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Mujeres jaliscienses del siglo XIX: Cultura, religión y vida privada
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Libro electrónico712 páginas9 horas

Mujeres jaliscienses del siglo XIX: Cultura, religión y vida privada

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Esta obra muestra el largo y difícil camino de quienes nos antecedieron en la lucha por la igualdad, la equidad de género y la participación de la mujer en la vida pública y cultural de nuestro país; y brinda un reconocimiento a todas aquellas mujeres anónimas que contribuyeron con su esfuerzo a cambiar la percepción de lo femenino y elevar la dignidad de la mujer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2020
ISBN9786074500097
Mujeres jaliscienses del siglo XIX: Cultura, religión y vida privada
Autor

Varios autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    Mujeres jaliscienses del siglo XIX - Varios autores

    Las escritoras jaliscienses en el siglo XIX

    Wolfgang Vogt

    El siglo XIX es un periodo de grandes cambios en la historia occidental. Es el tiempo de la independencia de las colonias españolas en América. México consigue su independencia en 1821 y Cuba en 1898. En este siglo observamos también profundos cambios sociales causados por la revolución industrial. En el siglo xix se imponen nuevas formas de gobierno. Con la revolución francesa de 1789 ya se había dado un golpe mortal a la monarquía absoluta. Los primeros intentos de establecer la república fracasan, pero a partir de 1871, con la caída del emperador Napoleón III, esta nueva forma de estado se impone de manera definitiva en Francia. En Inglaterra y otros países europeos paulatinamente la monarquía absoluta se convierte en constitucional y su forma de gobierno es democrática. Una vez derrotado el emperador Maximiliano de Habsburgo en México, el presidente Benito Juárez puede restaurar de manera definitiva la república. En Prusia y Austria, donde gobierna durante varias décadas Francisco José II, hermano de Maximiliano, desaparece el imperio hasta 1918, con el final de la Primera Guerra Mundial; no obstante, la nobleza había hecho un pacto con la burguesía para hacerla participar en el gobierno.

    Este es el contexto mundial que enmarca el tema de este trabajo. Nuestro propósito es estudiar la situación de las escritoras mexicanas, y en particular las jaliscienses, entre la guerra de Independencia (1816-1821) y la Revolución (1910-1917), sin perder de vista el contexto internacional. El ámbito público donde mejor se desarrolla la mujer es en el cultural. Para poder apreciar los cambios de mentalidad de las mujeres en el siglo xix y su inserción en la actividad cultural, hay que echar un vistazo a la participación de la mujer en la vida literaria de los siglos anteriores.

    Antes de 1900, la cantidad de nombres de escritoras que se conservan en los registros literarios e históricos es muy reducida. La mujer tuvo serias dificultades para prepararse para la vida intelectual, ya que no tuvo acceso a la educación superior. Durante la Edad Media y la época colonial en la Nueva España, la enseñanza en las universidades se dio en latín. Para sacerdotes, abogados y médicos, el conocimiento de esta lengua clásica era imprescindible, pero nadie la enseñaba a las mujeres, cuyas actividades cotidianas se limitaban a las tareas del hogar y la educación de los hijos. Sólo señoras de la alta sociedad y algunas monjas tenían tiempo para el estudio y la escritura. Las condiciones y posibilidades de su educación eran difíciles porque tenían que adquirir sus conocimientos de manera autodidacta. Un caso extraordinario es el de la monja alemana Roswith, del convento de Gandersheim, quien ya en el siglo X, y gracias a su alta posición social, pudo adquirir los conocimientos para dedicarse a la creación literaria. Escribió en latín leyendas, historias y obras de teatro. Su obra está a la altura de los demás escritores alemanes de la Edad Media quienes escribieron en latín.¹

    Durante la Edad Media, entre los autores místicos alemanes de los siglos XI y XII encontramos tres monjas, entre las cuales destaca Hildegard von Bingen (1089-1179), quien nos legó una amplia obra filosófica y poética en los terrenos de la poesía, la mística, la apocalíptica y la profética, así como de medicina e historia natural. Todavía gozan de gran popularidad en Alemania los escritos naturistas de esta monja, gran figura de la Edad Media, quien es reconocida y revalorada por las feministas alemanas. En la Francia del siglo XVI destacó la reina Margarita de Angulema o Navarra como poetisa y autora del famoso libro de cuentos Heptameron. Ella es contemporánea de la monja carmelita Santa Teresa de Jesús, cuya obra es superior a todas las escritoras hasta ahora mencionadas. Los libros místicos de esta autora durante mucho tiempo han sido lectura primordial de muchas mujeres cultas y fuente de inspiración de numerosas congregaciones religiosas femeninas hasta la época actual. Acerca de su repercusión en Jalisco, el poeta tapatío Enrique González Martínez nos cuenta en sus memorias que los escritos de Santa Teresa eran la lectura preferida de su madre; la cual, según él, tuvo una mayor influencia que su padre, un profesor de español, para desarrollar sus gustos literarios. En los países de lengua española, durante el siglo XIX, la obra de Santa Teresa fue mucho más apreciada y difundida que la de Sor Juana Inés de la Cruz, a pesar de ser novohispana. Eso se explica, en parte, por el rechazo de la crítica literaria de entonces a la estética del barroco, pero también por la defensa de Sor Juana a los derechos de la mujer.

