(@ESPIRITUALCHEF)
De ayer a hoy
El empleo de semillas germinadas en la alimentación está documentado hace cinco mil años en China. También se usaban en Babilonia y con ellas elaboraban los esenios un pan de trigo germinado. Las legiones romanas las consumían en campaña y hoy, en Occidente, las semillas germinadas se van redescubriendo poco a poco en la cocina actual, y forman parte del movimiento «raw food». Con todo, su consumo es aún bastante menor.
Añadir un puñadito de germinados en vuestros platos (ensaladas, sopas…) supone incluir en la dieta un alimento fresco y saludable. Semillas como las del trigo, la cebada, la judía mungo, la alfalfa y otras muchas se pueden germinar, lo que incrementa sus nutrientes y las hace más digestivas. En cuanto a los sabores, hay de todo: es cuestión de probar y elegir los que más os gusten.
Al germinar
Cuando se hidratan, las semillas generan vitamina C. Pero no solo eso. La germinación convierte el almidón en azúcares