Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El despertar de la generación dormida: Aprender a formar líderes desde la generación permisiva
El despertar de la generación dormida: Aprender a formar líderes desde la generación permisiva
El despertar de la generación dormida: Aprender a formar líderes desde la generación permisiva
Libro electrónico188 páginas2 horas

El despertar de la generación dormida: Aprender a formar líderes desde la generación permisiva

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Estamos viviendo tiempos son precedentes ni referencias anteriores que capitalizar para resolver los retos que el 2020 nos ha traído, y que nos encontramos enfrentando uno de los inviernos más prolongados de nuestra historia (metafóricamente hablando), que nos ha puesto a prueba prácticamente todos los aspectos relevantes de nuestra vida desde la s
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 mar 2021
ISBN9786074106749
El despertar de la generación dormida: Aprender a formar líderes desde la generación permisiva
Autor

Martin Cuburu Bidault

MARTIN CUBURU BIDAULT Fundador y Director General de su propia firma de consultoría, la cual diseña e implementa soluciones en las áreas de estrategia, arquitectura de marca y desarrollo de líderes en México y los Estados Unidos. Graduado de la carrera de Ciencias de la Comunicación por el ITESO en Guadalajara, se especializó posteriormente en diversos temas del desarrollo, técnicas de influencia, desarrollo de estrategias y mercadotecnia en las universidades de Kellogg, Michigan y Harvard Business School. Se autodefine como un apasionado de la competitividad, el desarrollo de la creatividad del mexicano y el despertar de las nuevas generaciones para lograr la transformación que nuestro país requiere. “En la vida como en los negocios, todos partimos del interés por lograr la realización de nuestros sueños, pero en el camino pocos nos comprometemos a llevarlos a cabo”.

Relacionado con El despertar de la generación dormida

Libros electrónicos relacionados

Autosuperación para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El despertar de la generación dormida

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El despertar de la generación dormida - Martin Cuburu Bidault

    Bobbio

    La generación permisiva y sus consecuencias

    Era un verano típico en Mexicali durante los años 70’s, cuando mis padres nos anuncian a mis hermanos y a mí que harían un viaje a Europa y que mi abuela de Orizaba llegaría a cuidarnos durante un mes, que debíamos portarnos bien y ayudarla en todo lo que pudiéramos en casa.

    En principio a todos nos pareció normal que, si los padres se van, llegarían refuerzos y alguien cercano a la familia para estar al pendiente y cuidarnos, y así disfrutar de unas merecidas vacaciones sin preocupaciones, pero para nuestra sorpresa llegaba mi abuela paterna la Tella (Q.E.P.D.), una señora de sesenta años, con poca paciencia y decidida a dejarnos una influencia positiva por el resto de nuestras vidas.

    El día llegó, mi abuela aterrizó en medio del desierto, y con ella muchas sonrisas, regalitos, antojitos y dulces del centro del país (que para nosotros eran raros y diferentes, ya que vivíamos mucho más la cultura americana en la frontera) y como buen anfitrión, mi padre nos invitó a todos a comer a la tradicional y famosa comida china. Toda la tarde la pasamos disfrutando entre risas, anécdotas y buenos recuerdos de su infancia, las tradiciones familiares, las historias de algún personaje sui generis de la familia (que todos tenemos por lo menos uno) y las expectativas que mis papás tenían del viaje que emprenderían temprano al día siguiente.

    Llegó el lunes y nosotros hicimos nuestra rutina habitual de ir a la escuela, despidiéndonos antes de ellos y deseándoles buen viaje. La mañana transcurrió normal entre clases, recreo, partidos de futbol, y de regreso cada uno de nosotros tomamos el camión escolar que nos llevaría cerca de nuestra casa. Cuando llegamos, nos recibió mi abuela con una sonrisa y nos pidió que dejáramos las mochilas en nuestro cuarto, nos laváramos las manos y nos apresuráramos a comer, porque todo estaba listo y ella ya tenía hambre.

