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Marianella
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Libro electrónico279 páginas7 horas

Marianella

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Aunque una obra como la presente no necesite introducciones para el lector, por la propia fuerza de su mensaje, que desde ya le augura un relevante lugar en el género testimonial, vale la pena hacer reflexiones en torno a la autora y al contenido de su libro.
En primer lugar, cuando examinamos los motivos de Guadalupe Rodríguez para realizar esta magistral narración, encontramos que no se trata de alguien con pretensiones de que se le incluya en el listado oficial de "autores salvadoreños"; lejano esta su propósito de un reconocimiento de bombo y platillo que generalmente gana a quienes se inician en el duro oficio de escribir; lo primero que hacen es enviar sus cuartillas a cualquier concurso en el que con suerte, un jurado les afirme y les de seguridad. Esta obra pudo haber ganado fácilmente cualquier premio o mención honorífica en ese tipo de certámenes. Pero no fue así. Guadalupe quería cumplir con un deseo de Marianella, expreso y claro en el texto del libro, cuando encontramos esa frase comprometedora que le dice "escribí estas realidades amargas," un mandato ineludible para quien sobrevivió aquel terrible martirio.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2020
ISBN9780463604779
Marianella

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    Marianella - Guadalupe Rodriguez

    PRÓLOGO

    Aunque una obra como la presente no necesite introducciones para el lector, por la propia fuerza de su mensaje, que desde ya le augura un relevante lugar en el género testimonial, vale la pena hacer reflexiones en torno a la autora y al contenido de su libro.

    En primer lugar, cuando examinamos los motivos de Guadalupe Rodríguez para realizar esta magistral narración, encontramos que no se trata de alguien con pretensiones de que se le incluya en el listado oficial de autores salvadoreños; lejano esta su propósito de un reconocimiento de bombo y platillo que generalmente gana a quienes se inician en el duro oficio de escribir; lo primero que hacen es enviar sus cuartillas a cualquier concurso en el que con suerte, un jurado les afirme y les de seguridad. Esta obra pudo haber ganado fácilmente cualquier premio o mención honorífica en ese tipo de certámenes. Pero no fue así. Guadalupe quería cumplir con un deseo de Marianella, expreso y claro en el texto del libro, cuando encontramos esa frase comprometedora que le dice escribí estas realidades amargas, un mandato ineludible para quien sobrevivió aquel terrible martirio.

    Sin recurrir a la técnica de los consagrados, se lanza a dar rienda suelta a sus sentimientos, emociones, experiencias, las cuales nos va contando en una mezcla de tiempos, verbos, adjetivos y sustantivaciones, que lejos de restarle atractivo a la obra, la vuelven atractiva, especial, con un dinamismo muy propio. Pues los tiempos gramaticales y los tiempos como unidades de medida, se entrelazan en sus recuerdos, y generan en el lector inmediatos sobresaltos que no le permiten aburrirse.

    Y si la quisiéramos observar en el plano estrictamente formal deberíamos aprobar la frescura en el relato, su primera intención en la construcción de imágenes, la especial descripción de escenarios y personajes, los que, por quedar en ciertos momentos inconclusos, los vuelve parte de ese mosaico histórico que los salvadoreños estamos queriendo integrar. En realidad, me provocó la misma sensación cuando estuve por primera vez frente al Guernica de Picasso.

    Algunos críticos podrán decir que se abusa del discurso panfletario cuando se quiere concluir una narración específica y se hacen reflexiones –válidas para la época en que sucedieron los hechos, donde la autora trata de explicarse y explicarnos el origen real de lo que sucede en aquella tragedia que relata. Yo creo que es ilícita la reflexión política-ideológica, es más, creo que es necesario, aun en esos términos, porque panfletaria fue la guerra, y mediante el panfleto se educó y concientizó a grandes contingentes de hombres y mujeres que carecían de los medios materiales para exquisiteces literarias e intelectuales.

