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Flor de Invierno
Flor de Invierno
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Libro electrónico668 páginas9 horas

Flor de Invierno

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Del autor bestseller de Solo Recuerda Respirar y La última Hora, llega una historia impactante y conmovedora sobre una familia al borde de la destrucción y de los eventos transformacionales que podrían unirlos -- o alejarlos para siempre.

Todos los días, Cole Roberts se recuerda a sí mismo que la vida no era tan desolada. Él había estado una vez profundamente enamorado de Erin. Sam solía ser un chico artístico y lleno de vida. Ellos no siempre habían vivido en una casa desgastada de dos habitaciones en la parte rural de Alabama, donde trabajaba en un restaurante mediocre a la mitad de la nada.

Eso fue antes que Brenna desapareciera. Antes de que Cole perdiera su trabajo y su hogar.
Cada día es peor. Erin se la pasa bebiendo vino embotellado y pasa el día con una expresión de tormento, buscando pistas de su hija por la web. Sam se la pasa escondido en su habitación y raramente habla. Y Cole trabaja hasta el cansancio para ganar un cheque que es solo una fracción de su antiguo salario.

Hasta que un día, una llamada lo cambia todo.

Flor de Invierno es una trágica historia de la desaparición de un hijo; de la lucha con la identidad de género; del oscuro mundo del tráfico sexual y de la transformación y sanación de una familia. La novela más larga Sheehan-Miles indaga en las profundidades de la vida familiar--y sobre cómo, a veces, podemos hallar la restauración y sanar.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento18 sept 2020
ISBN9781071566404
Flor de Invierno
Autor

Charles Sheehan-Miles

Charles Sheehan-Miles has been a soldier, computer programmer, short-order cook and non-profit executive. He is the author of several books, including the indie bestsellers Just Remember to Breathe and Republic: A Novel of America's Future.

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    Vista previa del libro

    Flor de Invierno - Charles Sheehan-Miles

    Tabla de Contenidos

    ––––––––

    Libros por Charles Sheehan-Miles

    Contenidos

    Agradecimientos

    Prólogo

    Parte Uno

    Uno

    Dos: Agosto

    Tres: Desaparecida

    Cuatro: Sueños

    Cinco

    Seis

    Siete

    Ocho: Cumpleaños

    Nueve

    Parte Dos

    Diez

    Once

    Doce: Hace Dos Años

    Trece: Hace Dos Años

    Catorce: Hace Dos Años

    Quince

    Dieciséis

    Diecisiete

    Dieciocho

    Diecinueve

    Veinte

    Veintiuno

    Veintidós

    Veintitrés

    Veinticuatro

    Veinticinco

    Veintiséis

    Veintisiete

    Veintiocho

    Veintinueve

    Treinta

    Parte Tres

    Treinta y Uno

    Treinta y Dos

    Treinta y Tres

    Treinta y Cuatro

    Treinta y Cinco

    Treinta y Seis

    Treinta y Siete

    Treinta y Ocho

    Treinta y Nueve

    Cuarenta

    Parte Cuatro

    Cuarenta y Uno

    Cuarenta y Dos

    Nota del Autor

    Flor

    de Invierno

    Charles Sheehan-Miles

    Libros por Charles Sheehan-Miles

    ––––––––

    Ficción

    Flor de invierno

    Nocturnos (con Andrea Randall)

    Prayer at Rumayla: A Novel of the Gulf War (Oración en Rumaila: Una Novela de la Guerra del Golfo)

    Matt & Zoe

    ––––––––

    Las Hermanas Thompson

    Una canción para Julia

    Falling Stars: A Thompson Sisters (Estrellas Caídas: Una Novela de las Hermanas Thompson)

    Para la eternidad

    Sólo recuerda respirar

    La última hora

    Las Hermanas Thompson / El Peligro de Rachel

    Girl of Lies (La Chica de las Mentiras)

    Girl of Rage (La Chica de la Ira)

    Girl of Vengeance (La Chica de la Venganza)

    El futuro de América

    Republic (República)

    Insurgent (Insurgente)

    No ficción

    Saving the World On $30 A Day: An Activists Guide to Starting, Organizing and Running a Non-Profit Organization (Salvando el Mundo con $30 Al Día: Una Guía para Activistas para Empezar, Organizar, y Manejar una Organización Sin Fines de Lucro)

    Dedicatoria

    En Memoria de

    Patricia Chase McJunkins

    Agradecimientos

    Quiero comenzar agradeciendo a mi maravilloso equipo de lectores beta.

    Dimitra Fleissner, Kirsten Papi, Michelle Kannan, Laura Wilson, Michelle Pace y Jackie Yeadon leyeron mis primeros borradores y me dieron una nueva visión, sugerencias y críticas.

    Tanya Hall, Robin Wagner, Brett Lewis, Kirsty Lander, Kelly Moorhouse, Beth Suit y Sally Bouley leyeron la segunda ronda, ayudándome a ajustar y a llenar las fallas de la historia.

    Estoy agradecido con cada uno de ustedes por sus críticas, sugerencias y ánimos.

    Barbara Elsner: Tú sabes por qué. Gracias.

    Lori Sabin: Muchísimas gracias por tu maravilloso aporte, por ayudarme a editar y por tu amistad.

    Andrea: Tú has sido mi más grande apoyo, la más grande animadora y compañera de escritura. Es difícil para mí imaginar o recordar cómo era la vida antes de ti, y estoy increíblemente agradecido por eso.

    Prólogo

    Sam: 13 de Septiembre

    E

    l día antes de que mi hermana Brenna desapareciera sentí una pizca de frío en el aire mientras salía de la preparatoria James Madison. Brenna se había quedado hasta tarde para ir al club de drama, porque por supuesto que ella estaba en el club de drama, yo me quedé hasta tarde para recibir una ayuda extra en química. Miré de reojo al final del pasillo, lancé mi mochila sobre mi hombro, y caminé hacia el estacionamiento donde Brenna y yo debíamos encontrarnos con mamá.

    Yo ni siquiera había visto a Jake Fennel y a su secuaz Matt hasta que Jake me abofeteó en la cara. Con hombros anchos y antebrazos fuertes, Jake tenía un estilo militar y unas carnosas mejillas rojas que lucían fuera de lugar en alguien tan malévolo. Molestarme ha sido su actividad favorita desde la primaria, cuando me golpeó en el noveno cumpleaños de Cynthia.

    ¡Ey, perrita!, dijo Jake.

    Quise alejarme de él, pero Jake me empujó contra la pared de nuevo, agarrando el frente de mi camisa. Con sus párpados medio reducidos a unas estrechas rendijas de odio, él me susurró, ¿Tú le dijiste a la Srta. Reed que yo te estaba molestando? ¿Acaso deseas morir?.

    Matt, su secuaz, me escupió en los pies. Perra.

