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¿Estás listo para morir?: Un ensayo sobre el sentido de la vida y el cruce hacia la muerte.
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¿Estás listo para morir?: Un ensayo sobre el sentido de la vida y el cruce hacia la muerte.
Libro electrónico276 páginas5 horas

¿Estás listo para morir?: Un ensayo sobre el sentido de la vida y el cruce hacia la muerte.

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“Un libro interesantísimo, escrito con rigurosidad y conocimiento profundo de una temática que es necesaria conocer y reflexionar. La autora nos presenta las distintas visiones acerca del sentido de la vida y el cruce hacia el portal que llamamos muerte, que nos permite dar el próximo paso evolutivo hacia el Todo y re-encontrarnos con la fuente “original” para seguir en un proceso de crecimiento personal y universal”.

Roberto Bravo, pianista

“Es un libro que traza un hilo más que visible entre la vida y la muerte. Más allá de la razón, pero sin prescindir de ella, entrega elementos pedagógicos para quien pretende investigar en temas espirituales que el miedo y muchas religiones evitan. Es un buen ejercicio de auto observación y contemplación del mundo circundante”.

Javier Rebolledo

La idea de la muerte, siendo un destino ineludible, es generalmente evitada en nuestra cultura. En este libro la autora releva los conceptos fundamentales sobre lo que se ha escrito e investigado desde el umbral de la muerte hasta el denominado “más allá”. Con la pregunta interpeladora ¿Estás listo para morir? este libro propone la necesidad de una preparación y conocimiento para esa eventualidad a las que estamos destinados los seres humanos, así también como entender y superar el desconcierto y zozobra que nos provoca la pérdida de nuestros seres queridos.


SOBRE LA AUTORA:

María Angélica Vallejos Sofjer es chilena. Nació el 2 de agosto de 1946 en Santiago. De formación católica y familia convencional, siempre tuvo la inquietud de encontrar un sentido a su vida y develar el propósito para el cual había nacido. Una vida difícil rica en experiencias, a veces traumáticas, la hizo desenvolverse en el mundo de la moda y la actuación, dejando de lado los estudios de Arte y Diseño que había hecho en la Universidad de Chile. Vivió en el extranjero en diversas oportunidades, recorriendo muchos países que produjeron cambios importantes en su interior. Madre y abuela reside actualmente en Chile donde se encuentra trabajando en su próximo libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 jun 2016
ISBN9789563243802
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    ¿Estás listo para morir? - María Angélica Vallejos Sofjer

    Sabrina

    Agradecimientos

    Mi más profunda gratitud a Patricia Robinson, por regalarme el computador que me sirvió maravillosamente para escribir la mayor parte de este libro; a mi sobrina Karla, por regalarme el segundo; a mi cuñado Kord K. Holscher, por ayudarme a imprimir y compaginar las últimas copias; al doctor Patricio San Martín y su señora, por su cariño y servicio desinteresado a mí y a mi familia, en el más claro ejemplo de quien lleva a cabo su dharma a la perfección; y al maestro Roberto Bravo, por creer en mi obra y generosa ayuda.

    ¿Y cómo no agradecer, especialmente, la ayuda invaluable de las entidades superiores que me han inspirado en todo momento desde otras dimensiones? Y, por último, a mi hijo Arthur, cuya muerte y ayuda desde el bardo¹ han sido la causa original de esta obra.

    Introducción

    Nunca una época ha sentido la muerte de forma tan unidimensional como la nuestra. La muerte, en general, no es más que el final absurdo de una vida carente de sentido. La muerte no es más que el siniestro segador que nos lleva. Cuando, en Occidente, empezamos a despojar a la muerte del significado que le daban la religión y los mitos, la profanación total de la vida humana no fue más que cuestión de décadas. No podemos ya darle un significado a la muerte, en la que no vemos más que la detención de ciertas funciones orgánicas. La muerte se ha convertido en un estado fisiológico. Pero esta idea nos resulta tan poco satisfactoria que nos la componemos para no mirar a la muerte de frente. Encerramos a los enfermos y a los moribundos en habitaciones desnudas, llenas de aparatos, y sobre todo apartados de toda presencia humana. No queremos tener nada que ver con la muerte. No queremos meter a los muertos en ataúdes y enterrarlos. Queremos apartar a la muerte de nuestro camino y olvidarla sencillamente.