    Teresa Tovar, 18 años. Maestra de escuela de niños. Ixtlán del Río, Nayarit, 10 de enero, 1923.

    Llama la atención que en el siglo XIX existan ciertas autoras que atraen especialmente a mujeres. Era bien visto, por ejemplo, que una señora tapatía leyera Las moradas de Santa Teresa; sin embargo, la lectura del reconocido novelista francés, Émile Zola, les era prohibida. En esta época era común que los padres de familia controlaran mucho más las lecturas de sus hijas que las de sus hijos. El narrador tapatío Fernando Navarro Velarde² en su novela modernista El ausente (Guadalajara, 1920) describe a una joven de buena familia que no tiene acceso a la biblioteca de su casa. Ante su gran interés por la lectura, un día su padre convoca a un consejo de familia para discutir cuáles libros de la biblioteca son aptos para una joven de buena familia. Por lo general en esta época se pensaba que los libros escritos por mujeres eran los idóneos para otras mujeres. Los escritos por hombres habría que revisarlos con mayor detenimiento antes de darlos a la lectura femenina. También en Francia las mujeres cultas tienen durante el siglo XIX sus autoras preferidas. En la obra En busca del tiempo perdido Marcel Proust nos cuenta que su madre había sido una asidua lectora de las cartas que Madame de Sévigné, una dama de la corte de Luis XIV, había escrito a su hija. En la sociedad parisina de finales del siglo XIX la inquietud por lo religioso y su influencia en la vida privada y cultural no está tan presente entre las mujeres cultas como en la sociedad tapatía.

    En la literatura alemana del siglo XIX, la escritora más destacada es Annette von Droste Hülshoff (1797-1848), una mujer rica y noble quien, gracias a las comodidades de su vida a orillas del lago de Constanza, llegó a ser la más grande poetisa de la literatura alemana y una de sus personalidades más complejas, a juicio de Rodolfo Modern.³ Su formación y sus convicciones católicas se reflejan en su obra.

    El romanticismo de Annette von Droste es más bien conservador, mientras que el de Georg Sand es sobre todo liberal y rebelde. Por estas características, que nos reflejan una personalidad fuerte y contestataria, es que firma su obra con seudónimo. Esta mujer francesa se hizo famosa como amante de Musset y Chopin; fue muy criticada por la gente de su época porque además le gustaba vestirse de hombre. A pesar de no ser una figura aceptada por la buena sociedad, sus novelas sentimentales tenían entonces, y tienen todavía, mucha difusión.

    En España destacan durante el siglo XIX dos escritoras: la romántica Cecilia Böhl Faber, quien se hizo famosa con la novela La gaviota, que publicó bajo el seudónimo de Fernán Caballero (1796-1877), y la naturalista Emilia Pardo Bazán (1851-1921), autora de Los pazos de Ulloa. Pardo Bazán es la representante más importante del naturalismo español. Se cuenta que cuando se presentó a impartir su primera clase de literatura en la Universidad de Madrid sus alumnos, todos ellos hombres, se negaron a asistir, señalando que no irían a una clase impartida por una mujer.

