El sol se rinde y aún no dan las seis
Por Patricia Muldoon
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Patricia Muldoon
Patricia Muldoon, autora mexicana. Noviembre de 1939. Ciudad de México. Sanatorio Francés, calle de Niños Héroes. Iniciaba la guerra. Muchos años estuvo alejada de las letras… Un día decidió escribir. No tardó en compartir su entusiasmo por la escritura con niños del Colegio Williams. Dejaban versos colgados de los árboles. Cuando la noche se convierte en día llena renglones con cuentos y poemas y abre brechas en caminos obstruidos. Es autora de Hojeando recuerdos (Editado por el Colegio Williams, 1999) y Si tú supieras mi dolor (Grupo Rodrigo Porrúa, 2016) y coautora de Tan vacía como el cielo (Felou, 2012).
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El sol se rinde y aún no dan las seis - Patricia Muldoon
I
EL SOL SE RINDE Y AÚN NO DAN LAS SEIS
El río no va más profundo que la rabia que carga Refugio al enterarse que noche tras noche Ángel, su marido, la pasa entre viejas y pulque. Esa rabia le escuece como una ortiga. Jalándose de los pelos, ella va y viene por la tierra apisonada de su jacal.
En una batea pálida de tanto uso, Refugio amontona a diario la ropa sucia de Ángel y la de sus hijos Santana, Guadalupe y Manuel. Remoja, talla y enjuaga todo el santo día. Necios surcos en su rostro revelan los estragos de fregar bajo el sol. La poca sombra que dan los amates junto al río apenas apacigua tanto calor.
Sale la luna y, cuando Refugio regresa con ropa limpia, el jacal sigue siendo un chiquero. Al verla llegar, los chamacos greñudos y con mocos de fuera esconden sus canicas debajo del petate. El mayor repela: No te diste cuenta, jefa, que el sol ya se iba por los cerros. Óyenos la panza, las tripas nos gruñen. ¡Bola de flojos! ¿Qué, no tienen manos? A ver si aprenden a ser hombres, no como el endino de su padre.
Desde la hamaca azul pavo real, Ángel mira a los colibríes que llegan a chupar miel del ciruelo. Mientras se mece con las manos en la nuca, observa a Refugio colgar alteros de ropa en el mecate. ¡Ya te habías tardado!
¡Acércame un taco! Ella prefiere no oírlo, y recuerda: Aquellas tardes que paseábamos entre los juncos su voz me atraía, y luego esos besos sabor a nanche… Casi jadeando, Ángel se repega a mi oído y murmura: Cuca… Cuca… Yo, con la blusa escotada, que le cierro un ojo y corro a cortar girasoles. Un momento después él asía mi cintura con sus brazos. ¡Pronto estaremos juntos!
Una sombra cruza el rostro de Refugio. La imagen