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Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida
Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida
Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida
Libro electrónico150 páginas2 horas

Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida

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Información de este libro electrónico

La música es un arte noble. Cualidad no necesariamente presente en muchas de las personas que se dedican a ella. Directores de teatro, intérpretes, programadores... El frustrado intento del protagonista para poner en escena su zarzuela le llevará a una cruzada personal contra toda esa maquinaria. Una aventura quijotesca en un universo próximo al de Las partículas elementales de Michel Houellebecq o al de La conjura de los necios de John Kennedy Toole.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2020
ISBN9781005316792
Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida
Autor

Eduardo Soutullo García

Eduardo Soutullo is a Spanish composer, writer and filmmakerSee full biohttps://en.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Soutullo

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    Olozábal, el último zarzuelista, en el Madrid de la movida - Eduardo Soutullo García

    Chapter 1

    I. Preludio galaico: del Códice Calixtino al terruño de A Terra Chá

    Como cada mañana, mientras atraviesa la plaza del Obradoiro camino a sus clases en la Facultad de Historia, Xosé Miguel Caldeira intenta pasar desapercibido entre las hordas de jóvenes universitarias. Nunca se encontró a gusto con su propio físico, que sus amigos más benévolos califican de corpulento y los más malévolos de orondez invasora. Se atrinchera en las arcadas del Pazo de Raxoi para contemplar la fachada de la catedral mientras hurga en los bolsillos de su abrigo atiborrados de pastelitos Bony, Tigretón y Bucaneros. En él, los dulces suelen convivir con partituras o libros con alguna de sus páginas indeleblemente estampada con la silueta de alguna loncha de embutido, preferiblemente mortadela de aceitunas o cabeza de jabalí, tal como le ha tocado padecer a un sufrido ejemplar de la primera edición de El nombre de la rosa que acaba de comprar hace un mes y viaja en su bolsillo derecho. Caldeira, en su reducidísimo círculo de amistades se jacta de tener una íntima relación con semejante abrigo, afirmando que "bien podría haber pertenecido al personaje del filósofo Schaunard de Escenas de la vida bohemia de Enrique Murger, el cual también acostumbraba a vestir un gabán pluriuso de inveterada edad".

    Aún bajo las arcadas, pasmado una vez más ante la fachada del Obradoiro, cree sentirse como Adso de Melk, el monjecillo protagonista de la novela de Umberto Eco, maravillado ante la contemplación de aquella abadía que en la novela albergaba una de las mayores bibliotecas de la cristiandad. Tras mucho rebuscar en sus cavernarios bolsillos, finalmente Caldeira encuentra una cinta de casete que rebobina con la ayuda de un lápiz. La coloca en su walkman. Suena el Gratulantes celebremus festum del Códice Calixtino, custodiado en la archivo-biblioteca de la catedral. Caldeira se considera un privilegiado al haber tenido acceso a este manuscrito, algo que ni podrían haber soñado Adso de Melk o su maestro Guillermo de Baskerville. En realidad, Caldeira, al igual que sus compañeros de facultad, sólo pudo hojear el facsímil del Codex Calixtinus en una visita al archivo de la catedral organizada por la universidad. Pero su fetichismo se dio por satisfecho con ello. Y en momentos como ese, voluntariamente apartado de lo que él denomina el rebaño estudiantil y contemplando la catedral desde debajo de las arcadas, recuerda aquel instante de gloria en el que comentaba a sus compañeros de facultad "la singularidad de las iridiscentes miniaturas del códice y la pétrea belleza de esa joya de la polifonía que es el Gratulantes". Obra que gracias a su pringoso walkman inunda ahora sus oídos: Celebremos contentos la fiesta en este día que honra la luz divina. Ilustre día señalado por los milagros de Santiago.