    Debería patear tu trasero. La cara de Jake se tornaba roja mientras se enfurecía.

    Las lágrimas burbujeaban demasiado cerca de la superficie. Quería hundirme en el suelo y desaparecer. Había intentado ser invisible estas tres semanas desde que había comenzado la preparatoria. No tuve suerte. Había esperado que fuera mejor que la secundaria. Quizá los idiotas que me molestaban habrían encontrado a alguien más para fastidiar, o habrían madurado, o las lecciones de cientos de seminarios sobre el acoso escolar se habrían quedado con ellos y habían aceptado la hermandad con las personas diferentes a ellos.

    Con alguna de esas cosas en mente, quizá sería invisible.

    Brenna rechazaba ser invisible. Irrumpió en el gimnasio, me vio contra la pared, y marchó hacia nosotros con la cara llena de ira.

    Le dio un golpe a Jake en la parte trasera de su cabeza. Déjalo ir, pequeño idiota.

    El miedo se hizo ver a través de la cara de Jake, reforzado gracias a la cadena de ciclista que Brenna colgaba de su cinturón, las botas de combate, y el loco cabello de puntas color morado. Una joya color azul-verde profundo, el mismo color que el de sus ojos, perforaba el orificio derecho de su nariz.

    Acercándose lentamente para mirar cara a cara a Jake, ella le susurró, Voy a introducir mi bota en tu trasero si no corres en este instante.

    Jake me empujó contra la pared una última vez. Al alejarse, dijo, Tú no estarás cerca siempre para proteger al pequeño monstruo, perra loca.

    Jake Fennel tenía razón. Brenna no estaría siempre cerca para protegerme. Ya no más. Pero en ese momento no sabía eso, y cuando volteó a verme luego de la retirada de Jake y Matt, la abracé. Gracias, le dije.

    Ella no respondió al principio, ni me regresó el abrazo. ¿Qué vas a hacer cuando ya yo no esté? ¿No crees que es hora de que aprendas a defenderte?.

    ¿Cuándo ya no estés?, pregunté. ¿De qué me estás hablando?.

    Ella volteó los ojos. Olvídalo. Es hora de irnos.

    No me gustó su respuesta. ¿Pero qué podía hacer al respecto? Al caminar al estacionamiento, vimos a mamá detrás del volante del Mercedes que papá le había comprado para el día de San Valentín de hace dos años.

    Hola, chicos. Cerró su libro y colocó su cartera detrás de la consola central y encendió la van. Por reglas de antigüedad, Brenna se sentó en el asiento delantero, yo en el asiento del medio. ¿Cómo pasaron el día?.

    Todo bien, dijo Brenna.

    Bien, yo resoné.

    Mamá sacudió su cabeza e hizo una sonrisa irónica. Ya debería saber que a los adolescentes no se les debe preguntar nada.

    Erin: 15 de Septiembre

    A las diez en punto, luego de que mi esposo Cole y Brenna se fueron para la prueba de la licencia de conducir de Brenna, era tiempo de ponerme en marcha. Solamente unas pocas oficinas del departamento de vehículos automotores estaban abiertas un sábado, así que estarían fuera por un par de horas. Tenía que colocar las decoraciones, abrir la puerta del garaje, preparar el auto, servir la comida, los platos y quince cosas más, todo antes de que regresaran. Le pasé un mensaje de texto a mi hermana menor Lori: Están de salida. Puedes venir para acá.

    Brenna se la pasaba balbuceando con emoción, acerca de todas las cosas que ella quería hacer una vez convertida en una conductora legal. Los ojos de Cole se encontraron con los míos sobre su cabeza, y la sonrisa en su cara me dio un escalofrío. Después de dieciocho años de matrimonio—los cuales han tenido muchas altas y unas espectaculares bajas—Cole todavía tenía el poder de ponerme débiles las rodillas.

    ¡Sam!. Le grité por las escaleras mientras me dirigía a la cocina.

    Lori llegaría en cualquier minuto. Mientras tanto, saqué las municiones de la despensa. Sodas. Papas. Pizza. Ellos llegarían aquí para la tarde, junto con Marion, el mejor amigo de Brenna desde la primaria. Aunque cuando pienso en ello, raramente los he visto juntos estos días.

    El timbre de la puerta sonó, y Sam respondió, ¡Yo lo atiendo!.

    Un par de momentos después, Lori entró en la habitación, seguida por Sam. Lori había cambiado su cabello desde la última vez que la vi, se lo tiñó de un color negro oscuro y se rapó por un lado de la cabeza, alrededor de la oreja. En alguien de dieciséis años quizá no luciría fuera de lugar, pero Lori tenía treinta y cinco. Mamá y papá una vez perdieron la esperanza de que ella consiguiera un trabajo productivo, pero su arte ha dado frutos—su última obra maestra está colgada en el Museo de Arte de Carolina del Norte.

    Oh, te extrañaba, me dijo en un tono dulce, mientras arrojaba sus brazos a mi alrededor.

    Los últimos años han sido crueles con nuestra relación. Llegar hasta Raleigh significaba un sólido viaje de cinco horas en auto, así que ella no se frecuentaba mucho por aquí, y yo tampoco la visitaba frecuentemente. Siempre había algo sucediendo con los chicos—deportes o conciertos u otras actividades— y cuando yo no estaba ocupada, ella tenía exposiciones de arte y otros eventos que le quitaban tiempo. Los últimos años, ella ha estado viajando a través del sur mostrando sus creaciones.

    Tenerla aquí me ha traído lágrimas a los ojos.

    Ella inclinó su cabeza. ¿Estás llorando?.

    Me encogí de hombros y me reí. Solo un poquito.

    Sam ignoró todo, y se deslizó a su guarida, sin duda alguna para continuar con su videojuego.

    ¿Tenemos tiempo para una taza de café?.

    Seguramente que sí; ellos volverán en un par de horas. ¿Qué te gustaría tomar? ¿Descafeinado? ¿Regular? ¿Chai? Creo que tengo de otros tipos también.

    Con mucha cafeína, por favor. ¿Brenna está emocionada? ¿Crees que algún día me hablará de nuevo?.

    Sí, está muy emocionada de obtener su licencia. Ella todavía no sabe nada del auto. Y ... no sé.

    Lori asintió. Ella siempre había sido la confidente de Brenna, alguien en quien ella podía confiar. Era una relación que yo aprobaba—los adolescentes necesitan de un adulto en el cual puedan confiar. Pero cuando Brenna comenzó a salir con un veinteañero, las preocupaciones sobre su seguridad sobrepasaron esa confianza. Lori me contó, y eso precipitó una crisis. Ahora teníamos que esperar, preguntándonos si la relación algún día sanaría.

    ¿Hice lo correcto?.

    Si tú sabías que ella estaba saliendo con Chase y nunca me lo hubieras contado, nunca te lo hubiera perdonado. Así que ... sí, hiciste lo correcto.

