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El Asna de Oro
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Libro electrónico505 páginas7 horas

El Asna de Oro

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La única novela en el mundo sobre las metamorfosis del alma inmortal en la esfera de los cuerpos femeninos y en sus viajes por los siglos de la historia. Una novela-alusión al amor y a la vida póstuma. Escrita por una mujer, en Rusia, en base a material originalmente masculino.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento7 abr 2021
ISBN9781071558669
El Asna de Oro

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    El Asna de Oro - Elena Chernikova

    EL ASNA DE ORO

    Una novela-alusión al amor y a la vida póstuma;

    escrita por una mujer, en Rusia,

    en base a material originalmente masculino

    Estrella

    La sala se estremeció. Los hombres apenas y podían arreglárselas con tal impresionante estímulo, las mujeres se limpiaban los ojos y se preparaban para ponerse sus polvos. En la escena pasó todo justo como si hubiese sido sacado de sus propias vidas. Esto hizo una hermosa mujer de un metro sesenta y siete centímetros de estatura, rubia, ojos café oscuro, con complexión recta y sin características especiales. Se arregló por dos horas pasadas, hizo reverencia, saludó con su mano al elenco teatral y, por haber también participado en el espectáculo, al telón. A la luz, a las flores, a los cientos de ramos de flores, gracias por su atención.

    Pasaban la obra El Tigre Rosa, un estreno acerca del cual la prensa había ya contado todo. En el rol principal: la inigualable Li. Nadie esperaba algo distinto, claro, pues cuando está en la tarima o en la pantalla todo debe ser así. Ella acostumbró a todos a lo inevitable de su éxito por diez años, habiendo estos volado desde el momento en que la nombraron una nueva estrella por primera vez, solo éxito, solo la Grandiosa Li, un metro sesenta y siete de estatura, rubia, con muy recta complexión, ojos café oscuro, sin características especiales que alguien conociera.

    Por la puerta del personal la esperaba un automóvil de marca destacable en el cual estaba sentado un hombre de apariencia destacable. Este estaba seguramente aburrido, a pesar del amor devoto que tenía por su rol, a pesar de la espera acostumbrada por el arte acostumbrado, cuando nuevamente le hizo una broma a Li: dicen que hoy fueron cien o ciento siete ramos de flores, y por aquella esquina sufre de nuevo aquel de la gorra, claramente un informático, y de hecho, sabes, querida, la mejor e incomparable, parece que el informático de la gorra está dispuesto a casarse contigo si tan solo le preguntas su nombre...

    Ella se sentará en el asiento delantero, y la cansada Venera vestida de pieles esponjosas, las cuales entrarán en el carro de una manera sorprendentemente fácil, dirá: Como siempre de original. Fumará, mirará al edificio del teatro por la ventana con una mirada enajenada, como locos de amor que miran al objeto de sus pasiones, y se irán a casa, en donde ella fumará un poco más, y luego de una manera hermosa, elegante, con un toque obligatorio de inocencia, se entregará a sus caprichos técnicos, luego dirá con languidez y, por supuesto, de una manera algo niñezca, todo lo necesario según el caso, luego fumará de nuevo, pensará y se dormirá al mismo tiempo que él.

    El hombre de apariencia destacable se entretenía con estos acostumbrados, pero deleitables, pensamientos que nunca rechazaba. Incluso en una revista se había escrito sobre ello: el como él la espera después de los espectáculos, después de las filmaciones, él. Personaje principal.

    El miró su reloj de marca destacable y se dio cuenta que era hora de calentar el carro de marca destacable. Ya casi casi saldrá Li. No flotará, sino que saldrá. Ella es una talentosa persona normal, es una mujer que camina, habla, coge, y no da pasos, emite sonidos y hace el amor. Esto le atraía a él más que nada, por cierto, como a todos sus antecesores: su normalidad ordinaria. De vez en vez, cuando Li como tantas veces decidía dejar la tarima y anunciaba que pronto se entregaría a la cocina y a la escoba y se convertiría simplemente en mujer, por tonterías banales, de las que se desconocía el porqué le ocupaban la conciencia y cuya agobiante futilidad intranquilizaban a su marido, así que bebía de vez en vez. De todo un poco y todas las tardes. Como estupefaciente. Y en esta tarea que la dejaba sin figura humana alguna, se las ingeniaba para conservar su naturalidad, su característica normalidad. Los hombres no entendían para qué necesitaba ella de la carga angustiosa de la cocina y la escoba. Sufrían, se enojaban, se volvían locos.

    El hombre que conducía sabía con seguridad que sabía, uno en todo el vasto mundo, que hacer con esta mujer. Solo el entendía que ella en realidad era absolutamente normal. El se sentía cada día más y más orgulloso. Se sentía orgulloso de día y de noche, especialmente cuando sus conocidos, y también la prensa, manifestaban que en cierta manera a partir de él surgió el verdadero brote del arte de la grandiosa Li. Nadie lo pudo lograr más que nuestro héroe.

