Un empleado que trabaja en la estación de servicio de Ballenoil en Tres Cantos (Madrid), dice: «esto esta lleno noche y día». Unos conductores lavan sus coches en boxes con agua de alta presión y otros repostan gasolinas o gasóleos. Hoy el precio que marca el monolito (la torre con información que está a la entrada) es de 1,689 euros para el litro de gasolina 95. El litro de diésel está un poco más caro: a 1,729 euros. Con la subvención de 20 céntimos que sufraga el Gobierno ambas quedan en 1,489 y 1,529 euros.
Unos metros más allá, en la estación de servicio de Repsol, ambos carburantes salen diez céntimos más caros, incluso aplicando la subvención del Gobierno. «Eso es por la calidad de nuestros carburantes», dicen con orgullo los empleados de Repsol. «Los nuestros no estropean el motor, pero los de esas marcas nunca se sabe». Insinúan que muchas estaciones de servicio de marcas blancas (las pequeñas) adulteran la gasolina para ganar más dinero.
Los pequeños lo desmienten. «El combustible es igual para todos», dicen en Platinium Oil, una red de más de treinta gasolineras distribuidas por la costa Mediterránea. Platinium Oil adquiere el producto ya «aditivado» (con mejoras) de la terminal de distribución. En Ballenoil afirman que ellos añaden aditivos para mejorar la gasolina.