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Rif: De Abdelkrim a los indignados de Alhucemas
Rif: De Abdelkrim a los indignados de Alhucemas
Rif: De Abdelkrim a los indignados de Alhucemas
Libro electrónico225 páginas11 horas

Rif: De Abdelkrim a los indignados de Alhucemas

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Las convulsas relaciones entre el Rif y el poder central de Marruecos atraviesan una larga historia de conflictos y odios seculares, de violentas represiones y rebeliones que comenzaron con la ocupación española y francesa y continuaron tras la independencia. El 28 de octubre de 2016, diecisiete años después de la llegada al trono de Mohamed VI, los rifeños salieron de nuevo a la calle indignados por la atroz muerte de Mojcín Fikri. Este joven vendedor de pescado de la ciudad de Alhucemas moría aplastado dentro de un camión de basura, en un acto desesperado por impedir que su mercancía le fuera confiscada por la policía. Desde entonces, el movimiento de contestación rifeño —Hirak— no ha cesado en sus protestas y movilizaciones. Una de sus cabezas visibles, Naser Zafzafi, un desempleado de 39 años, dio voz a la denuncia de un Gobierno regional títere del Majzén —el régimen político marroquí—, de la corrupción y clientelismo político y administrativo, de los constantes abusos de las autoridades, de la pobreza y marginalización crónica que sufre el Rif. Su detención, como la de otros miembros del Hirak, no ha conseguido poner fin a un movimiento de contestación que trata de encauzar sus reivindicaciones en un programa político. David Alvarado nos brinda un muy oportuno análisis del Hirak y de la situación de la región, conectando su presente con la historia singular de ese Rif que todavía hoy fascina y atemoriza, y que guarda una memoria viva de la epopeya de Abdelkrim y de la resistencia a la colonización. El sentimiento de abandono y agravio no han cesado de crecer durante todos estos años entre los rifeños, como tampoco la emergencia de una conciencia colectiva, de una nación en ciernes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jun 2020
ISBN9788490977774
Rif: De Abdelkrim a los indignados de Alhucemas
Autor

David Alvarado

David Alvarado es politólogo, periodista y consultor. Instalado en Rabat desde 2003, compagina desde entonces su labor de investigación y académica con la informativa, habiendo sido corresponsal para el norte de África en diferentes medios de comunicación, como el diario Avui, La Voz de Galicia, Radio Euskadi, los semanarios Tiempo y El Siglo de Europa, Sapiens, Dafatir Siasia (Cuadernos Políticos), Televisión de Galicia y Cuatro-CNN+. Ha sido redactor jefe del mensual marroquí en lengua española Kántara, fundador y director adjunto de Atalayar entre dos orillas, y actualmente editor y director de la agencia de vídeo periodismo Arm News y del portal generalista de informaciones Red Marruecos, así como colaborador de esglobal, heredera de Foreign Policy en español editada por la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE). Autor de numerosos artículos académicos y de análisis sobre diversos temas políticos vinculados con el Magreb y del libro La yihad a nuestras puertas: La amenaza de Al Qaeda en el Magreb Islámico (Akal, 2010), es investigador asociado del Centre d'Études et Recherches en Sciences Sociales (CERSS) de Rabat y del Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional (IGADI), entre otros. Es director ejecutivo de Consulting & Média Atalaya, sociedad que opera en los ámbitos de la producción audiovisual, medios, comunicación y relaciones públicas, consultoría empresarial e inteligencia económica

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    Rif - David Alvarado

    PRÓLOGO

    LA AMENAZA AL NORTE

    Ali Lmrabet

    A todos los gobernantes de Marruecos les hubiera gustado que el Rif no hubiera existido nunca. Que en vez de esta región montañosa, pobre e indómita, y de sus rugosos habitantes, hubiera habido otra geografía menos accidentada, otras poblaciones más propensas al sometimiento a una lejana y olvidadiza capital, ayer Fez, hoy Rabat. Toda la historia del Rif y de sus gentes desde que tenemos constancia escrita de las relaciones de esta región con el resto del mundo, es decir, desde el siglo XIX, reside en una ecuación imposible de resolver por la monarquía marroquí, a saber, cómo someter a esta re­­gión, cuyos aldeanos son alérgicos a todo poder central y autoritario.

