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Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente
Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente
Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente
Libro electrónico678 páginas8 horas

Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente

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La vida cultural moderna de América Latina ha tenido su centro en la ciudad; es allí donde germinaron tendencias artísticas y proyectos intelectuales, donde se desplegaron utopías urbanísticas así como disputas ideológicas y políticas. Pero si esto es así, ¿qué características del entorno urbano le han dado a la cultura sus marcas singulares, y cómo pueden seguirse las huellas que iluminan ese proceso de interpenetración entre ciudad y cultura?

Sin afán totalizador, pero a la vez con la ambición de trascender los acercamientos aislados a una u otra ciudad, este libro busca responder esas preguntas abordando, a través de múltiples perspectivas, episodios reveladores de diferentes ciudades sudamericanas desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XXI. Así, hay capítulos que se centran en lugares emblemáticos: un edificio en San Pablo, una calle de Río, un barrio de Buenos Aires, y otros que recorren los circuitos de escritores e intelectuales en Buenos Aires, Recife y Montevideo. En otros capítulos se analizan las producciones letradas y las de la cultura masiva: las obras de teatro en el San Pablo de los años sesenta o las telenovelas que rehicieron el imaginario de la favela en Río.
La ciudad de los márgenes se hace presente a través de las representaciones de las villas miseria en Buenos Aires y las barriadas en Lima, e incluso la anticiudad, el campo, en oposición a una Montevideo europeísta. Y también se examinan los programas urbanos gubernamentales: la Brasilia de Kubitschek, o los proyectos que convierten a Santiago de Chile a finales de los años sesenta en "capital de la izquierda".

Las escenas y los laboratorios urbanos que estos ensayos ofrecen al lector permiten ver cada ciudad como una suerte de espejo en que las otras se presentan en nuevos ángulos; permiten identificar contrastes y coincidencias así como líneas de conectividad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 nov 2019
ISBN9789876296618
Ciudades sudamericanas como arenas culturales: Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente

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    Ciudades sudamericanas como arenas culturales - Adrián Gorelik

    Índice

    Cubierta

    Índice

    Colección

    Portada

    Copyright

    Introducción. Cultura y perspectiva urbana (Fernanda Arêas Peixoto y Adrián Gorelik)

    Parte I. Laboratorios culturales (entresiglos)

    Río de Janeiro. Crepúsculo de Ouvidor (Maria Alice Rezende de Carvalho)

    Buenos Aires. La ciudad de la bohemia (Pablo Ansolabehere)

    San Pablo. La avenida Paulista de la Belle Époque: élites en disputa (Paulo César Garcez Marins)

    Parte II. Lenguas para lo nuevo y la memoria (años 1910-1930)

    La Plata. Figuras culturales de lo nuevo en la ciudad del bosque (Gustavo Vallejo)

    Córdoba. 1918, más acá de la Reforma (Ana Clarisa Agüero)

    Montevideo. El anhelo de ser cosmópolis: la arena cultural 1917-1933 (Jorge Myers)

    Recife. De la ciudad a la infancia: Gilberto Freyre, historia y biografía (José Tavares Correia de Lira)

    Buenos Aires. Mezclas puras: lunfardo y cultura urbana (años 1920 y 1930) (Lila Caimari)

    San Pablo. El edificio Martinelli y la euforia vertical (años 1930) (Fernanda Arêas Peixoto y Alexandre Araújo Bispo)

    Parte III. Escenas de modernización (años 1940-1970)

    Bogotá. 1948: de la hipérbole al mito (Germán Rodrigo Mejía Pavony)

    Caracas. Tiempo e imagen: el ritmo de la modernización acelerada (años 1950) (Gustavo Guerrero)

    Río de Janeiro. Un buen lugar para encontrar: Cosmopolitismo, nación y modernidad en Copacabana (años 1950) (Julia O’Donnell)

    Brasilia. Una ciudad modernista en el sertón (Nísia Trindade Lima y Tamara Rangel Vieira)

    Salvador. El renacimiento bahiano, 1945-1964 (Silvana Rubino)

    Parte IV. Escenas partidas (años 1940-1970)

    Quito. Trajines callejeros: ciudad, modernidad y mundo popular en los Andes (años 1940 y 1950) (Eduardo Kingman Garcés)

    Montevideo. La ciudad y el campo a mediados del siglo XX (Ximena Espeche)

