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Conexiones peligrosas
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Libro electrónico259 páginas12 horas

Conexiones peligrosas

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La joven Mercedes, recién ascendida a jefa del departamento de tanatología del hospital más importante de Chile, y Matías, un neófito periodista ávido de la exclusiva que de un giro a su carrera, se ven envueltos, sin esperarlo, en un caso sórdido de venganza contra los políticos más importantes del país. Al mismo tiempo, la comisaria Gómez y su equipo de detectives buscan las claves con las que desentrañar el misterioso asesinato de la hija del ministro del Interior. Muy pronto, las deshilachadas hebras de esta oscura trama irán urdiéndose, y no necesariamente de la manera más esperada.
Conexiones peligrosas es una novela policiaca de suspense que profundiza en las entrañas más escabrosas de la corrupción y la perversión de las altas esferas chilenas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 may 2021
ISBN9788418397547
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    Conexiones peligrosas - Michelle Mattheos

    La joven Mercedes, recién ascendida a jefa del departamento de tanatología del hospital más importante de Chile, y Matías, un neófito periodista ávido de la exclusiva que de un giro a su carrera, se ven envueltos, sin esperarlo, en un caso sórdido de venganza contra los políticos más importantes del país. Al mismo tiempo, la comisaria Gómez y su equipo de detectives buscan las claves con las que desentrañar el misterioso asesinato de la hija del ministro del Interior. Muy pronto, las deshilachadas hebras de esta oscura trama irán urdiéndose, y no necesariamente de la manera más esperada.

    Conexiones peligrosas es una novela policiaca de suspense que profundiza en las entrañas más escabrosas de la corrupción y la perversión de las altas esferas chilenas.

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    Conexiones peligrosas

    Michelle Mattheos

    www.edicionesoblicuas.com

    Conexiones peligrosas

    © 2021, Michelle Mattheos

    © 2021, Ediciones Oblicuas

    EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

    08870 Sitges (Barcelona)

    info@edicionesoblicuas.com

    ISBN edición ebook: 978-84-18397-54-7

    ISBN edición papel: 978-84-18397-53-0

    Primera edición: mayo de 2021

    Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

    Ilustración de cubierta: Héctor Gomila

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

    www.edicionesoblicuas.com

    Contenido

    I. El despertar

    II. 3,2,1 caos

    III. La sombra

    Epílogo

    La autora

    Para Bely y Francisca, así somos, las amo mucho.

    Donde quiera que estés, Pipitito, serás siempre nuestro Cocó.

    I. El despertar

    17 de diciembre

    En una oscura carretera secundaria, a una suave velocidad, circulaba el Audi blanco de última generación de una hermosa joven que conducía relajada luego de terminar su semana de clases en la universidad. Se dirigía hacia la residencia de verano de sus padres. El camino desde Santiago a Limache por la ruta 68 era fácil y rápido. La parcela estaba ubicada a unos ciento veinte kilómetros de la capital, en medio del campo, con una laguna privada y el suficiente espacio para salir a cabalgar en los faldeos del cerro sembrado de viñas. Por supuesto que valía la pena ir, aun cuando fuera tarde y se sintiera cansada; la semana de exámenes del último año en la universidad había sido fatal. Abrió la ventana para que entrara el aire tibio que se colaba. Le recordó a esas noches cálidas y felices de verano, de cuando tuvo la edad suficiente para tomar el coche. Su padre, a pesar de lo ocupado que siempre estaba con la política, se había esforzado en enseñarle a conducir; aunque su hermano mayor ya llevaba varios meses dándole clases en secreto. Esa sensación única de libertad que le brindaba estar a cargo del volante, el sonido del motor, la sincronización de los cambios y la música que podía disfrutar a gusto eran perfectos en ese pequeño cubículo. «Una noche más de vuelta a casa», pensó. El camino estaba tranquilo como siempre, uno que otro coche pasaban en dirección contraria, el cielo estaba estrellado, pronto comenzarían los exquisitos calores de enero, pensó en la playa y en su íntimo grupo de amigos, decidió que este año pasaría los dos meses de las vacaciones en Cachagua, algo relajado, un plan de desconexión total, estaba harta de las fiestas, los excesos de la ciudad y la gente tóxica.

    De pronto, unas luces la cegaron desde el exterior.