    ...El carro no arrancaba. Él salió, abrió, cerró y chequeó todo lo que conocía, se sentó al volante, giró la llave otra vez, dos, diez veces: nada de nada. El carro se negaba. El hombre de apariencia destacable empezó por maldecir al inocente: El Tigre Rosa.

    ¡También me parece un nombre de melodrama! De parodia de película de acción, con seguridad. Y aquí esta tonrería. Una actriz de su clase no debe participar en la popularización de las tonterías. No hay por que amar al dinero de tal manera. Ella tiene muchísimo. Aunque su ambiente, claro, la obliga: el dinero, dice, hay o hay poco, o no hay para nada. Rayos, ¿qué es lo que le pasa a este carro?

    Sabiendo para sí que es mejor no enojarse con uno mismo, usualmente se enojaba fuertemente, con rabia, sin poder ser repetido, era su segundo rol favorito, el hombre se contuvo, no le dio ni una patada a ninguna llanta ni a ningún montón de nieve. Hizo unos cuantos ejercicios del extraño complejo de la gimnástica respiratoria y decidió intentar nuevamente. El carro no arrancó.

    En el umbral del teatro se encontraba una mujer hermosa sin características especiales. Con un increíble abrigo de piel, con tacones de seria altura, maravillosa, única, conocida por todos y así en adelante. La verdad, inteligente: no enloquecería de furia por el carro.

    ¿Qué vamos a hacer?, ella, considerando el hecho en un instante, pregunto como si hubiese preguntado repitiendo algo que él mencionó. Él dijo:

    — Buenas noches. Ya hice todo lo que pude. Es magia. El carro no tiene problemas. Pero no arranca. Estoy dispuesto a dejarlo aquí y llevarte en taxi.

    — Sabes, querido, que después de todo soy una profesional. Debo de hablar con derecho y seguridad. Vendo esta habilidad a diario...

    — ¿Qué pasó? — él se perdió un poco cuando ella caminó a la calle.

    — Intentaré. — Ella se acomodó un poco dentro de su abrigo, dentro del carro, fumó y, mirando hacia adelante, al salado y aburrido carril del camino por el cual no pasarán hoy, pronunció un discurso corto de enseñanza sobre la grandeza del idioma ruso, sobre su astucia única, sobre las intrigas misteriosas de su sintaxis. En pocas palabras: — Si tu nos ofrecieras, querido, ir a casa y no enfatizaras mi superioridad ante el carro que estás dispuesto a dejar en la calle, en verdad, frente al teatro, donde cualquier perro callejero lo reconoce, en pocas palabras...

    — ¡Yo quería decir justo eso! — el hombre de apariencia destacable no pudo advertir de ninguna manera el futuro cercano.

    — Pues me hubieras dicho, — expresó ella triste y silenciosamente.

    — Estás siendo caprichosa. Estás en tu derecho. Pero es muy tarde. ¿Qué propones?

    — Encontrarnos en el apartamento. Tu llegas por tu cuenta. Yo llego por la mía.

    — Nos encontramos, entiendo rápidamente, en casa.

    — Cuando escapas de una palabra que une a las personas, yo también empiezo a utilizar sustitutos, — su tono dejó de ser colorido.

    El hombre tuvo escalofríos. Le pareció que por un dicho insignificante — (¡de qué manera podría vivir contigo, querida, si no dices una palabra!) — lo despedirían al momento de su puesto favorito de casi ser esposo de la grandiosa Li. ¡Acaso se le puede siquiera culpar por aquello de lo que ella misma es la culpable! A iniciativa de ella su relación se diferencia tanto de las familiares, como un apartamento de una casa. Como conceptos.

    Li esperaba mientras él pensaba. Notando que este pensaba, ella le dio un beso en la mejilla derecha y le dijo que su pintalabios no dejaba rastro, antes que él lograra verse en el espejo a escondidas. Ella abrió la puerta y se bajó.

    — Vas a arruinar los zapatos. En la calle hay sal por doquier. En invierno no hay que caminar en tacones. Con ese tu abrigo no puedes caminar sola.

    — Tienes razón. Y el Volga seguramente desemboca en el mar Caspio. No te preocupes. Conmigo nada puede pasar. Los elementos criminales también ven cine.

    — ¡Y de los teatros ni siquiera salen!

    — Cierto. Hoy vi al uno y al otro por las butacas.

    — ¿Te das cuenta? — él empezó a bajar del carro.

    Li se alejó unos dos metros, se dio la vuelta hacia el teatro, se acordó de las flores que dejó allí, pero en ese instante en el helado silencio de la calle se escuchó el rechinar de un trolebús que daba la vuelta. Ella los usó alguna vez. Puerta, salto, puerta. El hombre de apariencia destacable logró notar que el trolebús estaba casi vacío.

