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Clínica Jardín del Este
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Libro electrónico240 páginas3 horas

Clínica Jardín del Este

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Al igual que en las novelas anteriores Clínica Jardín del Este, el protagonista es el inefable y atribulado Alberto Larraín Errázuriz y su poderoso entorno. Junto con algunos de sus amigos y conocidos de toda la vida, esta vez decide realizar un nuevo emprendimiento altamente rentable. Incursionará en el lucrativo negocio de la salud, asociándose con médicos y economistas para fundar la Clínica Jardín del Este.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2017
ISBN9789563241501
Clínica Jardín del Este

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    Muy entrenudo!! En algunas partes me reí bastante. Lo recomiendo.

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Clínica Jardín del Este - Elizabeth Subercaseaux

31

PALABRAS DE LA AUTORA

Esta es una novela. Los personajes que aparecen en ella no existen en la vida real. Por razones literarias e históricas he incluido nombres o referencias a personas públicas, sin embargo, cualquier semejanza entre los personajes imaginarios de esta historia y alguna persona de la vida es una coincidencia.

En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven...

Drauzio Varella

Oncólogo, pionero en la prevención del SIDA y escritor brasileño

1

Alberto abrió la ventana de su oficina y miró hacia abajo. Había pocos autos y a esa hora de la siesta la calle casi desierta parecía una foto. El apacible panorama lo hizo sonreír. Le gustaba esa tranquilidad de verano, que todo el mundo estuviera en las playas o en los lagos del sur y la ciudad pudiera mostrar un rostro más amable. Él había pensado ir unos días a Zapallar y finalmente optó por prestarle su casa a la Maca Huidobro y quedarse en Santiago. Sus hijas estaban en el lago Caburgua con sus familias. La Marisol no salía de vacaciones hasta mediados de febrero. No había mucho trabajo en la oficina, pero las quejas de la Eudosia lo estaban volviendo loco y prefería volver a la casa una vez que la nana se hubiese marchado. Sus padres llevaban casi un mes en Zapallar cuando a su papá le dio neumonía y tuvieron que traerlo a la Clínica Santa María donde estaba reponiéndose. De la Pila no sabía nada. ¿Estaría en Cartagena? La última vez que hablaron le contó que había vuelto con Gonzalo Carrera. ¿Por cuánto tiempo? No lo sabía, no pondría sus manos al fuego por esta reconciliación, le dijo. Si el libro que acababa de terminar resultaba un nuevo desastre, Gonzalo no volvería a verle un pelo, ella no se mamaba otra seca ni otro intento de suicidio. 

El recuerdo de la Pila le arrancó un suspiro. Echaba de menos su vida con ella. Aunque le hubiera pasado lo peor que pudiera pasarle y se hubiera librado del temor a perderla, la ausencia de la Pila seguía siendo una especie de presencia constante. Su rutina no había sufrido grandes alteraciones: de la casa a la oficina, de la oficina a la casa, dos o tres veces por semana almorzaba en El Golf con algún amigo, los martes en la tarde visitaba a su mamá, una que otra vez invitaba a la Maca a cenar al W. No sería el pasar más alegre, pero él nunca había sido un hombre alegre.

Bostezó. 

Pito había dicho que llegarían a las cuatro. Hacía tiempo que no veía a Juan Carlos Echaurren. Muy buena persona, Patato, un gran caballero, siempre le había caído bien. Cuando él estaba casado con la Pila y Patato con la Maca Huidobro salían a comer juntos a cada rato. Ahora se alegraba de verlo, era un hombre inteligente, notable empresario, sino el más rico, uno de los más ricos de Chile. Había sido alumno del San Ignacio, no del Verbo como casi todos sus amigos, lo llamaban el izquierdoso aunque no tuviera un pelo de izquierdista, sin embargo, era el único de todo su grupo que estuvo por el No en el plebiscito. Patato y mi mamá.

El citófono lo sacó de sus pensamientos.

—¿Don Alberto? Don Ismael y el señor Echaurren están aquí.

—Hágalos pasar, Marisol. Prepare café, por favor.

—¡Patato! ¡No sabes el gusto que me da verte! —exclamó Alberto, dándole efusivos golpes en la espalda—. Sino fuera porque la Maca me tiene al tanto de tus cosas no sabría nada de ti.

    La sonrisa de Patato dejó ver una hilera de dientes blancos y parejos. Tenía cincuenta y cuatro años que no representaba, era muy esbelto, una mata de pelo negro enmarcaba la cara de huesos cuadrados y el azul oscuro de sus ojos un poco juntos contrastaba con la blancura de su piel. Alberto lo miró de arriba abajo con una pizca de envidia, qué manera de conservarse joven.

—Se ve que la vida te ha tratado bien —le dijo.