    Lo que más valida esta técnica de la autora –que recordemos fue miembro de la Comisión Nacional de Propaganda del BPR, -Bloque Popular Revolucionario- editora de Combate popular y El Rebelde, es que en su obra no hay propaganda partidista; algo importante que puede marcar la diferencia entre este libro y los que se han producido en este género, que enfocan el fenómeno militar o político, la praxis orgánica, en fin su visión de la guerra, desde la perspectiva militante, o como cuadros de dirección.

    Guadalupe no quiere interpretar ni el momento histórico que le toco vivir, ni darnos una lectura de la lucha revolucionaria, solo contar los hechos, decir su verdad, la verdad, ante las montañas de mentiras que la prensa oficial, el COPREFA, -Comité de Prensa de la Fuerza Armada- y algunas agencias internacionales propalaron durante la guerra.

    Y es tan sincero su mensaje que es capaz de hacer vibrar las cuerdas más internas del ser, al límite tal, que cualquier lector que aun mantenga aquellas reservas morales que escasean en esta vorágine de pragmatismo, debería sentir vergüenza de estar vivo. Y no hablo sólo del lector revolucionario, o de quien participó en la guerra, y ahora en su afán arribista olvida todo ese dolor, sino del ciudadano común, capaz de asimilar todo este sufrimiento acumulado por toneladas, por océanos, universos infinitos, que Guadalupe nos recuerda con una calidad ética, que pienso es el mayor logro de este libro.

    Y lo mágico de esta obra es que, sin proponérselo, sino de suyo natural, nos recrea sentimientos de ternura, con sutiles referencia a la familia, el amor y respeto al padre; a su padre un dirigente sindical que le inculco este espíritu solidario y combativo, con quien se comunica en aquellos momentos tristes de soledad y aflicción. Asimismo, nos refresca, muy oportunamente en estos días, el compromiso del luchador social, demócrata y revolucionario por servir a sus principios e ideales, sin tomar en cuenta los sacrificios que ello trae aparejado, incluyendo el máximo de todos como es ofrecer la vida. Y ofrecerla no mediante discursos retóricos e incendiarios, sino de la manera más sencilla, humilde y concreta, abrazado la causa de los pobres, conviviendo con ellos, aprendiendo de ellos.

    Algo que considero va a elevar esta obra a una dimensión universal, es la maestría con que nos narra los efectos devastadores que dejo la invasión a Cabañas y la operación Guazapa 10. La descripción exacta de los bombardeos, con todo el terror que sembraron en los militantes y población civil, además del dantesco mural que nos pinta, cuando van reconociendo los cadáveres, recogiendo los testimonios de los sobrevivientes, constituye una denuncia histórica de lo que fue la participación de la Administración de Ronald Reagan en nuestro conflicto interno, y los macabros resultados de su política guerrerista de tierra arrasada, que se aplicó en esa época, es decir la matanza, la masacre, el genocidio, el exterminio como política de estado, como táctica de eliminación dentro de la estrategia contrainsurgente, más que mover mis pensamientos hacia Viet-Nam, me hizo recordar el holocausto nazi, No sé por qué.

    Pero si hay algo en común con estas políticas nazi-fascistas-contrainsurgentes, es que causaron vergüenza. Da pena llamarse humano y respirar el mismo aire que estas bestias, o como dice la autora, insultamos a los animales cuando los comparamos con estos asesinos. Considero que lo desgarrador de los relatos en esta parte, deben ser la motivación para el sustrato nacional que quiere expurgar esos malos sentimientos, odios y rencores que subyacen en nuestras conciencias. Debería ser libro de lectura obligatoria en la escuela y colegios militares, hoy que se pretende formar nuevas generaciones de oficiales, demócratas y culturizados, en vista de que en el pasado dichos centros, solo servían para fabricar tantas mentiras que justificaron la corrupción, la sevicia y las desviaciones de aquellos jefes, oficiales y tropa, quienes encontraron en esta guerra la satisfacción de esos bastardas apetitos.

