El bullying que no cesa: Las bases de la violencia escolar
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El presente libro intenta explicar los aspectos que permanecen oscuros desde un punto de vista crítico. La violencia que se produce entre los alumnos está relacionada con la violencia escolar y la que se da fuera de la escuela.
Por otro lado, circulan mitos cuya función es evitar una reflexión profunda. Las víctimas no se limitan a ciertos centros, barrios o perfiles de estudiantes. La sociedad vulnerable en la que vivimos hace más probable que se den diferentes circunstancias discriminatorias. Un sistema educativo cada vez más estresante y competitivo desemboca, por fuerza, en formas de diversión perversas que exigen el sacrificio de víctimas.
Padres, profesores, inspectores, jueces y fiscales tienden a eludir su responsabilidad, amparados en la inercia burocrática, la falta de solidaridad y compasión y su escaso conocimiento sobre la naturaleza de la infancia y el funcionamiento de las relaciones sociales en la educación, todo lo cual denota importantes lagunas en su formación profesional.
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El bullying que no cesa - Fernando Gil Villa
Colección Horizontes Educación
Título: El bullying que no cesa. Las bases de la violencia escolar
Primera edición (papel): febrero de 2020
Primera edición electrónica: marzo de 2020
© Fernando Gil Villa
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. - 08010 Barcelona
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ISBN (papel): 978-84-18083-07-5
eISBN: 978-84-18083-78-5
Realización y producción: Ediciones Octaedro
Y su padre le había dicho que escribiera a casa si necesitaba algo, y que, sobre todo, nunca acusara a un compañero aunque hiciese lo que hiciese.
J. JOYCE
Introducción
Si la violencia ha acompañado siempre a la humanidad, la conciencia del malestar que provoca también lo ha hecho. Y en ese camino de concienciación, la educación cumple, sin duda, un papel fundamental. Aunque se encuentra con obstáculos. Uno de los mayores, que toma forma de contradicción, es la propia violencia que se desarrolla dentro de los centros de enseñanza o en su entorno. En su mayor parte, se trata de malos tratos que sufren los alumnos de mano de sus compañeros. Considerando que las primeras incursiones en el tema las realizó Dan Olweus a principios de los años setenta, pronto cumpliremos cincuenta años de investigación. El número de trabajos publicados ha ido creciendo, incluyendo libros de divulgación en los que se trata de prevenir y de atajar el problema. Con ello, la opinión pública se ha ido sensibilizando cada vez más.
Sin embargo, la valoración del acoso escolar no deja de ser problemática en aspectos como el diagnóstico y la medición, los actores estructurales y circunstanciales que lo propician, su relación con otros tipos de violencia escolar o la forma de prevenirlo y atajarlo. La idea que tiene la sociedad de este fenómeno podría estar desvirtuada por la falta de aportaciones complementarias desde algunas disciplinas y perspectivas metodológicas, por su asociación con causas y tipos diferentes de violencia no contrastada empíricamente, por la sensibilidad al impacto mediático de ciertos sucesos o por la generación de cierta industria y burocracia de la prevención relativamente desconectadas del diagnóstico.
Al margen del nivel exacto de acoso escolar que podamos padecer en términos generales, algunos factores culturales impiden su erradicación. Pese a que puede constituir un delito, pocas familias se atreven a denunciar los hechos, por el miedo a quedar señaladas. A ello se le suma la falta de autoconfianza y el desconocimiento de las normas jurídicas, sobre todo entre los grupos sociales con menos recursos destinados a la formación, algo que viene alimentado por la opinión sobre el funcionamiento de la justicia según la cual iniciar algún tipo de acción judicial se entiende como una aventura en la que se tiene más que perder que ganar.
Creer que tenemos un problema con el acoso escolar y comentarlo en las conversaciones informales, en ocasiones solazándonos en la exageración, para luego no estar atentos a los detalles que pueden indicar en nuestros hijos y en sus compañeros pequeños gestos de maltrato, de forma que se pueda abortar la espiral del acoso, no es un buen punto de partida. En realidad, la conciencia que tenemos del problema es bastante superficial. Por eso, si un día nos toca a nosotros, sentimos que hemos sido víctimas de la mala suerte, como si se tratara de un accidente inesperado.
En este libro se intentará mostrar el acoso escolar como un fenómeno complejo, difícil de etiquetar previamente de forma protocolizada, porque las causas pueden ser muchas. En cada centro se da una combinación de circunstancias que, si se observan con detenimiento, pueden darnos pistas sobre cómo podría articularse el acoso escolar. A partir de ahí, todo lo que sepamos de los factores que lo causan en abstracto, así como de las relaciones entre los actores escolares, o de la relación del centro escolar con la comunidad en la que se inserta –lo que incluye aspectos como la composición social y cultural del alumnado–, nos vendrá bien para poder interpretar con rapidez los datos de la observación. Nos ayudará igualmente el conocimiento que tengamos sobre otros tipos de violencia que suceden en las zonas aledañas al acoso escolar, especialmente los que tienen que ver con la propia escuela, pero también los que se vinculan con la violencia doméstica y con la delincuencia o la ruptura de normas de los jóvenes en el barrio.
