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La autoestima del profesor
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Libro electrónico300 páginas4 horas

La autoestima del profesor

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Esta obra es un compendio teórico-práctico sobre la autoestima y sus repercusiones en las personas. Se aplica explícitamente a los profesores y a su relación con los alumnos. Pariendo de la teoría y mediante estrategias y ejemplos prácticos, pretende motivar al profesorado para que reflexione sobre sí mismo y su práctica educativa y para que, con su cococimiento, acepte, reconozca y desarrolle su propia capacidad de ser modelo. Ésto le permitirá transformar el actual clima de relaciones en el aula, en la familia y en la sociedad.
IdiomaEspañol
EditorialPPC Editorial
Fecha de lanzamiento19 nov 2009
ISBN9788428822121
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    La autoestima del profesor - Franco Voli Ferrari

    La autoestima del profesor

    Manual de reflexión y acción educativa

    Franco Voli

    A mi mujer Ann, a mis hijos Alberto, Carlo y Mary Ann, a mi compañero y colaborador Juan José Roca, a mi colaboradora María Victoria Fernández y a los cientos de profesores y de padres que han participado en nuestros cursos.

    Mi profundo agradecimiento por su feedback y apoyo que hicieron posible que este manual se publicara.

    Presentación

    Un manual para profesores

    Este manual de crecimiento personal está dirigido al profesor de cualquier nivel, desde la educación infantil a la universitaria.  

    La premisa es que, en el tiempo en que vivimos y en el futuro, el profesorado tiene la posibilidad de marcar unas diferencias que no tiene ninguna otra categoría profesional.  

    Los economistas y empresarios pueden hacer que nuestro nivel de vida suba o baje según su actuación conjunta y particular. No pueden, sin embargo, lograr que las personas puedan formarse desde la infancia como individuos autorrealizantes, efectivos, abiertos, afectivos, cultos, comprensivos, empáticos y libres.  

    Esto lo pueden conseguir los educadores, primero los padres y posteriormente los profesores, como consecuencia de su actuación formativa y educativa.  

    Ni unos ni otros, sin embargo, tienen suficientemente esta posibilidad si ellos mismos no están en una situación anímica que reconozca, integre y acepte estas carecterísticas como propias de sí mismos en cuanto seres humanos y de los demás también en cuanto tales, niños incluidos.  

    Mientras en otro manual me dirijo a los padres, en éste mi objetivo es reflexionar sobre la posibilidad que tiene el profesorado de entrar, sin ansiedad o angustia, en un proceso de concienciación de sí mismo como persona en cambio y crecimiento continuos.  

    Las personas conscientes de los potenciales del ser humano desde esta perspectiva se motivan para tomar ellos mismos el timón de su vida. Así se capacitan para fijar ellos mismos el rumbo que quieren seguir y los objetivos que quieren alcanzar.  

    Creo firmemente que el profesorado puede marcar una diferencia determinante en la transformación de nuestra sociedad y que depende de cada profesor poder y querer hacer algo al respecto.  

    Por lo tanto, he querido poner a su disposición material para la reflexión y técnicas, ejercicios y medios para la acción. Se trata de algo que he probado personalmente conmigo mismo y con gran número de personas que han seguido mis cursos de autoestima u otros programas de crecimiento personal.  

    El profesor proyecta normalmente en sus alumnos su personalidad del momento presente. El objetivo es que esta personalidad llegue a ser el mejor ejemplo que los niños puedan utilizar como modelo de un ser humano.  

    Puede que a lo largo del manual haya comentarios, opiniones y puntos de vista que choquen al lector. Me disculpo de antemano.  

    Mi intención es denunciar desde una nueva perspectiva situaciones de la educación que hemos recibido y que también impartimos nosotros mismos. Aunque las conozcamos, a menudo por experiencia personal, sin embargo hemos bloqueado su recuerdo y conciencia, y por lo tanto nos pueden resultar chocantes. Tomar contacto con ellas ahora puede permitirnos reflexionar y motivarnos a actuar en el aula desde una perspectiva distinta de nuestras posibilidades, realista pero positiva.  

    Si esto nos ayuda a motivarnos para dedicar nuestro esfuerzo, interés, entusiasmo y trabajo personal y de grupo, para que situaciones de este tipo no vuelvan a producirse en nuestra sociedad, habremos marcado una diferencia en nosotros, en nuestros alumnos, en el conjunto de la comunidad escolar y, desde ahí, en la sociedad. Nuestra labor personal, si lo conseguimos aunque sea sólo en parte, habrá valido ampliamente la pena.  