    Lo saca de ese estado de éxtasis un estudiante que se tropieza con él y se disculpa diciéndole "perdona, no te había visto". Caldeira, consciente del volumen que ocupa, se lo toma como uno de los mejores piropos que ha escuchado en toda su vida. Y se siente orgulloso al creer recordar que el mismísimo Luciano Pavarotti contaba en una entrevista televisiva una experiencia similar. Para bien o para mal, el físico de Caldeira tampoco es el del célebre tenor. Sus carrillos hinchados eternamente enrojecidos, su vestimenta y su corte de pelo siempre le han dado el aspecto de un sacristán de aldea. Así se lo había hecho saber una estudiante de filología al compararlo con el personaje del pubertino Charles Bovary, tal como lo describe Flaubert en el primer capítulo de Madame Bovary. Lejos de ofenderse, Caldeira se sintió halagado al prestar únicamente oídos a semejantes referencias literarias y creerse formar parte de ellas.

    Y es que ese era el mundo en el que había decidido refugiarse, el de las referencias bibliográficas. Inadaptado a la que para él era una realidad hostil, la del ambiente universitario que le había tocado vivir en aquel año de 1981, su único refugio era la biblioteca de la facultad. Allí podía entregarse durante horas a leer desordenadamente y a apuntar compulsivamente referencias bibliográficas en su cuaderno. Todo ello sin haberse propuesto un tema de investigación determinado. Una de sus pasiones, que compartía con un compañero de facultad llamado Ruiz Vosta, era la de polemizar durante horas sobre el correcto formato de las citas a pié de página. Otra de sus aficiones era hacer acopio en su memoria de todo tipo de citas para ir soltándolas a la menor oportunidad en medio de una conversación con sus profesores. Siempre con el mentón bien alto y un voluminoso libro bajo el brazo, detalle que motivó que no tardasen en apodarle sobaco ilustrado.

    Ese curso 1981-1982 Caldeira está matriculado en los cursos de doctorado, a los que asiste religiosamente a primera hora de la mañana mientras la mayor parte de sus compañeros permanecen en cama acusando las consecuencias de interminables noches tabernarias. Había escogido los cursos del programa de doctorado de Historia de la música, a pesar de no tener ninguna formación como músico. Y no por no haberlo intentado. Siendo niño, sus padres se habían preocupado de matricularle en solfeo en el conservatorio. Lo intentó con diversos instrumentos, pasando de uno a otro en frustrados intentos. Sus tentativas finalizaron cuando se matriculó en piano y un profesor del Conservatorio de Santiago llamado Xulián Burrán le espetó al niño Caldeira que si en el futuro sus habilidades en la cama con su esposa iban a ser similares a las que demostraba con el piano, compadecería a la susodicha. Haciendo méritos, este docente pasó a ser profesor en la universidad compostelana, con lo que Caldeira ha tenido que soportar su mordacidad durante sus primeros años en la facultad, no habiendo podido librarse de él hasta este curso en el que ha iniciado el doctorado.

    La musicología era a la única disciplina musical a la que podía optar, tras tener que abandonar definitivamente sus aspiraciones pianísticas y todo aquello que tuviese relación con el mundo de la música práctica. Cada noche, al acostarse, en sus sueños acaricia, entre otras cosas, la idea de crear una revista de musicología, ejercer la crítica musical, o incluso hacer sus pinitos como autor de argumentos de zarzuela y ópera. Como doctorando, su tema de investigación es el de la reivindicación de la zarzuela, como él mismo lo denomina. Si bien su defensa de la recuperación del gran repertorio de títulos zarzuelísticos olvidados siempre mereció la aprobación de sus profesores, no lo fue tanto el tono plañidero con el que la hacía. En la revista de la Universidad de Santiago consiguió publicar un artículo titulado ¿Qué hace nuestro país por la zarzuela?. En él afirmaba que "si las zarzuelas compuestas en nuestro país se cuentan por millares, las que hoy se representan se cuentan por decenas, algo incomprensible teniendo en cuenta que la zarzuela ha sido una de las mejores crónicas de la sociedad española y por ello siempre ha gustado tanto a la gente de barrio como a las élites..."