Tal vez no sea tan apropiado o necesario abordar el problema, sobre todo cuando se está comenzando a gestar, abrumándonos con complicados informes y planes de prevención, ni siquiera con largos cuestionarios a los interesados. En esto ocurre como en cualquier investigación: debemos intentar cultivar su lado espontáneo. Cualquier padre puede agudizar su sentido de la observación y atar cabos. Por supuesto, eso no quita para que en los centros, los equipos directivos y las asociaciones de madres y padres de alumnos promuevan directamente talleres sobre el bullying o charlas que amplíen su cultura jurídica, eso sí, de forma dinámica. Deberían hacerlo, por el bien de la convivencia escolar, casi de oficio, es decir, sin consultarlo, porque muchas veces las familias, por la contradicción aludida, no sugieren en la hoja de propuestas, física o virtual, este tipo de actividades.
En las páginas que siguen se intentará ordenar el debate sobre el bullying mostrando las contradicciones de las interpretaciones y de los datos, así como los prejuicios que lo entorpecen. En primer lugar, observaremos la dificultad que tendría cualquier ciudadano para hacerse una idea de la magnitud del fenómeno atendiendo a los resultados de los trabajos publicados. En segundo lugar, y siguiendo el proceso lógico en la reflexión, ese hipotético lector podría intentar aclararse tomando otro camino, guiándose por una reflexión general sobre los factores estructurales y circunstanciales que frenan y que potencian el acoso escolar como parte de un contexto más amplio de violencia social.
En tercer lugar, intentaremos separar el acoso de otros fenómenos y causas a los que normalmente se le asocian, desde los asesinatos dentro de los centros educativos hasta la violencia pandillera, pasando por la maldición que supuestamente persigue a las víctimas del bullying si proceden de ciertas posiciones sociales, barrios, etnias o familias que a su vez sufren maltrato.
En cuarto lugar, echaremos un vistazo al bullying como delito, con una consideración acerca de la cultura que rodea su concepción y su persecución, sobre todo en el caso de países como el nuestro. En ese mismo capítulo haremos un repaso crítico de la literatura de prevención, en algunos casos demasiado ambigua y en otros con títulos tan llamativos y categóricos que parecerían prometernos la solución si los compramos.
La verdad es que, para orientarnos en la ya extensa selva literaria del acoso escolar, deberíamos usar la brújula del sentido común. Nadie puede vendernos recetas mágicas, porque no las hay. Tampoco nadie debería ponernos los pelos de punta con alarmismos e interjecciones que exageran el peligro de forma sospechosa –por intereses comerciales o por pesimismo intelectual de profundas e inconscientes raíces, pero no por eso menos perniciosas–. Por último, deberíamos tener cuidado y no usar el bullying para escribir un tratado sobre todos los problemas de la educación. De nuevo, el equilibrio: si bien los problemas de la convivencia guardan relación con otros asuntos educativos, hay que centrar el foco de discusión y delimitar bien esas relaciones. De otra forma, corremos el riesgo de confundir más que aclarar y de hacer propuestas tan genéricas que igual valdrían para curar otro tipo de malestares.
Una vez limpio de prejuicios el terreno, al final de nuestro recorrido, en las conclusiones, dispondremos de una fotografía bastante clara del fenómeno, lo suficientemente crítica con el funcionamiento del sistema educativo y de justicia que tenemos en este momento en España y en otros muchos países como para explicarnos por qué, después de medio siglo estudiando y proponiendo remedios, el problema aumenta en vez de disminuir. Y bastante crítica también con la actitud de los propios padres, que en la mayoría de las ocasiones no solo no se preocupan, informándose, sino que tienden a ignorar a quienes tienen la «mala suerte» de tener un hijo o una hija acosados.
1. Aspectos básicos y guerra de cifras
El bullying puede definirse, en términos generales, como «un comportamiento negativo (dañino) intencional y repetido a mano de una o más personas dirigido contra otro que tiene dificultad para defenderse» (Olweus, 2006: 81). Los acosadores, al igual que las víctimas, pueden ser individuales o grupales, aunque en el segundo caso suele enfocarse más del primer modo. Quien es considerado pionero en la materia en cuestión se refiere al acoso indirecto cuando se practica el aislamiento, la marginación del grupo o lo que otros autores denominan exclusión social (Olweus, 1998: 26).
No todos los investigadores utilizan la misma clasificación de comportamientos relativos al acoso escolar. No obstante, lo más lógico es distinguir entre diferentes tipos de maltrato, como el verbal, el físico, el psicológico, el sexual, el social y el que se ejerce a través del móvil o de internet. De ellos, el más común es el primero, aunque, a medida que se desplazan las relaciones sociales –incluyendo la escolar– y la comunicación en general del nivel presencial al virtual, cada vez se produce más hostigamiento a través de las redes.
El acoso escolar se observa en todas las edades de la educación obligatoria, aunque la probabilidad es mayor en las etapas de transición de una etapa a otra. El acoso entre niños pequeños –Educación Infantil– ha sido menos estudiado, si bien en los últimos años demanda atención, puesto que, pese a las dificultades de su observación, puede ofrecer pistas de cómo se gesta el proceso de maltrato entre iguales (Alasaber y Vilén, 2010: 131). Uno de los estudios pioneros más interesantes es el que Montagner et al. publicaron en 1989, con niños norteamericanos de 2 a 6 años, en el que distingue cinco categorías: populares dominantes –competitivos, pueden quitar juguetes pero los devuelven–, sociables y apacibles –no competitivos–, agresivos –no devuelven los juguetes que quitan–, víctimas amedrentadas y agresivos al tiempo que dominados (Collins, 2008: 156-157). En España, algunos observadores