    Durante todo el siglo XIX la mayoría de los hombres ven todavía en la mujer un ser inferior con menores capacidades intelectuales que el hombre. El dramaturgo neoclásico Leandro Fernández de Moratín, en su obra La Nueva Comedia, habla despectivamente de la esposa de un autor de teatro quien, en lugar de atender la cocina y los niños, le ayuda a su marido a escribir comedias. Según la opinión general de entonces, la primera obligación de la mujer es atender el hogar. Sólo señoras de la alta sociedad que disponen de muchos criados tienen tiempo para escribir. Durante la época colonial también algunas monjas pudieron dedicarse a la literatura. Sor Juana Inés de la Cruz⁴ se decidió por el convento porque no formaba parte de la alta nobleza. En las condiciones en que nació y pasó su infancia le hubiera correspondido, seguramente, casarse con un pequeño propietario incapaz de ofrecerle una vida holgada. A las mujeres de su categoría les tocaba trabajar en la agricultura y cuidar a los niños. Su madre tampoco tenía dinero para pagarle la alta dote que se exigía para ingresar a un convento. Pudo ser monja con tres sirvientas y una esclava, gracias a que un noble generoso le pagó la dote. En el convento tenía tiempo suficiente para las letras y además gozaba de la protección de la corte virreinal. Sor Juana no siempre tenía la protección de sus superiores eclesiásticos. Cuando el arzobispo Aguiar y Seijas le prohíbe dedicarse a las letras, se termina su carrera de escritora. Uno de los poemas más conocidos de Sor Juana, Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, critica duramente el machismo de su época. Gracias a este poema es considerada hoy día como una precursora del feminismo actual. Durante los siglos XVIII y XIX su obra era poco apreciada en España y México, y sobre todo no se aceptaba Hombres necios..., poema que en algunos casos provocó protestas. En Guadalajara, en 1882, el librero español Pedro Páes publicó en el Calendario Mercantil Jalisciense, de muy amplia difusión, su Réplica a Sor J.I. de la C., en defensa de los hombres:

    El Mundo: suplemento humorístico, cuadro de Paul Hoecker, 7 de junio, 1896. BPEJ, Fondos Especiales.

    Sor Juana con mil razones,

    sin consultar pareceres,

    justifica a las mujeres

    y condena a los varones.

    Mas sus razones al ser

    tan vanas como la esponja,

    se comprende que la Monja

    no deja de ser mujer...

    Por una causa sin nombre,

    siendo tan tierna y tan bella,

    juntáronse al punto en ella

    los enemigos del hombre...

    Y fue tal su condición,

    que el mismo Demonio quiso

    que fuera en el paraíso

    su agente de seducción...

    Aquesta pesada broma

    hizo al hombre la mujer,

    y hoy pretende aparecer

    como cándida paloma.

    Solo y querido de Dios

    el hombre muy bueno era:

    mas tuvo una compañera

    y fueron malos los dos.

    pues bien, ¿habrá quien me nombre

    al que este mal pudo hacer?

    ¿dañó el hombre a la mujer,

    o la mujer dañó al hombre?...

    Desde entonces, diligente

    la mujer, con gracia y tino,

    sigue el instinto dañino

    que heredó de la serpiente

    Con sus hechizos ufana,

    hace de diversos modos

    que todos los hombres, todos,

    coman la fatal manzana. . .

    De su rostro retocado

    persuasiva es la elocuencia,

    aunque hay mucha diferencia

    de lo vivo a lo pintado;

    se ven de sus labios rojos

    las sonrisas combinadas

    con la luz de las miradas

    que se escapan de sus ojos;

    luego el rizado cabello,

    las cintas, perlas y flores

    y los brillantes primores

    de los dijes de su cuello...

    y su elocuencia duplica,

    desde la cabeza al pie,

    ese sutil no sé qué

    que se siente y no se explica.

    Así, sin perder su norte,

    del hombre el querer provoca,

    y antes de que hable con la boca

    él, ella habla con su porte.

    De su adorno, los reflejos

    solicítándolo terca,

    para que le hable de cerca

    ella le habla desde lejos...

    ¿Quién es el culpable, pues,

    que cargar debe el madero?

    ¿La mujer, que habla primero,

    o el hombre, que habla después?

    Si ella con porte sensual

    juega al amor y al desdén,

    ¿podrá decir que obra bien

    cuando va incitando al mal?

    Si ella con pueril denuedo,

    usa un proceder tan loco

    ¿quién es el que pone el coco

    y luego le tiene miedo?

    Si con tal estratagema

    gusta con lumbre jugar,

    ¿de quién se podrá quejar

    cuando su casa se quema?...

    En tan delicado asunto

    mucho se debe pecar

    al vender como al comprar;

    pero, curioso, pregunto:

    ¿Quién más falta a la justicia

    entre los que a Dios ofenden:

    quien compra lo que le venden,

    o quien vende por malicia?

    ¿Quién más, por su mala estrella,

    merece condenación:

    quien pone la tentación

    o el que débil era en ella

    Y aunque de las buenas no hablo,

    importa tener presente

    que acecha traidoramente

    detrás de la Cruz, el Diablo.

    Porque aunque en ellas se encarne

    un alma de santo imán,

    siempre en ellas juntos van

    el Mundo, Demonio y Carne.

    En las obras completas de Sor Juana se cita otra réplica del mismo estilo, pero más corta, publicada en 1888 en Tabasco.