    Buenos Aires. La ciudad y la villa. Vida intelectual y representaciones urbanas en los años 1950 y 1960 (Adrián Gorelik)

    Lima. Hora cero: miradas, acciones y proyectos en una ciudad desbordada (Anahi Ballent)

    San Pablo. La ciudad en escena: teatro y culturas urbanas disidentes (Heloisa Pontes)

    Santiago de Chile. La capital de la izquierda (Gonzalo Cáceres)

    Parte V. Espectáculos urbanos (años 1990-2010)

    Buenos Aires. El Bafici: festivales y transformaciones urbanas (Gonzalo Aguilar)

    Río de Janeiro. La ciudad mediática: telenovelas y mundo urbano (Beatriz Jaguaribe)

    San Pablo. Oficina: un teatro atravesado por la calle (Guilherme Wisnik)

    Los autores

    colección

    teoría

    Adrián Gorelik

    Fernanda Arêas Peixoto

    compiladores

    CIUDADES SUDAMERICANAS COMO ARENAS CULTURALES

    Artes y medios, barrios de élite y villas miseria, intelectuales y urbanistas: cómo ciudad y cultura se activan mutuamente

    Bogotá | Brasilia | Buenos Aires | Caracas | Córdoba | La Plata | Lima | Montevideo | Quito | Recife | Río de Janeiro | Salvador | San Pablo | Santiago de Chile

    Traducción de los textos sobre ciudades brasileñas

    Ada Solari

    Gorelik, Adrián

    Ciudades sudamericanas como arenas culturales // Adrián Gorelik y Fernanda Arêas Peixoto, comps.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2016.- (Teoría)

    Libro digital, EPUB

    ISBN 978-987-629-661-8

    1. Cultura Urbana. I. Título.

    CDD 306

    © 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

    Diseño de portada: Eugenia Lardiés

    Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina

    Primera edición en formato digital: mayo de 2016

    Hecho el depósito que marca la ley 11.723

    ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-661-8

    Introducción

    Cultura y perspectiva urbana

    Fernanda Arêas Peixoto

    Adrián Gorelik

    Fiesta popular en el barrio de Ribeira, c. 1954-1960, Salvador. Fotografía: Marcel Gautherot. Fondo del Instituto Moreira Salles.

    UNA FIGURA INSPIRADORA

    Arenas culturales: esta fue la figura clave del proyecto de historia cultural urbana que dio origen a este libro, como una contraseña para sus veinticinco autores, el modo de entenderse en medio de la babel de lenguas (enfoques, disciplinas, registros narrativos) que todo estudio de la ciudad debe al mismo tiempo convocar y conjurar.

    Comenzamos apelando, de un modo casi instrumental, a la potencia de esa figura por su capacidad de presentar a la ciudad de manera simultánea como lugar de germinación, de experimentación y de combate cultural, pero a poco de andar se fue transformando en un homenaje implícito a su creador, Richard Morse.[1] De hecho, el título que finalmente escogimos para el libro parafrasea uno de los últimos textos que Morse dedicó al tema de las ciudades latinoamericanas: Ciudades ‘periféricas’ como arenas culturales, de 1982.[2] Allí, Morse pasaba revista a la más reciente literatura de tema urbano –de Marshall Berman y Carl Schorske a José Luis Romero–, para replantear desde un ángulo nuevo ese vínculo estructural entre ciudad y cultura que le había permitido desde el inicio de su trayectoria intelectual comprender de un modo tan original el proceso de la modernidad en América Latina. Por supuesto, lo hacía con esa mirada celebratoria sobre la cultura latinoamericana que también lo caracterizaba: el artículo mencionado termina con una suerte de efusión carnavalesca en las playas de Río de Janeiro, colmando la hipótesis morsiana de que las culturas urbanas periféricas son mucho más intensas e interesantes que las centrales. Pero no es esa mirada –bastante ajena al espíritu con que los autores de este libro pensamos la cultura urbana latinoamericana– lo que interesa destacar al rendir homenaje a Morse, sino el extraordinario arsenal de recursos analíticos que, a pesar de ella, supo desplegar para una comprensión histórico-cultural muy sofisticada de las ciudades del continente, las incontables y todavía hoy provocativas preguntas que nos enseñó a formular.

