Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Paloma de Sangre Roja
Paloma de Sangre Roja
Paloma de Sangre Roja
Libro electrónico266 páginas3 horas

Paloma de Sangre Roja

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Para el ejecutor del inframundo Richard "Rico" Sanders, parecía un trabajo comun: recuperar los bienes robados de su jefe de gánsteres y enseñarle una lección a la persona a cargo.Pero la persecución se desvía rápidamente y lleva a Rico desde las calles de Chicago hasta la soleada Honolulu. Allí, el asesino a sueldo se encuentra en un territorio desconocido, cuando personas inocentes se ven envueltas accidentalmente en un crimen.Mientras Rico persigue a sus nuevos objetivos, los cazadores y las presas desarrollan un respeto poco probable del uno por el otro. Pronto se enfrenta a una decisión trascendental: ¿seguir sus órdenes de matar a las mismas personas que se han ganado su admiración o rechazar y poner en peligro la vida de la mujer que ama?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento15 jul 2020
ISBN9781071556238
Paloma de Sangre Roja

Relacionado con Paloma de Sangre Roja

Libros electrónicos relacionados

Ficción afroamericana para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Paloma de Sangre Roja

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Paloma de Sangre Roja - Ed Duncan

    Agradecimientos

    Gracias a mi editor original, Christopher Hassett, cuyas sugerencias y comentarios perspicaces han mejorado tanto esta novela.

    Gracias también a los amigos de Voyage Media y Jacob Arden McClure, que diseñó unas fabulosas tapa y contratapa.

    Parte Uno

    Capitulo Uno

    Jerry salió del automóvil, cerro la puerta y se estiró. Se agachó frente al espejo lateral para verificar su cabello. Satisfecho, se enderezó y dio una palmada desordenada al bolsillo derecho de su pantalón.

    Escéptico, dio una palmada nuevamente, una y otra vez. Luego a su bolsillo izquierdo. Buscó rápido en los bolsillos de su abrigo.

    Mierda, dijo por debajo de su respiración y expulsó hasta abrir la puerta del automóvil con tanta fuerza que se sacudió para atrás y adelante en sus bisagras. Adentro, era como si hubiera alguien sosteniendo un arma en la cabeza de otro que se quedaba sin paciencia. Buscó entre los asientos y por debajo y sobre el piso y debajo de la alfombra del piso en ambos lados del automóvil.  Luego reptó entre los asientos de atrás y adelante y repitió el proceso.

    Rico también había salido del automóvil, al mismo tiempo que Jerry. Para cuando Jerry había comenzado su búsqueda, había caminado por el lado del pasajero y se sujeto al automóvil, brazos cruzados en el pecho. Desde ahí, observaba la búsqueda más perplejo que preocupado. Cuando se terminó, dijo simplemente, Lo levanto, y cuando Jerry golpeó con dureza su puño con el techo y pateo un neumático, Sube.

    Condujeron en silencio, Jerry se movía intranquilo todo el tiempo. Rico lo miró . Tranquilizate.

    Pero dadas las circunstancias, podría haber sido un gran día para conducir. Había llovido el día anterior pero ahora el tiempo estaba nítido y claro y el agua que se había acumulado en aceras y calles relucía en el sol del mediodía. A varias horas de la hora pico, navegaron por el tránsito.

    Jerry observó con atención pero no se estaban dirigiendo en la dirección del circuito, donde habían dejado a Robert McDuffie hace cuarenta y cinco minutos. Pensé que habían dicho —

    La casa de Jean queda más cerca. Voy por ella mientras te llevas el automóvil y vas para lo del muchacho

    Pero—

    Estoy noventa y nueve punto nueve por ciento seguro, pero uno por ciento aún es uno por ciento.