    Ella asintió, su expresión se tornó sombría.

    ¿Las malas noticias?, le dije. Todavía está saliendo con él.

    ¿Qué?.

    Sí. Cole está molesto. Pero él nunca está cerca de todas maneras, así que vaya ayuda que me es. He tenido que escoger mis batallas ... ella está aferrada a él. Yo no voy a perder a mi hija en esta batalla.

    Lori suspiró. No sé qué decir.

    "¿Qué tal, gracias a Dios no tengo adolescentes?".

    Ella se rio disimuladamente. ¿Y Cole? ¿Cómo van las cosas con él?.

    Me encogí de hombros. Hemos estado yendo a terapia, y él está haciendo un verdadero esfuerzo. Una esquina de su boca se curvó hacia abajo. No quiero hablar de eso en este momento. Porque solo me vas a repetir lo que siempre dices: Déjalo. Y yo no voy a dejar a mi esposo.

    De acuerdo.

    Luego del café, nos ocupamos de la decoración de la sala de estar, ya que parecía casi una caverna. Brenna pensó que ya estaba muy vieja para una fiesta de cumpleaños, a menos que hubiera un puñado de adolescentes demasiado cool parados en una esquina pretendiendo ser cínicos. Pero ella estará cómoda con esta fiesta solo por el regalo.

    Marion había llegado, y terminamos de decorar mucho antes de que ellos llegaran a casa—Cole sentado en el asiento del copiloto, y Brenna conduciendo con una sonrisa inmensa en su rostro. Ella estacionó el auto detrás del auto de Lori. Se bajaron y Brenna le hizo gestos al auto de Lori. Cole se encogió de hombros y la siguió mientras se dirigía a la casa.

    La puerta principal se abrió. Lori, Sam, y Marion gritaron, ¡Feliz cumpleaños!.

    Los ojos de Brenna se ensancharon en sorpresa, el azul quedó resaltado por su cabello morado. ¡Marion!. Ella agarró a su mejor amigo y le dio un inmenso abrazo.

    Brenna ni siquiera le dijo hola a Lori, cuya sonrisa desfalleció. A veces Brenna puede ser una perra.

    Intenté recordarme a mí misma que el egoísmo era un comportamiento típico en alguien de dieciséis años.

    Pero Brenna me sorprendió. Cuando soltó a Marion se volteó y dijo, Tía Lori. Se acercó a ella, y Lori se deslizó entre los brazos de mi hija. Los ojos de Brenna estaban apretados cuando le susurró, Te he extrañado.

    ¿Me perdonas?, preguntó Lori.

    Claro, dijo Brenna.

    Así que, ¿qué va primero?, Cole preguntó. ¿Comida o regalos?.

    Regalos, dijo Brenna. ¿Acaso estás bromeando?.

    Cole se rio y nuestros ojos se encontraron. No quité la mirada, en su lugar le di una media sonrisa.

    Cole tragó saliva y me devolvió la sonrisa. A lo mejor sí había esperanza.

    Muy bien, dice él. ¡Regalos! Sam, ¿puedes ayudarme con eso?.

    Sam se levantó y asintió. Ellos salieron de la habitación.

    Marion habló en una voz tímida y le entregó en sus manos un sobre. Toma.

    Brenna sonrió. ¿Puedo abrirlo?.

    "Bueno, obvio", Marion respondió.

    Brenna abrió el sobre y se emocionó. ¡Cincuenta dólares!. Sacudió una tarjeta de regalo de iTunes en el aire.

    Genial, dijo Lori.

    ¡Gracias, mejor amigo!, dijo Brenna mientras Sam y Cole regresaban a la habitación cargando un paquete gigante envuelto en papel naranja y azul. ¿Qué? ¿Acaso Cole le había conseguido algo más? Habíamos quedado en que el auto era suficiente ... más que suficiente.

    Suspiré.

    Vaya, dijo Brenna. Sus ojos vacilaban entre aquel paquete gigante y un paquete modesto que Lori le había traído.

    Abre el mío primero, dijo Lori tranquilamente. De otra forma, vas a olvidarlo cuando veas lo que tu mamá y tu papá te regalaron.

    Brenna sonrió y abrió el regalo. Una gran sonrisa se hizo ver su rostro. ¡Oh, Dios mío, ¡es hermoso!, ella exclamó. El paquete contenía un brazalete de acero inoxidable, la cadena estaba cubierta con piedras que parecían de jade.

    Esto parece hecho a mano, dijo Brenna.

    Lori asintió. Lo compré en la feria renacentista.

    Me encanta, dijo Brenna. Lo puso en su muñeca izquierda. Le quedaba un poco suelto.

    Podemos hacer que te lo ajusten, dijo Lori. El chico que lo hizo es alguien local.

    Brenna sonrió y abrazó a Lori.

    Ella le echó un ojo al paquete gigante, con una ceja levantada. Ni siquiera me imagino qué podrá ser, dijo ella.

    Ábrelo y lo sabrás, sugirió Cole.

    Ella arrancó el papel. Debajo de este se encontraba una caja marrón. Le hice a Cole una mirada confundida.

    Él solo me guiñó el ojo.

    Brenna abrió la caja, luego dijo entre dientes, ¿Es una broma?.

    Adentro estaba otra caja. Sam sonrió. Esta parte fue idea mía.

    Ahhhh. Ahora tiene sentido. Brenna abrió la segunda caja, solo para encontrar una tercera adentro. Y adentro de esa otra más pequeña. Sabía que esto había sido una idea de Sam para torturar a Brenna.

    Brenna abrió la caja más pequeña, sus ojos se abrieron en asombro. Era una pequeña caja de joyería, del tamaño de un brazalete. Ella lo abrió, luego miró hacia arriba, con sus ojos oscilando entre Cole y yo y de regreso. Adentro se encontraba un pequeño set de llaves con un logo de VW sobre ella.

    Ahm..., dijo ella.

    Ve a mirar en el garaje, dijo Cole.

    Brenna quedó boquiabierta. Se levantó de un salto y corrió velozmente por el pasillo.

    Yo me levanté y me incliné cerca de él mientras la seguíamos. Ha sido genial tenerte de regreso, le susurré a él.

    Todavía te amo, dijo él.

    Escalofríos por todo mi cuerpo.

    Desde el garaje la voz de Brenna hizo eco. ¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios! ¡Oh, por Dios!.

    Cole se rio. Creo que lo encontró.

    Eso creo, le dije. Caminamos por el pasillo hasta el garaje de tres autos. Brenna estaba sentada en su nuevo VW Beetle blanco con brillantes lunares rosados. Las lágrimas corrían por su rostro.

    ¿Puedo tomarlo para un paseo?, ella preguntó. ¿Puedo? ¿Puedo?.

    ¡Adelante!, Cole le agitó el brazo. ¡Adelante!.