    Primera sensación: ella se alejaba de la persecución. Nadie persigue a nadie, pero esa es la sensación exacta. ¿Cuál era el problema? El se quedó detrás (quizá dejarlo allí, junto con sus dichos absolutamente certeros, con apariencia destacable, magnífica colonia, peculiaridades, técnica del sexo contemporáneo, dinero que suena...), cerca del carro que estaba dispuesto a, ¡no puede ser!, dejar frente al teatro.

    Li inspeccionó el lugar del incidente; el trolebús casi vacío. Eso es normal por las noches. Cielos, hace cuanto que no había nada de trolebuses. Cielos, hace cuanto que no había nada de nada. Hace cuanto que no había nada. ¿Qué se hace al entrar al pasillo de un trolebús nocturno? Puede que se pague. ¿Cómo? ¿Cuánto? ¿Dónde está la caja? Eso no se le puede preguntar a un pasajero. Parada. De repente un controlador; ¿cómo se ven ahora? Antes eran canallas con bolsos de cuero falso. ¿Qué genial? Y dónde quedo yo.

    Una hermosa mujer en abrigo de piel, en tacones, recordando febrilmente aunque sea una cosa universalmente aceptada. ¿Cómo se verá esto desde afuera?

    Li pensó con inspiración que, si lograba llegar a casa antes que él, podría por un segundo adentrarse en sus manuscritos: un cuaderno grueso con una portada de fibra corta color vino oscuro; en el no se escribe nada que valga la pena.

    Ella se sentó donde pudo. Terminó siendo un asiento más que decente, se puede ver por la ventana, relajarse y decirse esto a uno mismo, ay. Se puede de hace todo.

    Imagínese las sensaciones de un alienígena. Un trolebús de ciudad capitalina. Alguien se sentó cerca. ¿Qué tal el girarse un poquito para verlo? Ella estaba segura que quien se sentó cerca fue un hombre. Se dio la vuelta hacia él. Un hombre. Ella no lo dudaba. Bueno, que se esté sentado. Los hombres son buenos, que se estén sentados.

    Entonces se acordó que la grandiosa Li es una estrella. Todos me conocen: un pensamiento común. Y él también me conoce. Y yo para él soy una mujer hermosa de nombre, de forma, pero está en silencio, muerto de incredulidad para con sus propios ojos. Él piensa que yo soy un doble de Li. Él incluso me quiere decir esto. ¡Se dio vuelta hacia mí! ¡Me hablará! ¿Por qué me interesa esto? ¿Acaso no le temo? ¿Y qué hay que temer? El enojado se quedó con el carro. Ahora él resuelve con seriedad un problema serio; casi lo resolvió. Encontró a quién pagarle para cuidar el carro hasta la mañana. No es cualquier mezquino, sino que un personaje cuidadoso y destacable. ¿Y este quién es? ¿Quién viaja ahora de noche en trolebús? Por cierto, ¿dónde estoy?

    Ella se dio cuenta que no podía pensar en nada con claridad. Es necesario bajarse en algún lugar. ¿Dónde y cuándo? Habrá que preguntarle al otro pasajero. Es normal. La dama se perdió. Li se dio la vuelta hacia el otro pasajero con certeza: dígame. Hágame el favor. Necesito ir a casa. El edificio es color claro, me parece que de ladrillos, la calle se llama, el número del edificio, cerca también queda un teatro.

    — Me imaginé que necesitaba ir a esa calle. Queda dos estaciones después de la mía. ¿Entiende? Yo me bajo. Luego una estación más. Luego se baja usted. ¿Me entendió?

    — Usted habla como si estuviera hablando con un niño enfermo. ¿Usted es pediatra?

    — No.

    — ¿Cómo se llama mi estación?

    — Pasaje de oro, — el pasajero era atento y paciente.

    — Usted... ¿Qué hizo hoy por la tarde? — Li preguntó juguetona.

    — Leí un libro. — El pasajero del trolebús nocturno estaba sobrio, era educado, amaba leer libros. Ay, cielos.

    — ¿Usted va al teatro? — se interesó ella en hacer conversación.

    — No, — dijo el pasajero.

    — ¿Y al cine?

    — No.

    — ¿Televisor?

    — No tengo televisor aquí.

    — ¿Aquí? Usted vive en otro país?

    — Soy viajero. — El pasajero era amable a la perfección, hablaba ruso magníficamente. — El periódico, la radio, los videos y demás tampoco entran en el círculo de mis intereses habituales.

    — ¿Usted nunca antes me ha visto? Eh, digamos, en el metro. — Li se sintió como una completa idiota.

    — Usted no toma el metro. Allí he visto, disculpe, a todos. Menos a usted.

    — Sí, está en lo correcto. — Li se dio la vuelta hacia la ventana tapada por los rastros del frío y se puso a recordar dichos coloquiales. Por qué intentas si no puedes, y cosas similares.