    Observó por el retrovisor una enorme camioneta que salía intempestivamente desde un camino lateral, pegándose a la parte de atrás de su auto. Miro de reojo el reloj y se percató que eran las nueve y media, le pareció tan extraña y agresiva la actitud del conductor, pero no podía distinguir nada a través de los vidrios tintados de la camioneta. Decidió disminuir la velocidad para dejarlo pasar, pero, por el contrario, esa masa negra y amenazante se le pego aún más. Desaceleró y bajó el cambio, quería salir de golpe con fuerza y rapidez. Ya había pasado las últimas señales, estaba pronta a su salida hacia Limache. El camino seguro a casa. No colocó el indicador y salió de la misma forma imprudente en que esa extraña camioneta había ingresado al camino.

    Respiró aliviada.

    Al ver por el espejo que el vehículo seguía recto por la carretera a toda velocidad, despejó su mente de malos pensamientos, relajó los músculos y luego de veinte minutos arribó a la entrada de la gran parcela. Puso las luces de estacionamiento y se detuvo en un costado del camino, allí ya no había ningún peligro, estaba en casa. Buscó el control remoto del portón en su cartera, pero de pronto en un milisegundo algo destelló en su vista periférica. Un rayo de luz y esa extraña sensación de maldad que la había acechado antes. Aquella monstruosa camioneta se le venía encima de golpe, trató de acelerar, pero no estaba pasado el cambio. Pudo sentir el ruido de los fierros retorciéndose bajo el estruendo, para ella todo su mundo se detuvo.

    A medida que se adentraba en el pasillo del segundo subterráneo del hospital, comenzaba a sentir el cosquilleo en la nariz, ese inconfundible aroma a descomposición penetrante que emitía el cuerpo humano, la temperatura bajaba drásticamente poniendo los pelos de punta. A ella no le importaba, ni el olor, ni el frío, estaba orgullosa de lo que había logrado en tan pocos meses, esta era su única y verdadera oportunidad para ascender en el entorno machista y clasista de los servicios públicos. Ser la segunda al mando en el área de tanatología era el honor más grande que una recién egresada de medicina podía tener. La verdad es que era la ayudante del viejo más cascarrabias y con menos paciencia que un ser humano podía soportar, pero al menos le enseñaba todo lo que sabía, y ese hombre era como una enciclopedia. En ninguna de las clases de la universidad los profesores hablaban de manera tan detalla de huesos, tejidos, músculos, enfermedades y tipos de cuerpo. Había aprendido más en estos últimos veinte meses con él que en sus seis años de estudio profundo y detallado de lo teórico. Claro que nadie en su sano juicio quería tener que ver con ese viejo gruñón con nulo sentido del humor. Las «bodegas», como él solía decirle al Servicio Médico Legal (SML) del hospital general, eran como su segundo hogar, en realidad eran su segundo hogar, pasaba más horas ahí que en ningún otro sitio. Como hoy, cuando Mercedes venía al segundo turno, el de la noche; de seguro que el viejo se había pasado todo el día allí sin levantar cabeza y se pensaba pasar toda la noche trabajando. Cuando el viejo conversaba, lo cual no hacía muy seguido, tenía una apariencia algo siniestra, a veces ella sentía que se mimetizaba con el lugar, aunque sabía que, en el fondo, debajo de esa coraza impenetrable, había algo bueno, o al menos eso le gustaba pensar. Era detallista en su trabajo y jamás dejaba nada al azar, discutía de forma mordaz si le faltaba información y le prestaba una atención minuciosa a los detalles más insignificantes. «Pueden cambiar lo que suponemos de su muerte», solía decir. Le había enseñado lo suficiente como para interesarla en la ciencia investigativa y dejar de pensar en pertenecer a otras áreas más rimbombantes del hospital.

    El viejo apenas levantó la vista cuando ella entró en la sala, refunfuñó unas palabras inentendibles para luego soltar la retahíla de cosas que le molestaba el día de hoy.

    —La espalda me mata, este maldito brazo no deja de dar dolor.

    Le hizo una seña mostrando sus articulaciones. Ella solo le sonrió y movió la cabeza en señal de saludo

    —Me han informado que pronto llegará el cuerpo de una chica y esto sí que esta jodido. —Le señaló con la cabeza una pila de documentos que estaban en la orilla de la mesa.

    —Pedro, no existe nada que no puedas resolver, es por eso que todos te buscan y quieren tu opinión. —Ella se movía con tino ordenando los documentos.