    El Libro tibetano de los muertos

    Presentación de Eva K. Dargyay

    Mi propósito, el cual nunca imaginé sería sumergirme en este tema, consiste en ayudar a ver la muerte sin temor, con la tranquilidad de aquel que sabe que ya ha dado ese paso muchas veces. Uno debe descubrir por sí mismo qué significa morir, entonces ya no hay miedo y, por lo tanto, cada día es un nuevo día. Vivir una vida en la que exista siempre un terminar para todo lo que hayamos comenzado, no en la oficina o la casa, claro está, sino internamente; terminar con el conocimiento que hemos acumulado, siendo este nuestras experiencias, recuerdos, heridas psicológicas o la manera cómo vivimos siempre comparándonos con alguna otra persona; terminar cada día con todo eso, de modo que al día siguiente nuestra mente sea fresca y joven. Una mente así nunca puede ser lastimada, y eso es inocencia. Podemos hacerlo, de tal modo que nuestra mente y ojos vean la vida como algo totalmente nuevo, eso es eternidad. Es decir, la calidad de la mente en estado intemporal, porque sabe lo que significa morir cotidianamente a todo lo que hemos acumulado durante el día. Entonces hay amor, siendo totalmente nuevo cada día. El placer no lo es, el placer tiene continuidad. El amor es siempre nuevo, por lo tanto, tiene su propia eternidad.

    Hace algún tiempo comencé a releer diferentes libros que atesoré y que de alguna manera guardaban relación entre ellos, pero hasta entonces no lo había percibido; y lentamente comenzó a armarse un colosal rompecabezas en mi mente. Luego, algunas noches atrás, cuando ya me preparaba a dormir, apagué la luz y comencé nuevamente a pensar cuál era el propósito de mi vida, inquietud que mantenía desde niña.

    Lo primero que se me vino a la mente fue escribir… Pero, entonces, ¿qué? ¿Terminar finalmente todos mis escritos inconclusos olvidados en una gaveta? Fue entonces cuando sentí el impacto de una relampagueante e imprevisible epifanía: ¡Debía escribir un libro acerca de la muerte!

    La emoción que me embargó en ese momento me hizo saltar. Felicidad y alivio, al unísono, pero por sobre todo, impactada por la claridad del mensaje. Por fin todo encajaba a la perfección: las vivencias, el dolor, las pérdidas, lo que recibí a través de la meditación y hasta los libros que conservé conmigo. ¡No tuve duda alguna! Todo armonizaba perfectamente para un solo propósito: ayudar a pensar, masticar, digerir y perder el miedo a ese paso y, por ende, mejorar nuestras vidas. Escribir este libro devino el leitmotiv de mi vida, una necesidad. Por fin podría hacer algo por los demás.

    Debo aclarar que con el paso del tiempo nunca he dudado de la veracidad de esta experiencia, aunque he tenido que vencer difíciles obstáculos. Y es esta certeza la que finalmente me dio la fuerza para llevar la tarea hasta el final.

    Ahora bien, creo que el ser humano necesita detenerse y reflexionar acerca del momento más importante de su vida; la muerte llegará inexorablemente y no está preparado en lo más mínimo, y no sabe que si lo estuviera, la vida sería increíblemente más plena y llevadera. Todo el tema de la muerte ha sido velado por la ignorancia y recubierto por un velo negro de miedo.

    ¿Estás listo para morir?

    Antes de que las cosas entren en la existencia, su destino es la vida; después que han florecido, su destino es la muerte. Su origen, o sea, el punto en que la vida y la muerte se encuentran, es la eternidad.

    Lao-Tsé

    Tao Te Ching

    Notas adicionales de Gonzalo Gonzalvo Mainar

    La primera vez que sentí el brutal golpe de la muerte tenía 24 años, recién casada y profundamente enamorada; mi marido, de 25, sufrió un accidente de helicóptero y murió quemado. Mi matrimonio duró ocho meses.