    En sus últimos años de su amargo exilio en París, al comienzo de este siglo, el antiguo todopoderoso ministro del Interior, Dris Basri, contaba con lucidez a sus raros visitantes que el más grave problema al que Marruecos podría enfrentarse algún día era una sublevación en el Rif. Los saharauis son pocos, su diáspora es casi inexistente. Los rifeños son millones, es gente dura, solidaria, vengativa y su diáspora es numerosa en países europeos como España, Bélgica, Países Bajos, Alemania y, en me­­nor medida, en Francia y Argelia, repetía el otrora mano derecha del rey Hasán II.

    No lo decía gratuitamente. Basri apoyaba su comentario en su experiencia como antiguo brazo represor del régimen alauí y en historias recientes y sangrientas, en las que participó como responsable del principal ministerio del país. Una de ellas fue la revuelta del Rif de 1984, que Hasán II mandó sofocar sin contemplaciones por el ejército, y no por la policía, insistía Basri, con masacres in­­discriminadas y fusilamientos de civiles a las puertas de sus casas, mientras que la comunidad internacional guardaba silencio. La misma comunidad internacional, especialmente la europea, que se escandaliza hoy de lo que está pasando en Venezuela, sin querer percatarse de lo que ocurre en el Rif, distante de pocos kilómetros del viejo continente. 

    El contencioso entre el Rif y la monarquía marroquí viene de lejos. De muy lejos. No vamos a trasladarnos a esa época mítica, pero tampoco tan lejana, llamada por los rifeños Ripublik, extraña expresión que nada tiene que ver con la república y mucho con un estado de independencia casi total de las instituciones del Estado marroquí. Solamente vamos a enumerar una incompleta retahíla de choques y agravios mutuos que vienen ocurriendo desde finales del siglo XIX y que permiten comprender un poco las tumultuosas relaciones entre el poder marroquí y el Rif.

    Uno de los primeros enfrentamientos del que tenemos constancia entre el Majzén, uno de los sinónimos del Estado marroquí, y el Rif se produjo en 1896. Ese año, Mulay Abdelaziz envío una harka (unidad militar) comandada por Buchta El Bagdadi. El joven sultán, presionado por las potencias extranjeras después de varios episodios de piratería, en realidad unos pocos asaltos a algunos barcos europeos que se acercaban demasiado a la costa, mandó a su más feroz caíd para castigar la tribu de los bokaya. El Bagdadi hizo como hacían las milicias de entonces y arrasó parte del Rif mediterráneo, apresó y mató a unos cuantos piratas y se llevó como trofeo de guerra a Fez a una multitud de prisioneros encadenados, pertenecientes a varios clanes de los bokoya, que arrojó en los calabozos de su señor y amo. Los rifeños, que no conocían la significación y finalidad de la cárcel, sufrieron acoso, atropellos e humillaciones en la capital del entonces Imperio jerifiano. De este episodio guardaron un doloroso y rencoroso recuerdo que se perpetuó en el tiempo. 

    No fue el único encontronazo, por no decir otra cosa. Durante la guerra del Rif (1921-1927), después de que Mohamed Ben Abdelkrim El Jatabi, que pasó a la historia como Abdelkrim, fundase una república y declarase la guerra a los españoles amenazando con sus conquistas la zona francesa del Protectorado, el sultán Mulay Yusef, hermano de aquel sultán de 1896 y padre de Mohamed V, le declaró inopinadamente la guerra, pidiendo al mariscal Hubert Lyautey, residente general de Francia en Marruecos, que se deshiciese del líder rifeño. "Débarrassez-moi de ce rebelle!", cuentan que dijo el sultán. El hecho de que dos ejércitos extranjeros y cristianos, el español y el francés, hayan invadido un territorio musulmán y utilizado armas químicas contra ellos con la bendición de un sultán alauí nunca fue perdonado por los rifeños. Y, sobre todo, cuando ulteriormente se supo que el sultán se había ido a sacar fotos a París para festejar el fin de la guerra del Rif.

