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Intolerancia absoluta
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Libro electrónico251 páginas3 horas

Intolerancia absoluta

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Información de este libro electrónico

La homofobia se vuelve mortal cuando un asesino en serie ataca en esta excelente nueva novela de suspenso legal.

El abogado Brent Marks aboga por un caso de matrimonio de una pareja gay. Luego de obtener la victoria, la pareja es encontrada brutalmente asesinada pasando a convertirse en las primeras víctimas de un infame asesino en serie, cuyos blancos son parejas homosexuales. Toda la evidencia apunta a un fanático religioso que ha hablado abiertamente en contra del matrimonio gay y que le pide a Brent que lo defienda. ¿Podrá Brent resolverse a defender al único sospechoso del caso a quien la policía considera responsable? En un terreno donde la ética y la tolerancia chocan, Brent deberá resolver los asesinatos para armar una defensa viable, lo que lo llevará a él y a su equipo directamente a la senda del asesino.

Elogios de la crítica

“Kenneth Eade es uno de nuestros escritores de thrillers más sólidos y el hecho de que extrae sus historias del panorama filosófico contemporáneo es un gran mérito suyo”. Grady Harp, Amazon Hall of Fame, Top 100 y Vine Voice.

“Intolerancia absoluta está llena de emocionantes giros inesperados, pero su verdadera sorpresa reside en la inesperada conclusión que resume con esmero los eventos sin tomar un camino predecible. Esto la convierte en una joya para los lectores de misterios y dramas legales acostumbrados a pistas que llevan a una sola dirección. Sin dar más detalles, baste decir que Intolerancia absoluta da que pensar de principio a fin y es una historia irresistible impulsada por asuntos sobre la religión y las libertades civiles de los gais”. Midwest Book Review. 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2021
ISBN9781507149614
Intolerancia absoluta
Autor

Kenneth Eade

Kenneth Eade is an American author known for his legal and political thrillers. Born and raised in Los Angeles, California, Eade graduated from the University of California, Northridge with a Bachelor of Arts. He then attended Southwestern Law School where he earned his Juris Doctor (J.D.) degree. After practicing law for thirty years, Eade turned his attention to writing. He published his first novel, "An Involuntary Spy," in 2013, which introduced readers to his signature blend of drama and political intrigue. The book received critical acclaim and was followed by a series of 20 successful novels, including the Brent Marks Legal Series (including "Predatory Kill," "A Patriot's Act," and "Unreasonable Force") and the Paladine Political Thriller Series (including "Paladine" and the award-winning "Traffick Stop"). Eade's novels often tackle controversial issues such as government surveillance, environmental pollution, and corporate malfeasance. His stories are grounded in his extensive knowledge of law and politics, and he is known for his meticulous research and attention to detail. In addition to his work as an author, Eade has been involved in various legal and political causes throughout his career. He has advocated for criminal justice reform and environmental protection, and has worked to raise awareness about issues such as police brutality and government corruption. Eade's books have been translated into several languages and have been optioned for film and television adaptations. He has received numerous accolades for his writing, including the prestigious RONE Award in 2017, Best Legal Thriller from Beverly Hills Book Awards (2015), and a two-time winner of the Reader's Favorite Awards in 2016 and 2017. He continues to write and publish new works, and is widely regarded as one of the top legal thriller writers of his generation. In the environmental arena, he is the author of the non-fiction works, “Bless the Bees” and “Dr. Gutman’s Microbiome Secrets.”

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    Intolerancia absoluta - Kenneth Eade

    PRÓLOGO

    Susan Fredericks estacionó su automóvil en la entrada del número 12600 de Foothill Road y abrió el maletero. Al abrir la puerta del lado del conductor, enseguida la envolvió el dulce olor a jazmín del jardín de hierbas de su hermano. Todo estaba tan callado que podía escuchar el zumbido de las abejas de flor en flor buscando alimento y el ruido ocasional de un auto en Foothill, que estaba menos ajetreada de lo normal esa temprana tarde de domingo.

    La propiedad estaba aislada. Era lo que más les gustaba a su hermano Jim y a su cuñado, Ron. Demasiado aislada. Debo habérselo dicho miles de veces. La entrada terminaba en el garaje independiente a más de cien metros de la carretera, y la pequeña casa se encontraba incluso más lejos.

    De sus tres hermanos, Jim era el más cercano. Siempre había sido distinto, pero Susan nunca había tenido problema con eso, a diferencia de sus otros dos hermanos. La madre se había adaptado con facilidad. Sabía que no era como los otros chicos. Pero, lamentablemente, al padre le costó más aceptar cómo era Jim. Ambos habrían estado orgullosos de ver en lo que se había convertido: un empresario de Internet muy exitoso.

