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Libro electrónico314 páginas4 horas

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Información de este libro electrónico

Es una reacción natural del ser humano querer entender qué motivaciones pueden tener los seres sobrenaturales para comportarse de las maneras caprichosas que percibimos. En muchas ocasiones la decisión más sensata sería no reflexionar mucho sobre esto, sólo que no está en nuestras manos cambiar el curso de los acontecimientos y lo que nos resulta perturbador termina atrapándonos y convirtiendo nuestras vidas en un martirio.
¿Y quién es más fuerte ante una situación como ésta? ¿Los hombres, las mujeres, o los niños? En estos tiempos en que se acumulan las señales de decadencia de nuestra sociedad, Michelle descubre por error otra ruta hacia la destrucción de la civilización humana de la que muy pocos tienen idea, y que podría ser más mortífera y cercana que un cambio climático desastroso. Sus acciones para tratar de proteger la vida de muchos inocentes resultan ser un terrible error y aprenderá que es precisamente la muerte la única forma de salvarlos. El destino final de las almas y la guerra entre la luz y la oscuridad llevaran a la humanidad a la casi total aniquilación. No es el fin del mundo como siempre se ha vaticinado durante milenios, pero para Hélèna en Vastine tal vez sea peor, al tener que sobrevivir en medio de la histeria y la inquisición. Pero cuando lo que nos ata de manos es una ideología implementada duramente por un gobierno totalitario, ya sea legítimo o no, sucumbimos ante el poder de unas fuerzas que ya no son sobrenaturales, pero que aun así no pueden ser cambiadas con rezos y buenas conductas. ¿Qué destino les deparará a aquellos viajeros interestelares que deban pasar por esta experiencia durante años, sin tener una vía de escape de la realidad que les toque vivir?
Lamentablemente nuestra naturaleza, o los dioses, o los demonios, pueden llevarnos a cometer actos bárbaros cuando está en juego la supervivencia, pero es posible que no desaparezcamos del todo. Tal vez logremos escapar de un planeta destruido por la codicia, o tal vez, como en Vastine, este renazca y tengamos de nuevo algo de esperanza.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento31 ago 2016
ISBN9781524304393
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Autor

Abel Ballester Zuaznabar

Abel Ballester Zuaznabar (14 de diciembre de 1975, Colón, provincia de Matanzas, Cuba). Se graduó de Ingeniero Químico en la Universidad de Matanzas Camilo Cienfuegos y actualmente labora en el Centro Nacional de Productos Biofarmaceúticos. En el año 2000 se integró al Taller Espiral de CF y Fantasía en La Habana y ha participado en varios ANSIBLES, eventos de promoción de estos géneros de la literatura como ilustrador. Es graduado del Curso de Técnicas Narrativas impartido en el Centro Onelio Jorge Cardoso en 2008 y en ese año se integró al Grupo Creativo Convergencias, formado por varios escritores y guionistas, antiguos miembros del Taller Espiral. En el año 2005 uno de sus escritos, Por Contrato, fue incluido en la antología Secretos del Futuro de la editorial Sed de Belleza. En el equipo de guionistas de Convergencia trabajó en la serie de aventuras Adrenalina 360 del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y del dibujo animado Juan Quinquín, de los Estudios de Animación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).

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    Escucha - Abel Ballester Zuaznabar

    Vastine

    ¡Escucha!

    Las sirenas a lo lejos anunciaban una gran persecución por parte de la policía a algún fugitivo. Quien quiera que fuese el delincuente, seguro viajaba en uno de esos autos deportivos de los años setenta, pues su rugido se escuchaba tan alto como el aullido de las patrullas.

    ―¡Escucha! ―la orden retumbó en la cabeza de Michelle con la fuerza suficiente como para iniciarle jaquecas.

    Ella se quitó las gafas oscuras, se apretó el tabique, aspiró profundo y liberó el aire lentamente.

    ―¿Dónde? ―preguntó luego de relajarse.

    ―Camina hasta la esquina y espera.