    Ya en fecha tan temprana como 1956, por ejemplo, había subrayado la importancia decisiva de las fuentes culturales para entender las ciudades en América Latina: las aproximaciones de artistas, escritores y ensayistas, con su capacidad demiúrgica de nombrar, de modelar la realidad, le parecían a Morse tanto o más esclarecedoras que las encuestas y las estadísticas; y para advertir la radicalidad de su pensamiento, su forma de razonar a contracorriente, conviene recordar la centralidad que habían ganado la sociología y la planificación en esos años –seguramente el momento de mayor pretensión normativa del pensamiento social–, relegando a los márgenes otras formas de acceso al conocimiento de la ciudad, como las de la tradición ensayística.[3] Pero lo más interesante de ese breve texto temprano –y quizás la mejor muestra del talante polemista de Morse– es que, junto con esta batalla mayor contra las posiciones dominantes en el pensamiento sociourbano, no dejaba de discutir con los pocos que sí daban importancia a la dimensión cultural. Así, analizando un trabajo dedicado a las relaciones entre literatura y ciudad, señalaba los límites de los enfoques que ven en la creación artística sólo una cantera de informaciones positivas –que reducen, por tanto, la productividad cognoscitiva del arte a sus temas explícitos, y las fuentes culturales para interpretar la ciudad, a los géneros naturalistas–. Contra ellos, demandaba un análisis interno de la obra de arte capaz de capitalizar la evidencia de que el artista latinoamericano, más allá de sus temas y estilos expresivos, es un producto cabal de la ciudad y, como tal, no puede sino revelarla –y con ello argumentaba, de paso, a favor de la incorporación como tema de estudio de la producción vanguardista, que tanto lo fascinaba–. Es decir que, para Morse, la cultura urbana cuando se entiende de modo refinado es una calle de dos direcciones: permite una comprensión más compleja e integral tanto de la ciudad como de la cultura misma.

    Este es el desafío morsiano que ha quedado acuñado en la fórmula arenas culturales. Y es la pregunta implícita en ella lo que se busca retomar aquí: si la vida cultural moderna de América Latina ha tenido su centro en la ciudad, ¿cuáles de las características específicas de esta le han dado a aquella sus marcas singulares? Es decir, ¿en qué medida el análisis de la cultura urbana es capaz de iluminar ese proceso de interpenetración y correspondencia entre ciudad y cultura? ¿Es posible reconocer momentos determinantes en algunas ciudades en los que esa relación haya sido especialmente productiva? Como se puede apreciar, no es de una historia urbana de esos momentos de donde saldrán las respuestas que esta pregunta suscita, sino de la posibilidad de darle una perspectiva urbana a la historia cultural, poniendo en evidencia aquellos episodios de la vida intelectual, artística o cultural en que la ciudad y sus representaciones han intensificado su mutua activación.

    UN CAMPO DE EXPERIMENTACIÓN

    Como un paso en esta dirección, este libro es el resultado de un proyecto que coordinó el trabajo de un grupo de estudiosos de varias ciudades sudamericanas y diferentes proveniencias disciplinares (historia cultural, historia de la arquitectura, antropología, sociología, crítica literaria, estudios culturales), reunidos por la común sensibilidad hacia las múltiples dimensiones de la vida urbana.[4] Durante tres años de debate e investigación, el grupo seleccionó una serie de ciudades sudamericanas y una serie de momentos clave en ellas, pero dejó librado a las orientaciones temáticas y estilísticas de cada integrante el tipo de objeto cultural sobre el cual centrarse y el modo de hacerlo, justamente porque uno de los principales objetivos fue explorar el elenco más rico y variado de enfoques posibles, proponiéndose no sólo como una serie de estudios de cultura urbana, sino como un campo de experimentación de las perspectivas analíticas disponibles para practicarla.