    Un profesorado consciente de sus posibilidades para marcar una diferencia es la clave que la sociedad precisa para que un proceso de transformación empiece a darse en las nuevas generaciones. Para ello es necesario que cada profesor tenga la oportunidad de hacerlo, se sienta a gusto haciéndolo y reciba el crédito que le corresponda por lo que hace y los resultados que consigue.  

    Creo firmemente que no hay emolumentos suficientes, ni de dinero ni de prestigio, que puedan pagar una actuación de este tipo por parte del profesorado.  

    Para conseguir que esto se haga realidad, sin embargo, tenemos que:

    — tomar contacto con nuestras posibilidades y potenciales como personas y como educadores;  

    — darnos cuenta de la esencia autorrealizante de nuestra personalidad, por el solo hecho de ser personas;  

    — elevar nuestra autoestima;  

    — no poner límites a nuestras posibilidades de aprendizaje y crecimiento, ya que son continuos.

    Desde este espacio personal y profesional, el educador podrá fijar lo que la sociedad debe hacer para compensar su esfuerzo.  

    La meta es ambiciosa pero creo que merece que la tengamos presente y empecemos a actuar para alcanzarla. Personalmente, por mi experiencia personal y profesional, estoy convencido de que esto se puede conseguir. Nos puede llevar tiempo y dedicación, pero es posible y vale ampliamente la pena.  

    Para ello necesitamos, sin embargo, crear unas bases psicológicas para que los profesionales de la educación lleguen a reconocer su propia valía e importancia y asuman sus responsabilidades como personas y como educadores.  

    Aceptemos que es posible y lo conseguiremos. ¡Ánimo y manos a la obra!

    Programa desarrollado en este manual

    A lo largo del manual se van barajando teorías y fórmulas de conducta personal y profesional, con carácter general o específico, de distintas fuentes. Yo mismo he utilizado gran parte de ellas en mi propio trabajo personal de crecimiento y maduración y en mi labor educativa.  

    Algunas de las teorías, dinámicas y reflexiones que se mencionan las he aprendido e integrado en diferentes cursos y programas en los que he participado durante los ocho últimos años. He dedicado estos años al estudio y desarrollo de las posibilidades y la responsabilidad del educador en cuanto modelo y ejemplo para las nuevas generaciones.  

    De estos estudios y experiencias he condensado en mis cursos para padres y profesores lo que me pareciómás efectivo y motivador, y he ido contrastando y completando mis propias experiencias personales con interacciones con los participantes en estos cursos, a los cuales va mi profundo agradecimiento.  

    Para no distraer al lector, he preferido no poner en el manual muchas referencias a varios autores cuyas teorías y dinámicas han contribuido en la formulación de los distintos puntos, ya sea desde la psicología o desde la pedagogía, la sociología o el misticismo. Estos autores y sus obras figuran, sin embargo, en la bibliografía. Ésta se compone de obras en varios idiomas y tendencias. Lamento que sólo unas cuantas estén traducidas al castellano.

    Capítulo 1

    La tarea del profesor

    Importancia del profesorado

    El profesor, desde la educación infantil a la universitaria, representa uno de los elementos clave en la formación y en el desarrollo de unas nuevas generaciones más abiertas, libres, seguras, competentes, capaces y, sobre todo, más felices y efectivas en sus vivencias y en sus resultados.  

    Su influencia no se limita al aparcamiento y a la preparación académica, sino que interviene de forma directa y determinante en la formación del carácter y de la personalidad del niño y, por consiguiente, del futuro adulto.  

    En las relaciones alumno/profesor, por lo tanto, lo queramos o no, no interviene sólo una relación de carácter académico y de transmisión de conocimientos, sino algo mucho más directo y profundo que involucra las características anímicas de ambas partes.  

    En la base de la enseñanza escolar existe toda una práctica de apertura, de comunicación intra e interpersonal, de comprensión y de seguimiento, con un sustrato básico psicológico consciente y subconsciente del profesor y de sus alumnos. La personalidad del profesor se proyecta al niño e interviene en su formación para la vida.  

    Cuando actúa desde el nivel consciente, el profesor, lo mismo que cualquier otro individuo en su propio campo, tiende a responder, en clase, a su sentido de responsabilidad y motivación positiva. Esto forma parte del principio general, que damos por asumido, aunque no sea compartido por mucha gente, de que las personas tenemos siempre una motivación positiva para hacer lo que hacemos. A veces, sin embargo, y a menudo por desconocerlos, no utilizamos los medios adecuados para llevar a cabo esta motivación de la forma más apropiada.  

