Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

DesARMAr: Repensar nuestro mal uso de la Biblia sobre la homosexualidad
DesARMAr: Repensar nuestro mal uso de la Biblia sobre la homosexualidad
DesARMAr: Repensar nuestro mal uso de la Biblia sobre la homosexualidad
Libro electrónico262 páginas3 horas

DesARMAr: Repensar nuestro mal uso de la Biblia sobre la homosexualidad

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

DesARMAr reexamina lo que la Biblia dice (y no dice) acerca de la homosexualidad de tal manera que da nueva vida a suposiciones e interpretaciones obsoletas e inexactas.
Las iglesias, tanto en América Latina como en Estados Unidos, están experimentando una fractura sin precedentes debido a sus creencias y actitudes hacia la comunidad LGTBIQ+.
Armado con sólo seis pasajes en la Biblia, a menudo conocidos como los "versículos garrote", una posición cristiana tradicional ha sido la que se opone a la inclusión total de nuestros hermanos y hermanas LGTBIQ+. DesARMAr reexamina cada uno de esos pasajes de las escrituras que se citan con frecuencia, alternando con la propia historia del autor Colby Martin de haber sido despedido de una megaiglesia evangélica cuando descubrieron su postura sobre la diversidad sexual.
"¡Colby ha escrito este libro con un ritmo divertido, inteligente y brillante! Es el libro que le das a tu amigo que sabe que la inclusión es el único camino por delante pero sigue argumentando 'pero la Biblia dice...'. Con el modo fresco y accesible que lo caracteriza, Colby muestra lo que la Biblia realmente dice y despeja las confusiones que aparecen en el camino". ROB BELL, autor de Love Wins, éxito de ventas del New York Times
"Miles de cristianos evangélicos sinceros sienten una profunda tensión entre su mente y su corazón. En sus mentes, entienden la Biblia (y a Dios) como el enemigo intransigente de las personas LGBTQ. Pero en sus corazones se les hace difícil condenarlos o excluirlos. Algunas personas les dicen que escojan su corazón por sobre su mente, otros dicen lo contrario. DesARMAr, el nuevo libro de Colby Martin, ofrece una tercera opción a través de una lectura atrapante y llevadera: una nueva manera de alinear mente y corazón a través de una mirada fresca de la Escritura. Escrito con inteligencia de teólogo y sensibilidad de pastor, este libro es el recurso que miles de personas han estado esperando". BRIAN D. McLAREN, autor/activista (brianmclaren.net)
"Colby echa una mirada compasiva y erudita de las Escrituras que apuntan hacia las relaciones entre personas del mismo sexo a partir de las cuales muchos cristianos toman posición y proporciona un nuevo marco accesible que extiende la afirmación e inclusión hacia la comunidad LGBTQ. DesARMAr combina un estudio teológico reflexivo con una autobiografía pastoral fascinante para crear un poderoso manifiesto cristiano progresista". KRISTEN HOWERTON, fundadora de Rage against the Minivan
"Esta es una autobiografía conmovedora y emotiva de un pastor que perdió su trabajo para encontrar una comunidad llena de gracia, y una travesía profunda e incisiva a través de los "versículos garrote" de la Biblia. DesARMAr de Colby Martin es un viaje conmovedor y profundo que atrae tanto al corazón como a la mente al núcleo del Reino de Dios". RICHARD BECK, autor, bloguero y profesor de psicología en Abilene Christian University
"Este es un libro único, escrito por un autor especial. La percepción, el espíritu encantador y la pasión de Colby se han unido para crear un libro que no solo amo sino del cual estoy orgulloso de compartir con aquellos a quienes amo. DesARMAr es un gran regalo para todo aquel que esté buscando una comprensión, una fe y una compasión más profunda". DOUG PAGITT, pastor, autor y conspirador de la bondad
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 nov 2020
ISBN9781951539627
DesARMAr: Repensar nuestro mal uso de la Biblia sobre la homosexualidad
Autor

Colby Martin

Colby Martin is the author of UnClobber: Rethinking Our Misuse of the Bible on Homosexuality and The Shift: Surviving and Thriving after Moving from Conservative to Progressive Christianity. As a leading voice in the post-evangelical space, he planted a progressive Christian church in San Diego (Sojourn Grace Collective), writes a Substack newsletter (perspective shift.co), and travels the country speaking to communities of faith about progressive Christianity.