    —Sabes ¿quién llamo? —No le dio tiempo a contestar—. Pues el propio ministro del Interior. —Soltó un suspiro, algo no andaba bien.

    Ella dejó lo que estaba haciendo y le colocó toda su atención.

    —¿Y quién es la chica? —dijo un poco preocupada.

    Nunca antes lo había visto así, el semblante estaba tenso, hasta parecía que tenía menos arrugas que antes.

    —Es su hija —dijo con profundo hastío.

    La sala se sintió más fría que de costumbre, si es que eso era posible. Mercedes ya había visto antes casos así de importantes, traían consigo un montón de horas extras y poca sensibilidad para los demás muertos.

    —¿Y sabes qué le ocurrió? —Pedro movió la cabeza y suspiró muy fuerte.

    —La chica estaba en un barril sumergida en agua con petróleo, ¿tú sabes lo que eso significa?

    —Que no existen huellas —dijo mirando a ninguna parte. Se acercó a la silla y se sentó, la cosa se veía complicada.

    —Ninguna niña de veintitrés años tiene un enemigo acérrimo. Esto va en contra de su padre. —Ambos se miraron. El viejo se apoyó en la punta de la mesa y soltó otro largo suspiro.

    El paso de las horas no hacía ver mejor las cosas para la Comisaria E. Gómez, después de veinticinco años en la PDI (policía de investigaciones) nada como esto había sucedido en este país. Chile era y seguía siendo como a ella le gustaba siempre decir: «Un paraíso en calma». Es verdad que siempre había problemas, revueltas, crisis sociales, amenazas y otro sinfín de cosas que podrían llamarse tranquilas, que se podían controlar con un llamado telefónico, una visita de cortesía a las personas correctas; siempre había un hilo de donde tirar y una puerta para cerrar. Pero en cuanto a asesinos y locos de remate que seguían al pie de la letra alguna religión, voces del más allá o la mierda que tenían en la cabeza, nunca aparecían. Pero por lo visto una vez cada treinta años había uno en este pequeño y lejano país; y que hiciera su debut el día en que estaba de turno, con la hija del ministro del Interior como víctima, faltando tan poco para su jubilación, la colocó de un visible mal humor. Además, se acercaba Navidad, los días más religiosos e importantes para su familia, y ella no iba a tener un minuto de tranquilidad para planificar su religiosa semana.

    El lugar donde se había aparecido el cuerpo de la joven era un exquisito desastre, como todo en Chile, en medio de la losa de una bencinera en la ruta 60 hacia Limache. Unos tipos habían llegado en dos enormes camionetas todo terreno. La primera de ellas se había ido contra la pequeña tienda de suministros quebrando sus vidrios y provocando el caos. Los dependientes pensaron que se trataba de un robo al cajero automático, eso los distrajo y los obligó a esconderse, mientras tanto la segunda camioneta había arrojado un tanque de petróleo en medio del asfalto, todo fue muy rápido y quedó registrado en las cámaras de seguridad, las cuales en cuanto a calidad no prestaban demasiada ayudaba. Cuando el barullo pasó, el personal salió desde su escondite, uno de ellos llamó a la policía y otro se aventuró con el tambor que se encontraba volcado, desde allí se filtraba un líquido que no pudieron determinar y que finalmente resulto ser petróleo. Forcejearon un rato hasta que lo abrieron, lo primero que asomo fue la cabeza de la muchacha. Pensaron que la chica podía estar viva, así que deslizaron el cuerpo desde el interior y le practicaron primeros auxilios, pero eso no era lo peor, lo terrible es que algún descerebrado le había hecho unas fotos que ya circulaban en internet, las redes sociales, videos, y pronto llegarían a las noticias. A la comisaria no le quedó más que amenazarlo con cárcel para que le entregará todo el material, los técnicos informáticos ya trabajan en la red para bajar las fotos y saber cuántos podían haber copiado la información.

    —Gómez, qué gusto verte por aquí. ¿Qué extraño que no estés rezando?

    Pérez, uno de los recién ascendidos a comisario que había sido trasladado a la quinta región, tenía la costumbre de comportarse como un verdadero idiota machista.

    —No te hagas el chistoso, Pérez, si tú eres un maldito ateo. Eres el que se irá directo al infierno. —Pérez le hizo un gesto con la boca imitándola.