    Y ella es sincera cuando contextúa el conflicto fuera de la influencia cubano-soviética. En esos momentos la ausencia de una armamentización en el ejército revolucionario era una realidad. La consigna era recuperar del ejercito oficial el avituallamiento; y cuando nos cuenta sobre una pistola de 9 m.m defectuosa, además, que portaba Nelson, nos está brindando el más auténtico testimonio de esa realidad. Desde luego que la guerra fue ascendiendo de niveles y de 1982-1983 que es el tiempo condensado en el libro, a la capacidad adquirida por el FMLN en 1989, hay una gran diferencia.

    No quisiera concluir esta presentación, sin referirme a la dimensión estrictamente humana de la autora y los personajes, pues considero que es un pilar fundamental en la estructura de la obra y solo es explicable cuando nos damos cuenta que Guadalupe es parte de una familia de nueva hermanos, entre los cuales ella, en la temprana edad de la adolescencia optó por la lucha revolucionaria desde las filas del movimiento estudiantil, en la Escuela Nacional de Comercio -ENCO- y como cuadro urbano amenazado por la represión y el accionar de los escuadrones de la muerte, que en 1984 capturaron a su padre, es trasladada al cerro de Guazapa en 1981. Allí, como ella misma reitera, se establece esa relación imperecedera con los tristes más tristes del mundo. Se fortaleció su amor por el pueblo, se concretizó su proletarización intelectual o científica de la manera más real y abrupta. Por ello creo que es una idea siempre recurrente en la narración, lo de las caminatas o guindas donde los tropezones, caídas, etc., son la escuela del militante citadino. Y es justamente en esa transmisión de experiencias, donde ella trata de instruir a Marianella, y es también en esa praxis en la que Marianella va ascendiendo uno a uno, esos escalones de la vida revolucionaria.

    Fuertes primeros planos se pueden encontrar en los relatos sobre este tema al igual que el agotamiento, el hambre, en fin una prueba de fuego para el organismo del ser viviente humano.

    Lo triste y realmente doloroso en esta parte, lo refleja el sufrimiento de los niños, que por momentos parece que deja de ser sufrimiento, sea porque su madre lo asfixia en un acto del instinto colectivo, para evitar que se detecte al grupo, o lo droga con diazepan para que no llore, o sencillamente porque deja de respirar y el único comentario materno es se murió de hambre ¡Y de qué otra cosa se morir una criatura después de largos días sin probar bocado!

    ¡Niñas, niños salvadoreños, víctimas inocentes! ¡Cuánto dolor en sus tiernas almas, cuanta tortura para sus tiernas carnes! ¿Dónde se quedaron sus alegrías infantiles? ¿Acaso en un tropezón a la medianoche? ¿Dónde se fueron sus juegos sencillos, sus deseos de un caramelo? Talvez se los llevó la luna que iluminaba sus retiradas. Y sus esperanzas de futuro. ¡Cómo pudieron cortarlas de tajo con esas bombas genocidas, con esa metralla criminal!

    Tenemos un compromiso histórico con estas generaciones de huérfanos, hambrientos y desocupados que hoy llamamos a reinsertarse en un modelo que, con la careta de concertado, sigue siendo excluyente y humillante para las poblaciones de Guazapa y Cabañas.

    ¿Y don Eusebio? Creo que no necesita comentarios esa arista de ternura, para entender todo el amor y solidaridad humana, que inspira en Guadalupe su relación con el viejo Chebo.

    Dejamos entonces en manos del lector una obra, que sin lugar a dudas es un merecido tributo a Marianella García Villas, pues tomando como eje central su estadía en un frente de guerra, con el propósito de recoger pruebas del genocidio, la intervención norteamericana, el irrespeto al Derecho Internacional Humanitario, etc., se revaloriza el papel de un sujeto colectivo tradicionalmente ignorado en las epopeyas y las grandes obras: el pueblo humilde, descalzo, la masa, la base social.

    Generalmente los testimonios y narraciones son de las batallas donde los comandantes, los jefes militares, los milicianos y sus soldados lucen su coraje, hacen gala de sus técnicas, realzan sus méritos. Hoy se ha permitido hablar a la población civil, la que busca hojas de jocote para comer, la que lejos del ejército y las estructuras militares tiene que resolver el problema de su sobrevivencia, comiendo si es necesario semillas de ujushte, a riesgo de invernarse.