Relacionado con DesARMAr

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para DesARMAr

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

3 clasificaciones2 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Un libro totalmente sanador, hace que por fin las cosas calcen naturalmente. Si a muchos el cristianismo tradicional les hace ruido, pero les cuesta explicarlo, este es un buen libro. Me pareció una obra inspirada y necesaria
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Interesante, analítico, oportuno, muy útil. Otra perspectiva sobre la gracia de Dios.

Vista previa del libro

DesARMAr - Colby Martin

refería.

CAPÍTULO 1

CUANDO LA CABEZA Y EL CORAZÓN NO SE LLEVAN BIEN

Carol y el té helado

Como todas las historias, la mía empieza en el jacuzzi de una lesbiana.

Carol era de estatura baja, estaba en forma y usaba cabello largo y una cola de caballo ajustada. No importaba cuándo la viera; siempre vestía pantalones cortos, polo y zapatillas blancas. Cuando era niño, Carol vivía al frente de mi casa, y sabía dos cosas de ella: era lesbiana, y era la dueña del único jacuzzi de la manzana.

Probablemente yo tenía ocho o nueve años cuando mi mamá nos dijo a mí y a mis dos hermanos que nuestra vecina era gay. Ella lo sabía porque Carol había sido su maestra de educación física en la secundaria, y aunque yo no podía apreciar cuán inusual era para aquel tiempo, Carol vivió fuera del clóset en nuestro pequeño pueblo de Albany, Oregon, desde que mamá tenía memoria.

Y yo sabía que tenía un jacuzzi porque podía verlo a través de la reja mientras repartía los periódicos por el barrio. Carol estaba suscripta al Democrat Herald, así que interactuaba con ella de tiempo en tiempo cuando le arrojaba el periódico en su porche o recogía el pago mensual.

Aunque fui criado en un hogar bautista conservador, con un papá que descendía de una larga línea de bautistas, pienso que —gracias a que mi mamá era primera generación de cristianos— nunca llegué a sentir que Carol fuese otra cosa que, bueno, una profesora de gimnasia retirada que leía el periódico. Verás, si bien recuerdo cuando mi mamá nos contó sobre su antigua instructora de kickball, no recuerdo que lo haya expresado con ninguna connotación negativa. Claro, mi mamá nos enseñó que la homosexualidad era un pecado ante los ojos del Señor, pero creo que se perdió la serie de lecciones sobre homosexualidad de la escuela dominical en la Primera Iglesia Bautista, porque nunca mencionó una sola palabra de juicio o condenación contra Carol más allá de eso. Además, para el entusiasmo de este preadolescente chico diez, ella aceptó cuando Carol le preguntó si mis hermanos y yo podíamos sumergirnos en su jacuzzi. Nunca había estado en uno antes, y no iba a permitir que el estilo de vida pecaminoso de una de mis clientas de toda la vida me privara de la oportunidad.

Para mí, hay tres cosas para resaltar de mi primera vez en un jacuzzi, que coincidieron con mi primera vez en la casa de alguien que no era heterosexual. Primero, el té helado no era muy bueno. Estoy casi seguro de que era Lipton sin endulzar. Sin ofender, Carol, pero esa no es la bebida predilecta de los jóvenes. Segundo, su jacuzzi no tenía luces elegantes, y los chorros de agua no funcionaban. Así que fue como un baño común —aunque más grande— para mí y mis hermanos; un poco decepcionante para ser mi primera vez. Me tomó años aprender a disfrutar el jacuzzi. Finalmente, al recordar esa tarde, lo que más sobresale sobre Carol, la lesbiana y su jacuzzi en el patio trasero, es, bueno, cuan normal era. Podría haber sido una pecadora, pero seguramente era la más agradable de todas.

Esa tarde, en las aguas calientes (aunque, tristemente, inmóviles) del jacuzzi de Carol, algunas semillas fueron plantadas en mi corazón. No llegaría a apreciar el momento sino años después; tampoco sería consciente de las semillas presentes en mi corazón. Pero en las páginas que siguen quiero contarte la historia de cómo descubrí que seguir las creencias de mi mente y confiar en las convicciones de mi corazón no tienen porque ser esfuerzos mutuamente excluyentes.

De hecho, creo que el viaje espiritual podría involucrar muy bien el proceso de alinear estas dos realidades.

Encontrando a Jesús en una playa de Huntington

En el verano de 1999, antes de empezar mi último año de escuela secundaria, la trayectoria de mi vida cambió para siempre.