    Nosotros, cual obedientes, nos dimos a la tarea entre risas y empujones de cumplir con la instrucción recibida para sentarnos y disfrutar de la comida y sazón a la que Mamá nos tenía acostumbrados, y es aquí en donde se da el primer (y bien llamado) punto de inflexión. En la mesa había una serie de alimentos con sabores, texturas y colores extraños para nosotros y que además se servían calientes, cuando veníamos de estar afuera a más de 48 °C.

    Mi abuela con la hermosa sonrisa que le caracterizó nos invitó a comer y notó de primera instancia un leve rechazo de nuestra parte y que al insistir me vi forzado, en un acto de valentía casi heroica, por ser el hermano mayor, a explicarle la situación, lo cual, en lugar de remediarlo lo empeoró, y de ahí, entre molesta, sorprendida y frustrada nos compartió todos los atributos y beneficios de su comida y las razones por las cuales deberíamos probarla.

    Al darse cuenta de que no habían tenido mucho eco sus palabras, surgió un momento épico en mi vida, la introducción literaria de un señor, hasta entonces desconocido por mí, pero que ella mencionaba con frecuencia, Manuel Carreño y su manual de urbanidad y buenas maneras.

    Para nosotros, provincianos y acostumbrados a los modos y estilos de una cultura fronteriza, es decir, una mezcla de costumbres entre mexicanas y norteamericanas, escuchar del señor Carreño fue casi como hacer referencia a los personajes comunes de los que ella hablaba y admiraba, como Jacobo Zabludosky, abogado y periodista mexicano, quien condujo el noticiario más importante en nuestro país por más de dos décadas y media, llamado 24 horas o Raúl Velazco el rey del espectáculo y la televisión durante 28 años a través de su programa semanal Siempre en domingo, pero no, resultó ser a la postre, la guía mágica que la gente de la generación de mi abuela conoció y utilizaron para dar forma a sus buenos modales y costumbres.

    El manual de urbanidad y buenas maneras, conocido popularmente como el Manuel de Carreño, fue escrito en Venezuela en 1853 y su obra contiene lecciones y consejos sobre cómo deben comportarse las personas en lugares públicos y privados, tales como el hogar, la familia, la escuela y el trabajo. Su divulgación por múltiples países y culturas le ha ganado ser considerado el precursor de la etiqueta en América Latina.

    Fue así como llegó a mi vida un verdadero golpe de realidad… durante los días que mis padres estuvieron fuera de casa, la frase favorita que escuchábamos de parte de mi abuela era haz las cosas como dice Carreño que se deben hacer, y bueno, después de algún tiempo y mucha práctica, puedo compartirles que, si bien la experiencia en un principio fue fastidiosa, hoy es de las que recuerdo con mayor nostalgia y cariño.

    Ahora agradezco el aprendizaje que mi abuela nos dejó desde entonces y es que las cosas que verdaderamente valen la pena en la vida llevan un proceso que no puedes violentar, esquivar, ahorrarte o exentar, ni puedes aplicar un "fast pass como en los parques de diversiones en los Estados Unidos, ni aplicar por la unifila" de los privilegiados. TODOS LOS QUE QUERAMOS CRECER Y LOGRAR UNA VIDA LLENA DE SATISFACCIÓN, DEBEMOS HACER LA MISMA FILA.

    Y ese proceso empieza por recibir instrucciones (muchas) para aprender a dominar tareas importantes de la vida, como lo fue en su momento caminar, comer con cubiertos, andar en bicicleta o manejar un auto, que además de que te dejan un crecimiento personal son emocionantes y altamente motivadoras.

    Más adelante en el proceso, las formas y el fondo se van modificando para llevarte por el transcurso de la vida, acompañado de personas que te brindarán el apoyo y soporte necesarios para el logro de nuevas y más complejas tareas que requieres dominar para estar listo y emprender un día tu propio vuelo.