    Sea pues recibido por el Salvador, este jirón de su historia. Ojalá las nuevas generaciones sepamos honrar la memoria de nuestros muertos, los aquí reseñados y todos los anónimos que esperan un día observar que su sacrificio no fue en vano…desde el aleteo de un pajarito o desde los pétalos de una flor.

    San Salvador, marzo 1994

    Félix Ulloa hijo.

    1. enero 1983

    Si no fuera por este sol quemándome los huesos y esta brisa arrastrándome hacia abajo del camino, dudaría que estoy viva y creería que mi alma aún vaga por los montes, valles y llanuras buscando el porqué de tanta sangre derramada. Pero no, estoy viva y los recuerdo a todos y es inevitable revivir aquella noche, cuando miembros del Batallón de Infantería de Reacción Especial Atlacatl, al mando del teniente coronel Domingo Monterrosa, rompieron el silencio con ráfagas de fusil y ametralladoras.

    Su objetivo: nosotros.

    Su misión: el exterminio.

    La columna de gente que aquella madrugada fue emboscada estaba compuesta, sobre todo, por niños, mujeres y ancianos, aunque la prensa diera una versión diferente.

    Esta no es mi versión, es la verdad.

    La verdad que jamás debe aceptar sus desfiguradas versiones.

    Nos reunimos alrededor de veinticinco sobrevivientes, para evaluar y compartir las experiencias vividas la noche que tuvimos que abandonar el cerro de Guazapa. El punto de reunión fue el hospital de campaña, localizado en el cantón El Sitio. Se escogió ese lugar, ya que la mayoría de sobrevivientes se encontraba con heridas de gravedad. Fuimos pocos los que logramos salir ilesos de aquella masacre y ahora nos encontrábamos juntos, con el mismo semblante de dolor y tristeza, y de querer terminar de una vez por todas con el correr de sangre por las calles, veredas y caminos. En común teníamos el hambre y los desvelos de las últimas noches y, además de esqueléticos y pálidos, teníamos algo diferente en la mirada, se reflejaba a través de ella el grito adolorido de los muertos y la tristeza profunda que dejo una de las experiencias más crueles e inolvidables de la guerra. Aquella madrugada se perdieron para siempre invaluables e irreparables vidas; entre ellas la de Marianella García Villas, entonces presidenta de la Comisión de Derechos Humanos No Gubernamental de El Salvador. La mujer que se ganó nuestro respeto y cariño y que nos dio la esperanza de que su trabajo de investigación sobre la violación de los derechos humanos en el país, no solamente haría la diferencia para terminar la guerra, sino que además denunciaría ante el mundo lo aterradoras que son éstas para los desprotegidos. Los daños colaterales de las guerras tienen rostro de niños, mujeres y ancianos, inocentes e indefensos.

    Mientras cada uno de nosotros relataba la manera en que logró sobrevivir aquella madrugada, mi mente se remontó al momento en que conocí a Marianella y el porqué de mi vínculo con su trabajo de investigación sobre las violaciones de los derechos humanos en las zonas rurales de El Salvador.

    No sé si fueron los gusanos, que uno por uno sacaba del pie de María, los que me hicieron temblar el alma o las imágenes vivas que me golpearon de repente, no solamente de Marianella, sino de los niños, mujeres y ancianos que aquel día fueron cobardemente asesinados. Y mientras cuento y pierdo el número de la cuenta de los gusanos que fueron saliendo desde bien adentro de la carne fermentada, recuerdo aquellos últimos días de enero, cuando la señora del sombrerito verde apareció por primera vez en los caminos del cerro de Guazapa.