    Tenía mucho frio en las piernas.

    — Quítese los zapatos y recoja las piernas bajo el abrigo, bajo suyo. Ese su abrigo es como un apartamento por si solo. Y sus piernas en esos zapatos como zancos sacados al balcón en el frio para guardarlos. Llévelos con usted y ya está. — Él dijo esto directamente, con tranquilidad, con amor a la humanidad. Li hizo lo que él le dijo.

    Ella guardó silencio. El trolebús da vueltas por el frío, perdiendo así los últimos pasajeros. Se quedaron ellos dos, sentados cerca. Ella cubierta con su abrigo, él cerca, atento, perspicaz. Ella se subió un poco más el cuello, compuso dentro del abrigo sus claros y ondulada (por supuesto, era ondulada) cabellera, escondió su mano derecha en el bolsillo izquierdo y su izquierda en el derecho. Se sintió caliente y cómoda. Su acompañante miró con atención como ella se acomodó y sacó de su bolsillo interno un librito con una portada de fibra corta color vino oscuro.

    — ¿Usted viaja sin equipaje? — mientras Li se calentaba le dieron ganas de platicar.

    — El equipaje va ahora por mí, si usted se refiere a su ausencia aquí. Ocupa mucho espacio, no cabría en el trolebús, — aclaró su acompañante, despegando por un instante su mirada del libro abierto.

    — Coincidencia, — Li se alegró. — Por mí o adelante mío también va mi equipaje que no cabía en el trolebús.

    — Disculpe, señorita, quizá le parezco un poco anticuado, pero yo no consideraría a su esposo con un auto su equipaje, por lo menos no comparándolo con el mío.

    — ¿Lo vio por la ventana? — Li dedujo.

    — Por estas ventanas no se ve nada. El frío, — él le recordó.

    — ¿Entonces cómo? Y, por cierto, ¿por qué?..

    — Pajarita. La veo a usted perfectamente. Le acabo de, por así decirlo, quitar el calzado, la hice sentirse caliente, le devolví el humor parlanchín. La verdad es que entre usted y yo ya ha pasado bastante. Somos dos personas que se conocen bien. ME atrevería a decir incluso que él no es su primer marido.

    — Ya que usted es un viajero clarividente, dígame cualquier otra verdad. A juzgar por lo demás, usted en verdad no lee el periódico ni ve la televisión.

    — Clariescuchante. Pero de eso a veces me canso mucho. Le puedo leer sus pensamientos, pero usted va a oponerse. Usted me enviará tales golpes de energía que al final terminaré lastimado, usted agotada, y el destino no se desviará de eso. Todos prefieren escuchar algo sobre eventos y hechos. Escuchar lo mismo desde los pensamientos de otro, pero no cualquiera soporta las imágenes. Veo que usted quiere decir que usted no es cualquiera. Que usted es especial. Así es, usted no es cualquiera. Pero su característica principal es despersonalización en ese asunto al que usted se dedica profesionalmente, es decir al dinero.

    — ¿Una profesión es por lo que pagan dinero? — Li quería escuchar realmente la continuación, pero no sabía como hacer que el pasajero se diera la vuelta para darle la cara. Por mientras el hablaba viendo directamente hacia el frente..

    — No me daré la vuelta. Para usted y yo no nos es necesario vernos a los ojos.

    — ¿Ya se conectó? — preguntó Li automáticamente.

    — Sí. No le voy a contar lo bien que actúa. Si le parece, le voy a contar por qué usted vive de la manera que vive. ¿Me permite no escoger la expresión? — la voz del desconocido sonaba cada vez más apagada, pero precisa.

    Li se escondió por completo en su abrigo y desde allí respondió: .

    Inicio

    — Cuando tu eras una niña pequeña... — dijo él.

    — Yo nunca fui una niña pequeña, — aclaró ella.

    — Exactamente. Por cierto, si le dan ganas de volverme a interrumpir, por favor, no tenga pena. Es normal que la gente haga ese tipo de cosas.

    — Entonces dígame para empezar que me diría exactamente si usted resultara ser tan solo un acosador en el transporte.

    Hay algo en usted. — Él sonrió. — Pero usted no viaja en transporte colectivo.

    — ¿Es todo? ¿Todo de todo?

    — Si. Exactamente a usted, exactamente yo, exactamente esto. Pero yo no acoso a las mujeres en el transporte. Y usted ya mencionó que a usted la deben reconocer por doquier. Posiblemente usted sea famosa. Conmigo tiene suerte triple: usted está físicamente segura en su totalidad, yo no puedo reconocerla por las causas que ya le mencioné, y la fama me es indiferente. Aunque, por supuesto, y terminemos con esto, usted es una mujer hermosa. Pero no es feliz, y eso a mi no me gusta. — Él asintió con la cabeza. — ¿Seguimos?

    Li recordó que la en la refrigeradora está helado y la espera un ginebra sin abrir.