    Susan se colgó la cartera en el brazo para poder usar ambas manos y sacar las tres bolsas plásticas llenas de regalos del maletero. Desafortunadamente no había podido asistir a la boda, pero Jim y Ron habían planeado una gran recepción para ese fin de semana. Ella había volado desde Kansas City especialmente para la ocasión y había dedicado tiempo a juntar regalos que pensaba que le darían un toque hogareño a la casa.

    Mientras caminaba por el sendero hacia la puerta principal entre varas rosadas, blancas y morado rojizas, y el aroma cambiaba al dulce olor de las rosas, sintió una sensación de inquietud en el estómago. Algo no estaba bien. ¿Tengo todo? ¿Cerré el auto con seguro? Hurgó en la cartera y sacó las llaves, se volvió hacia el auto y pulsó el botón de seguro en el control remoto. El parpadeo de las luces y el sonido de la bocina le aseguraron que sí estaba cerrado con llave.

    Frente a la puerta, Susan extendió el índice de la mano derecha, a través de los asideros de dos bolsas, para tocar el timbre, pero no lo escuchó sonar. Tocó a la puerta y al hacerlo esta se movió con un chirrido. Estaba abierta. Jim siempre deja la puerta abierta. ¿No se preocupa por la seguridad? Bueno, tal vez ya desayunaron y están afuera pasando el rato.

    Miró hacia las hileras del jardín para confirmar que sus sospechas eran correctas. Probablemente están en la parte trasera. Voy a entrar.

    El interior estaba incluso más silencioso que los alrededores. Susan entró en el vestíbulo.

    –¿Hola? –dijo.

    No hubo respuesta.

    –¿Hola? –dijo por segunda vez, un poco más fuerte, mientras se acercaba a la entrada de la sala, un poco asustada por el silencio, especialmente porque habían dejado la puerta de la entrada abierta.

    De repente notó la escritura en lo que parecía pintura roja, letras que se escurrían a través de la pared color marfil entre el óleo de Chagall y el boceto de Picasso de Jim y Ron. Decía: DIOS ODIA A LOS MARICONES.

    Susan comenzó a temblar.

    –¿Jim? ¿Ron? ¿Están aquí?

    Llena de pánico entró corriendo a la sala, tomó aire para llamarlos otra vez y exhaló un alarido al tiempo que dejaba caer las bolsas. En frente de ella había dos cuerpos. Al principio, parecían maniquíes bañados en aceite y luego en pintura roja. Estaban desvestidos y ubicados en el suelo en posición de yin-yang, rodeados de un gran charco de sangre. Habían sido colocados en frente de la ventana panorámica desde donde se podía ver el jardín trasero, la piscina, más allá la ciudad de Santa Bárbara enclavada en el valle y a lo lejos el mar. Allá afuera el ajetreo, los sueños y las decepciones de la vida continuaban. Aquí adentro, habían cesado.

    Susan hizo un esfuerzo para adivinar sus rostros y trató de acercarse, pero no pudo. Había cortes sangrientos en los cuerpos. No podía distinguir quién era Ron o quién era Jim. ¡Oh, Dios mío! ¡Tienen que ser ellos! Los ojos se le nublaron de llanto y lágrimas manchadas de rímel cayeron en cascadas sobre sus mejillas. Los dos cuerpos tenían que ser los de Jim y Ron y era obvio que ambos estaban muertos.

    Susan sintió flaquear sus rodillas y las piernas le temblaron. Quería dejarse caer, pero a la vez sentía la urgencia de salir corriendo de allí. La conmoción y el dolor eran abrumadores, pero más poderosa era su necesidad de huir. ¿Estará el asesino todavía en la casa? No se quedó para averiguarlo. En vez de eso, se dio media vuelta y corrió dejando las bolsas adonde las había soltado y llevándose solo su cartera, que todavía llevaba colgada del codo. Llamaría al número de emergencias tan pronto como estuviera lo más lejos posible de la casa.