Siempre asistí a la iglesia religiosamente. Mi mamá nos arrastraba cada domingo, tanto antes como después del divorcio de mis padres, a mis diez años. Como muchos niños, me sentía indiferente en mis mejores días e indignado en los peores. Así que incluso me sorprendí a mí mismo cuando, a los diecisiete años, le dije sí a Jeremy, que me preguntó si quería ir con él a California del Sur para asistir a una conferencia cristiana de una semana, llamada SEMP. Estoy seguro de que solo acepté porque pensaba que Jeremy, uno de mis pastores juveniles, era buena onda. Y me sentí especial por ser invitado. Además, para este chico nacido y criado en Oregon, California del Sur era un lugar de magia y mística.

SEMP —Students Equipped to Minister to Peers—¹ era una conferencia anual apuntada a entrenar chicos y chicas de escuela secundaria en los caminos de la evangelización. Las mañanas la pasábamos en las clases, aprendiendo herramientas tales como el Movimiento de Jesús¹ y el Camino de los Romanos.² Por las tardes, nos formaban en parejas y nos mandaban a lugares como la playa de Huntington para testificar a personas al azar en la vía pública.

El primer día en la playa, luego de acosar a los turistas con el destino eterno de sus almas, me sentí un fraude. La experiencia reveló que mi adhesión al cristianismo era solo nominal. Me sentí expuesto, como el niño desprevenido que viste de blanco en una de esas fiestas de cumpleaños en un láser shot. Cuando volví al cuarto donde me hospedaba, colapsé en la cama y lloré durante unos buenos veinte minutos.

A veces, la vida te da el don de pararte fuera de ti mismo, aunque sea por un instante, para comprender del todo la bifurcación que divide tu camino; un momento donde te das cuenta de que, sea cualquiera sea el camino que tomes, sea lo que sea que decidas en ese preciso momento, tendrá consecuencias durante muchos años. Como un adolescente obsesionado con ser popular y neurótico por sobresalir, las opciones ante mí eran dos: proceder como de costumbre y continuar viviendo la vida con el solo propósito de traer la atención y el afecto hacia mí o hacer un cambio drástico (lo que los escritores bíblicos llaman arrepentimiento) y dedicar mis energías a llevar la atención y el afecto hacia Jesús.

Mientras yacía en una piscina de mocos y la almohada empapada con lágrimas, fui confrontado con la realidad de que había pasado la tarde intentando convencer a otros de seguir a alguien a quien yo nunca había seguido. Les estaba presentando a unos extraños a alguien a quien yo nunca había conocido. Y la separación entre quién era en mi interior y lo que hacía en el exterior sofocaba mi alma.

Esa noche busqué a Jeremy y le pedí que orara conmigo y me ayudara a dar el primer paso en el camino donde mi vida se trataría de Jesús en primer lugar. En ese momento, tuve la visión de lo que quería para mi vida. Como cuando planeas un viaje largo, que puedes no conocer cada lugar donde vas a detenerte, pero sabes el destino y trazas el rumbo general, sentí un llamado tan fuerte que aún hoy sigue vivo en mí: quería ser pastor.

Quería dar mi vida para contarles a las personas sobre Jesús. Quería estudiar la Biblia, enseñarla e inspirar a las personas a confiar en Dios con todo su ser. Quería invitar a las personas a considerar que el Camino de Jesús es el mejor rumbo para una vida de paz, esperanza, justicia y amor. Quería pastorear a las personas a lo largo de la transformación continua de amor en sus vidas.

Ser pastor ha sido un viaje más duro de lo que jamás podría haber imaginado esa noche cuando oré con Jeremy. No estoy seguro de si hubiera tomado ese camino de haber sabido algunas de las angustias que me esperarían en el ministerio a tiempo completo. Pero después de estar en el ruedo durante diecisiete años, honestamente puedo decir que todavía persigo la misma visión para mi vida. Y si bien ya no les digo a extraños al azar que están destinados a la condenación eterna si no repiten una oración mágica, mi resolución de estudiar las Escrituras, seguir a Jesús e invitar a otros a hacer lo mismo permaneció inconmovible.

Sobresalvo

Cuando volvimos de SEMP, era una persona diferente. El jurado todavía está deliberando si fue por mi primer encuentro con Jesús o por mi primer encuentro con Krispy Kreme.² Pero no hay dudas de que todo cambió. Yo estaba (como le decíamos en ese entonces) prendido fuego por el Señor. Empecé a organizar grupos de oración, a dirigir estudios bíblicos y a coordinar eventos evangelísticos masivos para salvar a todos mis amigos. Era un sinvergüenza apasionado por Jesús.