—Este gallo se enamoró, huevón, por eso anda rejuvenecido.

—Bueno, sí, algo de eso hay —afirmó Patato—. La verdad es que me calzaron medio a medio. 

—¡Pero qué buena noticia, hombre! ¿Y se puede saber quién es la afortunada?

—Si la vieras te quedarías sin aire, huevón. ¡Puta la mujer linda!

—Se llama Henrietta Weigel —dijo Patato—. Y en realidad es preciosa, pero no creas que me enamoré solo de su belleza, Henrietta es una de las personas más inteligentes que he conocido, entretenida, cariñosa… mejor no sigo, vas a creer que me estoy poniendo chocho.

—¿Dónde la conociste? —preguntó Alberto.

—Nos conocimos en uno de los tantos viajes que me tocó hacer mientras montábamos la hidroeléctrica con Carolo Lyon. Era azafata de LAN.

—Y por lo visto la cosa va en serio, huevón. No me extraña nada que Patato haya caído redondo, yo sabía que esas lolas iban a pasar a la historia en el momento en que encontrara una mujer que valiera la pena. ¿O me equivoco?

Patato asintió con la cabeza.

—Te felicito. Las lolas están bien para pasar el rato —dijo Alberto, y temeroso de que le preguntara por su propia soltería, cambió de tema—. ¿Quieres tomar algo?

—Dame un café negro.

—¡Ya, huevón! Vamos a lo nuestro —dijo Pito, juntando las manos como si fuera a rezar—. Javier Santa María vuelve a Chile forrado en plata y quiere invertir en un proyecto interesante. La semana pasada llamó a Patato desde Los Ángeles y lo invitó a participar. Patato le habló de nosotros dos y el huevón quedó encantado.

—¿Javier viene para quedarse? ¿Y no le estaba yendo tan bien en esa clínica de Beverly Hills?

—Más que bien, huevón, se hizo de veinte millones de dólares en diez años, puro operando, sin arriesgar un cobre. Se ha hecho famoso como cirujano plástico en California. Dicen que una prima de la Angelina Jolie se sacó los colgajos del brazo con él. Ha ganado no sé cuántos premios, inventó una cuestión que se llama  anestesia tumescente, la usan en casi toda Europa, hasta en Alemania, huevón.

Alberto alzó las cejas.

—¿Y por qué vuelve a Chile?

—Parece que fue cosa de la Ana María —dijo Patato—. Hubo un problema con su niñita, la Pía. La tenían en uno de esos colleges feministas y algo me dijo Javier de una roommate lesbiana. La cosa es que a la Ana María le entró pánico, sacaron a la chiquilla del college y decidieron regresar a Chile. 

En pocas palabras Patato expuso el plan: Santa María quería asociarse con un par de hombres de negocio y poner una clínica de cirugía estética con toda la tecnología californiana. Traería implantes mamarios de titanio, nuevas técnicas de laserlipólisis, su anestesia tumescente y otros adelantos que aquí no existían. Él y Pito le habían ofrecido crear juntos una sociedad médica que constara de la clínica, por supuesto, una Isapre y las propiedades necesarias para ambas cosas, vale decir una casa para la clínica y oficinas para la Isapre. 

—¡Qué te parece, huevón!

—Te estarás preguntando cuál sería tu papel en todo esto

—siguió Patato.

—Sí, y también me estoy preguntando de dónde sacaron que puede ser un negocio tan fácil. No quiero ser aguafiestas, me gusta analizar las posibilidades con lupa antes de lanzarme al agua.

—Mira, huevón, en este país hay dos bienes de consumo que son minas de oro, hay que tratarlos con cuidado porque se trata de áreas sensibles, pero dan muuuuucha plata. Uno es la educación y el otro es la salud. Los avispados que arriendan propiedades a las universidades privadas se han llenado de oro. Ya sabemos cómo se han forrado los que tienen Isapres. ¡Mira las tremendas ganancias de las Isapres! ¿Y qué le estamos proponiendo a Javier Santa María? Una Isapre que cubriría las operaciones de la clínica, oficinas para la Isapre y la casa donde funcionaría la clínica. Clarín clarete, huevón. Tú te encargas de las propiedades, Patato de la Isapre, yo quiero gerentear la clínica, me fascina la idea de dirigir un negocio que no he hecho nunca antes.

Alberto le pegó una mirada atónita. 

—La idea es que te hagas socio como propietario —intervino Patato—, es decir, que financies la tercera parte de una casa para la clínica y las oficinas para la Isapre y nosotros te arrendaríamos ambas cosas. Tendrías una buena participación en el negocio de la clínica, veinticinco por ciento, diez por ciento en el de la Isapre y como corredor de propiedades te quedarías con el cien por ciento de los alquileres.