    De allí la heterogeneidad de recortes y recorridos que pueden encontrarse en los diversos capítulos del volumen, lo que quizá constituya la base de su vitalidad narrativa y analítica. En algunos casos, el foco está puesto en momentos emblemáticos, como el año 1918 en Córdoba, para entender qué ciudad posibilitó el movimiento de la reforma universitaria así como qué ciudad existía más allá de él; o el 48 bogotano, el cataclismo político que se convirtió en profecía autocumplida de un modernismo cultural que quería rehacer la ciudad desde sus escombros. En otros casos, el relato se centra en fragmentos espaciales: a veces un edificio, como el Martinelli en San Pablo, condensador de las representaciones sociales de una ciudad en vertiginoso proceso de transformación; a veces una calle, como la Rua do Ouvidor en Río de Janeiro, memoria de una bohemia carioca que prosperó en la mezcla social y racial puesta en crisis por el proyecto modernizador de comienzos del siglo XX, o la avenida Paulista, que en ese mismo momento se convertía en escenario de representación social y urbana de las élites inmigrantes en San Pablo; a veces un barrio, como Copacabana, el balneario que llegó a identificarse con Río de Janeiro en su proyección internacional, combinando de manera audaz modernidad, cosmopolitismo y sentido de la nacionalidad; o como el Abasto en Buenos Aires y el Bexiga en San Pablo, barrios que a través del prisma de instituciones culturales (el Bafici y el Teatro Oficina, respectivamente) muestran las relaciones conflictivas entre fuerzas locales, movimientos culturales y programas de reforma urbana. En otros casos, se recorren los circuitos intelectuales, como el de los escritores bohemios en la Buenos Aires del 1900, para quienes la ciudad era al mismo tiempo una condición de posibilidad y una amenaza hostil por su irremediable carácter fenicio; o el de los movimientos feministas y reformadores en La Plata de 1920, la ciudad que parecía haber sido programada para los ensayos del progreso social; o el de los grupos literarios de Montevideo en esos mismos años, que alimentaban la exaltación de una metrópoli orgullosa de su dinamismo.

    Se analizan producciones letradas, como las crónicas que en la década de 1950 tentaban la difícil alianza de tradición y cambio en Salvador, o las obras de teatro que en el San Pablo radicalizado de los años sesenta interpelaban a los nuevos sujetos urbanos; producciones de la cultura masiva, como las telenovelas que rehicieron en los últimos años el imaginario social sobre la favela en Río de Janeiro; e incluso el léxico y el movimiento de las calles, como el lunfardo en Buenos Aires, que en las décadas de 1920 y 1930 pretendió la paradójica defensa de una mezcla originaria como esencia inmutable para una ciudad en tránsito, o los trajines del mundo popular, indígena y mestizo en la Quito de los años cuarenta y cincuenta, que abrían desde abajo espacios inéditos de vida moderna. Y también se examinan programas gubernamentales, institucionales y urbanísticos, como los del general Pérez Jiménez en Caracas, que buscaban imponer una sensación de aceleración del tiempo histórico, en que la ciudad se sincronizara de un salto con la contemporaneidad, o el caso paradigmático de la Brasilia de Kubitschek, visto a través de las reacciones intelectuales ante la implantación de una ciudad modernista en el sertón, o los proyectos que convierten a Santiago de Chile a finales de los años sesenta en capital de la izquierda, entre el reformismo democratacristiano y el experimento radical de la Unidad Popular.

    Estos son sólo algunos de los enfoques ensayados en la tentativa de capturar las relaciones íntimas e inextricables entre ciudad y cultura. Ciudad considerada a través de una pluralidad de formas y escalas: ciudades portuarias e interiores, antiguas y nuevas, metrópolis regionales y centros provincianos; cultura pensada desde una concepción ampliada, que no se reduce a las elaboraciones cultas, sino que incluye también las creaciones populares o de la industria cultural.

    La organización cronológica que el índice del libro propone, sus capítulos encadenados por períodos, no supone un compromiso con la construcción de un relato histórico articulado, sino que busca pensar la producción cultural en estrecha consonancia con los ritmos y las texturas urbanas de cada época. Leídos en ese orden –de los laboratorios urbanos de entresiglos a los espectáculos urbanos de los años 1990 y 2000–, es posible componer, en la larga duración, la vida cultural al sur del continente con el auxilio de marcos temporales decisivos en la historia de los países que lo integran: los períodos de crisis o de recuperación económica, las posguerras, los gobiernos dictatoriales o las aperturas democráticas. Pero ese filo diacrónico –por momentos, incluso, événementielle– es sistemáticamente perturbado, sea por saltos temporales en el interior de los ensayos, sea por las relaciones de afinidad que se establecen entre ciudades alejadas en el tiempo y en el espacio, en función de ciertos temas y perspectivas. En otros términos, la línea horizontal de las sucesiones que define el orden de presentación de los textos es atravesada por otras, verticales y transversales, proyectadas por comparaciones variadas que los ensayos sugieren al lector, incitándolo a moverse en diversas direcciones: una ciudad termina por funcionar como espejo a través del cual otra se presenta en nuevos ángulos, transformada y desplazada.

