El arte de la siembra del huerto y del jardín
Por Aldo Colombo
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Información de este libro electrónico
- cómo elegir las semillas;
- cuándo y cómo actuar;
- qué mezcla de tierra hay que preparar para el enraizamiento;
- qué cuidados hay que proporcionar a los semilleros...
Y, dado que preparar un semillero implica también conocer bien las plantas y su clasificación, así como elegir entre diferentes técnicas de multiplicación, el autor aborda estos aspectos imprescindibles de manera clara y pedagógica.
Práctico y técnico, este manual le acompañará a lo largo de esta fase tan gratificante de la jardinería en la que, día a día, se ve crecer el fruto del propio trabajo.
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El arte de la siembra del huerto y del jardín - Aldo Colombo
Glosario
Introducción
La reproducción por semillas es casi exclusivamente la única forma que tienen las plantas para reproducirse en la naturaleza.
Los otros métodos —esquejes, injertos, amugronamiento, acodos y división— los ideó el hombre para acelerar el proceso de multiplicación y obtener de esta manera considerables cantidades de una misma especie de planta.
La multiplicación por semillas es la única reproducción sexual en la que los genes de dos padres se combinan, lo que hace posible la variabilidad genética.
(©Harold Verspieren/Digitalice)
Un recurso muy valioso
Las semillas de las plantas constituyen un recurso para el hombre desde tiempos remotos: se utilizan, lógicamente, para la reproducción de las plantas, pero también en la alimentación, humana y animal, y en la industria.
Así, por ejemplo, algunas fibras textiles se obtienen de ciertas semillas tal cual, sin que sea necesario trabajarlas. Es el caso del algodón o de unas vainas que contienen semillas, como las de Ceiba pentandra, de donde se obtiene el kapok, que se utiliza como relleno de algunas prendas. De las semillas del lino y la colza se extraen aceites industriales, y a partir de las del maíz, el girasol o el sésamo, se elaboran aceites alimentarios.
Los residuos de semillas oleaginosas y de otras que no interesan para la conserva (por ejemplo, las pepitas del tomate) forman parte de alimentos para animales.
En la alimentación humana se utilizan principalmente semillas de cereales y de muchas leguminosas, las nueces y las avellanas.
Las semillas reservadas a la alimentación animal son las bellotas y los fabucos. También son comestibles las semillas de algunas plantas ornamentales.
Durante nuestra etapa de escolares, todos hemos realizado experimentos con semillas: las hemos envuelto en algodón húmedo para hacerlas germinar y también las hemos cortado en diferentes secciones para observar el embrión de la planta.
Las páginas que vienen a continuación están dirigidas a todos aquellos que desean profundizar en sus conocimientos acerca de las semillas y crear las condiciones para que puedan germinar y desarrollarse de la mejor manera posible.
Principios de la multiplicación por semillas
Reproducción sexual
La base de la reproducción sexual (gámica) de las plantas es la meiosis celular, que es el estadio esencial de la formación de las células reproductoras. En el curso de la meiosis, el patrimonio genético de los padres queda reducido a la mitad por la separación de los genes homólogos de cada una de las parejas de cromosomas; así, una célula de polen (masculina) o un oocito (femenina) contienen sólo la mitad del patrimonio genético de su progenitor.
Al término de este proceso se forma un huevo maduro, que podrá ser fecundado y dar una semilla. La fecundación se produce gracias a la polinización, por obra del viento, de los animales (insectos, pájaros...) o del hombre. Esta se realiza casi siempre entre plantas de la misma especie, más raramente entre plantas del mismo género y casi nunca entre plantas de géneros diferentes.
Mediante la fecundación, los genes de las plantas, contenidos en los gametos, forman una nueva combinación. Un carácter únicamente se encontrará con toda seguridad en los descendientes si los padres son homocigóticos en un carácter determinado; si no es así, que es lo que pasa la mayor parte de las veces, es decir, si los padres son heterocigóticos o genéticamente diferentes en un carácter determinado, su descendencia podrá manifestar este carácter de forma distinta según la manera en que se hayan combinado los genes y según sea el carácter: dominante o recesivo.
Clavel interespecífico. (©Biosphoto/Harold Verspieren/Digitalice)
Flor de un cultivar de nenúfar. (©Biosphoto/Pascal André)
Los individuos provenientes de la unión de plantas de la misma especie pero que tienen caracteres diferentes, y los que proceden de especies distintas del mismo género se denominan híbridos.
Los híbridos con padres de la misma especie (híbridos interespecíficos) generalmente son fértiles, mientras que los de especies diferentes del mismo género (híbridos intergenéricos) suelen ser estériles. Por consiguiente, la reproducción por semillas, que constituye la reproducción sexual por excelencia, permite que los padres puedan transmitir a su descendencia infinitas variables del genotipo y fomenta así la diversidad.
En el plano estético, las plantas hijas pueden parecerse de una manera más o menos aproximada a uno u otro progenitor.