    —Me disculpo si soy un insensible, solo quería relajar un poco el ambiente, el caso te lo han asignado a ti, a pesar de que está en mi zona. Si necesitas de mis conocimientos, ya sabes dónde encontrarme. Deseo que tengas un excelente turno —dijo con sorna en un tono cínico.

    La comisaria lo observó con una frialdad que congelaba hasta los pensamientos y se prometió a sí misma rezar con vehemencia para que le cayera una roca gigante y que Dios le diera una señal de conformidad por lo mal que se sentiría después.

    —Debe de ser porque soy la comisaria más competente de Chile.

    Pérez solo se giró un poco, deteniendo su marcha, esas palabras eran tan ciertas que le carcomían por dentro. Dio un respingo y siguió su camino.

    —¡Carreño! Vamos, infórmame qué dice nuestro forense.

    El hombre bajito y serio sacó una pequeña libreta, se acercó a la comisaría y comenzó un conteo de sus apuntes.

    —El forense ha determinado que hay uno o más involucrados; en el cuerpo se encuentran marcas y signos que no coinciden. Ha expresado que no quiere aventurarse con conjeturas. De lo que sí está seguro es que el lugar del asesinato no ha sido aquí. El cuerpo será trasladado hasta el hospital general de inmediato.

    —¿Ya hablaste con ese viejo cascarrabias? —dijo ella entornando los ojos.

    —Sí, comisaria.

    —¿Y qué dijo? —Carreño la observó un poco dubitativo, pero finalmente habló.

    —Bueno, al principio dijo que tenía demasiado trabajo, le explique qué usted estaba a cargo de la investigación. Maldijo y creo que lo meditó un poco. Luego me indicó que tenía a una muchacha y que ella estaría a cargo del caso. —La comisaria se dio la vuelta y abrió los ojos como platos.

    —¿Una aprendiz? De dónde habrá sacado el viejo a una aprendiz, a ese no lo quiere ni su cama —dijo más para sí misma que para los que la rodeaban.

    —No lo sé, comisaria, pero ha accedido a darle urgencia.

    —Infórmale que mañana a mediodía estaré ahí, que quiero respuestas y que las quiero por parte de él —dijo con autoridad.

    El hombre bajito se quedó quieto en el mismo lugar, dudaba si hablar, pero soltó un suspiro y con ello las palabras.

    —El Mayor de Carabineros necesita hablar con usted. —Ella respiró resignada. Había olvidado cuánto odiaba los trámites burocráticos.

    —¿Y ese que quiere?

    —Dice que como ellos llegaron primero, también tienen derecho a investigar, que la LABOCAR viene en camino. A menos que usted levante un acta formal y les quite la responsabilidad. —Carreño se quedó observando a la comisaria en busca de su respuesta.

    —Dile que en cinco minutos lo veré.

    No sería necesario involucrar a los carabineros a pesar de que eran muy competentes, ella no podía traspasarles la investigación, ni dejar que se inmiscuyeran, ya que esto traería consecuencias políticas y hasta de repercusión nacional.

    El trabajo en las bodegas a veces se hacía tedioso y repetitivo. Mercedes ya no podía sentir la misma empatía por el ser humano, no después de ver las atrocidades que se provocaban los unos a los otros. Prefería concentrarse en la felicidad que le daban sus hijas, pero el trabajo era tan necesario como el mal comer todos los días, otro habito que solo había relegado para las mañanas y las noches. Puesto que después de un turno de diseccionar y cortar cuerpos no era demasiado agradable sentarse a engullir con apetito. Desde que el viejo le había indicado lo que se avecinaba, su humor había cambiado, se encontraba distraída.

    —Pásame el escalpelo. —Ella dudó un segundo, hasta que el viejo le gritó un número

    —¡Cuatro! —Soltó un suspiro y movió la cabeza en señal de hastío.

    —¿Cuántas veces hemos hecho el mismo procedimiento? —dijo el viejo cortando la piel del cuerpo que tenía enfrente de forma precisa.

    —Al menos doscientos cincuenta veces —contestó en voz baja y con los dedos de los pies recogidos por los nervios.

    No quería volver a equivocarse, sentía una rabia que la carcomía por dentro, pero no podía dejar que el viejo se diera cuenta.

