LOS BICHOS DE LOS ÁRBOLES
Una mañana templada de enero en Manaos, la ciudad porteña de Brasil rodeada de selva lluviosa, un grupo de entomólogos y yo nos dirigimos a un supermercado para abastecernos de provisiones para una expedición.
Veinte minutos después, en la fila de la caja, quedó bastante claro que teníamos ideas distintas sobre lo que eso significaba.
Yo llevaba cacahuates, pasas y repelente para insectos; los entomólogos, todos dipteristas (especialistas en moscas), llevaban una pila de productos agrícolas magullados, charolas de pollo a punto de caducar y pedazos de pescado tucunaré envueltos en celofán.
“Pedí los peores tomates que tuvieran, las papas y las cebollas más podridas; esas son el tipo de cosas que les encantan a las moscas”, dijo Dalton de Souza Amorim, profesor de entomología en la Universidad de São Paulo.
Amorim, quien vestía una camiseta estampada con el dibujo de una mosca cabeza de martillo () -un insecto cuya cabeza se asemeja a un manubrio
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