    2. Última Semana de Enero

    Fue un despertar tranquilo, comparado con días anteriores, donde el ruido ensordecedor de los aviones surcando el cielo era un presagio seguro de que en menos de un minuto caería la primera bomba. Hoy fue diferente y esa tranquilidad nos invitó a salir, dar una vuelta por el caserío, saludar a nuestra gente, compartir esa relativa calma con ellos y hablar de todo un poco: se acerca la época de siembra, ojalá el ejército nos deje en paz y aprovechemos la cosecha. Alguna gente logró entrar al pueblo de Suchitoto y tenemos un poquito de azúcar. ¡Vengan!, tomemos un poquito de café caliente. Tomar algo dulce en estos tiempos y en este lugar es un milagro y fue por eso que Paty y yo estábamos encantadas de poder salir un rato, escuchar a nuestro pueblo y saborear no solamente café, sino café azucarado. Hacía tanto tiempo que no tomábamos algo dulce que nuestro paladar ya casi lo había olvidado.

    El último lugar que visitamos fue la casa de don Eusebio, un anciano encorvado y medio ciego. Él dice que, por viejo, yo creo que por viejo y penas. Las penas que llevan nuestros viejos sobre sus espaldas por los despiadados golpes que asestan la miseria y el hambre. Nos vio llegar y su sonrisa desdentada iluminó las hendiduras de las desvencijadas paredes del cuarto oscuro. Lo abrazamos y hablamos con él sobre días pasados, cuando solía ir al pueblo a comprar sus puros y su pacha de aguardiente. Nos contó que se estaba haciendo unos caites y que tenía para nosotros pescado asado, yo sabía que era su almuerzo o a lo mejor su cena, por eso rechazamos la invitación. Le aceptamos eso sí el café caliente. Y así, entre charlas y sorbos de café terminó nuestra visita, lo abracé muy fuerte, le recordé que lo quiero mucho, que le estoy muy agradecida y que regresaría muy pronto a verlo. Le comenté a Paty cuánto quiero a este anciano y confirmamos lo que para nosotros representa como pueblo.

    Emprendimos el regreso cuando la tarde empezaba a invadir cada rincón del cerro. El lindo panorama, en complicidad con los últimos rayos del sol, se comprometía a hacernos olvidar que estábamos en guerra y que ese follaje verde corría el peligro de ser devorado en cualquier momento, por una bomba de quinientas o más libras.

    Más tarde decidimos descansar un rato a la orilla del camino, fue cuando de repente vimos a lo lejos a dos personas que al parecer llevaban la ruta nuestra. Él, era casi un niño, se llamaba Neco y era corresponsal de la Radio Farabundo Martí. Fue la única vez que lo vimos, meses después nos dimos cuenta que fue asesinado en Chalatenango. Ella, era una señora con un aspecto hasta cierto punto raro, con una cabellera medio rubia y alborotada que le aparecía por entre un sombrerito verde. Llevaba una cámara fotográfica de corto y largo alcance, unos pantalones más que ajustados, apretujados a su delgado y mediano cuerpo, su estatura no pasaba de 1.60 y mientras más se acercaban a nosotras, más me percaté de su total contraste con la realidad. Su cabello era teñido y su vestuario parecía haberlo improvisado recientemente.

    ¿Quién es?, pregunté a Paty.

    No sé, respondió ella, vino hace tres días y se llama Marianella. Puede que sea periodista extranjera y estar de paso, de lo contrario ya estaría en el equipo con nosotros. No quisimos especular más, ya habíamos especulado lo suficiente.

    Uno de los principios que rigen a quienes decidimos unirnos al trabajo, prohibido, de construir una sociedad donde reinen la igualdad y justicia, es la compartimentación, nadie debe saber más de lo necesario de los otros compañeros. Mientras menos información tengamos, hay menos posibilidades de que el ejército dé con ellos, en caso de que nosotros seamos capturados o viceversa. Fue por eso que, a excepción de su nombre, no hicimos más preguntas a la señora. Si está aquí es por algo muy sublime, pensé, sobre todo en estos días de horror y sangre, donde todo lo que hacemos es tratar de construir un pueblo nuevo, digno de las futuras generaciones, especialmente en estos lugares, donde solo alfabetizar a la población y sembrar la tierra se vuelve cada vez más difícil, en medio del estallido de las bombas que ya son el pan nuestro de cada día. Nosotros queremos que la niñez viva tranquila, en una sociedad donde no existan escuadrones de la muerte, entrenados para asesinar con lujo de barbarie a quienes sean conscientes de las causas de su miseria. Hemos visto los cuerpos destrozados de niños, mujeres y ancianos, con obvias muestras de tortura que llevan el sello de los escuadrones de la muerte. Sin saberlo, están defendiendo a una clase dominante que patrocina el asesinato y la desaparición de miles de inocentes, con el fin de proteger sus egoístas intereses y sus bienes, adquiridos por medio del robo y la explotación a todo un pueblo.

