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Crimen y castigo: resumen en español moderno
Crimen y castigo: resumen en español moderno
Crimen y castigo: resumen en español moderno
Libro electrónico115 páginas2 horas

Crimen y castigo: resumen en español moderno

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«Crimen y castigo» es la novela psicológica por excelencia debido a que Dostoyevski desarrolló magistralmente los pensamientos y reflexiones de sus personajes y llegó a lo más profundo de sus personalidades. Sin embargo, también suele clasificarse esta obra como realista, por el detalle con que describe la Rusia de mediados del siglo XIX, y como naturalista, ya que propone y responde una hipótesis social: ¿Puede, bajo ciertas circunstancias excepcionales, un hombre sobresaliente cometer un crimen y no obtener su castigo correspondiente? Cualquiera que sea su clasificación, «Crimen y castigo» es indiscutiblemente uno de los más grandes logros de la literatura universal.

La colección Síntesis consiste en resúmenes del canon literario clásico adaptados para la mejor comprensión de los lectores del siglo XXI. Cada libro de la colección incluye una evaluación en línea para el lector y una evaluación de comprensión lectora descargable para el docente; dicha evaluación aborda las competencias interpretativa, argumentativa y propositiva.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2021
ISBN9781005836450
Crimen y castigo: resumen en español moderno
Autor

María de los Ángeles Linares Mendoza

Licenciada en comunicación y letras, especialista en redes sociales y publicidad, editora ocasional, consumidora de arte, lectora y apasionada por la literatura.

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    Crimen y castigo - María de los Ángeles Linares Mendoza

    Capítulo 1

    Una tarde cálida de principios de julio, Raskolnikof salió de la habitación que rentaba. Esta se encontraba en el quinto piso y la patrona del edificio vivía en el de abajo, por lo que, cada vez que salía, era muy común encontrarse con ella. El joven la evitaba porque le debía dinero de la renta y le aterraba toparse con ella, pues esta le reclamaba el pago. Últimamente no se encontraba muy bien, se sentía enfermo, le faltaba el dinero y se aislaba evitando el contacto con otras personas. Cuando finalmente llegó a la calle pensó:

    —¿Cómo es posible que me preocupen esas pequeñeces, teniendo en mente este gran negocio? Aunque… ¿Realmente seré capaz de llevarlo a cabo?

    Las desgastadas ropas que llevaba lo hacían ver como un vagabundo. Sin embargo, quienes transitaban por el barrio no lucían muy diferente a él. Caminaba sumergido en sus pensamientos, cuando escuchó una voz que le gritaba:

    —¡Tú, el de sombrero alemán!

    La voz lo sacó de sus pensamientos y lo aterró. Se dio cuenta de que ese viejo sombrero de copa, sucio y roto, era lo suficientemente notable como para llamar la atención y arruinar su negocio.

    Ese día haría un ensayo del proyecto que tenía en mente. Llegó a un edificio de apartamentos, subió y tocó la puerta de la vieja usurera, Alena Ivanovna. Él le dijo que había llegado un mes atrás y que volvía para empeñar otro objeto a cambio de dinero en efectivo, como la vez pasada. La vieja, de unos sesenta años, lo reconoció y lo invitó a entrar. Raskolnikof sacó de su bolsillo un reloj de plata diciendo:

    —Vengo a empeñar esto.

    —¡Pero si aún no me ha pagado la cantidad que le presté! —contestó ella.

    Al final, logró convencerla de que le prestara dinero por aquel reloj, aunque fuera menos de la cantidad que él quería. Mientras ella entraba a su habitación y buscaba el dinero, él calculaba sus movimientos con los sonidos que escuchaba y observaba detenidamente los detalles del apartamento.

    Al salir, estaba muy angustiado por el proyecto que tenía en mente. No se creía capaz de tener semejante idea. Caminó hasta llegar a una taberna en la que tomó una cerveza mientras se convencía de que sus planes de los últimos días eran solo necedades y, pensando esto, se sintió reconfortado.

    Capítulo 2

    Raskolnikof había pasado el último mes en una profunda soledad, por lo que ahora tenía deseos de convivir con otras personas y se sentía cómodo en la taberna, aunque esta fuera sucia, calurosa y apestosa a alcohol. En especial, llamó su atención un hombre, de unos cincuenta años, que daba la impresión de ser un funcionario retirado, quien también dirigía su mirada al joven hasta que llegó a hablarle:

    —Señor, ¿puedo acercarme a conversar con usted? A pesar de su aspecto, intuyo que es usted un hombre culto. Soy el consejero titular Marmeladof. ¿Puedo preguntar si usted también trabaja en la administración del Estado?