    Dentro de los compositores de zarzuela, Caldeira siempre ha sentido especial admiración por Olozábal, el compositor vasco que había triunfado en los teatros del Madrid de la Segunda República y que, por sus amistades con algunos miembros de aquel régimen, fue depurado tras la Guerra Civil teniendo que presenciar cómo sus obras iban desapareciendo progresivamente de los teatros. En los últimos años, y a pesar de la llegada de la democracia, las cosas no han ido mejor para Olozábal. Pero para Caldeira, lo importante es que el viejo maestro, aunque apartado de la vida musical, seguía vivo. Y su gran ilusión es escribir un libreto de zarzuela para que Olozábal le ponga música. Caldeira es consciente de que la zarzuela, al igual que el teatro o la ópera, es un género minoritario. Además, las representaciones se limitan a un pequeño número de títulos, prácticamente todos ellos creados antes de la Guerra Civil. No parece haber la más mínima oportunidad para una obra de nueva creación, ni siquiera para los últimos supervivientes, los autores más veteranos nacidos a principios de siglo. Su admirado Olozábal lleva décadas apartado de los escenarios. Sólo se representan, y de manera muy esporádica, algunas de las obras que compuso durante la posguerra o incluso antes. Todo lo que ha debido componer en estos últimos veinte o treinta años debe estar pudiéndose en algún cajón. Si ni siquiera él consigue salir adelante, las oportunidades para un autor novel son prácticamente nulas.

    Como estudiante y como musicólogo, Caldeira tiene dos grandes limitaciones para pasarse las horas necesarias estudiando sentado. Tiene colon irritable además de algo que él mismo ha decidido bautizar como hipotrofia vegigal y que sus amigos llaman simple y llanamente meadera floja. Si la segunda dolencia es más o menos compaginable con las horas de estudio en la biblioteca, la primera siempre le ha creado más problemas. Se enorgullece de ella y presume ante sus amigos diciendo que es algo que tiene en común con el mismísimo director sueco Ingmar Bergman, para quien su preocupación más importante en la vida no era el de poner en escena con el máximo rigor las obras de Strindberg, sino la de tener siempre cerca un excusado en el que poder aliviarse. Para Caldeira no es tarea fácil permanecer en las aulas de la facultad sin tener en mente que, cuando menos se lo espere, le va a llegar el fatídico momento. Durante los años en los tuvo a Xulián Burrán como profesor, tuvo que aguantar estoicamente las sarcásticas indirectas que le dedicaba en cada una de sus apuradas salidas del aula.

    Las relaciones de este tándem profesor-alumno no fueron fáciles. Caldeira considera que, si la mayoría de los docentes universitarios que ha conocido son unos trepas, Burrán es además todo un experto en dar puñaladas para conseguir sus metas. Caldeira, ante sus amistades, acostumbra a intentar explicar el fenómeno Burrán parafraseando a Flaubert, cuya obra también empieza a amueblar los bolsillos de su abrigo después de que se lo descubriese aquella estudiante de filología que lo comparó con el joven Charles Bovary. Según Caldeira, el joven Burrán al igual que Frédéric Moreau el protagonista de La educación sentimental, se había fijado un determinado objetivo a alcanzar en cada etapa de su vida: a los veintitrés licenciado, a los veinticinco funcionario, etc. El problema es que, debido a sus limitaciones, Burrán no podía ni soñar con aquello a lo que podía aspirar Moreau: convertirse en diputado o ministro. Así pues, el joven Burrán sólo podía recurrir a lo único que había recibido como herencia familiar, lo que Caldeira denominaba minifundismo mental congénito. Burrán es hijo y nieto de agricultores de una aldea de la lucense Terra Chá. Las únicas propiedades de su familia eran varias fincas cuyas pequeñas dimensiones se debían, como suele ser norma en la mayor parte de la orografía gallega, a las sucesivas divisiones por herencias. Pequeñas parcelas cuyos límites nunca están bien marcados. Como en muchas otras familias, los enfrentamientos de la de Burrán con sus vecinos por cuestiones de lindes dieron como fruto rencillas que duraron décadas. Burrán, que no tenía más ancestros musicales que un tío paterno que tocaba un asubío de capador de cerdos, fue enviado a un internado de A Coruña para cursar el bachillerato y comenzar sus estudios en el conservatorio. En consecuencia, se libró pronto de tener que trabajar en el campo. Pero vio lo suficiente como para saber lo que

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