Alberto empezó a entusiasmarse. Veinticinco por ciento, más un diez por ciento, más cien por ciento en los arriendos…

—Mmm… puesto así suena atractivo, lo que no veo es cómo podría ser buen negocio para una Isapre cubrir gastos de cirugía estética. Esas operaciones cuestan un ojo de la cara, de hecho ninguna Isapre las cubre. 

—No las cubren porque no son imaginativos —retrucó Patato—, no se dan cuenta de que están tirando miles de millones a la basura al pagar por operaciones que cirujanos chantas les pasan como cirugías del riñón y son abdominoplastías. Si una Isapre tuviera la inteligencia de financiar una, solo una cirugía estética por grupo familiar al año, se llenaría de gloria, viejo. 

—¿No sería un desangramiento? —preguntó Alberto.

—Para nada, viejo, mira: yo soy la Isapre, ¿okey? Contrato seis cirujanos plásticos, buenos, calificados. Ponte que les pague tres millones de pesos a cada cirujano y los tengo operando cinco días a la semana, el otro día se lo dejo para su consulta, que opere en otro lado, que haga los que quiera. Por dieciocho millones, más lo que me cuesta el pabellón, puedo dar servicio de cirugía estética todo el día, viejo.

—¿Viste, huevón? Súmale a eso que la clínica también será nuestra y saca tú mismo la cuenta.

—Claro —siguió Patato—. Al día siguiente todas las mujeres se van a tu Isapre. Todas. 

—Yo no lo veo tan claro —dijo Alberto—. Me temo que si creamos un seguro médico, que cubra cirugía plástica, vamos a vernos con una cola de mujeres pechando para estirarse la cara cada vez que tengan un matrimonio.

—Es que no es tan así, huevón, la Isapre cubrirá un cierto número de intervenciones, cada cierto número de años, pero la cosa no es La Polar llegar y llevar, no pues, huevón, usted se me pone toxina botulínica este año, pero no se me vuelve a poner hasta dos años más, se me levanta las tetas, pero una vez cada cinco años, nomás, pues, huevón. Y el seguro va a ser caro. Estamos hablando de medicina de lujo para gente con plata. Las señoras de los obreros no se estiran la cara, huevón. La cirugía estética jamás ha sido para proletas, aquí estamos hablando de otra cosa. ¿Y por qué es buen negocio? Porque las minas con plata están dispuestas a pagar lo que sea con tal de que les saquen los rollos, les borren las arrugas, les levanten el poto y les pongan tetas ricas. Lo otro es que una vez que empiezan a estirarse, disimular los surcos y entrompar la boca, ya no paran, huevón.

—¿Cómo es que no paran? ¿A qué te refieres? —preguntó Alberto, pensando en su hija Pilarcita, que había insistido en echarse una de esas sustancias en la frente y en los labios.

—¡No pueden parar, huevón! Habla con cualquier plástico y te dirá que el Botox se disuelve, las patas de gallo vuelven, los surcos vuelven, todo vuelve y hay que operarse de nuevo.

—Así es —confirmó Patato—,  y por lo mismo nuestra Isapre tendría una variante respecto de las otras, cubriría el cien por ciento, y no solo para cirugía estética sino para todo lo demás. Nuestra idea es crear una Isapre como la Blue Cross & Blue Shield de Estados Unidos, un seguro muy caro, pero muy eficiente, usted paga y yo le cubro absolutamente todo, incluso los remedios. Puede operarse de lo que quiera, cuando quiera, en cualquier clínica y con cualquier médico.

—Y como vamos a ser dueños de la Isapre y de la clínica de cirugía plástica, nada de andar pasando como hemorroide un procedimiento de hilos tensores, para que pague la Isapre, huevón, no, aquí no habrá engaños de ese tipo.

—Exacto —acordó Patato—, los guardianes de la Isapre vamos a ser los mismos dueños de la clínica.

—A ver si lo tengo claro —dijo Alberto, a la vez que anotaba unas cifras en su iPad—. Mi inversión consistiría en capital para las propiedades y mis ganancias en el alquiler de estas propiedades, más el veinticinco por ciento de lo que gane la clínica y el diez por ciento de la Isapre. 

—Exactamente, huevón, y la Isapre se va a llamar El Cóndor, ¿te gusta el nombre? El Cóndor: vuela alto, vuela mejor. 

—¿Ya le tienen nombre? —preguntó Alberto, anonadado.

—¡Esto se arma en un santiamén! No hay para qué calentar asiento. Los billetes están, las ganas están. ¿Qué dices, huevón? ¿Entrái o te quedái afuera, muerto de envidia, viendo cómo nos forramos?                       

—Déjenme pensarlo.