    CAPÍTULO UNO

    Brent Marks estaba sentado con sus clientes, James Fredericks y Ronald Bennett,  en la segunda fila de la sala de audiencias esperando a que su caso fuera llamado, con los pensamientos descontrolados por el aburrimiento. Además no podía evitar sentirse un poco intimidado, no porque estuviera sentado entre dos hombres homosexuales (lo que podría incomodar a algunos), sino porque iban vestidos mucho mejor que él. Y ninguno de los dos parecía tener la incipiente llanta alrededor de la cintura con la que Brent había estado luchando en el gimnasio durante los últimos tres años. Era embarazoso. La gente pensaría que Brent era el desaliñado cliente que había venido a la corte con sus dos apuestos abogados, en vez de lo contrario. Su traje Cerutti marrón de tres años no estaba a la altura del traje Versace nuevo, almidonado y pulcro que llevaba Ron, ni siquiera estaba en la misma liga del impecable y estilizado Armani de Jim. Brent nunca entendería cómo un hombre podía sentirse atraído hacia otro hombre, pero sí sabía una cosa: sus dos clientes tenían buen gusto y siempre estaban en forma. Tomó nota mentalmente de pedirle a uno de sus amigos gais que fuera de compras con él la próxima vez en vez de su novia, Angela. Ella siempre parecía bien vestida, pero las agentes del FBI como ella no eran conocidas por el sentido de la moda de sus parejas. Tal vez podría conseguir un entrenador gay en el gimnasio que me ayude a deshacerme de estas libras de más.

    Estaban en el terreno sagrado de la corte federal ubicada en el 312 de la calle N. Spring, un antiguo edificio estilo art déco que albergaba a algunos de los hombres y mujeres más brillantes en la magistratura. El interior del juzgado era todo de mármol y madera oscura. Brent y sus clientes estaban sentados en bancos de madera que lucían más como bancos de iglesia que como simples asientos.

    La sala estaba llena de gente; algunos eran abogados, pero la mayoría eran reporteros que esperaban ansiosamente el dictamen de la jueza Beverly Sterling sobre la petición de Brent de un fallo sumario. Brent sabía que era bastante improbable. Un caso similar que impugnaba la Proposición 8 de California ya había sido apelado y estaba esperando resolución en la Corte Suprema de los Estados Unidos. Pero cada caso es diferente y tiene vida propia. Hasta los momentos no había habido fallo en el caso de Brent para detener la locomotora, así que estaba resuelto a verla llegar de manera segura a la estación.

    Este era el tipo de caso que le resultaba atractivo, donde podía iluminar el sendero de los derechos civiles y encender una antorcha por la tolerancia. En sus primeros tiempos como abogado, no tuvo tanta suerte, tomaba cualquier caso que pudiera para mantener la oficina abierta. Pero ahora, con más de 25 años de práctica en su haber, podía concentrarse en casos que realmente tenían valor: derechos civiles, derechos de los consumidores, abusos gubernamentales... casos que eran algo más que un medio para pagar las cuentas.

    La jueza Sterling salió de su despacho a las nueve en punto. Exigía puntualidad de todo el que  comparecía en su sala de audiencias y aplicaba la misma regla a sí misma. Medía menos de metro y medio, y al caminar a grandes zancadas hacia el estrado con su voluminosa toga negra parecía más bien una niña con un disfraz de Halloween o tal vez la hija de la jueza. Pidió orden en la corte, bajando la voz en un intento de sonar más autoritaria, lo cual no funcionó debido a su tono nasal, y organizó todo el calendario de peticiones, dejando de último el caso de Brent.

    –El asunto número siete en el calendario de hoy es el caso de Fredericks y Bennet v. el condado de Santa Bárbara. Licenciado, por favor exponga su comparecencia.

    Brent se puso de pie, atravesó la sala de paneles de madera, y se detuvo frente al micrófono en la mesa de abogados más cercana a la tribuna del jurado.

    –Brent Marks compareciendo en nombre de los demandantes, Su Señoría.

    El oponente de Brent, Ted Penner, se adelantó hasta la mesa opuesta, se aclaró la garganta y anunció su comparecencia ante el micrófono.

    –Ted Penner por el interventor, MarriageProtect.com

    Ted tenía un aspecto demasiado serio, como si el caso fuera tan importante para él como lo era para Jim y Ron. Ted creía que el matrimonio no era solo una relación legal, sino un sacramento sagrado decretado por Dios, y que este sacramento sería manchado por los matrimonios del mismo sexo. El cliente de Ted había concebido la Proposición 8 en California contra el matrimonio gay, que había sido la iniciativa ciudadana con el mayor apoyo de las bases en la historia de Estados Unidos. La homofobia estaba viva y coleando en América.

    La jueza Sterling trataba de compensar por la falta de una voz poderosa con una actitud seria, que marcaba frunciendo el ceño mientras observaba a ambos abogados con las pupilas oscuras sobre sus anteojos de media luna, como si fuera el sargento instructor inspeccionando un nuevo grupo de reclutas en el campo de entrenamiento.

    –Entiendo que el condado de Santa Bárbara, el estado de California y el Gobernador han rehusado participar en esta demanda como partes acusadoras.

    Brent se puso de pie para dirigirse a la corte, como es requerido en un procedimiento federal, y aprovechó la ventana que le había dejado abierta la jueza Sterling.

    –Eso es correcto, Su Señoría. El estado de California piensa, como yo, que la Proposición 8 es inconstitucional.