    Así es como funciona un ciclo de la vida que pareciera muy fácil de comprender y aplicar en el contexto de nuestra realidad, la cual todos vivimos y que por experiencia personal supuse que sería fácil replicar ahora con mi familia. Sin embargo, cuando nos tocó la oportunidad de entrar en acción y tomar el liderazgo, las cosas se empezaron a volver complicadas, laxas, frágiles y tolerantes: nació la generación permisiva.

    Te preguntarás ¿qué es la generación permisiva?, ¿qué impacto ha tenido en nuestro sistema social actual?, ¿qué dejamos de hacer que era importante y nuestros antecesores atesoraban?, ¿cómo se ha transformado el valor de la autoridad moral en nuestras familias? Pues a ciencia cierta no hay una sola respuesta, sino un conjunto de acciones encadenadas que en consecuencia han determinado el estatus actual en el que nos encontramos.

    Quiero compartirte desde la perspectiva de lo vivido en mi familia, las diferencias generacionales y los valores familiares que me dejaron huella, y ahora considero que son un claro reflejo desde donde mi generación busca influenciar de forma positiva y constructiva a esa nueva ola de jóvenes inquietos y emprendedores que estamos buscando formar para crear un mundo mejor.

    Me gustaría invitarte a hacer un viaje al pasado y situarnos en el contexto de las guerras mundiales y su impacto económico, social y cultural, así como las consecuencias migratorias (hábitos, costumbres y creencias) que transformaron a sociedades enteras alrededor del mundo después de las guerras y particularmente a América Latina, e insertar en ese contexto a mi abuela materna, Gertrudis, que de cariño siempre nos referimos a ella como la Bita (Q.E.P.D), una señora de origen francés y de profundas costumbres europeas, que en su proceso de adaptación a la cultura occidental nos enseñó el valor de la resiliencia ante la pérdida y la apreciación por lo que tenemos de manera gratuita y sin trabajar, ni cuidar mucho por ello, como lo es nuestra libertad.

    Hasta donde yo podía darme cuenta y comprender de niño (tendría yo entre 8 y 9 años), el mundo occidental que le tocó vivir, una vez que migraron hacia América después de un largo viaje que duró 35 días en barco, fue la realización de su sueño de libertad y oportunidad del que hablaban muchas familias europeas en su tierra natal y que pocas pudieron hacerlo realidad.

    Recuerdo que durante los veranos íbamos a la ciudad de México a visitarla a su departamento (vivía cerca de la Plaza de Toros y el estadio Azul, y mis hermanos y yo nos íbamos a jugar boliche por ahí cerca), y me llamaba mucho la atención la forma en la que vivía mi abuela.

    Ella tenía un cuarto (que incluso hasta miedo nos daba entrar) de piso a techo lleno de papel periódico; sus vasos y platos no eran de cerámica o vidrio, eran de aluminio; el clóset de los juguetes estaba lleno de retazos (como los que armaba el personaje de Cid en la película de Toy Story); sus macetas eran botes de leche Nido que colocaba en las ventanas y usábamos su mesa del comedor para jugar ping pong.

    Cuando la escuchaba hablar acerca de su familia y sus hermanos, me resultaba fascinante cómo compartía sus historias de vida, sobre todo las relacionadas con la guerra y particularmente la de uno de sus hermanos que fue capturado y enviado a un campo de concentración. Por lo que mis padres platican, el estilo y trato de los abuelos era parco, duro, autoritario, poco afectivo, y por supuesto, sin mucha comunicación entre los miembros de la familia, digamos que se privilegiaba en la sobremesa la información relevante de las actividades cotidianas, por sobre la situación afectiva o emocional por la que cada uno pasaba, quizá por el hecho de que eran once hijos sentados en la misma mesa (como se acostumbraba en aquella época de familias numerosas).

    La respuesta por parte de los hijos ante esta formación era de esperarse: mucho respeto y obediencia por temor e inseguridad a las consecuencias. En esa época no se conciliaba, se respetaba, y estoy seguro que los cinturones los hacían de un material más resistente que ahora, porque fueron testigos de las marcas en el trasero del 100 % de los niños mexicanos de mi generación, sin temor a equivocarme.

