Guía completa del cultivo de las cerezas. Variedades y propiedades, recolección y conservación, tamaño, injertos - incluye recetas de cocina
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Guía completa del cultivo de las cerezas. Variedades y propiedades, recolección y conservación, tamaño, injertos - incluye recetas de cocina - Magali Martija-Ochoa
Notas
INTRODUCCIÓN
Resulta bastante difícil encontrar a alguien que no espera con ansia la llegada de la temporada de las cerezas, esa temporada dulce y feliz. Muchas imágenes se entremezclan y nos traen a la memoria las alegrías infantiles que a veces creíamos olvidadas. Cuando ya faltan pocos días para la cosecha, tanto los hombres como los pájaros esperan con impaciencia el momento en que, por fin, podrán degustar la primera fruta del verano.
Así es como nos hacemos con las primeras cerezas de la estación, recogiendo y comiendo con ansia esta fruta colmada de azúcar y de sabores tan variados. El nombre que se les da puede resultar, a veces, tan extraño o antiguo que las confundiríamos con poemas. Los colores que adoptan se degradan como si fueran pequeños paraísos rojos. Niños y adultos se las cuelgan en las orejas como si fueran pendientes y llenan cestas enormes, la mayoría de las veces sólo para alegrar la vista... Las ramas cargadas de un cerezo no sólo prometen una abundante cosecha: también son la señal de que, tras unos meses de frío, ha llegado el verano. Es el primer fruto de una época en que los perfumes renacen; los sabores, la luz maravillosa que dispensa el sol de junio en los jardines y los vergeles, proporcionan a todos los que deambulan por ellos unas ganas irresistibles de olvidarse de las prisas.
La época de las cerezas, como la juventud, es preciosa, porque es efímera y conmovedora; el cerezo atrae a su alrededor y bajo sus ramas a aquellos que, durante la cosecha, aspiran a una felicidad completa aunque fugaz.
El cerezo, el árbol de las mil «variedades», está siempre presente en nuestra memoria y en nuestro imaginario colectivo... Con sus flores y sus frutos, el cerezo evoca un placer sencillo, a veces libertino...
El cerezo cultivado, árbol rústico muy extendido en nuestras regiones, se ha ido transformando según las características de cada comarca. Injerto tras injerto, las variedades y su sabor han ido cambiando, pero el árbol ha seguido intacto y está presente en casi todos los jardines. Esta guía propone un paseo por el tiempo y la historia, y facilita también algunos valiosos consejos para elegir bien un cerezo, para cuidarlo y... aprovechar la época feliz de las cerezas.
ORÍGENES LEJANOS
El cerezo es un árbol que se cultiva desde la prehistoria. Debe su establecimiento en suelo europeo a los pájaros migradores, que se habrían encargado de diseminar durante sus viajes los huesos de las cerezas picoteadas en Asia Menor. El hombre ya aprovechaba los frutos del cerezo silvestre (Prunus avium), una especie que crece subespontánea. Alrededor de los asentamientos palafíticos de la Edad de Piedra se encontraron grandes cantidades de huesos de cerezas.
UNA ETIMOLOGÍA SUJETA A CONTROVERSIA
La etimología de la palabra cereza se presta a confusiones. Para algunos, la palabra deriva del sánscrito karaza, que significa «qué jugo», «qué dulzor»; para otros, procede del griego kerasos, que significa «cuerno».
Teofrasto (371 a. de C.), en su Historia de las plantas, menciona los principios del cultivo del kerasos o cerezo. Antoine Mizau relata las propiedades medicinales de las kerasia destacadas por Diphilus Siphnius, médico contemporáneo de Hipócrates, para quien las cerezas «engendran un buen jugo [...], también son muy placenteras para un estómago que está hambriento y sirven de remedio si se toman con agua fría: pero las rojas son las mejores, y también las de Mileto porque provocan la orina»[1].
Los escritos de Plinio el Viejo (Historia naturalis) divulgaron una creencia según la cual la introducción de los cerezos en suelo italiano, y posteriormente en el resto de Europa, se debió al cónsul romano Licinio Lucullus, que llevó este frutal a Italia tras ganar una batalla contra Mitrídates VI y de conquistar el reino del Ponto. Por analogía con la ciudad en que se cultivaban cerezos —Cerasonte—, este árbol habría adquirido el nombre de cerasium[2].
La contribución que Lucullus hizo a la historia de la cereza fue la de importar un fruto más grande, más dulce y en cualquier caso diferente del que crecía espontáneamente en los bosques europeos.
Los romanos practicaban con mucho éxito la arboricultura frutal y, progresivamente, las variedades de cerezos se fueron multiplicando. Aunque Plinio el Viejo sólo describe dos variedades, el cerezo de Macedonia y el Kamai kerasion, tras la muerte de Lucullus aparecen censadas diez. Por tanto, podemos considerar que los cerezos forman parte integrante de los árboles llamados «frutales».
Virgilio evoca en la segunda Geórgica el espíritu familiar de este árbol y su facilidad de retoñar por la raíz:
Muchas personas se han rodeado de innumerables retoños: de la misma manera que al cerezo le gusta ver bajo su sombra crecer a sus hijos.
Gracias a la técnica del injerto y a la investigación permanente para crear nuevas variedades, el hombre ha eliminado de la pequeña cereza silvestre y de la guinda su amargor natural, creando frutos cada vez más grandes y más dulces.
Los reyes franceses no tardaron en ennoblecer esta fruta y dejar que se cultivara en sus jardines. En el libro De capitularis de Vilis, Carlomagno promueve el cultivo de Ceresarios diversi generis («cerezos de diferentes tipos») en sus jardines.
En Versalles, en el jardín de Luis XIV, un verdadero jardín experimental, los cerezos precoces ocupaban un lugar preferente al lado de las fresas: «He dicho, ante todos, que se empieza a recolectar cerezas precoces en el mes de mayo: estos pequeños frutos han encontrado aquí campo libre; son los únicos que se manifiestan en los jardines y que causan las delicias de la estación; hasta finales de mes, no los alcanza ningún otro fruto [...]».
Luis XV heredó de su abuelo la pasión por las