    Ella corrió a través del garaje hasta llegar a nosotros, luego lanzó sus brazos alrededor nuestro al mismo tiempo. Te amo, papi. Te amo, mamá.

    Cole: 16 de Septiembre

    Tomé un sorbo de mi café y miré hacia afuera a través de la ventana trasera, una gran extensión de vidrio con vista al jardín y al patio trasero, el cual se desprendía de la casa con el tamaño de un campo de fútbol americano.  Era una mañana adorable. Exquisito. Debería sentirme bien. Erin y yo habíamos dormido en la misma cama—por primera vez en meses. Brenna estaba creciendo para convertirse en una joven maravillosa, y Sam estaba obteniendo buenas calificaciones incluso con varias clases de asignación avanzada.

    Para hacer feliz a Erin, acepté tolerar la presencia de Lori en la casa por un par de días. Gracias a Dios el lugar era lo suficientemente grande para que ella pudiese dormir en el otro extremo de la casa sin molestarme. Nunca le he caído bien a la hermana de Erin, pero en los últimos años su nivel de tolerancia hacia mí había declinado. Yo estoy seguro de que su única meta estos días es hacer que Erin me deje.

    Miré mi reloj. Nueve a.m. Una llamada para una conferencia acerca de una futura integración había quedado agendado para las diez. Yo atendería eso en mi oficina mientras Erin iría a la iglesia con los niños. Yo nunca he sido un hombre de iglesia, pero al mismo tiempo, odiaba la idea de una conferencia por llamada un domingo por la mañana. Pero estaba bajo mucha presión por esta integración. Luego de la llamada, tendría tiempo de preparar mi sorpresa para Erin y los niños. El día que los chicos salgan de la escuela por las fiestas navideñas, volaríamos a Europa. Dos días en París (para Brenna, quien idolatra a los franceses, Dios sabrá por qué), dos en Irlanda (para Erin, que tiene ancestros irlandeses distantes) y dos más en Londres (para mí y Sam). Los tickets estaban en mi escritorio—Había planeado presentarlos durante el almuerzo después de que Erin y los chicos hayan regresado.

    ¿Cole?, Erin entró en la cocina. ¿Has visto a Brenna?.

    No, dije. No desde que nos acostamos a dormir. ¿No está en su habitación?.

    Erin sacudió la cabeza. No. Y su cama sigue hecha.

    "Yo ... ¿ella dejó la cama hecha?". No pude mantener la incredulidad fuera de mi tono de voz.

    "No. Sofía la hizo ayer". Sofía era nuestra señora de limpieza.

    Me levanté, puse mi iPad en la mesa. Caminé hacia el garaje y lo abrí.

    El auto de Brenna no estaba ahí.

    De seguro se fue a casa de algún amigo, dije, inseguro de mí mismo.

    Erin me ignoró. Ella tenía su teléfono celular pegado a la oreja. Sus ojos rodaban y su mano izquierda se movía de forma espasmódica. "Me lleva directo al correo de voz. Yo le dije que mantuviera su teléfono cargado. Ella es tan irresponsable".

    Pensé en la noche anterior. Brenna había estado en casa por horas antes de irse a acostar, y yo no había escuchado el auto encendido o saliendo de la casa. Tampoco escuché las puertas abriéndose o cerrándose. Pero habíamos estado ... ocupados. No habríamos notado si un rebaño de vacas hubiera venido corriendo hacia nosotros. Luego de todo, ambos caímos en un sueño profundo. ¿Puedes llamar a sus amigos?.

    Ella se encogió de hombros. "Supongo. Yo la iba a llevar de compras después de la iglesia. ¿Dónde está?".

    Tan descuidada, dije. Tal vez no debería tener el auto después de todo.

    No lo sé, Cole. ¡Estoy muy frustrada con ella!.

    Vamos a darle un tiempo y luego intentamos. Estoy seguro de que se quedó a dormir en casa de un amigo, dije.

    Me senté para terminar mi café y leer las noticias, pero la concentración me eludía.

    Lo que no sabía era que mi hija se había ido: se había ido de la casa, de la ciudad y de nuestras vidas.

    Parte Uno

    Dos Años Después

    Uno

    Cole

    D

    os años después y a miles de kilómetros de distancia, estoy sentado en una insignificante oficina, mirando a través del espejo. Mi papeleo estaba terminado, y llevo quince minutos perdiendo el tiempo.  No estaba listo para ir a casa.

    Me levanté y revisé dos veces los candados de la caja fuerte y apagué las luces. Mi oficina medía medio metro de ancho y un metro de profundidad y era lo suficiente para que cupiera una persona a la vez. Cerré la puerta de acero de un portazo y le coloqué el candado.

    Le eché un vistazo a la habitación trasera. Los lavaderos para preparar alimentos estaban limpios, todo ordenado. La habitación del almacén estaba cerrada. Coloqué un lazo de plástico a través del cerrojo de la puerta trasera y la aseguré. El personal no lo podría abrir sin romper el lazo.

    Por el frente, los clientes ocupaban tres mesas y varios asientos en el mostrador. El restaurante estaría lento toda la noche. Mis ojos escaneaban la habitación. Para un restaurante de treinta años que nunca cerraba, este lugar estaba limpio.

    Yo nunca imaginé que terminaría haciendo esto para ganarme la vida, pero obtener un trabajo como un ejecutivo de Tecnología de la Información sin un diploma universitario y una condena por un delito puede ser ... un desafío.

    Cuando había perdido la esperanza, mi amigo más viejo, Jeremiah Walker, me enganchó con Waffle House—un trabajo del cual me había burlado hace mucho tiempo cuando él lo tomó. Durante los años en los que había trabajado en una compañía de tecnología, él había estado trabajando para subir de puesto. Cuando yo cargaba con cientos de dólares de deuda, él obtuvo un buen puesto, pagó su casa, su deuda estudiantil, y se volvió rico. Luego vino hacia mí y me rescató.

    Y ahí estaba yo, inspeccionando el comedor con un ojo crítico. Yo odiaba cuando el restaurante estaba sucio.

    Linda Poole, la cocinera, se paró cerca de la parrillera tarareando para ella misma mientras preparaba una tortilla. Ella tenía un acento marcado de algún sitio del norte, y no podía diferenciar si eso ayudaba o perjudicaba su interacción con los locales de aquí—algunos clientes pensaban que su acento era encantador. Otros eran más hostiles hacia cualquiera que viniera del norte de la Confederación.

    Dakota dijo, ¿Ya te vas de aquí, jefe? Es tarde. A sus diecisiete años debería estar en la escuela, pero tenía una hija de un año a la que alimentar.

    Asentí. Sí, eso creo. Las veo mañana en la mañana.

    Linda replicó, ¿Es una amenaza?.