    Como se ha podido advertir a través de la enumeración parcial de temas y enfoques que realizamos, los análisis aquí reunidos ofrecen un amplio abanico de cuestiones, pero podría decirse que todos se despliegan a partir del examen de procesos de modernización específicos. Proyectos modernos de diverso calibre, forjados a partir de diferentes inspiraciones, animan debates intelectuales, formulaciones artísticas y programas políticos, marcando el paisaje social, cultural y material de las urbes del sur del continente. Experimentaciones modernas testeadas en distintas ciudades, que nacen y se modifican en función de la apropiación de modelos foráneos, en procesos que gestan tanto creaciones inéditas como fracturas, incongruencias, conflictos.

    En este sentido, no parece exagerado afirmar que todos los ensayos lidian con nacimientos, más o menos traumáticos, de lo moderno; nacimientos (y renacimientos) que alumbran una convivencia tensa y permanente entre las dicciones locales (que ganan nombres como tradición, cultura popular o cultura mestiza) y la racionalidad de los proyectos reformadores (políticos, educacionales, urbanos), que imponen nuevos ordenamientos sociales, espaciales y simbólicos, y que encuentran traducción en cuestiones como la constitución de la ciudadanía y del espacio público moderno. Ensayos de modernidad y modernización que coinciden, no por azar, con ciclos de conflictos y disputas entre progresistas y conservadores, entre nacionales y extranjeros, entre nuevas y viejas élites, entre burgueses y obreros (dualidad siempre perturbada por esas tan urbanas e inasibles clases medias). Tales experimentos cargan también, e invariablemente, con embates entre utopías modernistas e idealizaciones antimodernas, que, lejos de oponerse, conviven, unas alimentando a las otras: la ciudad de la infancia, como en el caso de la Recife de Gilberto Freyre, que mezcla historia social y autobiografía para iluminar un pasado que se quiere vivo; la ciudad de los márgenes o del pueblo, como en el caso de las representaciones intelectuales y artísticas de la villa miseria en Buenos Aires y de la barriada en Lima en la larga década de 1960, blanco de denuncia a la vez que tema inspirador para múltiples creaciones; e incluso la anticiudad, el campo, que, en los imaginarios disidentes uruguayos, nacionalistas y de izquierda, va a buscar oponer un interior auténtico y americano al predominio tradicional de una Montevideo europeísta.

    Los laboratorios, las escenas y los espectáculos urbanos que estos ensayos ofrecen al lector se alejan de las totalizaciones panorámicas que dan la ilusión de abarcar universos completos. Al contrario, cada uno de los textos propone experiencias con materiales específicos, que ponen en evidencia prácticas particulares (de intelectuales, militantes, artistas, o del sinfín de figuras errantes de la ciudad), que al erigir sus artefactos permanentes o efímeros (arquitectónicos, fílmicos, literarios, periodísticos) dejan impresas sus marcas en los espacios urbanos, definiendo lugares y formas de sociabilidad y, así, redefiniendo las ciudades y la imaginación sobre ellas. Asimismo, las geografías materiales y simbólicas que estas páginas trazan se encuentran ritmadas por euforias utópicas y evocaciones melancólicas, sentimientos mezclados y ambivalentes inseparables de los paisajes urbanos modernos, sistemáticamente interpelados por sus otros (campos o sertones, aldeas o pueblos, indios o paisanos) que exigen nuevos lenguajes y categorías para describirlos.

    UNA SITUACIÓN DE IMPASSE

    Estas son nuestras arenas culturales sudamericanas, que si buscan inspiración en Morse no es sólo porque su obra aliente una constante ampliación de los horizontes temáticos y metodológicos, sino porque también supone una colocación reflexiva dentro de la tradición de estudios sobre la ciudad en América Latina, que consideramos en una situación de impasse. En los años ochenta terminó la preeminencia de las visiones planificadoras que habían dominado todo el ciclo de despliegue de los estudios urbanos latinoamericanos en las décadas anteriores, como resultado de un giro cultural que instaló entre nosotros muchas de las formas complejas de pensar la ciudad que Morse había intentado aplicar hasta entonces casi solitariamente. Pero estas formas novedosas de entender la cultura urbana supusieron, por su parte, un repliegue monográfico sobre ciudades específicas, abandonando el marco comparativo latinoamericano que los estudios urbanos anteriores se habían propuesto construir.