Permíteme hacer una pausa y disculparme con cualquier persona que haya conocido entre 1999 y 2004. Esos años, si bien mis intenciones eran positivas y mi corazón estaba en el lugar correcto, era un clásico caso de ser sobresalvo.³ Era perturbador, lo sé. Toda conversación tenía que ser sobre mi fe. Cada interacción llevaba a una discusión de teología. Nadie estaba a salvo, ni la persona a mi lado en el avión ni la pareja en la mesa junto a la mía en Starbucks. La mayor parte de mis amigos de la niñez comenzaron a cansarse de mi proselitismo implacable. Era un fanático de Jesús de principio a fin, y cualquier burla que recibía la usaba como una insignia de honor, asumiendo que era la persecución de la que Pablo habla en el Nuevo Testamento.

Después de la escuela secundaria, abandoné mis planes para estudiar diseño gráfico en Nueva York y, en su lugar, me inscribí en una pequeña universidad cristiana en Salem, Oregon, donde, para mi delicia, ser un fanático de Jesús era una virtud. Más que ser ignorado y condenado al ostracismo, fui codiciado y puesto en alto. Ser sobresalvo se había convertido en una ventaja.

Menciono todo esto para que se den una idea de cuán atrincherado estaba en el conservadurismo evangélico. Podía recitar la Escritura, defender los credos y hablar con elocuencia de las ventajas del dispensacionalismo premilenialista con los mejores representantes de la postura. Sin embargo, cuando era el turno de abordar la sexualidad desde la teología, no recuerdo gastar nada de tiempo o energía en ello. En ese entonces no tenía ningún amigo o miembro de la familia que fueran gay. Carol, un recuerdo distante, meramente una conocida, seguía siendo mi única interacción con alguien gay. Si surgía el tema de la homosexualidad, fuera en la escuela o en la iglesia, la conversación solo servía para reforzar el argumento que todos teníamos: la homosexualidad es pecado. Tanto como la mentira, el asesinato y adulterio. Y la Biblia era vista como un libro muy claro en sus puntos de vista. Determinar si la homosexualidad estaba mal o no ante los ojos de Dios era un asunto de nunca acabar. Como resultado, nunca lo cuestioné. Por eso me sorprendió tanto

—cuando me senté en ese cuarto de techos altos para que Ruth y los otros tres ministros me entrevistaran— que casi no me dieran la licencia de pastor a causa de mis sentimientos conflictivos sobre las personas LGTBQ y la iglesia.

No se permite la membresía

Aquí dices —prosiguió Ruth, señalando mis respuestas escritas— que si bien acuerdas con la denominación sobre el tema de la homosexualidad, tienes conflictos con nuestras políticas eclesiales. ¿Puedes explayarte?.

Pensé en el momento que me llevó a escribir esa respuesta. Caminaba por la antesala de la iglesia mientras leía el manual de políticas y procedimientos. Intentaba sacarle el jugo y estudiarlo durante el receso del almuerzo. Leía la sección sobre cómo la iglesia elegía a sus ancianos, cómo asignaban tiempo de vacaciones para el personal y cuál era el proceso para convertirse en miembro. Y me topé con una oración que destrabó sentimientos que no sabía que tenía. Decía: A los homosexuales practicantes no se les debe permitir convertirse en miembros de la iglesia.

Me congelé allí, en plena antesala, intentando descifrar mis emociones. No se les debe permitir convertirse en miembros. Se sintió como cuando me enteré de que Augusta National Golf Club —uno de los clubes de golf más apreciados del país, anfitrión del Torneo de Maestros anual— no admitió miembros afrodescendientes ni mujeres hasta el 2012.

Ahí estaba, en una iglesia cristiana —de la cual quería ser pastor— que le negaba la membresía a alguien porque… ¿exactamente por qué? ¿Porque sentía atracción por alguien del mismo sexo? ¿O porque tenían sexo con personas del mismo género? Me pregunté cómo es para alguien ser considerado un practicante de la homosexualidad. Luego, vi que había más. Seguía explicando que no solo no podían ser miembros los practicantes de la homosexualidad, sino que tampoco podían servir en una lista de varias actividades de voluntariado.