    Treinta años después la historia se repitió. Esta vez con los marroquíes al mando de la represión para sofocar un levantamiento rifeño que tenía como propósito únicamente frenar la lanzada hegemonía del partido Istiqlal. La violenta reacción del Majzén fue tremenda y brutal, y provocó, cómo no, una serie de masacres y destrucciones, inscribiendo una herida más en el martirologio y la memoria colectiva de los rifeños. Enviado por el rey Mohamed V, un ejército comandado por el príncipe Mulay Hasán (futuro Hasán II) y un entonces desconocido oficial, el coronel Mohamed Ufkir, libró una auténtica guerra colonial contra los insurrectos. Los marroquíes bombardearon a sus propios compatriotas con napalm, asolando pueblos y ciudades, y aniquilando centenares de vidas, muchas de ellas de civiles inocentes. Las crónicas hablan de personas señaladas a dedo por los responsables locales del Istiqlal y ejecutadas extrajudicialmente, cuando no desaparecían para siempre de la faz de la tierra. Centenares de mujeres fueron violadas por la milicia real. De este episodio ningún historiador marroquí quiso investigar o saber más de lo convenido cuando, además de los testigos supervivientes, existe abundante material proveniente de los archivos militares y civiles de España, ya que el ejército español, que se retiró definitivamente de Marruecos al comienzo de los años sesenta, aún controlaba la zona.

    Fue esta terrible masacre una de las razones que convenció al viejo guerrillero rifeño Abdelkrim, exiliado en Egipto desde que se escapó en 1947 de un barco francés que lo transportaba a Francia tras 21 años de exilio en la isla de la Reunión, a decidir no regresar nunca a Marruecos. Y es así como a día de hoy Abdelkrim, uno de los primeros y más importantes próceres del nacionalismo magrebí, memoria viva en el Rif, sigue enterrado en El Cairo, donde falleció en 1963.

    Para completar este macabro retrato, cabe recordar la insurrección del norte de Marruecos de 1984. Esa de la que hablaba Basri al final de su vida. En esta revuelta, Hasán II, ahora como rey, dio vía libre a su ejército para exterminar, y el verbo no es desmesurado, a la población de la región. En un memorable discurso en la televisión pública marroquí el rey rememoró a los rifeños, a los que tachó de awbach (escoria) en su diatriba, que se enorgullecía de haber aplastado en los años 1958-59. Y nadie, ni en el interior ni en el exterior de Marruecos, tuvo el coraje de protestar. Desde entonces y hasta su muerte, Hasán II se negó reiteradamente a visitar la región.

    Al subir al trono en 1999, consciente de los odios recíprocos entre los rifeños y Rabat, el actual jefe de Estado, Mohamed VI, realizó un gesto extraordinario efectuando una visita oficial al Rif partiendo en coche por la destartalada carretera nacional que une Tetuán con Alhucemas. Su propósito era intentar borrar el recuerdo de las matanzas, apaciguar los sentimientos y exorcizar el pasado. Si bien la respuesta de la población no fue una salida en masa a la calle para dar la bienvenida al rey, es justo reconocer que había mucha expectación ante lo que se presentaba como una nueva era, como la llamaban los voceros del nuevo régimen. Los años siguientes Moha­­med VI promocionó a una clase política rifeña cuyos prohombres habían militado en la extrema izquierda opositora a la tiranía de su padre. Uno de ellos fue Ilyas El Omari, que se convertiría luego en el secretario general del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), formación política creada por el amigo y consejero del rey Fuad Ali El Hima, y futuro presidente de la región Tánger-Tetuán-Alhucemas, que incluía casi todo el Rif.