    Jean vivía en un departamento de un edificio respetable de cuatro pisos apartado en un barrio bien conservado del sudeste de Chicago a unos minutos en automóvil del lago. Cuando Rico presionó el timbre en la planta baja,  ella estaba tomando una ducha entonces no pudo oír nada . Intentó al celular pero le dio correo de voz . Era una lástima porque él no podía esperar.  Tenia que subir.  Esperaba que ella estuviera ahí aunque no escuchara el timbre porque ella le gustaba, no, estaba loco por ella. 

    No tenía llave de la puerta principal, entonces esperó en el vestíbulo entre la puerta de adentro y afuera hasta que apareciera alguien. No pasó mucho tiempo.

    Un habitante entró al edificio. Tenía treinta y pico, ya se estaba quedando calvo, un poco más alto que Rico y mucho más gordo, aunque el peso de mas  de alcohol que de músculo. Había peleado con su esposa y estaba de mal humor. Para darle una lección, le estaba haciendo cargar con las compras. Ella había llegado treinta minutos antes que él, resoplando y quejándose, mientras que la respiración de él era tan calma como la de un gatito. Sostuvo la puerta de afuera con el pie mientras ella se esforzaba con dos bolsas pesadas, de papel marrón y sin manijas, una en cada brazo como si fueran dos bebes de gran peso. Su marido tenía las dos manos libres pero no se molestó en ayudarla.  Después de que la puerta se cerró, se dio vuelta y vio a Rico, que estaba mirando la puerta del interior.

    No le dijo nada a  Rico todo este tiempo y Rico no se dio vuelta para reconocerlo.  Sospechó que Rico quería seguirlos hacia dentro del edificio. Sabía que Rico no vivía ahí y que tampoco tenía llave. No le gustaba la idea de dejarlo pasar— no porque estaba en contra de las reglas sino porque pensaba que Rico podría ser una persona repulsiva.  Simplemente no estaba de humor como para ayudar.

    Rico, con una vacía expresión en el rostro, se dio vuelta despacio y observó al hombre de pies a cabeza. El hombre miraba con furia y desprecio a Rico y le dio la espalda mientras que que su mujer, que era gorda de rasgos redondos y ojos brillantes, intentaba que no se le cayeran las bolsas al sostenerlas con una rodilla y luego con la otra.  A Rico se le partían los labios por hablar pero antes de que pudiera, la mujer lo hizo.

    Henry, ¿Qué te sucede? Su voz impaciente vibro como la cuerda de una guitarra.

    ¿Puedes abrir la puerta por favor?¿ Puedes darte cuenta de que se me están por caer estas bolsas?

    Cállate. Hay una regla sobre no dejar entrar extraños al edificio, ladró, mostrando sus dientes malos.

    Por favor, Henry, no seas tan grosero. ¿Puedes abrir la puerta?

    Dije que te calles.

    ¿ Puedes por lo menos ayudarme a apoyar estas bolsas?

    Hazlo tú misma.

    Rico por lo general no se pone furioso nunca ni se entusiasma por nada. Tampoco se toma nada personal. Si debía hacer algo, lo hacia de manera metódica con la menor interrupción posible, y su satisfacción personal era irrelevante. Pero de vez en cuando la misión y la satisfacción coincidían, como ahora.

    Que le abrieran la puerta era su objetivo. Hacer que Henry la abriera iba a generarle un gran nivel de satisfacción y ni siquiera iba a ser perturbador.

    Dos pasos de considerable tamaño ponían a Rico directamente en frente de la mujer, que a esta altura estaba luchando extremadamente por apoyar las bolsas en el piso sin que escupan su contenido. Entendió los brazos y puso una bolsa en cada brazo, después, como si estuvieran compuestas de bolas de algodón, las cambio a las dos a su brazo izquierdo en el momento en que Henry se dio vuelta para enfrentarlo. Lo contempló estáticamente a Henry, sin decir nada, con una pálida sonrisa en el rostro.

    Eso era todo. El cuerpo de Henry decaía y las gotas de transpiración brotaban por su frente. Limpió su garganta y casi se atraganta. Se había tragado su orgullo tan rápidamente que casi se ahoga. Se dio prisa en abrir la puerta.