Bueno, déjame ver si entiendo —me dije— la denominación les permite a las personas gay asistir a sus iglesias, adorar los domingos, ser voluntarios de capacidad limitada (donde no se los pudiera ver ni fueran líderes) y aceptar sus diezmos y ofrendas sin dudarlo, pero si una persona gay busca ser miembro o quiere usar sus dones de liderazgo para servir al cuerpo, ¿entonces no le espera nada más que rechazo?.

En aquel entonces no tenía el lenguaje adecuado para definir lo que me pasaba. Pero, diez sólidos años después, al revisar en retrospectiva mi caja de herramientas, descubrí la causa de la inquietud que sentí mientras caminaba por la antesala de la iglesia.

En busca de la integridad

Me reuní con Derek una vez a la semana durante nueve meses del 2014. Él fue mi director espiritual. Me ayudó a discernir el llamado y la misión de mi vida. Hasta ese punto, había atravesado múltiples experiencias dolorosas con iglesias y me preguntaba si, quizás, mi yo de diecisiete años se había equivocado. Afligido y un poco asustado, me acerqué a Derek para encontrar claridad sobre quién era y qué debería hacer.

Durante nuestro tiempo juntos, él me hizo pasar por un ejercicio en el que debía mapear mi línea de tiempo. En una cartulina pegué docenas de notas adhesivas en las que escribí, en forma de crónica, los eventos significativos y las personas que me habían impactado. Era un tapiz brullo⁴ de mis primeros treinta y dos años. Una mañana, luego de un trabajo emocional intenso, Derek examinó mi línea de tiempo mientras se acariciaba la barba incipiente del mentón. Justo en el punto donde mi tolerancia al silencio incómodo estaba al máximo, se reclinó sobre el asiento de la cafetería y dijo: Me parece que la integridad es importante en tu vida.

Sí, creo que sí —contesté, poco impresionado—. Quiero decir, sí, para mí es importante vivir de forma recta incluso cuando nadie está mirando. Me pregunté cuál era su punto. ¿Acaso la integridad no es algo importante para todos?

"No hablo de esa clase de integridad —continuó—. Me refiero a integridad en el sentido de estar integrado; de ser pleno y completo. Señaló una serie de notas adhesivas en la línea de tiempo. Una y otra vez en tu vida has tenido estos momentos significativos donde tus convicciones internas y tus acciones externas no están alineadas", dijo.

Donde tus convicciones internas y tus acciones externas no están alineadas…, repetí en mi cabeza. Sus palabras explotaban como fuegos artificiales.

¿Recuerdas la escena de El club de la pelea cuando Edward Norton se da cuenta de que es Tyler Durden? Miras la pantalla mientras todos los hilos sueltos de la película encajan en su lugar, la trama de repente cobra sentido, y te preguntas cómo no te diste cuenta antes.

Esa mañana, las palabras de Derek fueron así. Este concepto de integridad —alinear mis acciones externas con mis convicciones internas— trajo una profunda e instantánea claridad a mi línea de tiempo (a mi vida). Era como si un oculista me hubiera dado a elegir solamente entre dos opciones durante treinta y dos años, y ahora pasara a darme tres, y todo se enfocara de repente.

Este movimiento hacia la integridad ha sido la meta de mi vida. Muchas veces, de manera inconsciente. Todo momento significativo —y muchas personas importantes— en mi línea de tiempo fueron instancias en las que corregí el curso. Mi experiencia traumática como evangelista fraudulento en la playa Huntington era un ejemplo perfecto. Derek tenía razón; mi alma sufre y mi vida cojea cuando actúo de modo incongruente con mis convicciones. Si no puedo vivir de forma genuina en lo que creo que es verdad o soy forzado a esconder ciertas partes de mí o tengo que actuar de una manera a pesar de que mi corazón cree otra, entonces los frutos básicos del Espíritu, tales como gozo, paz y bondad, se sienten inalcanzables.

Alineando la cabeza y el corazón

Un paso crucial hacia ser íntegro, allí donde nuestras convicciones internas se alinean con nuestras realidades externas, es prestar atención cuando sentimos que nuestra cabeza y nuestro corazón están en conflicto entre sí, cuando lo que creemos que es verdad y lo que sentimos que es verdad no están emparejados.

Hoy, cuando miro atrás y me veo en la antesala de la iglesia, leyendo sobre la exclusión de los practicantes de la homosexualidad, puedo definir lo que me sucedía. Mi cabeza y mi corazón no estaban alineados. Por un lado, mi cabeza aún estaba cimentada teológicamente en el evagelicalismo conservador —un mundo en donde no hay

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1