    Para ninguno de nosotros es fácil estar aquí, contando a diario el número de muertos, desaparecidos y torturados, que asciende con la misma fuerza que crecen el hambre y la miseria, y dando a conocer al pueblo los verdaderos planes de la fuerza armada y describiendo las masacres más recientes alrededor del país. En la capital, San Salvador, hacer este tipo de trabajo informativo está prohibido y la verdad se castiga con la muerte; por eso decidimos venirnos a esta parte de la patria, a decir la verdad sin tanto miedo, a informar al pueblo sobre las realidades que la prensa regular jamás diría, más que todo por comodidad y conveniencia. Su trabajo no es informar al pueblo sino mantenerlo ciego, ofuscado, y en un perpetuo circo mediático donde todo lo que pasa se cuenta como más le convenga a la clase dominante y al gobierno. La mayor preocupación de ellos no es ser fieles a la verdad, más bien, es ser fieles a cuanta regla ortográfica y gramatical exista para no atropellar el idioma, pero no les importa el atropello a los derechos humanos, el derramamiento de sangre, las desapariciones continuas de seres humanos, la destrucción del medio ambiente, la explotación, la desigualdad, la raíz de la pobreza que golpea a las mayorías. Defenderán su bienestar aunque eso signifique estar del lado de la clase dominante.

    A excepción del joven y la señora que encontramos hoy, y con quienes no hablamos mucho tiempo, no hubo mayores novedades. Al llegar la noche comenzó la rutina de siempre: elaborar la lista de seguridad nocturna o posta, revisar si se cumplieron las tareas del día y cerciorarnos de que estamos todos los miembros del equipo, pero antes debemos buscar un lugar adecuado para pasar la noche, que no esté ni muy cerca ni muy lejos del encargado de la seguridad nocturna, pero sí, lejos de los compañeros que roncan o hablan cuando duermen, aunque no tan lejos.

    Me acomodé en un rincón del patio, y antes de dormir, como todas las noches pensé en mi familia. Perdí la cuenta del tiempo que tengo de no verlos. Recordé a mi padre y traté de conectar con él mis pensamientos, decirle que estoy viva, que todo va bien, que lo quiero mucho a él y a todos los que deje atrás el día de mi partida, y que tengo fe en que volveré a verlos. Pensé que sería muy lindo si la estrella que más alumbra esta noche oscura pudiera llevar mis energías y convertirlas en palabras, para estar siempre cerca de ellos. Sé que sufren mi ausencia, especialmente porque la última vez que nos vimos podría en realidad haber sido la última. Acá la vida pende de un hilo y cualquier día puede ser el último. Otra vez miro al cielo y pienso que durante los últimos cuatro años me buscaron muchas veces entre los cadáveres torturados por los escuadrones de la muerte. Cuerpos rotos que frecuentemente se encontraban a la orilla de cualquier camino y a veces las descripciones dadas a conocer coincidían con mis rasgos físicos.

    ¿Cuántas veces me habrán dado por muerta?, me pregunté entonces. ¿Qué harán esta noche?, casi lo sabía: me recuerdan y ruegan por mi regreso. Los quiero mucho y los extraño", murmuré en el silencio de la noche mientras el sueño envolvía mis sentidos.

    Pasaron dos o tres días más y una calma muy profunda se apoderó del cerro de Guazapa, algo que en estos tiempos de guerra no era normal, a menos que el ejército estuviera planeando una incursión muy grande. Durante varios días y por 10 o 12 horas diarias, voló sobre la zona una avioneta de reconocimiento, pero en los últimos tres días no se había vuelto a aparecer. No hubo bombardeos ni ametrallamientos

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