    La segunda vez, años más tarde, muere mi madre muy joven aún, consumida lentamente por el cáncer.

    El mismo año del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, en octubre, mi hijo de 24 años cae accidentalmente de un quinto piso sobre el cemento. Muere una hora después, en el quirófano.

    Seis meses más tarde, mi padre fallece también de cáncer.

    El amigo más querido que jamás tuve, muere para asombro de todos a raíz de una operación simple.

    Esta es mi carta de presentación, demostrando que la muerte me ha rondado varias veces como si quisiera decirme algo, aunque fue necesario que pasaran muchos años para que escuchara su voz; entonces, descubrí lo que realmente es.

    Durante milenios la muerte ha sido símbolo de algo siniestro, oscuro, enigmático, y como todo aquello que desconocemos y nos produce temor, devino el mayor de nuestros miedos. Evitamos hablar de ella... ¡porque no sabemos nada! Pero, ¿cómo podemos librarnos del temor?

    Krishnamurti explica impecablemente lo que es el temor en un diálogo sostenido el 18 de junio de 1950. Sostiene que el temor (cualquiera que este sea) no es una abstracción, sino que existe solo en relación con algo: Ofrecer resistencia a un problema, dominarlo, combatirlo o erigir defensas contra él, solo crea nuevos conflictos, mientras que si podemos comprender el temor, investigarlo plenamente, paso a paso, explorar todo su contenido, entonces el temor jamás regresará en ninguna forma. […] La mera represión, sublimación o sustitución crea futuras resistencias.

    El pensador afirma que el temor jamás puede vencerse mediante ninguna forma de disciplina o resistencia, y tampoco podremos librarnos de él buscando una respuesta o acudiendo a una mera explicación intelectual o verbal. Nuestro miedo no está relacionado con el hecho en sí, sino con lo que pensamos que es. Krishnamurti agrega: Tomemos, por ejemplo, la muerte: ¿Le tenemos miedo al hecho de la muerte o a la idea de la muerte? El hecho es una cosa y la idea acerca del hecho es otra. ¿Tengo miedo de la palabra muerte o del hecho en sí?.

    Obviamente, si le tememos a la palabra, a la idea, jamás miraremos el hecho, lo esquivaremos y como no se forma ninguna relación con el objeto de nuestro miedo, este persistirá. En el temor está intrínseco el odio. Solo cuando hay una comunión completa con el hecho, entonces no hay temor ni odio. Si uno se abre completamente al hecho del temor, en este caso la muerte, podremos comprender lo que esta es. Pero uno tiene una idea, una opinión basada en el conocimiento previo, siendo esta idea acerca del objeto lo que da origen al temor. Es nuestra aprensión al hecho lo que nos atemoriza, lo que el hecho podría ser o hacer. De tal modo que es la opinión, el conocimiento que tenemos de la muerte lo que nos perturba, y si a esta la identificamos con esqueletos cubiertos de ropaje negro que vienen a buscarnos para llevarnos a algún lugar terrorífico, es comprensible que la sola idea nos dé escalofríos. Es la mente la que engendra el temor, siendo la mente el proceso de pensar, nos dice Krishnamurti. No se puede pensar sin palabras, símbolos o imágenes que son los prejuicios que se proyectan sobre el hecho originando el temor.

    Por consecuencia, nos liberaremos del temor a la muerte solo cuando nuestra mente sea capaz de mirarla sin traducirla, sin ponerle una etiqueta, sin nombres. Una mirada nueva en busca de conocimiento. Solo podemos liberarnos del temor cuando nos conocemos a nosotros mismos. El conocimiento propio es el principio de la sabiduría, la cual constituye la terminación del temor, continúa el pensador.

    3. Jesús ha dicho: Si aquellos que os guían os dijeran, ‘¡Ved, el Reino está en el Cielo!’, entonces las aves del Cielo os precederían. Si os dijeran, ‘¡Está en el mar!’, entonces los peces del mar os precederían. Más bien, el Reino de Dios está adentro de vosotros y está afuera de vosotros. Quienes llegan a conocerse a sí mismos lo hallarán y cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, sabréis que sois los Hijos del Padre viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, sois empobrecidos y sois la pobreza.