    Cada persona de cualquier clase y país tiene toda una gama de condicionamientos educativos y del entorno que actúan en el subconsciente y que interfieren en su manera de comportarse y en sus actitudes existenciales. Esto impide, a veces, que se pueda llevar a cabo una actuación positiva aunque se tenga una buena motivación para hacerlo.  

    Por esta razón, en su actividad educativa como facilitador de la formación de la personalidad de sus alumnos, el profesor acaba actuando, lo quiera o no, como un psicoterapeuta, aunque sin haber aprendido cómo hacerlo de forma efectiva. Tiene que reconocer, analizar y tratar situaciones personales propias y de sus estos, e alumnos. E como el mismo, están en general afectados, de un modo u otro, por situaciones familiares, del entorno y escolares que interfieren en su labor de clase, de socialización, académicas y vivenciales en general.  

    Vista desde esta perspectiva, la tarea del profesor presenta una gran complejidad, en particular si él mismo no ha resuelto o no está en proceso de resolución de sus propias dificultades anímicas.  

    La labor educativa en la escuela tiene que tener en cuenta que estas situaciones condicionantes existen, aunque en distinta medida, en todas las familias, y tienen por lo tanto que buscar los medios de neutralizarlas con la labor escolar.  

    Por consiguiente, y según los paradigmas que se proponen para educar de forma efectiva para un mundo mejor, se necesitan educadores que sean capaces de relacionarse consigo mismos desde la aceptación incondicional de sus propias diferencias y que tengan una visión esencialmente positiva de la vida y de las relaciones humanas. El profesor, como persona con autoestima o autorrealizante, podrá proyectar en este caso a sus alumnos un modelo de adulto que les motive y les ayude a conseguir una formación personal que esté dentro de las mismas directrices. Para ello, sin embargo, es necesario ser conscientes de lo que hay que cambiar en la educación.

    Deficiencias educativas normalizadas

    Según los recientes estudios sobre los efectos de la educación tradicional familiar y escolar en el individuo, se están descubriendo cada día nuevos elementos de interdependencia.  

    Existe una corriente de psicólogos, educadores e investigadores que han hecho interesantes y dramáticas averiguaciones sobre lo que se ha denominado la pedagogía venenosa y perniciosa. Se entiende por ello la utilización educativa de la vergüenza y de la culpa para conseguir de los niños disciplina, resultados académicos y comportamientos conformes a las expectativas de los educadores (padres y profesores). Si nos paramos a examinar los paradigmas educativos todavía activos en la familia y en la escuela, podemos observar cómo este tipo de pedagogía se puede todavía considerar como generalizada en nuestro mundo occidental. En realidad podemos considerarlo como la causa principal de la desmotivación y renuncia a la propia autenticidad y autoestima de los niños desde la infancia, con la consiguiente interrupción o retraso de su maduración, total o parcial según los casos.  

    Siguiendo las pautas indicadas en su tiempo por el psicólogo Eric Berne, en su Análisis transaccional, se ha enfocado el estudio del comportamiento y de las reacciones psicológicas de las personas desde la perspectiva de un hipotético «Niño interior» que cada persona tiene en sí misma. Las reacciones de este «Niño» continúan formando parte de nuestra personalidad e intervienen en la determinación de nuestras actitudes y comportamientos también en la edad adulta.  

    Desde la infancia la mayoría de las personas hemos sufrido, quien más y quien menos, situaciones emocionales que, de alguna manera, no hemos podido integrar. Como consecuencia, y en general sólo en algunos aspectos, nos hemos quedado psicológicamente con comportamientos y reacciones vivenciales inmaduras.  

    La otra perspectiva del estudio del «Niño interior» se basa en la percepción y el recuerdo de las relaciones que desde niños tuvimos con nuestros padres y profesores.  

    Estas relaciones, se afirma, han interferido en la formación de hábitos, actitudes y comportamientos ajenos a nuestra verdadera personalidad. Los mismos se conservan en la edad adulta y forman parte de la dinámica existencial de cada uno hasta que nos motivemos a reconocerlos y a cambiarlos.  

    La tercera parte de esta teoría es más positiva y se refiere a las facetas o partes de la personalidad del individuo que han podido crecer y madurar por las contingencias adecuadas de su entorno y, en primer lugar, por la actuación de unos buenos educadores (padres, profesores y otras personas).  