    Sin cambiar la expresión en su rostro, Rico tiró las bolsas en el pecho de Henry y  manteniendo la puerta abierta, le hizo señas a la mujer para que pasara primero. Avergonzada, ella le agradeció y le sonrió tímidamente. Él siguió caminando, casi sin reconocer su gesto, luego se dio vuelta antes de subir los tres vuelos de pisos hacia el departamento de Jean. No lo pudo soportar. Llamó la atención del hombre y dijo, Gracias, Henry.

    Cuando Rico golpeó la puerta de Jean se sintió feliz al escuchar el sonido de sus pisadas. Al menos ella se encontraba allí. Tal vez era un buen presagio. Jean, una pelirroja impresionante con una figura que le hacía saltar el corazón, miró por el agujero de la puerta, abrió la puerta, y lo saludó envuelta en una toalla. Estaba aún más seductora que en el automóvil más temprano ese día. No estaba seca por completo y algunas gotas de agua relucían sobre sus brazos y hombros. Rico inhaló la sutil fragancia de su gel de ducha, pero antes de que pudiera distraerlo, una voz en su mente la recordó, Punto uno por ciento.

    No esperaba que regresaras tan rápido, comenzó ella con una sonrisa juguetona y sofocante en el rostro.

    Desde la entrada Rico analizó el living y no vio nada incorrecto. Caminó y cerró la puerta tras él. Una lástima. Solamente sabía cómo hacerlo hacia un lado únicamente Jean,  hace cuánto tiempo que nos conocemos? Preguntó estoicamente.

    Estaba desconcertada. Tú lo sabes de la misma manera que yo. ¿Qué clase de pregunta es esa?

    Nunca intenté esconderte a qué me dedico, verdad? Se contemplaron estáticamente, apenas alejados, antes de que ella retrocediera, dubitativa Entonces sabes lo que le sucede a la gente que no me dice lo que quiero saber, verdad?

    Rico, tartamudeó ella, su voz temblaba, Estas diciendo incoherencias. ¿De qué hablas? No sé de que me estas acusando pero no he hecho nada, te lo juro.

    Sacó una navaja de afeitar del bolsillo de su abrigo y la abrió. A medida que él se acercaba, ella cubría su rostro con sus manos. Se puso detrás de ella, impuso su brazo izquierdo por el triángulo que formaban sus manos que generaban presión hacia su rostro, y tomó el brazo derecho. Con su brazo derecho sostuvo el lado desafilado de la navaja abierta hacia su mejilla izquierda.

    ¿Dónde esta?

    Por favor , Rico, sollozó ella. No sé de qué estás hablando. Presionó con más fuerza y ajustó su puño a su hombro Por favor, por favor!

    No te creo. Puso el lado filoso de la navaja en su mejilla.

    Rico, en el rostro no, por favor! Te juro que no sé de lo que estás hablando. Sus lágrimas formaban un charco donde la navaja se encontraba con su piel.

    Perdón, nena.

    A medida que Jean lloraba, Rico dejaba caer la navaja por su mano, y en un movimiento ininterrumpido, la amordazó con mucha destreza gritando con la misma mano antes de que la navaja tocara el piso. Ella se desmayó.

    Cuando ella recobró la conciencia, estaba acostada en el sofá adonde Rico la había llevado. Se incorporó dandole la espalda a ella, hablando por teléfono con Jerry, que no había podido sortear la seguridad en el pasillo del edificio de Robert .

    Lo robó,¿ no es cierto? preguntó Jerry.

    Rico miró rápidamente por detrás de su hombro, hacia Jean . Voy allí en algunos minutos.  Cortó el teléfono. Tenía que asegurarme, dijo sin arrepentirse.

    Ella estaba temblando con la toalla puesta y lo fulminó con la mirada, con furia que se traducía de sus ojos. Fue a la habitación y regresó con una una frazada, que le dejaba cubrirle los hombros.

    Perdón, nena. Era solamente trabajo.