    La propia coyuntura en que aparece el texto de Morse que inspira el nombre de nuestro libro subraya la colocación muy particular de su influjo, a caballo de dos épocas: fue presentado como ponencia en una de las últimas reuniones de aquella institución clave de la trama latinoamericana de pensamiento urbano de los años sesenta y setenta que el propio Morse, junto con figuras como Jorge Enrique Hardoy o Richard Schaedel, había contribuido a conformar, el Simposio sobre la urbanización en América Latina desde sus orígenes hasta nuestros días.[5] Esa edición de 1982 se había dedicado a la Cultura urbana latinoamericana, y mostraba ya en el título la sensibilidad para sintonizar el cambio de intereses que se estaba produciendo; y es muy significativo, en este sentido, que junto con el texto de Morse se haya presentado allí la primera versión de La ciudad letrada, la obra con que Ángel Rama arriesgó quizás el último enfoque de ambición latinoamericanista, pero que rápidamente se convertiría en uno de los puntos de referencia del giro cultural que se iniciaba.[6]

    Pero si el título de aquella reunión anunciaba un cambio de programa para la red latinoamericana de pensamiento urbano, lo cierto es que los nuevos enfoques se desarrollaron por fuera de ella –al margen y en ruptura–, comenzando por las nuevas disciplinas que ganaron preeminencia: frente a la sociología y la planificación que marcaron la formación de esa red, ahora pasaban al primer plano la crítica literaria, la historia cultural, la comunicación, la antropología. Y si bien Morse quedó, junto con Rama y José Luis Romero, como antecedente del giro cultural, la dimensión latinoamericana de la cuestión urbana que había guiado su trabajo no volvió a retomarse. ¿Será posible hacerlo ahora, beneficiándose de las buenas razones que asistieron a los estudios monográficos y de la nueva etapa en el conocimiento de las ciudades y las culturas urbanas del continente que estos han abierto? Porque es indudable que esta camada de estudios culturales sobre ciudades singulares ha sentado presupuestos mucho más sólidos, generando la demanda de una nueva instancia de reflexión de escala latinoamericana y, por lo tanto, la posibilidad de reevaluar las mismas tradiciones de pensamiento con las que ellos habían roto.

    Esta demanda no puede ser satisfecha, desde luego, con un salto voluntarista por sobre las propias condiciones en que el trabajo académico e intelectual se realiza en nuestro tiempo –es decir, en marcos casi estrictamente monográficos–. Por eso hemos restringido el alcance de este libro a las ciudades sudamericanas, es decir, a la región en la que ya hemos podido tender lazos sólidos de interlocución y trabajo colectivo. Porque no se trató sólo de reunir un conjunto de buenos trabajos sobre culturas urbanas, sino de poner en comunicación productiva a un grupo de estudiosos conscientes de esos límites pero con disposición a realizar un esfuerzo común por trazar, desde los estudios puntuales, un estadio diferente de la interrogación, buscando nuevas formas de convocar la actitud comparativa. La ambición de la tarea consistió, así, en identificar contrastes y coincidencias que hicieran asomar constantes y peculiaridades, que permitieran identificar escalas, regiones, líneas de conectividad cultural entre diferentes ciudades, como un suelo abonado colectivamente para una reflexión sobre las culturas urbanas de América Latina.

    1 Debemos agradecer aquí a Carlos Altamirano, quien, cuando este proyecto recién comenzaba a imaginarse, sugirió la potencialidad de la figura morsiana de arenas culturales para estructurarlo.

    2 Véase Richard Morse y Jorge Enrique Hardoy (comps.), Cultura urbana latinoamericana, Buenos Aires, CLACSO, 1985.

    3 Richard Morse, La ciudad artificial, en Estudios Americanos, vol. XIII, nº 67-68, Sevilla, abril-mayo de 1957 (comentario a la mesa Expansión urbana en la América Latina durante el siglo XIX, en la 71ª Reunión de la American Historical Association, Saint Louis, 28 al 30 de diciembre de 1956).

    4 El proyecto fue posible gracias al apoyo financiero y logístico brindado por la Universidad Nacional de Quilmes. Funcionó mediante un Consejo Académico integrado por Anahi Ballent, Jorge Myers, Maria Alice Rezende de Carvalho y los dos compiladores del libro. En las diferentes reuniones de trabajo y discusión realizadas en Buenos Aires y San Pablo, se contó con la productiva participación del conjunto de integrantes del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y del grupo ASA –artes, saberes, antropología– de la Universidade de São Paulo. También fueron muy importantes los aportes de Mauricio Tenorio Trillo y Rafael Rojas en las primeras formulaciones del proyecto, poniendo un horizonte en las regiones más al norte de América Latina que sabemos que será retomado.