Cuando, gracias a esta variabilidad, las plantas nuevas presentan unas características totalmente diferentes de los padres, se obtiene una nueva variedad. Las variedades nuevas pueden aparecer en la naturaleza o puede ser creadas por el ser humano por hibridación, en cuyo caso reciben la denominación de cultivar (del inglés cultivated variety).
Pero si quisiera diseminarse esta nueva variedad (este cultivar), no podría recurrirse a la reproducción sexual y utilizar las semillas (a excepción de los híbridos de primera generación provenientes de líneas puras: véase «Creación de nuevos cultivar), sino que debería emplearse en este caso la multiplicación vegetativa (esquejes, injertos, acodos, amugronamiento, etc.).
El origen de este proceso no es la meiosis, sino que se trata de la mitosis.
La mitosis es el modelo usual de división de célula viva que asegura el mantenimiento del mismo número de cromosomas.
En la mitosis, los cromosomas se reproducen dividiéndose longitudinalmente, pero no se combinan entre sí par producir algo nuevo. Por lo tanto, el patrimonio genético de la planta progenitora, con todas sus características estéticas y morfológicas, se transmite en su totalidad a las células hijas sin que haya modificaciones en la descendencia.
Del fruto a la semilla
En las angiospermas (plantas que tienen un ovario floral), cuando la flor ha sido fecundada, el óvulo se modifica, aumenta de tamaño y da la semilla. A partir de ese momento, el ovario que la contiene se comienza a transformar, de modo diferente según las especies, en fruto.
El conjunto de la semilla y la evolución del ovario recibe el nombre de fruto verdadero; por ejemplo, la cereza es un fruto verdadero. Pero en ciertos casos los tejidos del receptáculo también se transforman, se hacen carnosos y dan lugar a un falso fruto; la manzana es un ejemplo de ello. A veces, lo que se presenta como un fruto en realidad es una infrutescencia, formada por varios frutos agrupados; es el caso de la frambuesa.
En las gimnospermas (plantas cuya flor no posee ovario), la situación es totalmente diferente: los «frutos» de las coníferas (las bayas, las piñas o, para emplear el término exacto, los conos, etc.) están hechos de escamas, que se han desarrollado y lignificado después de que las flores hayan sido fecundadas con la función de proteger los óvulos.
En las angiospermas se distinguen, por un lado, los frutos carnosos y, por otro, los frutos secos.
Frutos carnosos
En los frutos carnosos se diferencian tres partes: el epicarpio, es decir, la parte externa (la piel); el mesocarpio, que es la zona intermedia, carnosa y jugosa, y el endocarpio, en el interior, que contiene la semilla.
Los frutos carnosos propiamente dichos son las drupas, como las cerezas o los melocotones (que tienen una sola semilla), y las bayas, como la uva (con varias semillas).
Los falsos frutos son los piridiones (manzanas y peras), las hespérides (cítricos) y los compuestos (moras y frambuesas).
Piña. (©Biosphoto/Fève Frédéric)
Frambuesa. (©Biosphoto/Whitworth Jo/GAP)
Frutos secos
Los frutos secos se dividen, por un lado en frutos monocárpicos, los cuales contienen una sola semilla, y, por tro, frutos policárpicos, con varias semillas.
A su vez, estos dos tipos pueden subdividirse en frutos indehiscentes (que son aquellos se mantienen cerrados) y frutos dehiscentes (que son los que se abren al madurar).
Entre los indehiscentes están los aquenios (de la familia Asteráceas, antes denominada Compuestas), las sámaras (olmos, arces y fresnos), las cariopsis y las nueces (robles, nogales y castaños).
Los frutos dehiscentes son:
— las legumbres (Leguminosas);
— las cápsulas (amapolas, Impatiens);
— los folículos (eléboros, ranúnculos;
— las silicuas (de la familia Brasicáceas, antes llamada Crucíferas).
En las cápsulas, las semillas se liberan de varias maneras:
— Impatiens, en este sentido, es muy característica debido a que proyecta sus granos a distancias considerables;
— en otras especies, como las amapolas, las semillas salen por unos orificios.
Los folículos suelen contener una sola semilla, mientras que en el caso de las legumbres es habitual que cuenten con varias.
Estos frutos pueden tener formas muy diferentes: rectas, en espiral, con una cavidad única o con secciones que separan las semillas.
1. Aquenio de alcachofa; 2. Aquenio de valeriana; 3. Fruto alado de angélica
Semillas no comestibles
Las semillas de algunas plantas son venenosas o, en cualquier caso, resultan tóxicas cuando se ingieren. Entre las plantas ornamentales se encuentran la glicinia, el codeso, Delphinium y el tejo; del resto de las plantas, el ricino es particularmente tóxico.
Las semillas de ciertos frutos, ingeridas en gran cantidad, también pueden tener efectos mortales: es el caso de las semillas de la manzana, del melocotón, de la ciruela y de la cereza. En todos los casos, se aconseja no