    —No, soy estudiante —contestó Raskolnikof, sorprendido por la forma tan directa en la que el hombre se acercó. A pesar de haber deseado compañía humana hacía un momento, ahora se sentía un poco incómodo.

    El hombre se sentó en la mesa, junto a Raskolnikof, y empezó a conversar sus desventuras con el dinero, su esposa, Catalina Ivanovna, y sus hijos. El tabernero y los muchachos que trabajaban en el lugar se reían de él mientras lo escuchaban. Marmeladof siguió relatando cómo su esposa estaba enferma y que él, para sufrir más, se embriagaba.

    Catalina, la esposa, había recibido una buena educación en su hogar. Era viuda y tenía tres hijos del matrimonio anterior con un oficial de infantería, con quien usualmente comparaba a su esposo actual, haciéndolo sentir mal. Marmeladof también era viudo y tenía una hija; cuando ella llegó a los catorce años, él se casó con Catalina. Al momento de contraer matrimonio, Catalina estaba muy angustiada con la situación en la que quedó después de que su esposo anterior muriera. Durante el primer año de matrimonio, Marmeladof no bebió alcohol y vivieron muy bien. Sin embargo, había pasado ya año y medio desde que se mudaron a la ciudad y él había empezado con el vicio. Esto lo llevó a perder el trabajo que tenía. Fue así como Sonia, su hija, se vio forzada a realizar trabajos que eran moralmente mal vistos por la sociedad. Aportaba con lo que ganaba, pero tuvo que mudarse a otra casa, pues era criticada y ofendida por quienes sabían a lo que se dedicaba. En una ocasión, incluso, Catalina fue golpeada por Andrés Lebeziatnikof, un hombre que insultaba a la joven y terminó agrediendo a la madrastra mientras ella intentaba defenderla de sus ofensas. Sonia rara vez los visitaba. Usualmente llegaba por la noche a dejarles dinero.

    Al poco tiempo, Marmeladof finalmente consiguió un trabajo bajo la protección de un alto funcionario. Su familia estaba muy feliz de ese logro; incluso lo celebraron con una comida especial. Sin embargo, al día siguiente de recibir su primer pago, Marmeladof tomó todo el dinero y se lo gastó en alcohol. No regresó a su casa en cinco días y perdió el empleo que tanto había tardado en conseguir. El mismo día que conoció a Raskolnikof, había ido a visitar a su hija Sonia para pedirle dinero y poder comprar más alcohol. Ella se lo dio sin siquiera cuestionarlo. Lo contaba todo en tal delirio que los clientes y los trabajadores de la taberna se burlaban de él, le hacían preguntas y lo insultaban. Raskolnikof lo escuchaba mientras pensaba que habría sido mejor no haber ido a la taberna.

    Después de contar su historia, le pidió al joven estudiante que lo llevara de regreso a su hogar para, finalmente, confrontar a su esposa. Caminaron juntos hasta el edificio y llegaron a la miserable habitación rentada por la familia de Marmeladof. Ahí estaba su enferma esposa paseando por la habitación. Los pequeños estaban también ahí. La niña menor, de unos seis años, dormía sentada en el piso. El mediano, apenas un año mayor que ella, lloraba asustado a su lado y, la mayor, una niña de nueve años, los acompañaba y abrazaba al niño mientras observaba a la madre. El funcionario empujó a Raskolnikof dentro de la habitación. Cuando Catalina lo notó, pensó que era un huésped de alguna otra habitación y se acercó a cerrar la puerta de la entrada. Se sorprendió al encontrar a su esposo ahí arrodillado y empezó a gritarle:

    —¡Has vuelto! ¿Dónde está el dinero? ¿Qué hiciste con el traje?

    Lo registró buscando el dinero y él simplemente cedió. Ella, furiosa, lo hizo entrar a la fuerza en la habitación entre reclamos y golpes. Los niños estaban aterrados ante la escena y Raskolnikof, inmóvil, hasta que Catalina le gritó que se fuera. En ese momento, se abrieron varias puertas y entró la dueña del lugar. Trató terriblemente a Catalina y le dijo que debían abandonar la habitación al día siguiente. Antes de irse, Raskolnikof dejó algo de dinero en la ventana, arrepintiéndose casi al instante, pues ellos tenían a su hija Sonia para ayudarlos, pero él, en cambio, no tenía ayuda de nadie. Caminó de regreso a su casa mientras pensaba en la situación del hombre que conoció en la taberna, en su familia y en su hija Sonia.

    Capítulo 3

    Esa noche, Raskolnikof no durmió bien y despertó, al día siguiente, tarde y de mal humor. Se dedicó a ver detenidamente su habitación pequeña, llena de polvo, libros amontonados, muebles viejos y en mal estado. Ni siquiera tenía sábanas y en el lugar se notaba la pobreza que padecía.

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