    — Cuando eras formalmente una niña pequeña, cuando todavía no tomabas ginebra, no fumabas, no hacías el amor...

    — Yo nunca hago el amor, — nuevamente lo corrigió Li.

    — Pues, sí, cierto, una persona que habla y escribe ruso profesionalmente no puede usar ese cínico-timidezco juego de palabras ni en voz alta ni en sus pensamientos. Disculpa.

    — Con agrado.

    — ...en ese entonces a diario y desesperadamente, como te acuerdas, era necesario un hombre. En el jardín de infantes, en cada grado de la escuela. En cualquier lugar, día, noche, invierno, primavera: solo el hombre era lo que podías entender en cuanto a la totalidad de su profesión. No era una adivinanza como para las demás niñas, no era para asustarse como para las hijas de madres solteras, no era un caballero, no era un amo proveedor, ni siquiera un esposo, sino una profesión. Tu repetías las gamas y las fugas, entrenabas los dedos que no se escuchaban, intentabas bailar, componer, aprendías con determinación las rígidas ciencias exactas. Todo más o menos se lograba, pero en todos estos asuntos hubo un inicio y un final, hubo lo desconocido e incluso lo imposible de conocer, hubieron conocimientos terceros por lo cuales, de haberlos aprendido, podías haber recibido puntos meritorios, pero solo una ciencia fue la que siempre te fue conocida como una religión, para los padres que la fundaron... Tu siempre fuiste una mujer adulta.

    — Eres demasiado serio.

    — En ese entonces, en los tiempos lejanos que conciernen lo que hablamos, tu también era muy seria. Vladi, el cuatro-ojos pelirrojo del jardín de infantes, te hizo sufrir, ¡y de qué manera! ¿Te acuerdas?

    — ¡Impresionantes clariescucha! ¿Así vamos a seguir por cada punto de la lista? — Li podía ya entender que clase de persona le mandó el destino, pero todavía no estaba de acuerdo con el regalo.

    — Así vamos a seguir, pero no por toda la lista, solo por lo primordial. Aunque en su caso la división entre lo primordial y lo secundario es maliciosa y no oportuna. ¿Estoy en lo cierto?

    — Bastante. — Li quería tocar al pasajero, por ejemplo, acariciarle la cabeza. Ella no había movido ni un pelo desde dentro de su abrigo cuando él le advierto con una sonrisa de ironía:

    — Hace mucho que me acostumbre a lavarme la cabeza a diario. No es necesario comprobarlo.

    — Le pido disculpas: es un reflejo. Una vez un joven periodista me hizo una entrevista, estaba preocupado, intentaba hacer preguntas buenas y de repente sin pensarlo dos veces me pregunta: ¿qué es lo que más le atrae en los hombres y qué es lo que más la repele? De una sola vez, y sin agregar detalles innecesarios, le comuniqué: para la primera pregunta, unas axilas bien rasuradas; para la segunda segunda pregunta, unas axilas sin rasurar. El pobre tipo se sonrojo, se puso verde, y nosotros hablábamos siendo al mismo tiempo grabados por audio y texto, él golpeó el micrófono, honesta y rápidamente escribió mi respuesta en una página también, me agradeció por la colaboración y retiró para siempre.

    — Esto, señorita, es sadismo, claro está, pero yo la entiendo. Por cierto, nos salimos del tema. ¿Continuamos?

    Con una vos monótona, casi con un chillido. Un poco desagradable. Seco. Sin poderle ver la cara. El humor juguetón desapareció en Li.

    — Sí. Pero de otra manera. Usted se mantendrá en silencio, — ella propuso, — mientras todo sea a su manera. Comente en el momento que yo me aparte hacia un lado, y de un grito, de una sola palabra. Hace rato ya que no quiero conversar porque siempre llega un momento artístico: el compañero de conversación empieza a evaluar todo asunto en cuanto a sí mismo. Cómo es eso desde la perspectiva de la seguridad personal...

    — ¿Y usted se ha enamorado de los hombres? — preguntó el pasajero con ganas de participar, dándole vuelta a la página.

    — ¿Que si me enamoré de la profesión? Eso, seguramente, no se pueda. ¡Pero qué sabe usted de eso!.. — en su tono se advirtió una amargura teatral.

    El desconocido se rió.

    — Ya se le olvidó todo. ¿No me diga que empezaremos desde el inicio? — con reproche — un reproche juguetón — él le preguntó.

    — Ay, sí, la sesión de clarividencia.

    — Ay, no: de clariescucha.

    — Continúe, señor. Se quedó en Vladi el pelirrojo.

    — Pero señorita... Usted ya había decidido hacer esto por su cuenta.

    — ¿No me voy a pasar de mi estación?

    — Qué dice. Nunca.