    Me reí un poco. Sí, Linda. Hazme un favor, ¿puedes asegurarte de que mañana tengamos al menos cinco ollas de sémola? Mañana voy a estar ocupado.

    Seguramente. Ella volteó la tortilla lanzándola medio metro al aire y la atajó con destreza. Luego fue a agarrar dos rebanadas de pan de la tostadora con sus manos, y levanté mis cejas. Guantes, Linda. Guantes. Por favor.

    Se ruborizó. Disculpa, Cole. Intento recordarlo. ¿Y ... Cole? ¿Puedo hacerte una pregunta?.

    Me detuve y levanté una ceja. ¿Qué ocurre?.

    Ella miró al suelo, luego dijo, Lamento no haber dicho nada temprano, no te hice llegar mi nota de cita. Mi hija tiene una cita con el médico en la mañana. ¿Te importa si mañana salgo del trabajo una hora más temprano?.

    Suspiré. Que Linda saliera una hora antes significaba que yo debía volver una hora antes, lo cual significaba perder una hora de mi sueño ya reducido.

    Aun así. Sí, está bien. Solo hazme saber con un poquito de anticipación la próxima vez, ¿está bien?.

    Ella se iluminó. Gracias, Cole.

    Mary Anne, la otra mesera, gritó una orden y Linda comenzó a cocinar. Caminé al área de clientes, eché un último vistazo, luego dije, Muy bien, nos vemos en la mañana.

    Afuera del restaurante, el aire sofocante me cubrió completamente. El calor pegajoso surgía del asfalto, el olor de alquitrán se pegaba en mi nariz. Se oía el tráfico y el zumbido de los insectos. Me agaché para recoger unas colillas de cigarrillo cerca de la puerta principal, luego las llevé a un lado del restaurante para el basurero. Luego, me senté en mi pequeño Hyundai Accent modelo 2003, que se distingue solo por ser el auto más barato del lote luego de que devolví mi casi nuevo BMW 535i a la agencia. BMW todavía me perseguía por los pagos de un auto que ya no poseía, pero el Mercedes miniván de Erin sí había sido pagado, así que pudimos quedarnos con ese. Aun así, me duele conducir un vehículo que cuesta menos que mi laptop.

    No encendí el auto a la primera, en su lugar me dispuse a respirar, intentando calmar mi pecho ajustado. Siempre sentía una pequeña pizca de ansiedad cuando me preparaba para ir a casa. Sam estaría haciendo Dios sabe qué, encerrado en su habitación y en su computadora, y Erin ... no tenía idea de lo que pudiera estar haciendo. Desde hace mucho tiempo no tengo idea.

    No hay motivo de quedarme aquí sintiendo lástima por mí mismo. Encendí el auto, retrocedí de mi puesto de estacionamiento, y salí del estacionamiento. Pero esta vez no giré a la izquierda del estacionamiento para ir a casa. En su lugar, giré a la derecha y conduje al norte, hacia Anniston.

    Conduje sin destino, mis ojos escaneaban el tráfico, la música estaba lo suficientemente alta como para dificultarme el pensamiento. Mi ruta me llevo hasta pasar el fuerte McClellan; un círculo amplio que me trajo de regreso hacia Oxford luego de treinta minutos. Mientras me acercaba a Oxford, me detuve.

    Reposé mi cabeza en el volante e imaginé a mi hija. En mi visión, su cabello trenzado colgaba bajo el vestido azul que mi madre había tejido para ella. Era su octavo cumpleaños y la sonrisa en su rostro mientras corría con una multitud de pequeñas niñas era un recuerdo inocente y desgarrador. Erin había organizado una fiesta para ella en la piscina del vecindario, una producción completa con juegos, bolsas de regalos para los veinte niños que asistieron, un payaso y mucho entretenimiento. Ella era una niña popular, repleta de sonrisas, y siempre tenía preparada unas palabras amables para los otros niños.

    ¿Por qué teníamos que perderla?

    Es hora de ir a casa. Tenía que volver al restaurante a las seis de la mañana y el estar aquí solo me iba a acortar mi tiempo de sueño ya reducido.

    Volví a encender el motor y conduje hacia la oscuridad.

    Sam: Ahora

    Estaba en la parada de autobuses el primer día de clases, con mis brazos cruzados sobre mi pecho, mirando al suelo. Estaba intentando no temblar, no hacer un escándalo o hacer algo que llamara la atención hacia mí. Otros tres adolescentes esperaban el autobús, un chico y dos chicas, y me quedé detrás de ellos. Ellos se conocían, un hecho obvio ya que bromeaban entre ellos, y también el hecho de que estábamos en la parte rural de Alabama y todos ellos se conocían desde el primer grado. Yo usaba unos jeans, una sudadera demasiado grande, y aunque estaba haciendo treinta y dos grados Celsius, tenía la capucha de mi sudadera puesta.

    Durante los últimos meses hemos vivido en esta pequeña calle. Donde las casas eran campos. Las vacas pasteaban en los campos cercanos, y durante el verano, cuando el viento soplaba en la dirección correcta, podía oler el hedor del campo. A la distancia, varias colinas llenas de árboles bordeaban los campos como chaperones en un baile de primaria.

    Mi mamá me estuvo incitando todo el verano para que saliera. Ve a conocer personas. Haz amigos. Como si eso fuera una posibilidad. Yo nunca he sido alguien a quien se le sea fácil hacer amigos, especialmente luego de que Brenna desapareció. ¿Pero ahora? ¿Aquí? ¿Amigos? ¿Es en serio? El miedo era tan palpable que quería arrojarme al suelo. Los acosadores y los idiotas verían justo a través de mí y me harían su objetivo. Otra vez.

    A la distancia, el tajante y agudo sonido del autobús escolar se acercaba por el camino a través de los campos del sur. Los otros en la parada de autobuses se empezaron a mover, y una de las chicas me miró por encima de su hombro, con una mirada que tenía una mezcla de curiosidad y desprecio. Nuestros ojos se cruzaron por escasos segundos, yo solo aparté la mirada y tragué duro.

    Sería genial tener un amigo.

    El autobús apareció, casi lleno. Empecé a temblar. Mantuve mis brazos cruzados sobre mi pecho y lentamente fui hacia el autobús, siguiendo a las dos chicas y al chico hacia adentro.

    Los otros tres siguieron hasta los primeros asientos que encontraron disponibles, pero el conductor del autobús me detuvo.

    Para ahí. ¿Eres nuevo?.

    Asentí, intentando que no se notara que estaba temblando.

    ¿Cuál es tu nombre?.

    Sam, susurré.

    Habla fuerte.

    Sam. Un poco más fuerte.

    Muy bien, Sam. No sabes esto porque eres nuevo, pero te vas a sentar en el primer asiento que encuentres disponible, comenzando desde el frente hasta el fondo. Nada de peleas, nada de gritos, nada de molestar a los demás. ¿Me oíste?.

