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Lumpen o el triunfo de Narcisco
Lumpen o el triunfo de Narcisco
Lumpen o el triunfo de Narcisco
Libro electrónico107 páginas1 hora

Lumpen o el triunfo de Narcisco

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La novela narra la historia de Paul, un escritor que declama sus poemas en las calles de Guatemala durante las manifestaciones contra la corrupción del año 2015. Vale la pena resaltar que esta es la primera novela guatemalteca que aborda el tema de los cambios políticos que sufrió el país durante dicho año y que llevaron a la renuncia del presidente Otto Pérez y de la vicepresidenta Roxana Baldetti.

Aunque Lumpen no es una novela histórica (ni tiene la intención de serlo), sí utiliza los eventos de ese año para contextualizar a los personajes e hilar la trama.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 feb 2021
ISBN9781005152895
Lumpen o el triunfo de Narcisco
Autor

Christian Echeverría

Christian Echeverría, una rara mezcla entre psicólogo (USAC, 2008), poeta, activista, filósofo de acera, bloguero, escritor y periodista digital, que solo es posible en el siglo XXI. Creador y editor del blog «Asuntos inconclusos».Ha sido consultor para USAID en prevención de violencia y reinserción social de expandilleros, columnista de Plaza Pública y el-Quetzalteco, así como reportero de la revista «Temática» de Quetzaltenango.Christian Echeverría tiene estudios finalizados de maestría en gestión y desarrollo de la niñez y adolescencia (URL).

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    Lumpen o el triunfo de Narcisco - Christian Echeverría

    Sábado, 25 de abril de 2015. Tres y media de la tarde. Centro Histórico de la ciudad. Miles y miles se concentraban en una manifestación sin precedentes para exigir la renuncia de la vicepresidenta de la República que, según la Fiscalía y el comisionado revelaron el día anterior, lideraba una mafia de defraudación aduanera millonaria a la que nombraron La Línea. Toda la gente salió indignada a las calles de la ciudad por primera vez en mucho tiempo: todos, todos. Al fin se rompían el silencio y el miedo. Llevaban banderas nacionales, pitos, matracas, carteles, mantas, tambores, vuvuzelas… Paul leía sus poemas a la gente que pasaba sobre la Sexta Avenida y 10ª calle por algo de plata. Era muy selectivo; no todo el mundo tenía sensibilidad para escucharlo y él lo sabía. Él elegía a su público; no el público a él.

    —Hola, ¿les puedo leer un poema? —preguntó a una joven pareja que vestía camisolas de la Selección Nacional de futbol y venía abrazada.

    —¡Bueno! —dijo el chavo, ambos extrañados.

    —¡Gracias! ¿Qué van a hacer después de la manifestación? —preguntó mientras buscaba el poema idóneo.

    —No sabemos todavía —dijo la chava, un poco nerviosa—. Tal vez ir a tomar o comer algo por ahí. ¿Por qué la pregunta?

    —Es que tengo algo que les puede dar una idea. Sólo déjenme buscarlo…

    Paul era nuevo en eso de leer poesía en público. Tenía los poemas traspapelados.

    —Ya. Aquí está.

    Que estalle la guerra, no importa:

    Tenemos la puerta cerrada…

    (Orden de rigor, inédito)

    Paul recibía toda clase de reacciones. Algunos, después de decirle que no y avanzar casi una cuadra, regresaban para escucharlo. [¡Qué raro, ¿verdad?! ¿Por qué alguien se interesaría en lo que un extraño tenía para decir?] Unos lloraban con sus poemas; otros hacían como si fuera invisible. Cuando la gente le preguntaba por qué salía a la calle a leer, Paul no siempre sabía qué responder. Ni él mismo lo sabía del todo. Las chavas lo invitaban a tomar un café como pago. A los chavos que veía muy machitos […ya saben, esos con botas de vaquero, camisas de cuadros, pelo al rape a lo soldado o camisitas tipo polo y embadurnados de gelatina en el pelo] ni se les acercaba. Los gays eran los que más lo ignoraban. También las putas que trabajan calle arriba. ¿Los esnobs? Ellos ponían cara de enojo al darse cuenta de él. Cuando pasaban los soldados con los policías (porque en la ciudad se creía que los soldados debían patrullar las calles para que estas estuvieran más seguras, aunque no fuera cierto) trataba de leer más alto a propósito. Las parejitas eran su pequeño mercado. Los skaters, los hipsters, las señoras mayores… En ese momento, como ya no paró nadie en un buen rato y él quería llegar a la plaza, donde se concentraba la manifestación frente al Palacio de Gobierno, empezó a caminar bajando por la avenida. Eso sí, no dejaba de observar a los transeúntes. Adivinaba miradas, intenciones. Sentía las vibras. ¡Pura intuición! [¿Se pararían ustedes a escuchar un momento a un chavo como Paul?] Llegó, entonces, a la octava calle, ya muy cerca del evento. Le leyó a una pareja de chavitos hipster que llevaban pancartas; los últimos, antes de llegar.

    Yo escribo porque estoy vivo.

    Yo no le debo nada a Sabines

    ni a Luis de Lión.

    No fui ninguno de sus espermas.

    Yo escribo porque sin mis palabras

    no me encuentro la vida por ninguna parte.

    ¡Ya busqué y no está!

    Por eso,

    yo necesito imperiosamente

    que mis palabras,

    mis misericordiosas y bondadosas palabras,

    tengan conmigo el mejor de los amores:

    el espejo.

    El espejo ígneo

    que me diga que aún no soy

    el cadáver putrefacto

    que seré y

    que casi nadie va a llorar.

    Que con la misma indulgencia

    que reciben los genocidas en mi país

    me devuelvan todos los besos

    que no negocié

    cuando yo también tuve ganas de matar.

    Que me devuelvan todas mis risas al viento

    cuando debí hacer silencio.

    Que me devuelvan los consejos inútiles

    que nadie me pidió,

    las preguntas que he hecho,

    las respuestas que he dado,

    todas mis soledades:

    las que reposan en las estrellas

    y las que sólo conoce mi piel.

    ¡Las mil trillones de veces que me han olvidado!

    ¿Qué le debo yo a Miguel Ángel Asturias,

    si yo escribo porque

    no sé hacer nada más?

    No aprendí a ganarme la vida,

    como los campesinos sin tierra,

    los choferes o

    los diputados,

    como lo hace mi mamá desde hace 50 años.

    No pude ni quise.

    Vivo sin merecerlo

    y eso sí que es digno de escribirlo.

    («Escribir» en Asuntos inconclusos, poesía de la vida cotidiana)

    _____

    Era una tarde hermosa, con aire y con sol en la plaza. Había un clima de desobediencia civil. La gente se encontraba con sus amigos, compañeros de trabajo, del instituto, de la universidad; llevaba a sus hijos y se sacaba fotos. Las vuvuzelas se apoderaban del viento y despertaban conciencias: se retomaba el espacio público. Reinaba el respeto, el civismo. Había de todo y sin ideologías por algo en común: luchar contra

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