    Continuación

    En el jardín de infantes huele a jalea, a ropa lavada, a veces a repostería. Difícil El mío tiene varios problemas: no aprende de ninguna manera a atarse las cintas. Lo intenta, se esmera, saca la lengua, gime con su nariz, de la cual sin quererlo se resbalan unas míseras gafas redondas, pero no logra atar el nudo. La maestra se enoja, se burla del pobre Vladi, apela en voz alta a su ausente madre, los niños se unen al show con felicidad y gratitud, le apuntan con los dedos y así en adelante con la lista de las habituales burlas de los niños. Yo lo miro y lo miro y me paro. Me acerco a Vladi y le ato el nudo en su segunda botín desde su lado sin pensarlo. El grita: ¡No es necesario!, empieza a llorar y se va. La maestra lee una lectura corta sobre las ventajas de la independencia. Al final de todo, todos los niños de alguna manera llegan al área de caminatas, dan una vuelta, tranquilamente juegan alguno de esos juegos de pretender ser una familia. Y yo camino por aquí y por allá y pienso: cómo puedo ayudar a Vladi con las cintas. Ya hasta se olvidó de ellas, con mucho esmero escarba en la arena mientras se arregla sus míseras gafas redondas, pero yo sigo interesado, me sigue importando.

    Además está Olga con gruesos labios. Miro sus labiecitos y continuo pensando en Vladi, quien no consiguió atarse el nudo de sus botines. Olga se acerca a mi y me dice que hay un nuevo juego al que todas las niñas de nuestro grupo deben jugar. Solo de mí no se ha escuchado una confirmación de mi participación, necesito expresar mi disposición. ¿Cuál es el problema? Vamos. Voy. Esto sucede cerca de la cerca. El área está rodeada por una cerca de tablones de madera, todos pueden ver todo lo que pasa. Un triángulo. No muy grande a decir verdad. Hay que ir, al parecer, hasta la pared del final de la cerca, subirse el abrigo, el vestido, bajarse los calzones y sentarse. El objetivo: sentarse en la cerca con el trasero desnudo hasta sesenta. Olga, claro está, dice hasta sesenta. O hasta que no nos descubran. Hay, claro, quienes podrían descubrirnos. Está la maestra, está, al final de cuentas, los niños. Todas las niñas del grupo están listas para tomar el riesgo, todas entienden que de cualquier manera nos entregarán a nuestras madres al final de la tarde, pero... Por alguna razón todas se acercan a la cerca.

    Yo, con mi presentimiento gregario no desarrollado, me acerco a la pared y miro: todas se bajaron los calzones y se sentaron. El viento helado de otoño resopla los pequeños traseritos. Esto no me parece. Sigo parada sin desvestirme. Todavía me sigue preocupando el nudo de Vladi. La maestra se abalanza contra una de las niñas. ¡De nuevo, — grita, — de nuevo están!...

    Por la tarde llega mi mamá, le cuentan todo. Yo le digo a mi mamá que no es cierto. Yo no me senté por la cerca con el trasero desnudo. Ella no me cree. Me enojo con ella. Le doy una mirada de despedida a Vladi. Él ve a los peces en el acuario. Está en su cabeza, a lo Vladimir. Con ese pesado pleito nos vamos a casa con mi mamá. Hasta mañana, cariño, pienso.

    Llega mañana. Los problemas son los mismos. La maestra castiga a mi enamorado. Olga me llama por la cerca, el jardín de infantes huele a jardín de infantes. Todo es insoportable. Me dan ganas de llorar. Empezó a llover. Llamaron a los niños al grupo, la salida se canceló, Olga se quedó parada un momento, pero escuché como se ponía de acuerdo con Katia para desvestirse en el pórtico aunque fuera por un segundo. Cielos. Que tontas, de nuevo intento pensar...

    Al siguiente día la lluvia azota sin cesar. Todos están sentados en grupo y se divierten como pueden. Mi querido y tan amado tiene hoy vacaciones de la maestra. No necesita atarse nada. Me acerco a él desde atrás. Él apila unos cubos. Lo abrazo por los hombros, lo aprieto contra mi y le digo: ¡Eres mi criaturita!... Le hablo con delicadeza celestial. Lo amo enormemente. Él se asusta, quita mi mano de sí. Luego por cualquier cosa me golpea la mano y sale corriendo. Yo me voy hacia la esquina más lejana del cuarto e intento sostener mis lágrimas...

    — Y estas fueron tus primeras lágrimas en la vida relacionadas a la cuestión mencionada, — sonríe el pasajero sin malicia.

    ...Me daba miedo acercarme a él. Lloraba en silencio en casa por las noches, a mi almohada. Pues yo sabía como atar las cintas de los botines. Quería ayudarlo a atarse las cintas. Él me rechazo.

    En ese entonces todavía no sabía que el amor nace en cualquier pila de basura, de cualquier emoción. Como los poemas, según decía Ajmátova. Me refiero al amor-iluso, al amor-autotortura con la predisposición a saltar a un acantilado, si él, Él, luego él de nuevo, hace una señal, por así decirlo, de que ese es el camino correcto para lograr llegar a su campiña.