    67. Jesús ha dicho: Quien conoce todo pero carece de conocerse a sí mismo, carece de todo.

    Evangelio según San Tomás

    Texto copto de Nag Hammadi

    Indudablemente podemos aplicar estas palabras en todo orden de cosas como, por ejemplo, el miedo a la soledad y al dolor, ya que estos son obstáculos que nos paralizan haciendo más difícil nuestro aprendizaje en la Tierra. Nos damos cuenta de que es nuestro yo pensante el que nos pone trabas engañándonos con sus necesidades. Reconozcamos nuestros miedos, encarémoslos y veamos cómo se disuelven sutilmente cuando la emoción nos abandona, y mirémoslos frente a frente; reconozcamos que todo ese poder que le damos a esa emoción es una creación de nuestra mente, no es real, todo ocurre en nuestra ensoñación, en nuestras alegorías, las cuales no vemos porque andamos con anteojos de bruma; libres podremos trabajar en nosotros y silenciosa y anónimamente en los que por destino están a nuestro alrededor.

    El proceso de combatir únicamente algo solo alimenta y fortalece aquello contra lo que luchamos; lo que comprendemos, se termina: ya no hay temor, no hay odio.

    El desconocimiento, la ignorancia y el misterio convierten la muerte en un tema tabú, porque si conociéramos al menos algo, si atisbáramos el verdadero significado de este último viaje, nuestra ansiedad decrecería en intensidad. Mientras más la conozcamos, menos la temeremos.

    El factor determinante del miedo a la muerte es el conocimiento consciente o subconsciente de no estar listos con el propósito que nos hizo venir a la Tierra: tareas sin cumplir, deudas sin saldar, lecciones sin aprender, y el apego a la materialidad, sea personas o cosas. En Fedón, un diálogo platónico, Sócrates dice: Por lo tanto siempre que veas que un hombre se enoja y retrocede cuando se ve frente a la muerte, será una prueba cierta de que es un hombre que ama, no la sabiduría, sino a su cuerpo, y con este los honores y las riquezas; o uno solo de ellos o ambos a la vez.

    El blasón de Pedro de Valdivia, fundador de Santiago de Chile, decía: Da más vida la muerte menos temida. Personalmente, he llegado a la misma conclusión, ya que se goza más la vida al perder la muerte su aspecto aterrador.

    Curiosamente, el ser humano vive preparando su futuro, matrimonio, hijos, planificando su agenda (y esto existe aun antes de que el hombre cavernario estudiara cuidadosamente la mejor forma de cazar a los mamuts, su más importante medio de subsistencia), recorriendo colegios y universidades para ser alguien mejor, pero la única cosa que no planifica es su propia muerte, aun cuando la única certeza que tiene desde que adquiere conciencia es que algún día morirá. Nadie puede eludirla, ni ricos, ni pobres, ni poderosos. Sabemos que vendrá, solo no sabemos el día ni la hora. Es obvio, ¿verdad? Pero a veces es bueno insistir para no olvidar. Todo lo demás es ambigüedad.

    En este libro he enlazado a los más diferentes autores y temas como piezas de un mismo engranaje. Nadie es dueño de la verdad absoluta, pero todos ellos aportan su grano de arena para armar el gran rompecabezas de la vida y la muerte. Este es mi aporte para los lectores, que humildemente espero sean beneficiados por mi trabajo.

    El proceso del pensamiento creador en cualquier campo del esfuerzo humano suele comenzar con lo que podríamos llamar una ‘visión racional’, que constituye a su vez el resultado de considerables estudios previos, pensamiento reflexivo y observación.²

    Estas palabras de Erich Fromm definen claramente mi hacer al escribir este libro, el cual más que un esfuerzo, ha sido una necesidad personal, siempre pensando en el prójimo.