    Así lo hizo mientras guardaba las gafas en su bolso y al llegar a esta se detuvo al lado del poste del semáforo. Todos los transeúntes pasaban por su lado sin prestar atención a los ruidos lejanos. El tráfico no era mucho en la avenida ese domingo, sólo unos pocos autos entorpecían la visión a ambos lados. Michelle miró el reloj con nerviosismo, luego se pasó las manos por la saya, estiró su blusa, negras las dos, y se ajustó los guantes oscuros. Una brisa cálida proveniente del pavimento, le envolvió las piernas. Ella prestó atención a los sonidos que la rodeaban, sobre todo a un gorrión que parecía lamentarse y lo buscó con curiosidad. El pájaro estaba posado sobre un parquímetro cercano y no dejaba de mirarla. Ella también clavó su mirada en él y éste pareció congelarse de miedo.

    ―¡Escucha! ―la orden la sacó de ese duelo inútil.

    El pájaro se dio a la fuga y enseguida un rugido recorrió toda la avenida. Muy lejos a su izquierda hizo aparición, diminuto en la distancia, el auto fugitivo, pero se veía que era justo un modelo de los setenta. Éste perdió un poco de estabilidad al tomar la avenida, no obstante se recuperó rápido apropiándose del centro de la vía, y por detrás aparecieron varios patrulleros.

    ―Veo el objetivo ―anunció Michelle.

    ―Descarta ese objetivo

    ―¿Entonces cuándo aparecerá?

    ―Falta poco. Pasará cerca de ti.

    ―¿Cómo es?

    ―Aún no está decidido. Estará cerca de ti en breve.

    El auto se acercaba a gran velocidad mientras que por la calle al lado de Michelle llegaron a la avenida dos patrulleros y bloquearon el paso.

    ―¿Son el objetivo? ―preguntó ella.

    ―Aún no.

    ―¡Dime de una maldita vez quién es el objetivo!

    ―¡Escucha!

    Algunos ciudadanos imprudentes se detuvieron a ver el espectáculo de los policías de la barrera parapetándose tras los autos con sus armas listas. Mas, el fugitivo al verlos aceleró.

    ―El objetivo pasará cerca de ti en un instante.

    ―¡Dime tiempo!

    ―Esto no es cuestión de tiempo. Ya lo sabrás en su momento.

    ―¡Maldita seas!

    ―No blasfemes, Michelle.

    ―Al menos dime como es.

    El conductor sacó su arma por la ventanilla y abrió fuego contra la barrera, lo que produjo la respuesta indiscriminada de los policías con una salva de proyectiles. Solo entonces todos los espectadores huyeron despavoridos y Michelle se escondió tras el poste.

    ―¡Escucha! Mujer blanca y un niño de doce años. Cruzaran corriendo por delante de ti. ¡Ahora!

    Dos policías pasaron huyendo por al lado de Michelle y hubo un estallido. Una nube de polvo y vapores, unida a una granizada de vidrios, envolvió la esquina. Ella vio el auto del fugitivo alejarse humeando semidestruido y corrió tras éste.

    ―¡Voy por él! ―gritó Michelle.

    ―¡Detente! Mujer blanca y un niño de doce años, justo detrás de ti.

    Michelle se detuvo extrañada y vio como el auto quedó inmóvil a lo lejos.

    ―Pero...

    ―Mujer blanca y un niño de doce años. ¡Regresa a la esquina, Michelle!

    Ella vio que del auto salió a rastras el conductor y a varios policías rodearlo, y esposarlo con cierta brusquedad.

    ―¡Qué alguien haga algo! ―se escuchó a una mujer gritar desesperada.

    El llamado de auxilio hizo a Michelle voltearse y descubrir lo que sucedía en la esquina, donde ya una multitud se había acumulado al lado del poste del semáforo, y enseguida corrió hacia esta esquivando un patrullero destruido, para luego internarse entre los presentes. Logró llegar a empujones hasta el centro y vio a una mujer que lloraba, arrodillada en el suelo, mientras trataba de reanimar al hijo. Un policía luchaba por detener una hemorragia que el niño tenía por una herida de bala en el vientre y otro agente llamaba por la radio a la central de ambulancias. Michelle se quedó boquiabierta mientras el temor se apoderaba de ella.

    ―¡Qué alguien me ayude!¡Hagan algo! ―repitió la mujer.

    ―No lo mueva ―le aconsejó el policía que estaba a su lado.

    Por un momento la mujer suplicante pareció detener su mirada en Michelle.

    ―¡Dios, mío, no te lleves a mi hijo!¡Por favor!