    Asentí.

    ¿No aprendiste tus modales?.

    Tosí, y dije, .

    Sin apartar la mirada, él dijo en un tono alto y conversacional, Niños, ¿cómo se responde a los mayores?.

    Con una voz fuerte, la mayoría de los niños en las primeras cuatro filas respondieron, ¡Sí, señor!.

    Me congelé, incapaz de respirar, mi estómago se retorcía tan duro que necesitaba correr al baño, o a casa, o a cualquier lado menos a este. Quería ser invisible. Pero a cambio, el conductor del autobús me había llamado frente a todos en el autobús. Temblando tan duro que podía sentir el miedo hasta en la punta de mis pies, dije, Sí, señor.

    Ve a sentarte, Sam.

    Asentí, mientras trataba de calmarme para no hiperventilar. Luego, mientras su cara se notaba irritada, dije, Sí, señor.

    Luego de hablar, apartó la mirada y puso el motor en marcha.

    La rutina del sí, señor me hizo recordar a mi abuelo. No al papá de mamá, sino al de mi papá. Él era de la marina, un hombre con la cara roja que mantenía su cabello corto y siempre lucía listo para entrar en combate. Brenna amaba al abuelo y era cercana a él. Yo también lo amo, por supuesto, pero nunca hemos sido cercanos, además que no he visto al abuelo desde la navidad que papá pasó en prisión.

    Tuve que pasar unas cuantas filas de asientos hasta encontrar uno disponible. El primer asiento disponible estuvo a quince filas de distancia. Logré pasar las primeras tres filas antes de escuchar a alguien murmurar, "Fenómeno".

    Con el cabello colgando en mi cara, miré a mis pies para asegurarme de que nadie tropezara conmigo y me deslicé en el asiento al lado del chico de la parada de autobuses.

    No te preocupes por el Sr. Elliot. Suele ser un idiota. Esas palabras vinieron del chico sentado a mi lado. Las dos chicas de la parada estaban sentadas del otro lado del pasillo.

    Gracias, murmuré.

    Me llamo Billy, dijo.

    Sam, respondí.

    Ustedes se mudaron a Hubbard Lane, ¿cierto? ¿Hace un par de meses?.

    Así es, dije.

    ¿Por qué no te he visto antes?.

    No suelo salir a menudo.

    ¿Tienes hermanos o hermanas?.

    La pregunta me paralizó. Todo el mundo en la preparatoria Fairfax sabía que Brenna había desaparecido. Eso me había dado unos cuantos meses de libertad porque ya no me molestaban, un legado que estoy seguro Brenna no había calculado. De alguna forma, en los dos años que ella lleva desaparecida, nadie me había hecho esa pregunta. Ahora estoy en un lugar desconocido, no sabía cómo responder. Si decía que sí, me llevaría a preguntas. ¿Dónde está tu hermana? ¿A qué escuela iba? Si respondía eso, me llevaría hacia más preguntas, más visibilidad, más todo.

    No, dije.

    ¿Por qué se mudaron a Oxford?.

    Mi, ah ... papá, es gerente de Waffle House.

    Oh, ¿sí? ¿No te dan cupones gratis o algo?.

    Supongo. Nunca le he preguntado.

    El autobús se detuvo en una esquina llena de gente. Mientras los chicos nuevos subían para ocupar las filas detrás de mí, uno de ellos dijo, Oye Billy, ¿quién es el fenómeno?.

    Dos filas delante de mí, varias de las chicas, todas vestidas casi de forma similar comenzaron a reírse. Una de ellas, una chica de cabello negro que usaba un vestido azul, captó mi atención. Ella usaba demasiado maquillaje ... la base y el rubor se mezclaron, las pestañas estaban todas unidas. Sin el maquillaje, se habría visto hermosa: El tipo de hermosura que quería tocar.

    Quise apartar la mirada, pero no pude.

    Luego notó que la miraba y dijo, ¿Qué me miras, fenómeno? ¡Cody!.

    A mí lado, Billy dijo, Por Jesús, Sam, ¿qué estás haciendo?.

    Pestañé y aparté la mirada de la chica. Disculpa.

    Pero ya era muy tarde. Un chico atemorizante, de un metro ochenta se paró y se movió haca mí.

    ¿Estás molestando a mi novia? ¿Eres un pervertido o algo así?.

    ¡Disculpa!.

    El miedo se revolvió en mi estómago. Era Jake Fennel de nuevo, pero el doble de grande. Me miró con notable desprecio, y dijo, Vuelve a mirar a mi novia de nuevo y te mueres.

    Tragué saliva y articulé unas palabras, No quería causar inconvenientes. Lo juro.

    Maricón. Se dio la vuelta y se comenzó a dirigir a su asiento. Respiré un suspiro de alivio, pero fue muy prematuro, porque justo en el momento en el que me relajé se dio la vuelta y me lanzó un puñetazo. No tuve tiempo de levantar los brazos, ni de reaccionar, ni de hacer nada antes que su puño golpeara mi oreja derecha. El golpe fue inmediato, hasta me dejó la oreja zumbando. Mis ojos se humedecieron, yo quería hacerme una bola y morir en ese instante. No golpeó lo suficientemente duro como para que doliera ... solo lo hizo para humillarme. Hizo una corta risa cínica y se fue a su asiento.

    El conductor no dijo una sola palabra.

    Un consejo útil, Billy dijo. No te metas con los populares. Harán tu vida miserable.

    Como si ya no lo fuera. Solo desearía que me dejaran en paz, dije.

    Billy hizo un sonido de asco y sacudió su cabeza. Ese es Cody Hendricks. Y te dejará en paz tan pronto como encuentre a alguien más para fastidiar.

    Archivé en mi mente su nombre para futuras referencias. Cody Hendricks. ¿Sería Cody mi razón para querer morir?

    Nunca he sido popular. Tuve dos amigos en la secundaria, pero cuando comenzó la preparatoria ellos se mudaron, y durante las primeras semanas de la preparatoria, Brenna era mi única protección. Luego se fue. Yo estuve fuera de la preparatoria los primeros días que desapareció, pero cuando regresé un miércoles, una burbuja de empatía me rodeaba. Su fotografía había estado en las noticias y todos en la escuela sabían que había desaparecido.

    La burbuja desapareció, así como ella lo había hecho. Para el segundo año, me había convertido en el blanco de los bravucones. No ayudaba que, para ese momento, papá estaba en prisión y perdió su empleo. Todo en nuestra vida había cambiado. Todo.

    Mis padres estaban tan entumecidos que ni notaron que ese día llegué a casa sangrando y con moretones de una pelea con Jake Fennel. Mantuve un perfil bajo durante el resto del año. No teníamos el suficiente dinero para participar en algún club u otra actividad en el colegio, así que mantuve la cabeza agachada, y esperé por lo mejor.