2

Las cumbres de nieves eternas fueron alejándose y Javier vio un cóndor planeando entre los picachos más bajos. Admirado, fijó la vista en los movimientos suaves y elegantes del ave. Llevaban un par de horas volando sobre territorio chileno y el avión había comenzado su descenso. Iban a ser las seis de la mañana en su reloj, las ocho en Santiago. Movió las perillas y ajustó la hora. Ana María apoyó la cabeza en su hombro.

—¿Preocupado?

—Ansioso, más bien. Quiero llegar de una vez por todas.

—¿Preocupado? —insistió Ana María, mirándolo ahora de frente.

—Bueno, sí, también. Es todo un cambio, no sé si las cosas vayan a ser tan fáciles… no sé.

—Javier Santa María Bulnes. Mírame.

—Qué.

—Te han considerado uno de los cirujanos plásticos más prestigiosos de Los Ángeles, distinguido como chairman del Congreso Mundial de Liposucción en Denver 2008, operaste a un sheik de Arabia Saudita, la revista Tatler te mencionó como uno de los mejores cirujanos plásticos del mundo, la Sociedad de Cirujanos Plásticos de Estados Unidos te nombró socio honorario, hasta una prima de la Angelina Jolie te eligió para operarse, ¿y tienes miedo de cómo te vaya en Santiago de Chile? ¡Ay, Javier! Me carga cuando te pones así. ¡Te irá de maravilla, gordo, de maravilla, acuérdate de mí! Además este es TU país, guatón, TU país. ¿Y quieres que te diga una cosa? Chile ya no es un país piñufla y atrasado. En Santiago no hay una sola mujer de cuarenta que no se haya estirado, todas quieren echarse alguna cosita para verse más atractivas, ¿me estás escuchando? Todas. Incluso las que ni han cumplido cuarenta. La Pila Irarrázaval me contó que su hija Pilarcita ya se está poniendo Botox en la frente para prevenir arrugas. ¡Prevenir, gordo! ¿Y las de cincuenta? Nómbrame una que no se haya entregado a las manos de un plástico. No hay más que verlas en la vida social de la Caras y El Mercurio. Todas regias, con unos labios preciosos, gordos, sensuales. La Milena Bustos se puso hilos tensores y le dejaron un traste de treinta. No, guatón, si algo vas a tener en Santiago es éxito, primero, porque eres una eminencia y segundo, porque no es lo mismo la clínica de Javier Santa María Bulnes que la de cualquier roteque.

—Sí, yo lo sé, racionalmente lo sé…

—Déjate de aprensiones que no sirven para nada, guatón. Además está la Pía.  No podíamos quedarnos en Estados Unidos con esta niñita en ese college infectado de feministas, con una roommate lesbiana y tu propia hija defendiendo su "choice. La sola palabra choice" me da calambre.

—Nunca dije que quedarnos allá fuera una opción —murmuró Javier recordando el último Thanksgiving en Los Ángeles… 

…la Pía avisó que iría a visitarlos con su roommate. Julie necesita pedirte un favor del porte de un buque, papá. El miércoles en la noche llegó desde Massachusetts acompañada de Julie. Pasaron un Thanksgiving tranquilo y aburrido, Ana María reclamando porque se le quemaban las manos al dar vuelta el pavo en el horno: En este país de mierda ni siquiera hay nanas, yo no sé cómo vive la gente. A la hora de la cena hubo secreteos entre las dos amigas, caritas, guiños de ojos. Mucho misterio y nadie quiso decirle nada. No seas impaciente, papá, Julie te contará de qué se trata todo, el lunes, en tu consulta.

Julie se presentó en su consulta el lunes a las nueve de la mañana. 

—Quiero achicarme los pechos—le dijo.

Él la examinó con todo cuidado. La chica estaba sana como yogur, su peso era normal, no fumaba ni comía carne, era vegana, trotaba una hora diaria y efectivamente tenía las mamas desproporcionadas. 

—A ver, Julie, yo podría hacer una reducción mamaria, es un procedimiento relativamente fácil, no tiene mayores complicaciones, lo que hacemos es quitar una porción de tejido mamario para lograr mamas de menor volumen y mejor posicionadas con referencia al tórax. Actuamos fundamentalmente sobre tejidos glandulares y adiposos. Pero, antes de entrar en mayores detalles, necesito saber por qué quieres hacerlo. 

—Estoy perdidamente enamorada de Kate Moss —dijo la chica con toda seriedad.

—¿Te gustaría ser plana como la modelo? —inquirió Javier.

—No es que esté enamorada de esa Kate Moss, sino de la Kate Moss de mi clase en Wellesley. Soy lesbi, ¿sabe?

Javier sintió que le faltaba el aire y se levantó para abrir la ventana.

Julie estaba determinada a operarse. Si no lo hacía él, ya encontraría otro, total, estaba

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