    Posteriormente vino el cambio generacional caracterizado por la rebeldía: los hippies, donde los que fueron obedientes hacia las instituciones de jóvenes, tuvieron que definir su postura de la manera en que se comportarían y educarían a la nueva generación que iban criando, mientras la libertad y el libertinaje se convirtieron en íconos de su cultura social y cultural, promulgando la paz entre todos los seres humanos, bajo el signo de Amor y Paz.

    Esta es la generación de las corrientes contra la opresión y a favor de la libertad de expresión, de Woodstock, los Beatles, Bob Marley y el Che Guevara. Se vivía el posmodernismo a tope y se promulgaba una atención especial hacia el desarrollo humano, pasando así de un exceso de autoritarismo y control a un exceso de expresión y libertad.

    En este cambio de modelo social, se estableció un nuevo conjunto de reglas de una cultura que privilegiaba el hedonismo, promovía el logro de metas sin sufrimiento, el consumismo como medio ideal para lograr la felicidad a cualquier precio, a través de la posesión de bienes y la experimentación de sensaciones placenteras pasajeras a través de estímulos externos como la droga, el sexo y el alcohol.

    Posteriormente llegamos nosotros, la generación llamada X (ya desde su nombre nacimos marcados como indiferentes) que, en teoría llegaría para promover un equilibrio, una cultura más igualitaria y de respeto a los valores y tradiciones multiculturales, que potencializaría el aprendizaje en conjunto entre los años de imposición y autoritarismo de nuestros abuelos, y los de rebeldía y opresión de nuestros padres.

    Sin embargo, la realidad superó por mucho a la teoría, y sin pretender ser negativo ni pesimista, nos hemos quedado en estado de pausa, dormidos, aletargados, navegando sin rumbo, sentados en los laureles de nuestra indefinición, confundidos y con la carga de un sentimiento de culpa (consciente o inconsciente) por no tomar el control, la responsabilidad ética y civil que nos demanda la realidad actual, así como la obligación moral por hacer todo lo que podemos para que la siguiente generación crezca y nos supere.

    Hoy en día vemos evidencias en redes sociales de las consecuencias de nuestra falta de liderazgo y responsabilidad social, del crecimiento de los problemas sociales, económicos, culturales y espirituales que pudimos atender cuando eran pequeños y que hoy son tan grandes que es difícil erradicarlos de un sólo golpe.

    Lo que nosotros no hemos atendido con oportunidad, los jóvenes de hoy (en su mayoría) lo están sufriendo y no comprenden el porqué del contexto actual que les exige ser responsables, exitosos y compasivos en un entorno más complejo del que nos tocó vivir a su edad. No saben tolerar la frustración y responden ante la amenaza e inseguridad con balas, como las masacres en las escuelas norteamericanas de las que hemos sido testigos. Hemos sido responsables de quitarle indirectamente la autoridad moral al maestro, al sacerdote, al anciano y a las instituciones, resultando como consecuencia en el mayor índice de suicidios, divorcios y desempleo en la historia de la humanidad.

    La nueva generación tiene una idea muy distinta de lo que nosotros definimos como proyecto de vida, y basta con preguntarle a sus hijos o sobrinos qué piensan con relación al matrimonio, el empleo, la edad de retiro, trabajar más de 40 horas a la semana y todo aquello que representa entrega, sacrificio, humildad, compromiso y disciplina para darnos cuenta de que algo no está conectando entre las expectativas que tenemos nosotros y la realidad que ellos están viviendo.

    A la mayoría de la llamada nueva generación, la nacida de los ochentas en adelante, le gusta resolver las cosas rápido, preferentemente a través del uso de la tecnología, no le gusta que le pongan límites ni restricciones, define la productividad como el fin para tener más calidad de vida, no

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1