    Michelle trató de retirarse para escapar de su mirada.

    ―¡Hazlo! ―resonó la orden.

    ―Es un niño ―dijo Michelle―. ¡Puede salvarse!

    ―No se puede. ¡Hazlo!

    ―No.

    El niño miró a la madre y comenzó a llamarla como si no la viese a su lado, lo que conmovió de tal manera a los presentes, que algunos no pudieron contener las lágrimas. A lo lejos se escuchó una ambulancia.

    ―Ya vienen. Ya vienen, mi amor ―lo alentaba la madre.

    Michelle seguía sin moverse.

    ―Puede salvarse. ¡Es sólo un niño! ―pidió otra vez.

    ―No se puede.

    ―¿Por qué no se puede?

    ―Porque Esther ya está aquí.

    Ella, aterrada, miró al frente y la vio. Podía divisar su cabellera por entre la gente y como se acercaba con lentitud.

    ―Llegará a ti en breve. ¡Tienes que hacerlo ahora!

    ―Debo detenerla. ¡Así la ambulancia...

    ―¡Basta, Michelle!¡Cumple la orden!

    ―¡Pero debo salvarlo, maldición!

    ―¡Basta!

    La ambulancia se detuvo en la esquina y la multitud se abrió dejándole espacio a los paramédicos. En lo que uno de ellos sacaba la camilla, el otro corrió hacia la escena y en el rostro de todos surgió una leve luz de esperanza. Michelle veía al hombre acercarse y sintió como que no llegaría nunca. De pronto Esther desapareció y volvió a resurgir justo detrás de la madre, se detuvo a su lado y llevó al frente las manos pálidas.

    ―¡Hazlo! ―resonó la orden.

    Un paramédico se arrodilló al lado de la víctima y se preparó para atenderla, pero no iba a dar tiempo. Cuando Esther se inclinó para acercarse al niño esto hizo que Michelle decidiera actuar, se quitó un guante mientras se hincaba de rodillas al lado del paramédico. El hijo miró a los ojos de la madre y movió los labios para decir algo, pero Michelle puso su mano sobre el pecho de éste y el cuerpo del niño se puso flácido de golpe. El paramédico tuvo un ligero sobresalto que espantó a la madre, quien se fijó nuevamente en el niño, cuya boca había quedado entreabierta con una leve sonrisa. Michelle se puso de pie lentamente en medio del silencio. Sólo se escuchaba el tenue zumbido de los motores de las balizas. La mujer miró otra vez al paramédico y soltó un grito desgarrador. Todo había acabado. Mientras la madre abrazaba el cuerpo inerte de su hijo, Michelle miró a Esther, que había vuelto a incorporarse y aunque no mostraba el rostro, sin dudas estaba furiosa.

    ―Objetivo ultimado ―informó Michelle.

    Esther se acercó a ella y Michelle pudo sentir como respiraba con agitación. Jamás pensó que se vería en una situación semejante. Era todo lo contrario a la lucha que comenzó mucho tiempo atrás y que tuvo un viraje a partir de un día.

    Era ya por la tarde cuando un taxi la dejó frente al edificio. Ella salió del vehículo con dificultad y se apoyó en las muletas mientras que el chofer no se molestó en ayudarla, sólo esperó a que cerrara la puerta para al fin marcharse. Michelle entró a la residencia y tomó el pasillo rumbo a las escaleras, cuando Judit la interceptó.

    ―Ya veo que estás bien. Me alegro por ti, pero me debes dos meses.

    ―Acabo de salir del hospital, Judit. ¿Cómo te iba a pagar?

    ―Eso no me importa. No recibí tu dinero por dos meses. Yo no vivo del aire, bonita. El arreglo del ascensor es muy caro.

    ―¿Ese es el recibimiento que me das?¿Cuándo no te he pagado en tiempo?

    ―Eso no me importa, Michelle.

    ―¡Siempre te he pagado en tiempo!¡He sido una de las más...

    ―Eso fue siempre. No ahora

    ―¡Te voy a traer tu dinero!

    ―¡Sí ve y busca el maldito dinero!

    Michelle entró a la habitación y tiró una muleta.

    ―¡Maldita, perra!¡La voy a matar!

    Se pasó la mano por la cara tratando de hallar la calma.