    Estas facetas de maduración adecuada representan lo que Berne llamaba el «Adulto interior» y se manifiestan en un comportamiento vivencial auténtico, equilibrado, consciente y abierto de la persona psicológicamente adulta. Generalmente, situaciones de los tres tipos se dan en cada individuo de una forma u otra según haya sido su formación y su entorno. Todos actuamos como Adulto en algún contexto, y como Niño o como Padre en otros.  

    Las principales causas de interrupción de la maduración del individuo son las típicas que caracterizan la educación tradicional familiar y escolar (autoritarismo o permisivismo, insuficiente atención o cariño, expectativas, castigos, etc.).  

    Aplicadas a individuos con resistencias anímicas y genéticas distintas, dan lugar a la formación de actitudes y comportamientos que dificultan, en mayor o menor medida, las relaciones del individuo consigo mismo, con los demás y con el entorno.  

    Según estas investigaciones, la praxis que se utiliza en la educación familiar y escolar, desde generaciones, está basada en el uso, y a menudo hasta en el abuso, desde la primera infancia, de estados emocionales negativos. No sólo se utilizan la vergüenza y la culpa, sino que intervienen también la falta de atención suficiente y la falta de contactos afectivos abiertos e incondicionales por parte de los educadores (padres y profesores).  

    Aunque en distinta medida e importancia, los niños crecen y se desarrollan en un ambiente que unas veces es autoritario y represivo, y otras demasiado permisivo. En ambos casos el niño acaba careciendo de una suficiente seguridad y autoconcepto como persona.  

    Las consecuencias, en mayor o menor medida, son traumáticas y, en lo emocional, limitadoras de la creatividad, espontaneidad y motivación positiva incondicional del individuo. Estas consecuencias continúan manifestándose posteriormente en los adultos y, a excepción de situaciones límite, no se hace nada o casi nada al respecto.  

    La mayor parte de los niños que llegan a la escuela desde este tipo de entorno familiar presenta, bajo el punto de vista de su formación personal, una carencia de autoestima más  

    o menos acentuada.  

    En la escuela, por la estructura de la misma, y si no hay una actuación personal de los profesores para modificar esta situación de condicionamiento comenzada en la familia, las dificultades anímicas de los niños tenderán a reforzarse en lugar de reducirse.  

    Lo mismo que la mayoría de los padres, también los profesores, a los cuales se les confía el cuidado y la formación de la personalidad de los niños en sus etapas escolares, son el fruto de la educación perniciosa. A menudo, por lo tanto, en su relación con los alumnos, actúan desde su propio «Niño interior», traumatizado en mayor o menor cuantía desde la infancia. Son incapaces de relacionarse naturalmente, de forma empática, comprensiva y aceptante de una realidad emocional que prefieren no reconocer en los demás, ya que no la aceptan en sí mismos.  

    Por las investigaciones sobre el tema se maneja la analogía de «educadores que con una maduración, en algunas facetas de su personalidad, parada a sus cuatro o cinco años, están a cargo de la educación de niños con una maduración personal a nivel anímico a veces más desarrollada» por la intervención de elementos externos, como los compañeros, los medios de comunicación y otros.  

    Así, se dan situaciones en las relaciones alumno/profesor como:

    — Trato autoritario o de sumisión en el aula.  

    — Dificultad de comunicación y diálogo.  

    — Defensas del Ego.  

    — Separación y preconceptos de varios tipos.  

    — Miedos.  

    — Vergüenza.  

    — Culpa.  

    — Resentimiento, etc.

    Éstas son las causas y al mismo tiempo las consecuencias desmotivantes del condicionamiento anímico del educador. Éste no se siente seguro como persona y, por lo tanto, le es difícil serlo como profesional de la educación y sin darse cuenta reacciona en conformidad en su actuación en el aula.  

    Para poder estar en condición de localizar y tratar, de forma empática y abierta, las distintas características de comportamiento, percepción y comprensión de sus alumnos, el profesor —en sus funciones docentes, y más todavía cuando ejerce la función de tutor— necesita haber superado e integrado el retraso de maduración y de crecimiento de su propio «Niño interior». Debe ser capaz y estar dispuesto a evaluar su actuación educativa, desde la perspectiva del recuerdo de su propia experiencia de educando, para modificar lo que en su tiempo le fue perjudicial. Esto, sin embargo, le resulta muy difícil hacerlo ya que, como mecanismo de rechazo a su propia educación y formación, a menudo bloquea los recuerdos correspondientes en la parte negativa y penosa de su contenido.  

