailaban con aquellos hombres mientras que Mili se besaba con el que había servido las bebidas toda la noche. El alcohol en la sangre, la música en sus oídos y la mano de un intruso sobre su trasero, era la combinación perfecta para volar fuera de este mundo. El concierto se daba por terminado y la enorme multitud salía de aquel desordenado coliseo. La hora no era de importancia para Mili, quien mientras se abrazaba de aquel guapo joven, intentaba no desplomarse sobre el suelo por el alcohol que claramente afectaba sus sentidos y junto con ello sus decisiones. El auto de una de sus amigas las esperaba en el estacionamiento, pero al igual que Mili, sus dos amigas estaban bajo efectos del alcohol y en pocas condiciones para conducir, uno de los jóvenes, mientras abrazaba a la dueña del vehículo, dijo:

—Yo conduciré tu auto y las llevaré a sus casas.

—Yo voy contigo, hermano —dijo otro de los chicos.

Mili, al escuchar la distribución, les preguntó:

—¿Y yo con quién me voy?

—Pues conmigo, preciosa. ¿Con quién más?A continuación, sus dos amigas se fueron junto a los dos jóvenes y Mili se marchó con a Brian en su vehículo. El camino hacia el hogar de Mili se hizo más largo de lo habitual. Los faroles que iluminaban la carretera también reflejaban el rostro cansado de Milagros, que deseaba con ansias llegar a su casa y reposarse sobre su cama.

El auto se detuvo en una zona con poca iluminación. Mili volteó su rostro para preguntarle a Brian qué ocurría, pero no hubo tiempo para preguntas, porque Brian se arrojó sobre ella y comenzó a besarla de una forma feroz y poco apasionada. Besos que Mili respondió dejándose llevar por esa deliciosa sensación de besar a un apuesto y completo extraño. Mediante esos besos, las inquietas manos de Brian invadieron los nunca explorados senos de Mili, quien no se resistió al placer que provocaban. Pero a él sólo le bastó un segundo para bajar lentamente por su abdomen hasta llegar al cierre de su pantalón. Mili lo detuvo en ese momento, pero mientras más besos continuaban, más débil su mano se hacía, abriéndole paso a los hábiles dedos de Brian, los cuales invadieron lo más íntimo del cuerpo de una virgen. Los cristales del auto se empañaron por la humedad que producían dos cuerpos excitados. Claramente eran de dos jóvenes jugando a hacer el amor. Luego de que aquel apuesto hombre acariciara y disfrutara del maná proveniente de una vagina nunca invadida, su miembro, excitado y erecto, se asomó en medio del cierre de su pantalón color azul gastado, colonizando un valle que nunca volverá a ser como antes, pues le ha robado la inocencia. Un robo que provocó un suspiro en Mili, seguido por un gemido de placer, el cual recorría desde su vagina hasta su boca y llegaba a los oídos de aquel invasor aumentando su placer y apuntando una nueva experiencia a su larga lista.

Como a través de los siglos se ha podido apreciar que el placer de los hombres es el de invadir lugares nunca visitados, pero no para bien, sino en busca de plantar bandera y dejar su huella, junto con ellas, desastres, penas y arrepentimientos, y esta noche no será la excepción.

Una vez que el acto se dio por terminado, Mili fue llevada hasta el frente de su casa, como si se tratara de un viaje en taxi, y con alcohol en sus sangre. Con arrepentimiento en su conciencia y sus zapatos en sus manos, entró por la puerta de su hogar, el cual estaba oscuro, sólo se apreciaba el brillo de un televisor, el cual era visto por los párpados de su madre, quien se cansó de esperar por ella y se quedó dormida.

Al día siguiente, el tema de la noche del concierto no pasó desapercibido en las conversaciones de Mili y sus amigas, las cuales no podían esperar a que otra banda de rock viniera a la ciudad para volver a disfrutar de una noche alocada como lo fue aquella noche. Luego de que Milagros regresara de la escuela, un hombre la esperaba en la sala de su hogar, pero no cualquier hombre, su padre había regresado del ejército después de cinco años. Milagros, al verlo, caminó hacia él y le dio un fuerte abrazo, el cual fue respondido con un caluroso y fuerte abrazo de parte de su padre, quien le dijo:

—Mírate, estás hecha toda una mujer.

—Gracias papá, estoy feliz de que hayas regresado a casa —respondió Milagros mientras tomaba una silla para tomar asiento en la mesa junto a su padre.

—Ve a tu habitación a hacer tu tarea y cuando la cena esté lista, baja para que ayudes a tu mamá a poner la mesa.