    ―No es tan difícil desear matar a alguien ―escuchó a su espalda y se volteó asustada.

    ―¿Tú, aquí?

    El hombre de negro estaba de pie frente a la ventana mirándola fijamente como un águila y ella se acercó lentamente a un librero a su derecha.

    ―Mi nombre es Iván ―se presentó éste.

    Ella retiró un libro del mueble y extrajo una pistola de allí.

    ―¿Qué quieres de mí?¿Por qué viniste a mi casa? ―lo interrogó ella y le apuntó con el arma.

    ―Porque ahora tú me perteneces. Ya basta de juegos, Michelle. Basta de interrumpir mi trabajo. Tú no lo entiendes. No entiendes el mal que estás haciendo. He venido por ti, Michelle. Para que hagas lo que te corresponde. Es tu deber.

    ―¡Acabaré contigo quien quiera que seas!

    ―Piénsalo, Michelle. Tuviste un accidente muy violento. Un auto te hizo volar por los aires y estuviste en coma muchas semanas. Te aseguro que pudo ser peor. Yo estuve allí. Eras un amasijo de carne. Recuerda, Michelle, recuerda.

    Ese día ella había tenido un presentimiento. A su mente llegó la visión de encontrarse en la esquina de la Primera Avenida y Liberté. Al frente, cruzando la vía, se elevaba el edificio de oficinas de la Canon Inc. y unos obreros trabajaban en la fachada elevando piezas de una estructura que coronaría al inmueble. En un momento en que izaban una viga, Iván aparecía en los alrededores y justo después la pieza se desprendía del gancho de la grúa y mataba a un ingeniero mal ubicado debajo.

    De inmediato Michelle, que trabajaba entonces de mesera, abandonó su turno y en el auto, a toda velocidad, fue en pos de frustrar los planes de Iván. Llegó a tiempo a la esquina de Liberté, pero el semáforo estaba en rojo y no tendría oportunidad de cruzar para advertirle a la víctima. Así que abandonó el coche y corrió hacia el edificio. En un arranque de locura, se lanzó a la Primera Avenida en medio de un torrencial tráfico. Los vehículos le pitaban, mas ella no se detuvo. En un momento vio al ingeniero parado en el lugar indicado y quiso gritarle, pero tuvo que esquivar un ómnibus, y cuando creyó que estaba a punto de superar la avenida se topó con Iván parado en la acera, con los ojos puestos en ella como si fuera un depredador. Después sólo escuchó un frenazo y la vista se le deshizo. Sintió su cuerpo desintegrarse y una fuerte caída contra el pavimento. Por la mente comenzaron a correrle los recuerdos de los seres queridos a gran velocidad, hasta llegar a los últimos que conservaba de ellos.

    Michelle estaba frente a un grupo de expertos exponiendo la estrategia que seguiría su compañía en los meses venideros cuando fue interrumpida por la secretaria. Aunque esto la enfureció, no quiso mostrarlo a los presentes, así que se disculpó aparentando calma y salió de la sala dispuesta a darle una buena reprenda.

    ―Es del hospital ―le anunció la secretaria antes de que ella dijera algo.

    Michelle se puso tensa al tomar el auricular y con lentitud se lo llevó al oído.

    ―¿Alo? ―dijo casi en un susurro.

    Llegó lo más rápido posible al hospital con gran desesperación. Su esposo e hijo habían tenido un grave accidente en la autopista y al llegar a la sala de preparación se encontró un cuadro horrible. Peter estaba bañado en sangre, la mano izquierda estaba destrozada y una enfermera trataba de sacarle el anillo del dedo hinchado. Michelle se llevó las manos al rostro llena de pánico y al ver a unos médicos correr hacia la sala contigua los siguió y allí estaba su hijo Serge, pero las enfermeras no la dejaron entrar en esta ni en la sala anterior y tuvo que quedarse en el pasillo, corriendo de un local a otro.

    Cuando llegó un enfermero con la noticia de que los salones de operación cinco y siete se habían desocupado, la esperanza se apoderó del corazón de Michelle, pero fue en ese momento que vio a Iván por primera vez. Éste, con su ropa negra, entró a la sala donde preparaban a Peter para la operación, se hizo un lugar entre los médicos y puso la mano en el pecho del hombre. Enseguida una línea blanca apareció en la pantalla del monitor.