    El antiguo Bardo Thodol o Libro tibetano de los muertos (que analizaremos más adelante) es uno de los textos-tesoro que han sido encontrados en una cueva, grietas de alguna roca o en las paredes de un viejo templo, no por un hombre corriente, sino por un santo que gracias a la fuerza de su karma es llamado a encontrarlos; se trata de una misión que no puede evitar. Las enseñanzas de este libro son el fruto de experiencias puramente espirituales transmitidas por siglos, que repite incansablemente cuán importante es durante la vida estudiar, impregnarse y ejercitarse en las meditaciones que han de ayudar, en el momento de la muerte, a alcanzar la visión penetrante, a abrir ese ojo interno: la transferencia de la conciencia. La visión penetrante de la luz fundamental es el conocimiento inmediato en el sentido propio de la palabra, es decir, sin intermediarios; por lo tanto es intuitiva. Esta permite al muerto comprender que la luz es espíritu. La naturaleza profunda o espíritu de un ser es lo primordial, el cuerpo es secundario ya que sin el primero, el segundo se extingue. Desafortunadamente el hombre parece olvidar esta premisa preocupándose más de alimentar su cuerpo que su espíritu. El Bardo Thodol describe la verdadera naturaleza del ser como una pluma llevada por el viento o como cabalgando sobre el caballo solitario del desierto. Estas imágenes descansan sobre una representación muy particular que reaparece en toda la literatura búdica. En un muerto, el espíritu no es portador de un cuerpo de material grosero, sino que está constituido por un soplo ligero. Ese soplo ligero es principalmente el portador del espíritu; es en sí mismo móvil, volátil e inmaterial; se le llama prana en sánscrito y rlung en tibetano. La gama de significados va desde viento, respiración, soplo de vida, hasta vitalidad, energía vital. La tradición del yoga práctico compara con frecuencia ese soplo a un caballo, montura del espíritu; si este último no está domeñado, no se deja domar y sobreviene entonces la distracción en la meditación. Durante el estado intermedio (que veremos más adelante), esa vitalidad, ese soplo, se hace tan rebelde, debido a lo que lo empuja hacia un renacimiento, que hace tambalearse y vacilar a la naturaleza profunda que lleva a la grupa.

    Ahora bien, muchos pensadores se han debatido ante el enigma de la vida y la muerte y aquello que las separa... ¿o las une? Algunos hubieran querido ser río o nube o rama o pradera, antes que conciencias que descubren que sus vidas parecen no tener sentido. Vida y muerte se ven como dos enemigos que luchan entre sí, entidades separadas, antagónicas, donde solo puede existir una u otra. Por lo tanto, poco o nada sabemos de ambas. Mi postulado es que solo conociendo el proceso de la muerte podremos entender la vida. La naturaleza nos enseña día a día cómo una no existe sin la otra; ambas son necesarias, complementarias, nada es estático, todo cambia. Los ciclos se suceden sin parar en un fluir continuo del cual formamos parte; estamos insertos en él aunque no tengamos conciencia de ello.

    Para dilucidar a cabalidad el misterio de la muerte es preciso comprender que esta es solo una etapa de la rueda de la vida, no un proceso aterrador aislado, sino un eslabón necesario de esta continuidad infinita. Si se lo entiende así, la muerte pierde el poder atemorizante que ha perturbado por siempre al ser humano.

    Por milenios el planteamiento de los místicos orientales ha sido que nacimiento, vida terrenal, muerte, vida espiritual se suceden sin cesar, uno tras otro, con perfecta fluidez. Es decir, la reencarnación (varias o muchas vidas terrenales) aparece formando parte de este encadenamiento como la única explicación lógica para las aparentes injusticias y desigualdades que afectan nuestra existencia humana.