Milagros devolvió la silla a su lugar, se dirigió hacia las escaleras mientras su mamá se dirigía hacia su padre con la bandeja del café, pero con su mirada dirigida hacia el suelo sin hacer ningún contacto con Milagros. Milagros subió a su habitación, pero mientras cerraba la puerta, el ruido de algún objeto de cristal que había caído al suelo la alertó, seguido de unas palabras de su padre: «No sirves para nada, a los torpes como tú, los tratábamos como perros en el ejército ¿eso es lo que quieres?, ¿que te trate como un perro callejero?, ¡pues así será!».

Milagros entró en su habitación y se arrojó en su cama tapándose el rostro con su almohada, abriéndole espacio a su vida para el infierno que acababa de comenzar en su hogar.

—¡Milagros! ¡Milagros! —gritaba su padre.

—¿Sí papá?

— Ven inmediatamente a la cocina, ya la cena está servida.

Milagros obedeció a la orden gritada por su padre, se dirigió a la cocina y tomó asiento en la mesa del comedor junto a su padre. El plato de Mili ya estaba servido, al igual que el de su padre, pero en una casa donde había tres personas, claramente faltaba un plato en la mesa.

—¿Dónde está mamá? —le preguntó Mili a su padre.

—¡Come antes de que se enfrié tu comida! —le respondió él mientras se daba un bocado de comida.Milagros comenzó a comer extrañando la presencia de su madre. Ya la cena se daba por terminada, el plato de Milagros y el de su padre lo demostraban. Milagros le preguntó a su padre:

—¿Me puedo retirar a mi habitación?

—Claro hija, ve a lavarte los dientes y a acostarte a dormir —le respondió él.

Milagros se colocó de pie, tomó los platos para llevarlos a la cocina, pero su padre la interrumpió diciéndole: «¡No!, deja los platos en la mesa, tu madre se encargará de eso». Milagros obedeció a su padre y se marchó a su habitación preocupada por la ausencia de su madre. Mientras sus pies se posaban sobre el primer escalón de las escaleras, el nombre de la madre de Milagros salía de la boca de su padre indicándole que fuera a limpiar la mesa. A diferencia de la voz de su padre, no se podía apreciar ninguna otra voz, de hecho, por la única razón que se podía saber que su madre estaba en la casa, era gracias a los gritos provocados por su padre. Milagros subió a su habitación e intentó dormir, ya que se sentía un poco cansada.

El hogar de Milagros se había vuelto frío y oscuro, la rutina de ir a la escuela se había vuelto una escapatoria de un campo de concentración creado por un militar machista, traumado y abusador, quien nunca desperdiciaba un segundo para humillar a su esposa, la cual, por miedo de ser golpeada o asesinada, guardaba silencio y sólo hablaba cuando su esposo se lo permitía.

En una de las tantas noches en las que Milagros se acostaba temprano para poder escapar de la triste realidad que la atormentaba, su sueño fue interrumpido por un fuerte dolor de estómago, el cual la obligó a ir al baño en busca de un lugar para depositar el vómito que quería salir de su boca. Junto con el dolor, náuseas y el vómito, un escalofrío recorrió su cuerpo erizándole los rubios cabellos que adornaba su piel. Silenciosamente bajó a la cocina creyendo que nadie estaría allí, pero estaba equivocada, el olor a cigarrillo subía por las escaleras, las risas y las palabras obscenas de más de una persona llegaban hasta los oídos de Milagros, quien se percató de que su padre, junto a algunos amigos, jugaban un partido de póker en medio de la cocina.

—Buenas noches, papá, ¿puedo tomar un poco de agua?

—Oigan, miren quién está aquí, mi princesa. ¡Ven aquí y siéntate en la falda de papá!, ven, saluda a mis amigos del ejército. Él es el tío Carlos, el tío Efraín y el tío Geraldo.

—Hola, buenas noches.

—Buenas noches —contestó Carlos—, vaya que sí eres hermosa, tu padre no mentía.

—Sí, pura calidad americana, no como la parte de la madre, la parte francesa es lo único malo en sus genes —dijo su padre provocando risas en los ahí presentes.

—Papá, ¿puedo tomar agua y regresar a mi habitación?

—Claro que sí hija, pero primero despídete de tus tíos.

—Tengan unas buenas noches.

—¡No! ¡No! Así no se despide una mujer de los hombres, ve y dale un beso en las mejillas a cada uno de ellos, luego te puedes marchar a tu habitación.