    –Sr. Marks, entiendo también que su solicitud de una orden judicial para obligar al secretario del condado de Santa Bárbara a expedir un certificado de matrimonio a sus clientes está basada en el caso Hollingsworth v. Perry, ¿es correcto?

    –Sí y no, Su Señoría.

    –Esa no es exactamente una respuesta inequívoca, Sr. Marks. ¿Cuál es? ¿Sí o no? Los jueces federales serían terribles doctores. ¿Para qué molestarse con ese tratamiento? Igual va a morir y necesitamos la cama.

    –La petición de mis clientes está basada en los mismos principios que el Circuito Nueve presentó en Hollingsworth v. Perry, tales como la misma protección bajo el amparo de las leyes y un debido proceso; pero también, según lo que establece la ley de California actualmente, las parejas del mismo sexo ya gozan de todos los derechos que tienen las parejas de distintos sexos de acuerdo a la ley antes de la Proposición 8, la cual le niega a mis clientes el derecho a designar su relación como matrimonio.

    –¿No es eso lo que dijo el Circuito Nueve en su fallo en el caso de Hollingsworth?

    –Sí, Su Señoría.

    –Entonces, ¿por qué no debería esta corte aplazar este proceso hasta que el fallo de Hollingsworth haya sido considerado por la Corte Suprema de los Estados Unidos?

    –Su Señoría, mis clientes son distintos de las partes involucradas en el caso Hollingsworth, y tienen derecho a que su caso sea considerado por sus propios méritos. Obviamente, no se la está tragando. Pero nunca se sabe. Algunas veces te hacen una pregunta para confundirte.

    –Sr. Penner, ¿qué opina al respecto?

    Penner se levantó nervioso y habló muy rápido.

    –Su Señoría, los asuntos en este caso son idénticos a aquellos en Hollingsworth. Si la corte fallara a favor de los demandantes en este caso y se les emitiera un certificado de matrimonio, y luego el fallo del Circuito Nueve en el caso Hollingsworth fuera anulado por la Corte Suprema, cada fallo emitido por esta corte podría ser potencialmente debatible. La Corte Suprema tiene la última palabra en cuanto a la ley de la nación. Como corte creada bajo el Artículo III, esta corte no puede anticipar lo que dictará aquella.

    Sterling levantó las cejas. Eso era exactamente lo que quería escuchar.

    –Estoy de acuerdo con el Sr. Penner, Sr. Marks. Creo que lo mejor es diferir el fallo de su petición hasta que la Corte Suprema tome una decisión en el caso Hollingsworth. El secretario fijará una reunión más adelante para hablar del asunto y entonces veremos si la Corte Suprema se ha pronunciado sobre el tema.

    –Su Señoría... –interrumpió Brent.

    –Sr. Marks, ¿hay alguna razón urgente por la que sus clientes necesiten casarse ahora mismo y no luego de que la Corte Suprema haya tomado su decisión?

    –No, Su Señoría.

    –Entonces este es el mandato de la corte. Gracias a todos.

    La jueza pasó a llamar el siguiente caso y Brent guardó todo en su maletín y se juntó con sus clientes cuando estos salían de la sala de audiencias, abatidos. Brent rechazó con un gesto de la mano las preguntas que le gritaba una multitud de reporteros que se había congregado en el pasillo fuera de la sala de audiencias. Los perdedores dan pésimas conferencias de prensa. Penner, sin embargo, se lanzó al combate ávidamente como si cayera al foso desde un escenario.

    Mientras Brent y sus clientes se alejaban caminando fatigosamente, antes de que siquiera tuviera la oportunidad de consolarlos, Joshua Banks, un predicador, homofóbico, fanático religioso, les cerró el pasó. Brent había tenido problemas con Banks muchas veces en el pasado, al punto que se vio forzado a pedir una orden de alejamiento contra él debido a sus amenazas de muerte. Pero Banks era principalmente un fanático y un charlatán que siempre andaba predicando a quien lo escuchara y a quien no.

    –¡El matrimonio debería ser honrado por todos, y el lecho matrimonial debería ser mantenido puro! –proclamaba Banks, levantando el dedo enfrente de ellos como si estuviera dando un sermón.

    –Hágase a un lado, Sr. Banks. ¿Tengo que sacar otra orden de alejamiento contra usted?

    –¡Los hombres cometieron actos con otros hombres y recibieron el castigo debido por su perversión!

    –¿Quién es ese tipo?

    –Es un loco, James. Ya he lidiado con él antes.

    Banks se apartó y los tres tomaron la escalera para bajar al vestíbulo de la corte.

    –Es un fanático religioso. Parte de un grupo que se opone al matrimonio gay.

    Mientras descendían podían escuchar el eco de Banks

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