    Luego papá encontró un trabajo. En Alabama. Mis padres desde hace mucho tiempo dejaron de pagar la hipoteca, así que nos echaron de la vieja casa, entonces rentaron el basurero en el que estamos viviendo. Durante todo el verano, la idea de comenzar clases me había aterrado. Terror en lo profundo de mis entrañas, pesadillas, puños temblorosos. Porque yo no era como los otros chicos.

    Cuando el autobús llegó a la escuela, observé en silencio la multitud de adolescentes que iban hacia la entrada. Estaban todos ahí, multitudes de ellos, atletas y porristas y drogadictos y geeks y ninguno era como yo.

    Logré bajarme del autobús sin ningún otro inconveniente y me abrí paso por el pasillo de risas y gritos. Mantuve mis brazos envueltos sobre mí, mi mochila en mi espalda y el cabello en mi cara. En la entrada logré ver mi horario. Primero debía ir al período de registro en el salón de asesoría, luego a la clase de gimnasia.

    Una ola fresca de ansiedad me golpeó. Había logrado saltarme las clases de gimnasia en Virginia. No creo que aquí pueda lograr librarme de las clases.

    La escuela era enorme, como un laberinto. Tenía que llegar al salón 204, pero ni siquiera estaba en el pasillo 200. ¿Sabes dónde queda el salón 204?. Le pregunté a un chico que me pasó por un lado como si yo no estuviera ahí.

    Ve a tu salón de clases, jovencito, una profesora me advirtió. Su voz hizo eco en el pasillo vacío.

    ¿204?. Pregunté, enseñándole mi horario. Ella me señaló al final del pasillo. Yo corrí.

    Cuando entré al salón diez minutos tarde, todos me miraron. Soy demasiado torpe como para llegar a clases a tiempo.

    Intenté escabullirme al salón sin llamar la atención, pero me fue imposible.  Estaba a medio camino cuando la profesora, una lúgubre mujer con la piel tan gris como su cabello, me hizo un llamado, Tú ahí. ¿Cuál es tu nombre?.

    Me di la vuelta y dije en voz calmada, Sam Roberts.

    Habla más fuerte, no te escucho. Ven aquí.

    Dije mi nombre, esta vez con más fuerza mientras me acercaba a su escritorio. La mujer me examinó a través de sus gruesos lentes bifocales. Si tuviera que adivinar su edad, diría que ronda los setenta años.

    No te puedo oír desde allá atrás. ¿Estás seguro de que estás en el salón correcto? ¿Me puedes decir tu nombre de nuevo?.

    Alguien había escrito el número del salón en el pizarrón debajo de un nombre que decía Sra. Givens. Volví a chequear el número con el de mi horario y le dije mi nombre por tercera vez.

    Ella frunció el ceño. Oh, aquí estás. Sam Roberts. Bueno, no pareces de onceavo grado.

    Detrás de mí, escuchaba risas. Sentí el calor subiendo por mi cuello, hasta mi cara. No quería voltear, verlos señalándome, preguntándose quién era yo y por qué estaba en este lugar. No quería que se dieran cuenta del gran vacío que dejó mi hermana cuando se fue. No quería que se dieran cuenta del gran vacío que quedó donde yo solía estar.

    Cuando la Sra. Givens me dejó ir, mantuve mi mirada fijada al suelo mientras me daba la vuelta y caminaba a un asiento en una de las filas del final. Quería llorar. Quería alejarme de todos. Quería ir a mi casa.

    Había tenido miedo antes. Pero no como ahora. El terror que recorría mi cuerpo era lo peor que yo alguna vez había experimentado en toda mi vida. Mis mejillas estaban adormecidas y mis labios como de goma, estaba luchando por mantener en calma mi respiración, evitando llorar.

    La Sra. Givens habló por unos cuantos minutos delante de la clase. Hablando acerca de los clubes. El club de la Biblia se reunía los lunes, el club conservador los martes, el club de diseño inteligente los miércoles, los hijos de los veteranos confederados los jueves, y el club de fútbol americano los viernes. Este era un mundo totalmente diferente al urbano Washington, DC.

    El ruido hizo erupción del salón cuando sonó la campana. Risas, bromas y juegos por todas partes. Quise mantener mi distancia, tenía los ojos pegados al suelo, y salí de ahí lo más rápido posible.

    El gimnasio estaba del otro lado del edificio. Logré llegar a las escaleras traseras y esperé a que el tráfico bajara. No había profesores a la vista. Me senté, saqué un libro de mi mochila y me dispuse a leer.

    El libro era uno muy bueno, acerca de una chica en San Francisco que se enamoraba del capitán del equipo de béisbol. Ellos eran amigos, pero él no la veía de esa manera. Estuve leyendo hasta la parte en la que ella le iba a decir lo que sentía cuando escuché un fuerte ruido de tacones viniendo hacia las escaleras.

    Entré en pánico. De seguro era alguna profesora, o alguna sub directora. Mientras los tacones se acercaban haciendo eco, puse mi mochila en mi espalda, olvidando cerrarla. Cuando me levanté, se abrió por completo la mochila y todos mis cuadernos, libros y apuntes quedaron en los escalones. Vaya que soy torpe.

    Con el corazón acelerado, quise agarrar mis cosas tan rápido como me fuera posible y salir de ahí. Pero era muy tarde.

    Disculpe, jovencita, ¿por qué no está en clases?.

    Me levanté hacia ella y mis ojos se expandieron.

    Era una mujer de piel oscura rondando los treinta años. Ella tenía puesto un traje conservador con un collar de perlas rodeando su cuello y un hermoso anillo con una piedra grande decorando su dedo anular de su mano izquierda. Su cabello era liso, largo y brillante, sus ojos se abrieron en sorpresa cuando le di la cara.

    "Me disculpo. Jovencito. ¿Por qué no está en clases?".

    Abrí mi boca e intenté hablar, pero no pude articular nada.

    Ella parpadeó y dijo, ¿Cómo te llamas?.

    Sam, dije. Sam Roberts.

    Bueno, Sam, ¿en qué clase deberías estar en este momento?.

    Gimnasia, susurré.

    ¿Y ... por qué no estás en gimnasia?.

    Intenté responder. Eso hice. Pero no tenía respuestas, al menos no una que pudiera explicarle a cualquiera. Ir al gimnasio significaba desvestirme delante de otras personas. Significaba estar en un vestidor y quizás en las duchas con un montón de chicos. No podía ir allí. Simplemente no podía. Y cuando intentaba explicarlo, decir algo, comenzaba a temblar de nuevo.

    Sus cejas se alzaron y su boca giró hacia abajo en expresión de tristeza. ¿Por qué no vienes conmigo? Soy la Sra. Mullins del departamento de asesoramiento. ¿En qué grado estás, Sam?.

    Onceavo, dije.