Milagros, muy incómoda con la petición de su padre, cumplió con lo ordenado y se despidió de los extraños que acompañaban a su padre y rápidamente se marchó a su habitación, olvidando por completo el agua por la que había ido hacia la cocina.

Pero Milagros, sin darse de cuenta, era observada fijamente de pies a cabeza por uno de los amigos de su padre, Carlos, que al igual que su padre, recién había llegado del ejército, aunque se podía notar que era mucho más joven que él, pero en su interior, claramente eran muy similares.

Milagros subió hacia el segundo piso de la casa y mientras caminaba hacia su dormitorio, escuchó cómo un llanto provenía de la habitación de sus padres. Milagros abrió la puerta, buscó el interruptor en la pared para encender la luz, ya que la oscuridad era dueña de toda la habitación; al encender la luz, pudo observar cómo, a un lado de la cama, su madre lloraba sentada en el suelo, quien al ver que se encendió la luz, miró hacia la puerta dando a conocer los golpes en su rostro provocados por su amado y temido esposo. Milagros se acercó a su madre preguntando:

—¿Qué te pasó mamá?

—Nada hija, todo está bien.

—Pero mamá, mira tu rostro, ¿quién te ha hecho esto?

La madre de Mili le tomó las manos fuertemente y mientras las lágrimas corrían por aquellos morados ojos le dijo: «Tú sabes quién me ha hecho esto y tienes que evitar hacerlo enojar o te hará lo mismo a ti».

Un grito desde la cocina, por parte de su padre, recorrió desde la cocina hasta la habitación.

—¡Mesera, ya necesitamos otra ronda de cervezas!

Milagros se quedó parada viendo cómo su madre respondía a la orden de su padre. Su madre estaba siendo maltrata, humillada y tratada como una sirvienta, pero Milagros no podía hacer nada, sólo seguir el consejo de su madre de no hacer enojar a su padre por ningún motivo para que no fuese tratada como lo estaba siendo ella.

Milagros se dirigió a su habitación, colocó el seguro, como de costumbre, e intentó dormir buscando escapar de la fría realidad.

El colegio era su escapatoria de la cárcel en la que vivía a diferencia de antes de que su padre regresara, ahora deseaba pasar todo el tiempo que pudiese en la escuela. La hora del almuerzo había llegado, Milagros se sentó junto a sus amigas, las cuales no conocían la situación por la que estaba pasando Mili en su hogar, invitándola nuevamente a un concierto de una banda de rock que vendría a la ciudad ese fin de semana. Pero Milagros sólo respondió que no podía asistir al concierto y aunque sus amigas insistieron, ella sólo dijo que no. El almuerzo enfrente de ella le provocó un deseo de vomitar, así que salió corriendo hacia el baño para vomitar y junto con el vómito, una sensación de cansancio recorrió su cuerpo, haciéndola sentir muy mal. Al terminar de descargar los fluidos provenientes de su estómago, se paró enfrente del espejo, se limpió el rostro y supo que algo malo ocurría en ella, pero aunque se sentía mal de salud, no se sentía segura de hablar con su madre y mucho menos con su padre, ya que ella pensaba que los síntomas que habían invadido su cuerpo eran provocados por el estrés que había invadido su hogar. De camino al salón de clases pasó por la estación de enfermería de su colegio y con mucho valor se dirigió a la joven enfermera, quien muy dispuesta la recibió. A puerta cerrada, Milagros le explicó sus síntomas junto con lo que ocurría en su hogar, la joven enfermera, luego de escuchar a Milagros, le hizo unas simples pero importantes preguntas:

—¿Eres activa sexualmente? ¿Cuándo fue tu última menstruación? ¿Desde cuándo comenzaron los síntomas?

La enfermera guardó silencio y luego de analizar las respuestas junto con los síntomas, le recomendó que hablara con sus padres y se realizara una prueba de embarazo, a lo que Mili respondió: «No puedo hablar con mis padres, usted no conoce a mi padre, él me mataría de sólo mencionárselo».

La enfermera cerró el porfolio en donde anotaba todo lo que hablaba con Milagros, se le acercó y le comentó:

—¿Sabes?, yo pasé por algo similar cuando era joven y tuve mucho miedo, pero gracias a la vida, mi familia no me dio la espalda. No fue fácil, pero mientras vayas creciendo, notarás que nada en la vida lo es. Mi deber como enfermera es notificar a tus padres, pero me haré de la vista ciega y dejaré en tus manos cómo comunicarte con tus padres.

La enfermera buscó

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