    — ¿Y qué te era precisamente necesario de él, en ese entonces, en tu niñez, cuando ni siquiera habías escuchado la palabra sexo? — el pasajero pasó a la siguiente página.

    ...Besarlo. Las cintas son cintas, pero lo importante era besarlo. Esta era un anhelo temeroso, exhaustivo, por el me dolían los labios, mi corazón palpitaba con fuerza, la sangre se movía por mi cuerpo con una velocidad salvajemente primitiva.

    Los adultos me vestían de sarafanes de terciopelo, me ponían listones enormes en el pelo, admiraban con incredulidad lo larga y esponjosa que era mi trenza, me fastidiaban con que guardara silencio, mis padres me hacían darme la vuelta hacia la pared y dormir del lado derecho. Desde ese entonces he dormido toda mi vida del lado izquierdo.

    Más que nada en el mundo, en esos años me molestaba mi propio silencio, adornada con los antes mencionados listones en mi esponjosa trenza, los sarafanes, las medias y otros símbolos de género. Esta era una burla horrible de los adultos. Era una mordaza. Necesitaba ser besada y tocada, yo sabía con seguridad que no iba a arruinar nada, no quebraría nada, hubiera estado completamente satisfecha sin dañar nada: yo sabía como hacerlo. Pero de mi vida apareció con certeza otra mordaza floralmente colorida más, lentamente ofuscó todas las moléculas de mi pasión desenfrenada y profundizó mi silencio.

    Con eso del primer beso el asunto llegó hasta el absurdo total.

    El primer beso

    ...Hasta donde recuerdo, me hicieron crecer con desesperación. Mi mamá me enseñó inglés, a tejer, música, a lavar los calcetines de mi padre, a bañarme regularmente, a leer cuentos y escuchar vinilos. Recuerdo bien mi niñez en cuanto a estas cosas. ¡Pero no recuerdo ni una palabra sobre el amor al hombre! Más aún, a los hombres. Recuerdo sin palabras una indefinida pero definidora dependencia de mi madre con mi padre: lo que el dijo, lo que no, lo recibíamos bien cuando regresaba de sus viajes de negocio, y justo después era un: dónde estuviste y por qué estás tan callado. Y la mitad de un espejo quebrado...

    Me abalanzaba entre los dos: No se peleen. ¡Por favor!, pero ellos continuaron peleándose por algo, mi madre a gritos y mi padre en silencio. Me escondía en los placeres que me vieron crecer. Me dejaban escuchar vinilos por mi cuenta, me los compraban con regularidad, muchos, no se molestaban con comentarios: entonces era yo libre. Y así surgieron dos que terminaron siendo los principales: al inicio tan solo porque en ellos, además de la música, había voz humana grabada en vivo.

    ¡Esta voz hablaba conmigo! Él me contaba al compás de la música de Chaikovski una historia impresionantemente triste sobre las aventuras de unas doncellas encantadas como cisnes en los bordes de estanques de fantasía: en ella todo todo era sobre el amor. Y todo todo era hermoso, a excepción de las ideas que me asustaban acerca de lo inevitable de las peleas por este mismísimo amor. Una pelea por el amor que observaba a diario en mi casa. Estaba harta de esa pelea.

    Y en el segundo vinilo esa misma voz me contaba con fineza acerca del milagroso impacto de un beso en una chica de sangre de la realeza que había dormido por cien años. Ese cuento me gustaba más y más cada día. Primero. La portadora del mal, la hechicera que trajo a la princesa una muerte temprana, al examinarla resultaba ser el catalizador del desarrollo de la bondad: si no hubiera pinchado con la aguja a la inquisitiva chica el día quince desde su nacimiento, no hubiera mostrado la fuerza de sus hechizos al hada gentil que apaciguó el hechizo mortal, convirtiéndolo en una espera de cien años por un matrimonio beneficioso. Segundo. Al príncipe, que nace como era de esperarse y aparece a tiempo en el horizonte, le toca pelear solamente contra endrinos y escaramujos que distraen su misión de llegar a la cámara de la princesa. ¡E incluso eso es una pelea! Esas plantas espinosas se enredaron ellas mismas frente a él: ¡y como nada se presenta el nuevo amo!

    Tercero. No hubieron ni sacrificios ni destrucciones en este asunto. Es cierto, los padres de la princesa murieron de causas naturales sin lograr llegar a la boda, pero en eso no hubo nada  infernal. Al final el príncipe se queda sin suegra. Y sin suegro. ¿Qué más da? Quizá así haya sido mejor... La recién casada tiene una vivienda, sirvientes e incluso músicos personales. La princesa estaba más que hecha.

    En pocas palabras, el cuento no tenía ninguna dirección específica, pero la influencia más importante que tuvo en mi imaginación de niña de cinco años apareció después y definió por largo tiempo el camino de mis búsquedas eróticas personales.