    ―No ―murmuró casi sin aliento Michelle.

    Iván salió del cuarto, pasó por detrás de ella sin mirarla y en silencio entró al cuarto de Serge con la calma de quien va a recoger el periódico sobre el césped del jardín. Michelle se asomó al cristal de la pared y vio como éste apartó a un médico e hizo la misma operación con su hijo. La línea blanca apareció allí también. Michelle creyó enloquecer, se agarró los cabellos con fuerza y gritó de dolor.

    El odio y la frustración se apoderaron de su alma. Desde entonces se dedicó a perseguir a Iván dondequiera que éste fuese a golpear, siempre basándose en las premoniciones que comenzó a experimentar, y aunque no podía hacer nada cuando ocurrían muchas muertes simultáneas en la ciudad, o las veces en que no llegaba a tiempo, sí le pudo salvar la vida a otras decenas de personas. Ahora una serie de muertes masivas se estaba registrando en los asilos de ancianos, pero Michelle no pudo hacer nada en cada ocasión. Extrañamente ni los sueños ni premoniciones le dieron pistas de que esto sucedería. Pensó que tal vez Iván estaba aprendiendo a evadirla. Estas muertes eran más horrendas, las víctimas en los asilos morían con una mueca de dolor en sus rostros, tan diferente a como fallecían en otros lugares.

    Michelle no se detuvo nunca y esto le costó el empleo. Tuvo que buscarse otro y luego otro. Perdió la casa en un buen barrio y así tuvo que lidiar con Judit y las rentas altísimas. Aunque Iván siempre marchaba un paso adelante que ella, la férrea persecución de Michelle por toda la ciudad le hacía las cosas difíciles a éste. En los últimos encuentros ella pudo notar al fin una mirada de fastidio en sus ojos.

    Ella manipuló la pistola y se acercó lentamente a él, para asegurarse de no fallar. Se apoyó bien en la muleta y le apuntó entre los ojos al intruso.

    ―¿Qué quieres decir, Iván?

    El hombre avanzó hasta casi pegarse al cañón del arma.

    ―Mírate, Michelle. Estás viva. ¿No te preguntas cómo es posible? ¿No mostraron asombro los médicos? Nadie sobreviviría a un accidente como ese.

    Ella se detuvo a pensar en lo que éste le decía.

    ―Reconozco que por un momento pensé en eliminarte, pero hubiese cometido un terrible error. Más si no recibía primero una autorización.

    ―¿Qué no debía morir?¡Tú te llevaste a Serge y a Peter!¿Por qué no a mí?¿Por qué?

    Entonces comenzó a llorar por la frustración.

    ―Tú, Michelle, eres justamente la reencarnación de alguien que traté de salvar hace mucho tiempo atrás. Y te he encontrado al fin.

    ―¿Qué quieres decir?¡Habla de una vez!¡Mataste a mi esposo y a mi hijo!¿Por qué me dejas vivir sabiendo que no me queda nada?¿Acaso te diviertes conmigo?¿Acaso te divertías cuando yo te perseguía tratando de impedir tus crímenes?

    ―Lo único que hiciste fue alterar el destino de esas personas y crear Situaciones Inconcebibles. Nadie las puede predecir. Ningún mortal ni ninguno de nosotros. Están por encima de todo entendimiento existente. Esas personas morirán algún día sin supervisión y sus almas se perderán. Pueden ser absorbidas por el mal o reencarnar en cualquier otro ser. En el peor de los casos pasarán a integrar el ya extenso número de fantasmas y demonios que abundan por doquier.

    Ella lo miraba sin comprender.

    ―Cuando alguien muere sin supervisión, Michelle, pueden quedar cabos sueltos. Y si no está presente un portador como yo, su alma no tendrá salvación y vagará eternamente. ¡No soy un asesino! No provoco la muerte... Sólo estoy allí cuándo ocurrirá irremediablemente. Mi deber es salvar y no un burdo acto de matar como piensas. Soy tan real como tú aunque mi vida ya no exista. Debo salvar la energía vital que portan los cuerpos, para que esta sea llevada al lugar de mi último destino. ¡Las almas sólo pueden ser portadas de esta forma!¡Yo tengo una misión! Mi ciclo hubiese terminado hace mucho, mucho tiempo, Michelle, pero cometí un error que me condenó a seguir hasta ahora.