    Los ilustrados del siglo XVIII, así como el crítico literario español Marcelino Menéndez y Pelayo, rechazan la obra de Sor Juana como toda la literatura barroca como una obra oscura incompatible con las reglas de la estética neoclásica. Por eso Sor Juana tenía pocos lectores, a diferencia de Santa Teresa, monja de vocación; una mística y auténtica escritora religiosa, cuya obra era compatible con la enseñanza del magisterio católico de la época; en tanto que en Sor Juana encontramos a una erudita cuya obra literaria no está al servicio de la religión. Los ilustrados se oponen a las mujeres sabias porque la erudición es privilegio del hombre, quien tiene acceso a la universidad y a las profesiones intelectuales. La educación de la mujer debe limitarse a la enseñanza de la lectura y escritura, y en el caso de las mujeres de clase alta, a la cultura general que les permita participar en las conversaciones de las reuniones sociales. En cambio, una mujer que sabe latín no encuentra marido ni tiene buen fin.

    Fernando Calderón (1805-1842), autor nacido en Guadalajara, defiende en su comedia más famosa A ninguna de las tres, la visión ilustrada y neoclásica de la mujer. El tema de esta obra son tres hermanas en edad de matrimonio rechazadas por un pretendiente. Su crítica se centra sobre todo en Clara, la más culta de las tres, como nos muestra en el siguiente diálogo que tiene con su hermana María:

    Clara

    Te lo repito, María,

    también debe la mujer

    la política entender

    y las cuestiones del día:

    por qué tan sólo el varón

    a esto se ha de dedicar?

    Yo puedo muy bien entrar

    en cualquier discusión;

    gracias a Dios, he podido

    los publicistas mejores

    entender, y no hay autores

    graves que no haya leído.

    Horacio, el gran Cicerón,

    Ovidio, Petrarca, Tasso,

    Cervantes, y Gracilaso,

    Mariana, Solis, Bufón,

    Comedias de Moratín,

    Burlamaqui, Pedralieri,

    de Pradt, Humboldt, Filangieri…

    María

    Por Dios, que ya pongas fin

    a esta lista interminable:

    ¿es preciso acaso leer

    tantos libros, para ser

    una joven apreciable?

    Tú con todos tus autores

    no tendrás un solo amante

    Obviamente, para la mujer del siglo XIX el matrimonio es la finalidad de su vida y no el éxito profesional. La cultura es sólo un adorno que puede dar gusto al marido. En esta obra el pretendiente, quien rechaza la mano de las tres hermanas, después de criticar la supuesta falsa instrucción de Clara describe su ideal de esposa:

    El mundo: suplemento humorístico. "Resignación. Las delicias del matrimonio". Dibujo de J. Martínez Carrillo. 17 de junio, 1896. BPEJ, Fondos Especiales.

    Un hombre de juicio recto,

    elegirá por esposa

    una mujer que cumpliendo

    su deber, cuide su casa;

    que cultive su talento

    con gusto; que si dedica

    a la lectura algún tiempo,

    no quiera pasar por sabia;

    que no esté siempre gimiendo

    por personajes ficticios;

    que no ocupe su cerebro

    solamente con las flores,

    los bailes y el coliseo;

    ser sin ficciones sensible;

    ser instruida, sin empeño

    de parecer literata,

    la compostura, el aseo,

    usar sin afectación

    y vivir siempre cumpliendo

    las dulces obligaciones

    de su estado y de su sexo:

    ¡he aquí una joven amable!

    he aquí, amigo, en mi concepto

    las virtudes de una esposa:

    En la Guadalajara del siglo XIX se rechaza a la mujer erudita, a la mujer que sabe latín, pero a veces se acepta a la mujer con sensibilidad estética que escribe versos. Es común encontrar poemas y artículos de mujeres firmados con seudónimo o con las iniciales de la autora, esto debido a la fuerte crítica social o la presión que se ejercía sobre ellas. José María Vigil, en un ensayo titulado La actividad literaria en Jalisco, dice que en el libro Aurora poética de Jalisco, publicado en 1851por Pablo Villaseñor se encuentran composiciones de siete poetisas, de las cuales sólo dieron su nombre Josefa Sierra y Petra Gómez de Carmona.⁸ Tampoco apareció el nombre de la reconocida escritora jalisciense Isabel Prieto. Vigil cita un comentario que publicó Francisco Zarco en La ilustración mexicana:

    Sin dejarnos llevar de un ciego espíritu de galantería, decimos que entre las mejores composiciones de Aurora deben contarse las escritas por personas del bello sexo. Estas composiciones son tales, que en cuanto a mujeres que cultivan las letras, la superioridad de Guadalajara sobre el resto de la República es

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