    —Ya, mira, ves esa pequeña marca que tiene el corazón —dijo mientras le señalaba una arteria que no concordaba con las que estaban alrededor, puesto que había explotado desde dentro—. ¿Qué tenemos aquí? —dijo señalando la punta de la arteria rota.

    —Un tapón de grasa —contestó con orgullo.

    —Bien, Mechi. —Fue una de las únicas ocasiones en que la llamó por el apodo cariñoso que le habían puesto los médicos del hospital.

    —Pedro, no es que quiera decirte cómo hacer tu pega, pero ¿no deberíamos ponernos a trabajar con el cuerpo de la hija del…? Tú ya sabes.

    El cuerpo de la chiquilla había llegado a la bodega y no quería presionarlo, sabía que el viejo era especial en cuanto a sus prioridades.

    —¿Sabes qué Mercedes? —dijo con seriedad dejando los implementos, sacándose la mascarilla y tapando el cuerpo que estaba sobre la mesa. Ella lo miró atónita, nunca había dejado algo a medias—. Estoy enfermo, muy enfermo, siempre me jodieron con que buscara un reemplazo, una y otra vez, pero ninguno era digno de tener mi lugar, nadie nunca me agradó, nadie cumplió con mis expectativas, nadie sabe lo que significa estar en mi lugar, este puesto no es para cualquier idiota salido de una universidad con excelentes calificaciones, es para alguien que siente pasión por ayudar, por investigar.

    Ella seguía escuchando, pero no oía solo, repetía en su cabeza ¿enfermedad? ¿Está enfermo de qué?

    —Hasta que llegaste tú. Por tanto, desde hoy tomarás el control de las bodegas. Esto va estar en buenas manos, tus manos. —El viejo se lo soltó así sin más.

    Aquella noticia la dejó sin aliento; en todo caso no era de extrañar, él siempre actuaba así, ya fuese para dar buenas o malas noticias, nunca preparaba el ambiente, simplemente llegaba y lo lanzaba.

    —¿De qué estás enfermo, qué es lo que tienes?

    Los ojos se le llenaron de lágrimas, la garganta se le cerró; imaginarse no tener más al viejo le provocaba una increíble angustia.

    —¿Eso fue lo único que escuchaste? ¡Dios mío! —y soltó una larga y sonora carcajada que retumbó en el pasillo oscuro.

    Por un lado, se alegró de hacerlo reír, pero por otro lado pensaba solo en ella y en las responsabilidades que tendría al hacer algo así sola, no estaba segura de ser capaz.

    —Tengo un puto cáncer que ya no me deja trabajar en paz. Me duelen los huesos, casi no me alimento y solo quiero estar acostado y ver un poco de la puta televisión. En el fondo, Mercedes, quiero descansar, este cuerpo ya no me acompaña.

    Ella lo miraba con sorpresa y él le devolvía la mirada con verdadera compasión.

    —Sí, es la respuesta para esa pregunta que te da vueltas. Está avanzado y es terminal, es todo lo que necesitas saber —dijo con sequedad.

    A ella le pareció que el ambiente era como si un hielo hubiera invadido cada uno de sus huesos.

    —Ahora te harás cargo de la investigación de la joven; estoy harto de que me respiren en la nuca. Tú ya sabes cómo son las cosas por aquí. A partir de este momento asumirás el mando. Lo he hablado con la dirección del hospital y están de acuerdo, te tienen toda la confianza. Así que toma este lugar, eres su dueña, aquí tu palabra es ley.

    —¿Ya no voy a verte más? —Disimuladamente trató de secarse las lágrimas.

    No quería demostrar debilidad; si le estaba dando esa responsabilidad y una confianza única con el trabajo que el viejo consideraba como su mayor logro en la vida, no podía quedar como una sentimentalista.

    —Cuando tengas algo importante que decirme, sabes dónde vivo, estaré feliz de recibirte. —Y así sin más.

    Como si fuera un día normal se sacó la bata, tomo su roñoso maletín para salir igual que siempre, sin despedirse. Cuando los pasos del viejo ya no se escucharon más y todo quedó en silencio, Mercedes se permitió un momento de debilidad, lloró hasta que se le secó la garganta, maldijo al viejo en voz alta con todas las groserías que pudo recordar, pero a la vez le agradeció la oportunidad y la confianza. Fue al lavamanos, se mojó la cara, tomó agua fresca, respiró profundo, dio la media vuelta para ponerse

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