    Él hizo una pausa y recorrió con la mirada toda la habitación. En la cocina se escuchó sonar una gota en el fregadero. Un gato pasó por la escalera de emergencia por fuera de la ventana y su sombra cruzó el piso de la sala. Iván se quedó estático mirando a una foto sobre el librero donde posaban Michelle, con el esposo y el hijo. Se concentró en esta y los rasgos de Michelle se fueron acentuando hasta desaparecer el resto del cuadro. Sólo se veía su rostro allí.

    ―Hasta que te encontré ―continuó―. O mejor dicho, tú me encontraste. Me di cuenta cuando te vi observándome en el hospital. Aunque todos se percatan de mi presencia, pues soy tan real como tú, nadie censura mis actos. Nadie se interpone ni objeta lo que hago. Sólo tú escapaste a mi poder. Eso sólo podía ser posible si tu alma me hubiese conocido en otra vida. Sólo podías ser tú. Esther.

    ―¿Quién es Esther?

    ―Un error ―dijo secamente y volvió la mirada a un lado con gran pesar―. Un alma que escapó fuera de control. Es lo que yo llamo una Situación Inconcebible. No están en manos de Dios. Nadie puede preverlas. Todo está escrito y ¡de pronto!... algo se sale de su ruta de destino. Todos nosotros provenimos de Situaciones Inconcebibles, desde la misma creación, Michelle. Nunca hacemos lo previsto. Nunca.

    ―Nada de eso explica porque estás aquí y que quieres.

    Iván se alejó de ella y fue hasta la ventana.

    ―Hace más de ciento cincuenta años una mujer pobre del pueblo de Staffem perdió a su esposo y a su hijo. Ella enloqueció ―habló Iván con calma―. Al igual que tú, podía verme, por eso decidí que ella era quien debía sustituirme. Yo partiría a recibir mi descanso final y ella continuaría mi labor. Durante años la acompañé en los sueños, a veces me veía estando despierta y me hablaba. Su locura alcanzó un grado tal, que un día se suicidó. Su muerte también fue una Situación Inconcebible. Lo preparó todo como si fuera a partir de Staffem. Llegó a la estación de trenes con el equipaje y todo me pareció normal.

    Él miró a Michelle para asegurarse de que seguía la historia.

    ―¿Cómo iba a saber que no era más que un truco para despistarme? Aún lo recuerdo ―dijo y echó un vistazo al exterior―. Cuando se acercaba el expreso liberando con furia chorros de vapor y humo, Esther no lo pensó mucho y se dejó caer en la vía. Pensé que el suceso al final me facilitaría las cosas. Al retener su ánima ella ocuparía mi lugar, pero al tocar su pecho en busca del alma, esta escapó inexplicablemente. No entendí cómo pudo ser posible, hasta varios años después. Un día apareció un joven y preguntó por su tumba...

    Michelle dejó de apuntarle, el brazo se le había vuelto muy pesado y comenzó a dolerle.

    ―Era su hijo Arthur Cameron. Un hijo que ella tuvo mucho antes de casarse y que abandonó en la casa de un matrimonio de gente adinerada, a los cuales sirvió. Ese fue el motivo de que no pudiera retener su alma como hice contigo. Ese hijo también era una Situación Inconcebible. Un cabo suelto que hacía imposible definir con exactitud el status de Esther y por eso ella escapó.

    Michelle al no entender qué tenía que ver todo esto con ella comenzó a enfurecerse de nuevo.

    ―¿Y yo qué tengo de relación con Esther? Sí soy una reencarnación, ¡qué me importa!

    ―Esther ha vuelto ―la detuvo él.

    Iván caminó alrededor de Michelle mirándola fijamente.

    ―Una parte de ella reencarnó en ti. De eso estoy seguro. Pero otra parte se ha transformado en un demonio horrendo que ha provocado varias muertes. A diferencia de mí que me dedico a portar las almas cuando ya la muerte es inevitable, Esther sí tiene el poder de quitarle la vida a alguien y dejar que sus almas se pierdan en el infierno.

    Él se detuvo frente a la foto sobre el librero.

    ―Ya han muerto seis ancianos en dos asilos. Esther busca presas fáciles.

    ―¡Dios, mío! ―se espantó ella.