    ¡El primer beso! La idea de su influencia liberadora de hechizos, descongelante, con gran valor en todas las relaciones, se incrustó hasta la muerte en mi alma conmovida. Lo de Vladi el pelirojo como símbolo de mi primer fracaso amoroso todavía no había terminado, y la escucha diaria de La bella durmiente llenaba el vacío oscuro en la esfera de las decisiones positivas: cómo seguir viviendo.

    — ¿Hasta donde tengo entendido, no le consultaste nada a tu madre?

    ...Era imposible consultarle. Ella peleaba. Yo estaba segura de su perdida futura, una plática seria pudo terminar en un instante ya sea en un cariño amigable o en una orden cruda contra mi edad inmadura. Esto lo sabía por completo porque, un año antes del evento con los vinilos, conocí el texto poético que va por el nombre de Romeo y Julieta. Yo pude leer por mi cuenta desde los tres años, por eso verdaderamente le agradezco, y así me encontré con un tal Shakespeare en el estante. Habiendo llegado a la conclusión sentí algo como una asfixia de la sincera tristeza interna y rompí en llanto. Me calmaron por más o menos una hora u hora y media. Como resultado de este evento mi mamá tomó una decisión interna definitiva: a causa de tales impresiones dejadas en su hija, en lo posible, no hablarle de tales temas trágicos y no darle libros. Y me compró vinilos...

    — Regresemos al primer beso. ¿Dónde lo tuviste? Por aquí no lo veo. Ah, claro. ¡En tu campo informativo no hay ningún tipo de beso! — el pasajero se mostró perplejo por primera vez.

    ...Así es. Allí, por cierto, tampoco está la defloración. Y, por cierto, no lo estará. Pero el asunto con ese maldito primer beso es en realidad más importante. Me molesta más. Me hartó. Li apretó sus mejías con las palmas de sus manos.

    — Cuéntame.

    ...Fue horrible. Estaba además mi abuela que tuvo un amado en su juventud. Rico y guapo. El primer beso lo tuvieron hasta los nueve meses después de que comenzara su relación. Él la llevaba a cabalgar, la llevaba al teatro, le daba chocolates caros, le proponía su mano junto con su corazón, y ella todavía pensaba y pensaba: puede acaso una simple trabajadora de tejidos casarse con un rico. Terminó de pensarlo, aceptó, y entonces una vez que se quedaron solos en la sala y él se acerco bastante a ella y ella no movió su cara sonrojada, el se inclinó y aplicó el método del contacto virtuoso, sin andar entrando en esfínteres vírgenes rosados, y entonces, por supuesto se abrió de repente la puerta, entró su mamá, sin malicia exclamó aja, y mi abuela fue tomada, como era de esperarse, por una vergüenza agridulce. En pocas palabras, se casó con mi abuelo, un soldado pobre, siendo completamente virgen, habiéndose enojado con el rico por su inocente picardía: desde la lejana Yalta apareció la ex-amante del rico en su cumpleaños, una prostituta de nombre Muja. La muy bella se sentó a beber en la mesa festiva, se puso cómoda, miró a mi abuela, consintió la elección de su amante y, felicitándolo con un honesto brindis, le dio un beso a mi abuela cumpleañera en sus lindos e impresionantes labios. Mi abuela salió por la puerta y en silencio se fue huyendo de la fiesta. Después de dos semanas se comunicó por escrito con mi abuelo: hace mucho que él desde su estación la tenía en la mira, pues solo esperaba a que se peleara con el rico. La espera tuvo sus frutos.

    ¡Ay, cuantas veces mi abuela me contó acerca de ese primer beso con el rico! Y lo delicado era ese hombre, y lo amable, y lo respetuoso en cuanto a su virginidad, y lo terrible que fue, en cambio, la primera noche con mi abuelo, e incluso peor la mañana. Los parientes de mi abuelo, quienes llegaron a una boda de ciudad desde un pueblo conservador, en la mañana se sentaron casi que en la puerta de la habitación cuidando las sábanas matrimoniales. Buscaban la sangre. Al comprobar que, sí, la sangre estaba allí, se calmaron y regresaron a la mesa.

    Y más terrible aún que justo antes de la muerte de mi abuela se recordaba de eso con lágrimas en el rostro. Con el primer beso. Y a mi abuelo me pidió decirle que ni siquiera se acercara a las puertas de la habitación del hospital. Vivió con mi abuelo por cincuenta y seis años.

    — ¿En otros tiempos, quizá, eso no valga para nada la pena? — preguntó el pasajero de manera conciliadora.

    ...¿Otros tiempos? Con gusto le sostendría la puerta a los problemas de superioridad del autor...

    Y mi primer beso, igual que como mi primer hombre, no existió en la naturaleza. Después de Vladi el pelirrojo hubo una serie de caídas dirigidas por un ruido

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