    A los psicoterapeutas, antes de empezar a ejercer su profesión, se les aconseja que se sometan ellos mismos a un tratamiento de psicoanálisis u otra psicoterapia. En algunos países es hasta obligatorio hacerlo para poder ejercer la profesión. Se considera un elemento experimental y de reconocimiento, además de refuerzo o saneamiento, según los casos, de su propia situación anímica personal. Un ciego que dirije a otros ciegos no puede ser muy efectivo en su actuación como guía.  

    A los profesores, sin embargo, no se les exige en la actualidad ningún conocimiento ni experiencia de sí mismo desde el enfoque de la psicología clínica o del crecimiento personal, según se denomina el concepto terapéutico en la psicología humanista.  

    La carrera incluye algunos conocimientos de psicología evolutiva que tratan sobre las distintas etapas estándar de evolución y maduración del niño. No se entra, sin embargo, en la dinámica de reconocer los retrasos de maduración del mismo profesor y de sus alumnos en las distintas etapas evolutivas, de las causas de los mismos, ni en cómo superar las dificultades que se detecten. Éste creo que es un factor que necesita una reflexión amplia y una acción urgente.  

    Más o menos, todo el mundo está de acuerdo en que, si queremos modificar la sociedad en que vivimos, hay que modificar el sistema educativo, desde la familia y desde la escuela.  

    En este segundo caso, que es el que nos interesa en este manual, el profesor tiene que estar en condiciones de explorar la situación familiar y del entorno de los niños, en cuanto elemento básico de sus diferencias y estilos de aprendizaje y de socialización. Tiene que conocer y aceptar, por otro lado, las reacciones vivenciales y escolares de cada niño en sus etapas de crecimiento y aprendizaje anteriores. Necesita reconocer su situación con respecto al sentido de pertenencia, del autoconcepto, de la motivación, de la procedencia genética y más informaciones de carácter personal.  

    Necesita por fin estar dispuesto y abierto a comprender, evaluar y aceptar el potencial de crecimiento anímico de sus alumnos, desde su propia experiencia en la labor personal de crecimiento efectuada consigo mismo. Si ha comprobado, desde la experiencia personal, la importancia del condicionamiento educativo en los resultados personales y académicos, será capaz de abrirse a la comprensión y a la toma en consideración de las distintas facetas de la personalidad de los niños y de la suya propia.  

    Se dará cuenta, llegado a este punto, de la importancia de los sentimientos y emociones en la respuesta vivencial del individuo, niño o adulto. Esto contrasta con la tendencia que se nos ha enseñado de evaluar las actuaciones vivenciales desde el razonamiento lógico, sobre las respuestas a estímulos externos de varios tipos.  

    Habiendo comprobado él mismo la importancia de la validación de sentimientos y emociones en el desarrollo de una personalidad más abierta y autorrealizante, el profesor se motivará para crear contextos en que los niños reconozcan y cuiden sus propias relaciones intra e interpersonales.  

    En principio, dentro del sistema educativo actual, se da por descontado que, siendo una persona adulta, el profesor está maduro para enseñar. No se considera por lo tanto necesario profundizar sobre su nivel de condicionamiento, autoconocimiento y crecimiento individual.  

    Como consecuencia, no hay ningún programa institucionalizado para su preparación desde la perspectiva de la salud mental del individuo. Es un tema que se prefiere no tocar; no obstante, el aumento de situaciones de estrés, ansiedad y depresión en todas las profesiones demuestra cómo se dan múltiples desajustes en la personalidad de la mayoría de los individuos.  

    Sin embargo, hay estudios muy exhaustivos, y se están haciendo campañas de concienciación desde hace años, sobre la influencia de la salud física en la maduración intelectual y mental del individuo. Hay programas de educación física de carácter preventivo y formativo cuya importancia se hace cada día más patente.

    Preparación del profesorado

    En este manual presento la tesis de que una preparación del profesorado, desde las perspectivas de su propio crecimiento personal y el de sus alumnos, representaría un paso de importancia capital para la consecución de unas estrategias existenciales distintas y mucho más sanas y efectivas dentro de nuestra sociedad.  

    Los profesores que lo hacen son todavía una minoría que ha tomado la iniciativa y la decisión por razones personales de diversa índole dentro y fuera del contexto profesional.  

    Yo creo firmemente que esta minoría debería extenderse hasta incluir la mayor parte del profesorado en cuanto educadores y modelo o ejemplo, cada uno de ellos, de miles de niños a lo largo de su carrera.  

    Sin embargo, se prefiere ignorar o hasta rechazar esta necesidad. Se da por descontado que todos, por el simple hecho de ser adultos, tienen un nivel de apertura personal

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