    El hombre contempló a Michelle sin inmutarse y ella, confundida, se sentó en una butaca.

    ―Creí que tú estabas detrás de todas esas muertes ―dijo―. Yo... yo pensé que habías sido tú.

    ―Se ha vuelto muy fuerte Esther. De hecho, todas esas personas que salvaste de morir, ahora pueden caer en sus manos. Y no puedo hacer nada.

    ―¿Por qué?

    ―Porque no somos compatibles. Mi contacto con Esther sólo provocaría que todas las almas que porto, pasen a ella. Es más fuerte que yo, pues tiene poderes libres reales, en lo que yo soy sólo un peón.

    Él caminó hasta detenerse frente a Michelle.

    ―Esther resurgió al morir tu esposo y tu hijo. Un recuerdo profundo en ti la trajo de regreso, basado en la tragedia que ella sufrió en el pasado. Es horrible. Al verte por primera vez creí que eras ella. Siempre aparecías en los mismos lugares que yo e impedías mi trabajo. Temí que tu objetivo fuese ultimarme hasta que supe de la existencia de éste demonio. Entonces comprendí que eran dos entidades opuestas y que tú eras simplemente una humana y nada más, como tantas otras a las que he supervisado al morir. Mi contacto contigo no representaba el peligro que antes temía. Era de Esther de quien debía protegerme. Ella está libre y viaja por doquier sin encontrar quien le haga frente. Golpeará esta noche de nuevo y no podré impedirlo.

    ―¿Dónde?

    ―En el asilo Verlaine, justo cuando apaguen las luces.

    ―¡Entonces, vamos!

    Michelle trató de levantarse, pero él le puso una mano en el hombro.

    ―Espera. ¿Qué piensas hacer?

    ―Dices que soy su reencarnación. Puedo detenerla entonces.

    ―No, porque no tienes experiencia. Debes aprender todo lo que sé o ella te matará también.

    La gente comenzó a alejarse de la esquina después que la ambulancia se marchara y en el lugar, sólo quedó un charco de sangre. Michelle y su oponente aún seguían allí una frente a la otra.

    ―Llegas tarde, Esther ―dijo ella.

    El demonio se acercó aún más y casi se pegó a Michelle. Daba asco tenerla tan cerca. Ella pensó en empujarla, pero Esther desapareció y cuando se volteó buscándola, el demonio renació en sus narices y la tomó por el cuello. Sintió como las uñas de esta comenzaban a penetrarle la piel en busca de la yugular y se percató, tarde ya, de su error. Error que le había comentado Iván aquella vez, en el asilo.

    Michelle se bajó del taxi y corrió hacia el asilo Verlaine. Cuando llegó a la puerta de éste, se dio cuenta que había olvidado las muletas en el auto, ¡pero ya no las necesitaba! Ella tocó fuerte a la puerta y un custodio apareció dentro.

    ―¡¿Qué formas de llamar son esas?!

    ―¡Déjeme entrar por favor!

    ―¡Ya todos duermen!¡Márchese o llamaré a la policía!

    ―¡Es urgente!¡Va a suceder algo terrible!

    El hombre abrió la puerta y salió muy molesto.

    ―¡Le digo que se marche!¿Acaso no entiende?

    ―Escúcheme...

    Michelle le agarró una mano y enseguida el custodio cayó muerto. Ella abrió sus ojos a más no poder y se le erizó la piel.

    ―Pero... ―balbuceó.

    ―Suele suceder ―dijo Iván al aparecer a su lado―. Te dije que vinieras con guantes, así como yo. No debes tocar a nadie.

    La sujetó por un brazo y la hizo entrar al asilo.

    ―Pero...

    ―Sí, lo mataste. No hay nada que hacer. Es una novatada.

    ―¡Pero dijiste que no era el poder de quitar la vida!

    ―Realmente la quitamos, pero sólo cuando es inevitable. Aun así no podemos tocar a nadie...

    ―¡Me vas a enloquecer, Boris!

    ―¡Iván, maldita seas!

    ―No blasfemes.

    Él se detuvo fastidiado frente a una puerta y soltó el brazo de ella mirándola con una mueca de disgusto.

    ―Vamos a entrar a esta habitación. Esther está adentro. Por favor, Michelle,... mira sin intervenir. Si intentas detenerla, ella te matará.

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