Jurel tipo Salmón: Mapa de la extrema locura en Chile
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“Nací con latidos cardíacos imperceptibles, lo que obligó a mi reanimación con los escasos medios del hospital de Puerto Montt en 1943. A mis padres se les advirtió que no se hicieran muchas expectativas conmigo, sería un milagro si lograba caminar y aprender a hablar.” Así comienzan los días de esta mujer psiquiatra y así también este libro en el que, contraviniendo designios y reglas “de buena costumbre”, se decide a poner por escrito sus a veces muy duras y agudas apreciaciones sobre este país, que siempre está tratando de parecerse a otro distinto, porque no se acepta a sí mismo. Nuestras instituciones, algunos personajes ineludibles de nuestra historia y los síndromes de la sociedad chilena que más daño nos hacen, son expuestos y tratados por la doctora María Luis Cordero, obedeciendo a su apego a la verdad y a la creencia en el cambio a pesar de todo.
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Jurel tipo Salmón - María Luisa Cordero
delante.
1. Chile, una geografía de locos
(Mapa de instituciones)
La cultura en Chile, ese bien desechable.
En Chile, no podemos desconocer que existe gente muy valiosa, individualidades que aportan a la cultura. Pero carecemos de estructuras dignas para desarrollar esa cultura.
Tengo la impresión de que la cultura siempre será el pariente pobre entre las actividades de este país. Es aquel elemento engorroso, que nos pesa y molesta, al cual no sabemos cómo tratar porque nos parece inútil. Su desprecio arranca evidentemente de la imposibilidad y la envidia por lo que no se puede hacer.
Uno de nuestros peores defectos es ser un país sin la suficiente sustancia; y para ser culto hay que poseer esa consistencia. Nuestro aceite de motor vital, como país, es tan escaso que no haría andar ni a una bicicleta. Si estamos de acuerdo en que la cultura es la máxima expresión de la consistencia de las personas, es fácil deducir que la nuestra es leve y escasa. Pero como tampoco pareciera no preocuparnos, no tenemos conciencia de esa esencia, la cultura se convierte entonces en un estorbo, un pariente pobre que se desecha. Además, es incómoda porque es crítica y exigente, y en este país nadie acepta ser criticado o exigido.
La palabra cultura viene de cultivar
. Cuando alguien siembra papas no espera que al día siguiente maduren y estén listas para cosecharlas. Justamente es esto lo que exigimos de todo lo que nos rodea, su inmediatez. Pertenecemos a una cultura, de la inmediatez, al mundo maquinal y masificado de la tecnología, es decir, queremos tenerlo todo en el momento deseado. Pero la cultura no es eso, sino lo contrario, requiere de tiempo, de paciencia, de reflexión y largos plazos.
Siempre se asocia, míticamente, la idea de que el chileno, en relación a otros países aparentemente más frívolos e ignorantes, es un ser culto, superior. Pero la verdad, aunque duela, es que sólo compartimos unos barnices, unas pinceladas instructivas que nos hacen saber en términos muy generales de todo un poco, pero sin llegar a profundizar en nada.
Debemos agregar al mito del chileno culto esa idea extranjerizante del liceo francés, que copiamos para la enseñanza de nuestros liceos, donde era más importante saber de historia europea que de nuestra propia historia. No somos un pueblo culto, precisamente porque no tenemos una tradición cultural que nos enseñe sin avergonzarnos de nuestra propia cultura.
Esta apariencia de cultos que ha proclamado el chileno por todo el mundo sólo demuestra una de nuestras típicas enfermedades: la de actuar mintiéndonos a nosotros mismos, asumiendo una actitud del como sí
. Es por eso que nos comportamos ante todos como si fuéramos cultos
, lo que nos deja ia conciencia tranquila. Así también, nos hemos dormido en los laureles durante décadas, sin un progreso real en este campo, que sigue pareciéndonos alejado y poco provechoso.
Nuestro país tuvo, en el pasado, dirigentes políticos con una gran visión anticipatoria y que valoraron el conocimiento. Hoy en día, esto cobra otra vez vigencia al señalarse que el conocimiento es poder
. En épocas pasadas se dictó, por ejemplo, la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria. Es decir, hubo una voluntad política de un grupo de personas serias que vieron a la educación como solución a la mediocridad de este país.
Agreguemos también que como país poseemos un clima frío, no tenemos un calor abrasador de cuarenta grados que obligue, como en otros, a dormir siesta; por lo tanto, en nuestro país se institucionalizó la jornada completa en educación. Todo esto provocó adelantos en el campo cultural, pero que rápidamente se diluyeron, no siguieron con la misma fuerza hasta nuestros días.
En el presente existe una so brepo blación debido al salto demográfico de los últimos años. Los colegios han tenido que reubicar sus jornadas para lograr dar abasto a tanta población, reduciendo las jornadas completas de la enseñanza a la mitad, retrocediendo con todo lo que se había logrado.
Pero me parecería un gran error en este país intentar sugerir, para solucionar las carencias y problemas anteriores, la creación de un ministerio de la cultura. Lo único que todavía permanece intocado, incorrupto de burocratización, finalmente, caería bajo esas fauces. Si tenemos atisbas de actividad cultural en el país, precisamente se debe a su informalidad.
Todos los que hoy día ganamos renta, deberíamos destinar una parte de nuestra declaración de impuestos para un fondo general que desarrollara la cultura. Pero este fondo no debería ser administrado por burócratas estatales, sino generado y controlado por los grupos culturales naturales.
Por último, debo mencionar en este capítulo algo que me resulta ciertamente irritante, y es lo mal agradecidos que somos como país con nuestras figuras de relevancia cultural.
Vicente Huidobro se merece una tumba decente, distinta a la que tiene en Cartagena; deberíamos tener una enorme avenida que se llamara Pablo Neruda o rendirle un gran homenaje a Gabriela Mistral. Con estos artistas y muchos más, se da una clara ingratitud, el llamado pago de Chile
, una de nuestras enfermedades crónicas.
¿Cómo hablamos cuando hablamos los chilenos?
Nosotros, los chilenos, somos de frases cortas, con una gran dificultad para articular las palabras. En la organización de la frase perpetramos una serie de barbarismos. Nadie se acuerda, a la hora de hablar, de la gramática básica: sujeto, verbo y predicado.
Existe una degeneración progresiva del modo de hablar de los chilenos. Hace veinte o treinta años la gente hablaba mejor. El lenguaje