    Ella le dio la espalda desafiante, aún furiosa como para hablar y atreverse a decir algo. Una pequeña victoria pero era algo. Ignorando el gesto, Rico se acercó y cerró la puerta suavemente detrás de él.

    Ella estaba enfurecida, tanto con ella misma como con él, dado que ella sabía que la próxima vez que él llamara, ella no iba a contestar. Intentó justificar sus emociones diciéndose que si él pudiera detenerse en hacerle daño y que nunca se iba a detener. Pero, ¿a quién estaba engañando? Podía tener esperanzas pero no certezas.

    Cuando el taxi estacionó frente al edificio de Robert, Jerry estaba esperando afuera fumando un cigarrillo. Era un lugar exclusivo en la costa dorada de la ciudad junto a la costa norte del Lago Michigan, con un guarda de seguridad que trabajaba las veinticuatro horas. No había escapatoria; si querían entrar al departamento de Robert, de una manera u otra había que tratar con él, lo cual era un dato menor, más una molestia que cualquier otra cosa.

    Jerry sabia que a Rico le molestaba el cigarrillo. Una mirada de hielo hacia Jerry cuando encendía un cigarrillo era un disuasivo efectivo como un puñetazo en la barriga, entonces alejó el cigarrillo a medida que Rico se bajaba del taxi. Rico mantenía su cuerpo duro como una roca levantando pesas en un gimnasio del vecindario, haciendo ejercicios de manera regular y limitando la ingesta de comida chatarra. No le gustaba la idea de que el humo de segunda mano echara a perder todo su trabajo.

    Entonces...¿ Qué sucedió? , preguntó Jerry.

    Ella no lo tenia.

    Te lo podría haber dicho. Ella es buena gente.

    No empieces conmigo.

    Pero—

    Pero nada. Cualquiera puede cruzar la línea.

    ¿Yo también? Jerry tenía esperanzas de que Rico lo eximiera pero no esperaba que lo hiciera tampoco.

    Sí, al igual que tú. Los dos hombres se miraron fijo por un momento antes de que Rico sonriera. No, tú no. La sonrisa desapareció tan pronto como había aparecido y sus ojos se hicieron mas angostos . Aprendiste.

    El comentario fue como una punzada y Jerry dudó un poco, pero era verdad y lo sabía. No era fácil acercarse a Rico y no mucha gente lo hacía. Él era leal a una falla, a pesar de ser distante y melancólico. Letal como una cobra pero con un sentido del humor seco, que a veces mordía. Al ser brutalmente honesto le faltaba astucia. Odiaba la hipocresía y la arrogancia. Si estuvieras en una pelea por tu vida a pesar de tener pocas probabilidades de ganar y pudieras elegir a una persona que  te ayudara, el seria la mejor opción. Pero si necesitaras de un hombro sobre el cual llorar o acariciar la espalda, tendrías que pensar bastante antes de elegir a Rico.

    Ahora, sobre este tipo... Rico dijo, ignorando la reacción de Jerry.

    Jerry se lo quitó de encima. Tienes que decirle al guardia de seguridad a quién quieres ver. Él toca el timbre del departamento. Si la persona contesta, el guardia te deja entrar al edificio.

    Misión de clase alta.

    No me sorprendería que siempre le falte el dinero.

    ¿Cuánta gente entra y sale?

    No tanta hasta ahora.

    Tomando la mayor cantidad de detalles que sus ojos pudieran procesar en la barrida de un área, Rico se entregó despacio a un círculo,  buscando con la mirada algo fuera de lo común, algo que no encajara con los negocios que se podían observar. En la calle, había peatones y automóviles que pasaban por todas partes, pero era una calle concurrida entonces no había nada inusual en eso. Dentro, el vestíbulo estaba vacío excepto por el guardia de seguridad. Nada resultaba ser una amenaza. Nada se veía fuera de lugar. Asintió con la cabeza. De acuerdo? Jerry asintió con la cabeza también. Vamos y hablemos con el hombre.

