La testigo de la belleza
Por Matthias Wald
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La estresada estudiante de Derecho Johanna Mondschild se encuentra, en un día coloreado de follaje multicolor, junto a una gran fuente en otoño, el sol se pone en ese momento en su agua, a un hombre que lo atrae enormemente. Él es totalmente distinto a los otros, reposa en sí mismo y encanta con ello. Ella quiere, sí, tiene que conocerlo. Hace de tripas corazón y habla a este joven y elegante hombre. Su nombre es Fabrizio Le Carré y es escritor... Semanas después, Johanna aterriza en el psiquiátrico. No hay ni rastro de Le Carré. Según las enfermeras y los médicos, ese hombre tampoco habría existido nunca. ¡Todas las experiencias con él, todos los colores y la belleza que él llevó a su vida, solo los había soñado! ¡Él no existía! Johanna está desesperada, precisamente porque en ella esta historia, este mar de dorados recuerdos, sigue viviendo...
Una corta, pasional y altamente poética narración sobre el gran amor y su significado para los humanos, así como el sentido de la vida, sensiblemente contada e increíblemente romántica.
Opiniones de los lectores sobre obras de Matthias Wals: "¡Magistral!". "Sensual y poéticamente escrito... Una historia conmovedora". "Estoy muy impresionado".
Este libro se asemeja a un buen vino, de gran valor. Por favor, léalo despacio, déjelo de vez en cuando y disfrute de la belleza del lenguaje, del ritmo y del sentido filosófico profundo de Le Carré. Así se convertirá en testigo de la belleza. ¡Una maravillosa experiencia lectora le desea su WAG Verlag!
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Comentarios para La testigo de la belleza
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Fugaz y bello, bastante recomendable si se busca una perspectiva de la belleza
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La testigo de la belleza - Matthias Wald
Para Maristella Giannini,
mi pequeña reina.
Lo vi por primera vez, debió ser en otoño, en la fuente.
Una de esas grandes, magníficas fuentes, mezclada con el dorado del otoño, a la última luz de la tarde: Allí estaba él y... observaba.
Tenía esa mirada de reconocimiento, ese tranquilo detenerse, esa tranquila, fina manera de asimilar algo profundamente y disfrutar.
Esa mirada fue la que me fascinó. Su interno interés en esa atractiva escena otoñal, en esa pintoresca experiencia, su comportamiento hacia el exterior a través de la contemplación sosegada, quizá a causa del placer, sí, quizá.
Me pareció interesante que un hombre joven se tomase tanto tiempo, tanto esfuerzo para la belleza, para la experiencia. Sí, me excitaba ver qué maduro, qué libre debía ser ese hombre, ya en edad temprana, para no hacer nada más que callar, callar y... bueno, observar.
No hacía nada y eso fue lo que me atrajo.
Se entregaba a sí mismo en esos minutos. Se deleitaba. ¿Quizá lo interpreté todo mal y mi anhelo me regaló aquella ilusión?
En todo caso era algo en él, algo apacible, tranquilizador, sereno, silencioso – el hecho no residía en lo característico de aquella escena, no, residía en él.
Yo lo olía, lo sentía, lo percibía. Y así auné todo mi valor y fui hacia él. Empezar la conversación no me parecía difícil, porque, como había sospechado, él estaba lleno de asociaciones. «Esta fuente es muy bonita», dije, y en ese momento se volvió hacia mí y me percibió por primera vez. Durante un rato permaneció callado. Probablemente lo había despertado de una ensoñación y él debía acordarse de nuevo del alfabeto de la cortesía humana – a lo mejor simplemente no quería hablar, a lo mejor no tenía ganas.
Después de un buen rato respondió: «Sí, lo es. La belleza es cuánto vive esta fuente en el cambio de las estaciones. Cuánto la atmósfera de los árboles que pierden las hojas, el aroma previo del invierno y el frío definen la fuente.
»La fuente, que traga las hojas doradas, rojo escarlata y amarillo limón, que cambia, ensambla, hace levitar y refleja aquellas que todavía no han llegado a su agua. Todo lo hace la fuente, pero también nada.
»En invierno, cuando no