    Me miró sorprendida y dijo, Bueno, eso es perfecto. Soy la consejera de onceavo grado. Vamos a hablar.

    Dos: Agosto

    Erin

    C

    uando mis ojos se abrieron en la mañana, Cole y Sam se habían ido. Solo el sonido del reloj de pie rompió el silencio. La ropa que tenía del día antes, la cual no me había cambiado, se sentía pegajosa e incómoda. Un dolor de cabeza que comenzó en la base de mi cuello y recorrió hasta llegar a mi frente tomó control de mi cerebro.

    Lentamente logré sentarme y me puse a examinar la sala de estar. Me había quedado dormida en el sofá otra vez, y el calor me había despertado. El sol mañanero se hizo ver a través del cristal de la ventana principal, haciendo una silueta de la cinta adhesiva que le habíamos colocado en la esquina inferior izquierda para que no se desquebrajara. En unos cuantos segundos la casa sería un horno. Nuestra situación económica había estado muy precaria, por demasiado tiempo, tanto así que no encendía el aire acondicionado hasta que se hacía de tarde, poco antes de que Sam llegara del colegio.

    Me levanté y me despojé de todas mis vestiduras. El calor me atormentaba, lo suficiente como para que el sudor se adhiriera a mi piel y emitiera un mal olor. Necesitaba una ducha fría. Para limpiar la casa. Para revisar la computadora de Sam. Necesitaba tomar las riendas de mi vida. De nuestras vidas.

    En su lugar, me tambaleé hasta la cocina y puse una olla de café. El reloj del microondas leía 11:05. Con razón me sentía con tanto desgano. Llené un vaso grande con agua del fregadero, bebiéndome así el agua con sabor a químicos.

    En días así, me sentía paralizada. Estaba aburrida y necesitaba algo productivo para hacer. Sam y Cole habían dejado sus tazas de café y el tazón de cereal de Sam en la pila de platos sucios en el fregadero. Observé los platos sucios y quería gritar. Pero no tenía la suficiente motivación o energía para hacerlo. Esta era mi vida. Platos sucios. Ropa sucia. Planchar el uniforme de Cole. Ir a dormir. Repetir.

    Al menos cuando los chicos eran pequeños, ellos le daban significado a ser un ama de casa. Pero ya no eran pequeños. Ya no eran míos. Brenna se había ido. Cada vez que pensaba en ella era como sentir un pequeño ataque al corazón. Y Sam se había cerrado por completo a mí. No sabía nada acerca de mi hijo más joven. Sam pasaba mucho tiempo encerrado en su habitación, escondido de todos en su computadora.

    Sacudí mi cabeza un poco, intentando así librarme de estos pensamientos opresivos. El café ya había hervido hace unos cuantos minutos, mientras yo solo estaba aquí parada. Me serví una taza, y le coloqué un empaque de Esplenda. Abrí la ventana de la cocina, y a pesar del calor sofocante de afuera, la brisa leve que rozaba mi piel me aportaba serenidad y me logró enfriar un poco.

    El calor, mezclado con la humedad, trajo a mí un intenso y vívido recuerdo. Un verano en Georgia, hace ya veinte años. Todavía tengo en mi memoria el momento en el cual él tocó mi piel. Cuando había deseo entre los dos. Cuando el calor calentaba la superficie sobre la que estábamos, tomaba menos que una palabra, un suspiro, un susurro, una brisa para que se encendiera la llama y cayéramos en los brazos del otro.

    Ha pasado mucho tiempo desde que logré sentir aquello. En su lugar, la mayoría el tiempo una cobija cubría mis emociones, es verdad que adormecía el dolor ... pero también adormecía la felicidad y el amor y el deseo, dejándome a mí con nada más que mi simple existencia. Puede ser que quizá sea porque han pasado dos años, o porque Sam estaba en el colegio de nuevo y yo estaba sola en mi hogar por primera vez desde hace meses, o quizá no era nada, pero apreté los ojos mientras me bañaba en dolor fresco.

    Brenna cumpliría dieciocho, pronto.

    Si estaba viva.

    Al final logré llegar hasta la ducha. Empiezo a frotar el pasado fuera de mi cabeza, intentando concentrarme en nada más que en el agua que caía por mi piel.

    Con la cabeza finalmente despejada, salí de la ducha y me sequé, luego me puse unos jeans y una camiseta. Hoy no tenía planes de salir. Honestamente, no me he esforzado mucho en encontrar empleo. Porque cada día, luego de que Cole y Sam se fueran, trabajaba en la computadora. Buscando. Hoy dejaría eso de lado un poco, porque planeaba revisar la computadora de Sam. Yo no era ninguna erudita de la informática, pero he aprendido lo suficiente como para revisar su historial y las cookies.

    No logré encontrar nada. Nada de cookies en la computadora. Nada en el historial de la computadora. Lo que significaba que Sam había borrado todo antes de irse al colegio.

    Eso no es una buena señal. Tal vez si hubiera encontrado sitios web anónimos, supongo que estaría bien. ¿Pero nada? Eso significaba que estaba escondiendo algo. Suspiré, cerré la computadora, y caminé hasta la sala de estar. Me estaba asando ahí. Me senté en el sofá y abrí mi laptop antigua. La batería no funcionaba correctamente, así que tenía que tenerla conectada todo el tiempo, y una de las teclas se había roto, pero aun servía. Pasaría mucho tiempo hasta que pudiéramos comprarnos una nueva. Una vez encendida, comencé mi búsqueda diaria.

    Comencé con archivos de arrestos públicos. Luego de dos años, la única manera en la que yo podía estar viva era esperar a que ella estuviera viva.

    Pero había aprendido mucho, demasiadas cosas horribles le ocurrían a cientos de chicas de dieciséis años que habían huido de su casa o habían sido secuestradas. Si seguía con vida quizás algún día aparecería en estos archivos. Arrestada por no respetar un semáforo, por robo o algo peor. Una esperanza débil, pero esperanza, al fin y al cabo. Poco luego de haber desaparecido descubrí acerca de los mercados negros que existían en línea especializados en jovencitas. Decenas de sitios en donde escoges una ciudad cualquiera, y haces la compra de una mujer o una chica. Unos hombres que se hacían llamar traficantes o aficionados operaban sitios web de reseñas y foros de discusión donde discutían cómo una mujer en particular se comportaba o lo que estaba dispuesta a hacer.

    Hoy no encontré nada. Ningún archivo nuevo, nada con su nombre escrito. A principios de año, tuve un momento de mucha angustia, cuando una orden de arresto por prostitución apareció en Detroit con su nombre. Me puse en contacto con el Centro de Información Nacional de Crimen y con la Policía de Detroit. Resultó ser otra chica, una chica diferente.

    Era la hija de alguien más. Otra chica que estaba perdida.

    A partir de ahí, seguí adelante. Esta era la parte difícil. Cada

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