Odas I
Por Horacio
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Odas I - Horacio
I
ODAS I
I - A MECENAS
Mecenas, descendiente de antiguos reyes, refugio y dulce amor mío, hay muchos a quienes
regocija levantar nubes de polvo en la olímpica carrera, evitando rozar la meta con las fervientes
ruedas, y la palma gloriosa los iguala a los dioses que dominan el orbe.
Éste se siente feliz si la turba de volubles ciudadanos le ensalza a los supremos honores;
aquel, si amontona en su granero espacioso el trigo que se recoge en las eras de Libia.
El que se afana en desbrozar con el escardil o los campos que heredó de sus padres, aun
ofreciéndole los tesoros de Átalo, no se resolverá, como tímido navegante, a la travesía del mar
de Mirtos en la vela de Chipre.
El mercader, asustado por las luchas del Ábrego con las olas de Icaria, alaba el sosiego y los
campos de su pais natal; mas poco dispuesto a soportar los rigores de la pobreza, recompone
luego sus barcos destrozados.
No falta quien se regala con las copas del añejo Másico, y pasa gran parte del día, ora tendido
a la fresca sombra de los árboles, ora cabe la fuente de cristalino raudal.
A muchos entusiasma el clamor de los campamentos, los sones mezclados del clarín y la
trompeta, y las guerras aborrecidas de las madres.
El cazador, olvidado de su tierna esposa, sufre de noche las inclemencias del frío, y persigue la
tímida cierva con la traílla de fieles sabuesos, o acosa al jabalí marso que destroza las tendidas
redes.
La hiedra que ciñe las sienes de los doctos me aproxima a los dioses inmortales; la fría
espesura de los bosques y las alegres danzas de las Ninfas con los Sátiros me apartan del
vulgo, y si Euterpe no me niega su flauta, si Polihimnia me consiente pulsar la cítara de Lesbos,
y tú me colocas entre los poetas líricos, tocaré con mi elevada frente las estrel as.
II - A CÉSAR AUGUSTO
Ya el padre de los dioses envió a la tierra bastante nieve y asolador granizo, y su ence
ndida diestra, vibrando el rayo contra los sagrados templos, l enó de espanto a Roma y puso
terror en el orbe de que volviese el funesto siglo