    La memoria tribal, los antiguos mitos y fábulas, la creencia religiosa y la sabiduría clásica, todas apoyan la convicción de que son necesarias muchas reencarnaciones para la evolución espiritual, como es necesario el paso de los años para el desarrollo físico. El renacimiento se ha visto siempre como la mecánica, el marco de la inmortalidad: los medios por los cuales puede llegarse al esclarecimiento perfecto. […] La enseñanza de la reencarnación figura en las más venerables escrituras religiosas. En los textos budistas, se compara la transición de cuerpo a cuerpo con la llama que pasa de una vela a la otra, y el alma es representada como dando forma a los cuerpos de acuerdo con sus necesidades, como el orfebre trabaja el metal.³

    En la actualidad hay más de dos mil millones de asiáticos que aceptan la repetición de los ciclos de vida y muerte, con la esperanza de que la generosidad, compasión y búsqueda del conocimiento los liberará de la esclavitud de la rueda logrando la liberación o moksha. ¿Qué pasa en el Occidente? ¿Dejo de ser cristiano por creer en la reencarnación? No, en absoluto. La religión es una decisión personal, así como lo es la creencia. De la misma forma que no hay dos teólogos que sostengan la misma opinión en todo.

    En el siglo VI, en el Segundo Concilio de Constantinopla, la doctrina de la reencarnación fue abolida por el emperador Justiniano, quien temía que esta le restara poder. El papa Virgilio se opuso fuertemente al Concilio, refugiándose en una iglesia de Constantinopla, temeroso de la ira del emperador. El Papa no estuvo presente en ninguna de las deliberaciones ni envió representante alguno, y por lo tanto, jamás aceptó que la doctrina de la reencarnación fuera proscrita del credo cristiano. Pero el poder de Justiniano y su ingenio engañoso fue más que suficiente para hacer que su decisión personal prevaleciera por encima de las creencias del mismo Papa.

    Es a partir de entonces que la noción de la reencarnación desapareció del pensamiento cristiano en Europa y muchos creen, todavía hasta el día de hoy, que la no aceptación de la reencarnación es un verdadero dogma inspirado.

    ¡Todo por la decisión de un… emperador romano!

    Jesús no predicó en contra de la reencarnación; por el contrario, hizo alusión directa de esta cuando al hablar de la grandeza de Juan el Bautista le dice a la gente:

    14 Y si queréis recibir, él es aquel Elías que había de venir.

    15 El que tiene oídos para oír, oiga"

    En el Occidente la idea de la reencarnación fue adquiriendo peso gracias a las investigaciones de innumerables científicos que han tenido que sufrir el desprecio de muchos de sus colegas, pero al final tienen el éxito que merecen a pesar de las críticas sin fundamento que cayeron sobre ellos. Para entender este proceso debemos hacer un poco de historia al respecto:

    Durante la década de 1890, un francés, el coronel Albert De Rochas, dio los primeros tímidos pasos hacia una metodología científica. Imitando el estilo de Franz Anton Mesmer, el médico austríaco que dio su nombre a la hipnosis o mesmerismo, De Rochas llevó a sus sujetos hasta más atrás del nacimiento y a una serie de ‘vidas pasadas’. Se había levantado el velo que ocultaba una nueva dimensión de la experiencia humana y, al mismo tiempo, formulaba la pregunta que aún está en tren de contestarse: ¿Reflejan una existencia previa los testimonios dados en estado de trance? Como él no pudo probar la veracidad histórica de las vidas de sus sujetos, De Rochas quedó meditando sobre ‘la oscuridad en que tienen que luchar todos los observadores al comienzo de cada ciencia nueva’. Por años, después de las exploraciones de De Rochas, los psiquiatras y psicólogos citaban la perturbación mental como causa de que sus pacientes a veces recordaran otras vidas.

    Detractores hubo muchos, y aún los hay.

    Luego, a fines de la década de 1920, el presbiterano norteamericano Edgar Cayce atrajo a un grupo si no tan numeroso, muy interesado en la idea de la reencarnación. El gran vidente rechazaba en un principio esta idea, pero el 10 de agosto de 1923 despertó de un trance autohipnótico declarando que las personas renacen en cuerpos diferentes. Aunque en primera instancia temió que sus facultades subconscientes pudieran haber sido manipuladas por alguna fuerza diabólica, pronto se rindió ante la evidencia. Cayce se convenció de que la reencarnación no era opuesta a las enseñanzas de Jesús. En los siguientes veintiún años dio dos mil quinientas conferencias al respecto, encontrando muchas veces que las

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