    Caminaron enérgicamente hacia la entrada, asumiendo gafas de sol casi al unísono, luego echaron un vistazo hacia atrás una ultima vez antes de abrir la puerta. Rico accedió a un lugar adentro. Jerry se planto allí. Sin disminuir la velocidad, Rico se dirigió a un mostrador de roble que daba a una puerta, atrás había un guarda de seguridad desarmado, leyendo un periódico informalmente. Tenía como cuarenta años,  con rostro cadavérico y cabello fibroso por debajo del cuello. Era la clase de tipo que iba por la vida tratando de no toparse con nadie y esperando que nadie se tope con él. Miro hacia arriba justo a tiempo hacia Rico, avanzando rápidamente en su dirección, abriendo su abrigo y saco una 45 de su funda de pistola color azul del hombro.  Saltó levantando las manos arriba de su cabeza. Rico puso de un golpe la pistola en el mostrador.

    ––––––––

    Bájala, dijo Rico. Con los ojos saltones y las manos temblorosas, el guardia obedeció y su rostro adquirió el aspecto de un condenado que acababa de recibir un indulto. Así es. Relájate , dijo Rico. Ahora toca en el apartamento de Robert McDuffie. No obtuvo respuesta. Inténtalo de nuevo. Aún sin respuesta. Consigue la llave y llévame allí, ordenó, luego asintió con la cabeza en dirección al .45 que descansaba sobre el mostrador debajo de su mano. Esto va a ir a la parte posterior de tu cabeza en el camino. ¿Alguna pregunta? El guardia sacudió la cabeza negando. Entonces vamos.

    El guardia sacó la llave de debajo del mostrador. Enfundando el .45 en el camino, Rico lo siguió hasta la puerta de vidrio que daba a un lugar con ascensores. El guardia insertó la tarjeta principal y entraron. Presionó arriba y esperaron, Rico de pie detrás de él. Cuando llegó el ascensor, una mujer se bajó y se subieron.

    El ascensor tenía espejos de piso a techo en tres lados, lo que le permitía al guardia mirar furtivamente a Rico, quien lo advirtió.

    Está bien, mentí. La pistola no apunta a la parte posterior de la cabeza. ¿Alguna objeción?

    El guardia sacudió la cabeza negando y cerró los ojos. El ascensor llegó al décimo piso. En el departamento de Robert, Rico se hizo a un lado y, con un movimiento de cabeza, le indicó al guardia que tocara. No hubo respuesta.

    Ábrela, dijo Rico.

    El guardia abrió la puerta. Rico miró hacia atrás y le indicó al guardia que entrara. Presionó el arma contra su espalda y lo siguió, cerrando la puerta detrás de ellos. No había luces encendidas y era evidente que el lugar estaba vacío. Rico accionó un interruptor de pared y dos lámparas bañaron la sala de luz. Bonito lugar, reflexionó. Y lo era. Además de la amplia sala de estar amueblada con buen gusto, pisos de madera bruñida y elegantes obras de arte que adornan las paredes, había un comedor igualmente elegante, con un deslumbrante candelabro, una mesa antigua que hacía juego, un buffet y un armario de porcelana. La cocina moderna tenía elegantes electrodomésticos de acero inoxidable, gabinetes de teca, encimeras de granito y pisos de mármol. A un lado de la cocina había un dormitorio y al otro una biblioteca tradicional con paredes revestidas de caoba y una chimenea de leña. Después de la biblioteca estaba el dormitorio principal. Rico se dirigió hacia allí, con el guardia a cuestas.

    Hizo un gesto al guardia hacia el otro extremo de la habitación, luego examinó el interior de un amplio vestidor de arriba a abajo, haciendo un inventario visual de su contenido, y hurgó en un aparador. Observó un pequeño libro negro en una mesita de noche junto a la cama king-size. Después de pasar las páginas, se la metió en el bolsillo.

    Se arrodilló para mirar debajo de la cama, donde encontró una bolsa de lona llena de ropa de gimnasia. Mientras lo acercaba a él,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1