    Pero como reclamaban muchos, el Rif necesitaba otra cosa que gestos y bonitas palabras. Y a falta de un proyecto concreto y activo para sacar la zona de la profunda miseria en la que vivía, lo que tenía que ocurrir ocurrió. Así, 17 años después de la llegada al trono de Mohamed VI, el Rif se sublevó, pacíficamente en esta ocasión, después de la muerte atroz, aplastado en el interior de un camión de basura, de Mojcín Fikri, un vendedor de pescado a quien las autoridades habían incautado su mercancía. La explosión que siguió sirvió para recordar al rey, y no al Gobierno, que siempre ha sido un títere en Marruecos, que la región seguía enclavada, militarizada desde hacía 60 años, que no había ninguna universidad, que el principal hospital es una casa de la muerte, que los jóvenes no tienen futuro por las escasas inversiones en la zona, que la corrupción es endémica y que el racismo hacia los rifeños seguía vigente y vigoroso.

    En las democracias, cuando una masa de ciudadanos sale a la calle para reivindicar derechos justos, el poder, emanación del pueblo, negocia y discute. En Marruecos el proceder es otro. El odio hacia una región específica, cuya convulsa historia atemoriza a las autoridades, fue más fuerte que la cordura. El rey y su séquito, formado por su tenebroso consejero y amigo Fuad Ali El Himma y el jefe de todas las policías del Reino, tanto la uniformada como la civil, secreta y la política, Abdelatif Hamuchi, decidieron poner en práctica la vieja receta de la represión total, como en 1958-1959 y 1984. La mayoría de cabezas visibles del Hirak, el movimiento de protesta, y su jefe, Naser Zafzafi, fueron, al igual que sus malogrados ancestros de 1896, incautados y torturados, según varios abogados y organizaciones internacionales, antes de ser trasladados para su encarcelamiento en Casablanca, donde diferentes indicios apuntan a que también fueron objeto de vejaciones. Del mismo modo que su abuelo, Mohamed V, y su padre, Hasán II, Mohamed VI había resuelto optar por la mano dura para, afirman algunos, impedir que otras regiones siguieran el ejemplo rifeño, y, según otros, dar rienda suelta a un odio secular hacia esa región. En el momento de escribir estas páginas, decenas de presos políticos rifeños, entre los cuales se encuentran media decena de periodistas, algunas mujeres y no pocos menores, se hacinan en las cárceles de Marruecos. Algunos ya han sido condenados. Uno de ellos a 20 años de prisión. Otros esperan un juicio previsiblemente inicuo, ya que la justicia en Marruecos depende del poder político. 

    En un discurso televisivo, el soberano autoritario marroquí defendió, ebrio de autoritarismo, a sus fuerzas del orden cuando todas las investigaciones y pruebas apuntaban a la utilización de la tortura contra los detenidos. Se mostró también firme en su estrategia de reprimir todo atisbo de revuelta, cuando todo indicaba que no había violencia de parte de los manifestantes, ni reclamo alguno de independencia, como lo susurraban los medios informativos marroquíes. Y aunque no lo dijo, el tono de su discurso invalidaba, para mucho tiempo ya, su pretendida política de reconciliación con el Rif.

    Obviamente, luego llegaron los ajustes de cuentas. Mohamed VI eliminó de un plumazo a la cabeza visible de la clase política rifeña que él mismo creó. El secretario general del PAM, Ilyas El Omari, fue obligado a dimitir por no haber sabido contener la exasperación de los rifeños. ¡Como si hubiera contando con los medios para ello! Y se espera que también deje su cargo al mando de la región Tánger-Tetuán-Alhucemas. 

    ¿Estamos ante el fin de un episodio y el comienzo de otro? Por el momento, si bien el régimen ha podido contener la calle, militarizando aún más la región, con el envío de importantes contingentes de policías y gendarmes, no es seguro que pueda mantener la calma indefinidamente. Cuando no pueden salir a las calles, los activistas del Hirak se manifiestan en las playas, o salen de noche al son de las caceroladas. Los movimientos sociales se pueden reprimir y controlar, pero solo durante algún tiempo, a menos que las causas profundas de su malestar no sean subsanadas.

    Otra cosa es que en su eterno encontronazo con la monarquía alauí, los rifeños se encuentran solos. Si obviamos una única gran manifestación en Rabat y esporádicas muestras de apoyo en algunas localidades, la inmensa mayoría de los marroquíes no los ha apoyado. Quizás por temor al Majzén o quizás a los rifeños mismos, ya que la imagen de estas particulares gentes fieras es bastante negativa entre la sociedad marroquí por su pasado tumultuoso. 

    En estos momentos hay gente, bien o malintencionada, que intenta reparar aquello que se pueda subsanar en las maltrechas relaciones entre el Rif y la monarquía alauí. Muchos creen que esta es la única manera de salvar a la región y al país de una revuelta crónica, aunque de baja intensidad, que haría tambalear los frágiles cimientos del Estado marroquí. Guardando las distancias, con el eterno conflicto del Sáhara campando a sus anchas y vaciando irremisiblemente sus pobres arcas, Marruecos no puede permitirse otro frente abierto, esta vez al norte, en el Rif.

    Barcelona, 12 de septiembre de 2017

    INTRODUCCIÓN

    EL RIF EN PIE DE GUERRA

    El 28 de octubre de 2016 Alhucemas perdió en circunstancias trágicas a uno de los suyos. Mojcín Fikri, mayorista de pescado de 31 años de edad, pereció aplastado en el interior de un camión de basura. Una escena de inusitada violencia, atroz, en la que Fikri intentó en vano huir de la hoja del compactador, gritando y pidiendo ayuda, agonizando. Una acción de la que dieron buena cuenta las redes sociales y que inmediatamente suscitó la indignación de los habitantes de la capital rifeña, que se echaron a las calles para manifestar su repulsa contra la abominada hogra, vocablo del árabe dialectal marroquí que denota desprecio, opresión, y que alude al uso abusivo del poder del que hacen gala las autoridades, con total impunidad, al encuentro de las poblaciones que gobiernan; una hogra que se acababa de cobrar su enésima víctima. "Mojcín mat maktul u l’Majzén huwa l’mass’ul (Mojcín ha sido ase­­­­si­­nado y el Majzén¹ es el responsable) o ya l’Majzén ya jabán, sanuwasilu l’kifah (Majzén, cobarde, continuaremos con nuestra lucha"), gritan los contestatarios en cólera, mientras enarbolan banderas bereberes y retratos del héroe y orgullo local, el emir Mohamed Ben Abdelkrim El Jatabi.

    La ira sobrepasa los límites de Alhucemas, llegando a todos los rincones del Rif, pero también mucho más allá, con muestras de apoyo en ciudades como Tánger, Rabat, Fez, Casablanca o Marrakech, e incluso a localidades medias y pequeñas en el Medio Atlas, el Sudeste y el Sus. Miles de marroquíes se manifiestan con proclamas similares a las de sus coterráneos rifeños, reclamando que se haga justicia y que paguen por su crimen los responsables de la agonía y muerte del joven Fikri. Un sentimiento de rabia compartida que recordó la cólera que en 2013 suscitó la amnistía real decretada al encuentro de Daniel Galván, ciudadano de origen iraquí nacionalizado español que cumplía pena de prisión por pedofilia en la prisión central de Kenitra, al norte de Rabat. Al contrario de lo que ocurrió entonces, cuando las fuerzas del orden cargaron contra los manifestantes, en esta ocasión no hubo que lamentar incidentes ni enfrentamientos entre ciudadanos y efectivos de seguridad, que adoptaron un perfil bajo, evitando cualquier tipo de exceso, conscientes de lo delicado del contexto. "No se ha registrado ningún acto de violencia, por mínima que esta fuera. Estamos simplemente ante el llamamiento unánime de la población para que se haga justicia", se apresuró a declarar el ministro del Interior, Mohamed Hasad, quien inmediatamente, a instancias de Mohamed VI se comprometió públicamente a poner en marcha una investigación rápida y transparente para dilucidar las circunstancias del

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