    5 La primera edición del simposio se había llevado a cabo en 1966, como sesión especial del Congreso Internacional de Americanistas que se reunía ese año en Mar del Plata, y continuó realizándose bienalmente junto con el Congreso hasta su edición de 1982. A partir de ese momento se hicieron un par de reuniones más, pero ya fuera de ese contexto institucional, mostrando el declive de la red de estudios urbanos latinoamericanos de los cuales el simposio era al mismo tiempo impulso y expresión. Puede encontrarse una sinopsis de los simposios hasta 1978 en Richard Schaedel, Jorge Hardoy y Nora Scott Kinzer (comps.), Urbanization in the Americas from its Beginnings to the Present, París, La Haya, Mouton Publishers, 1978, que incluye una selección de los trabajos presentados desde 1966.

    6 Véase La ciudad letrada, en R. Morse y J. E. Hardoy (comps.), Cultura urbana latinoamericana, ob. cit.

    Parte I

    Laboratorios culturales (entresiglos)

    Río de Janeiro

    Crepúsculo de Ouvidor

    Maria Alice Rezende de Carvalho

    Rua do Ouvidor, última década del siglo XIX. Fotografía: Marc Ferrez. Colección Gilberto Ferrez. Fondo del Instituto Moreira Salles.

    BELLE ÉPOQUE EN RÍO DE JANEIRO

    Si Río de Janeiro tuviese un rostro, sería la Rua do Ouvidor. La frase de Machado de Assis traduce la importancia de una calle estrecha y poco extensa, que se convirtió en símbolo de la urbanidad fin-de-siècle. Su nombre –Ouvidor– sólo se afirma en los primeros años del ochocientos, pero es como si se la hubiese bautizado desde la fundación de la ciudad. Y aunque su prestigio es también reciente, fruto de la vitalidad mercantil que irrumpió con la instalación de la corte portuguesa en Río de Janeiro (1808), todos creen que se remonta a tiempos inmemoriales. En otras palabras, la legendaria Rua do Ouvidor no hace justicia a la historia: su construcción intelectual privilegia la imaginación. Es como producto de la literatura urbana del ochocientos que aquella pequeña calle exhibe la tensión presente en las configuraciones de la época: ser, a un mismo tiempo, una figura del pasado, que lidia con el tema del origen, y una proyección del futuro, tejida en los salones de liberales reformadores. En suma, el juego entre tradición e invención, entre innovación y pasado, que caracterizó a las producciones de la Belle Époque, en un arco que incluyó desde la poesía hasta la ingeniería, sirvió también a las narrativas sobre la modernización de ciudades. En la Belle Époque brasileña, ningún otro artefacto expresó de manera tan perfecta la potencia y los obstáculos de lo moderno como la Rua do Ouvidor.

    El libro Memórias da Rua do Ouvidor, de Joaquim Manuel de Macedo (1820-1882), apoya ese argumento. Publicado inicialmente como folletín anónimo en el Jornal do Comércio, entre el 22 de enero y el 10 de junio de 1878, el libro llegaría a formar parte de un extenso conjunto de obras dedicadas a presentar la fisonomía urbana del Imperio brasileño. No es, sin embargo, descriptivo. Diferente de los relatos de viajeros, de los informes administrativos en el contexto colonial e incluso de la historiografía realizada a lo largo del siglo XIX, el libro Memórias da Rua do Ouvidor no se atiene a la verdad de los hechos. El autor aclara que su trabajo consiste en un conjunto de documentos históricos y algunos agregados menos verificables. Pero destaca que nunca garantizó que sus afirmaciones fuesen verdaderas, lo cual, en su opinión, no disminuye el valor de aquellas memorias. Así, en las últimas décadas del siglo XIX, con el realismo ya presente en la escena literaria brasileña, Joaquim Manuel de Macedo mostraba otra intención: más que observar y contar Ouvidor, le interesaba aprehender su alma, develar su sentido.

    De hecho, fueron los bohemios de su generación, intelectuales desdeñosos de la mercantilización del mundo, los que hicieron famosa a la Rua do Ouvidor y a sus cafés, hasta que una nueva prensa, profesional y popular, la reivindicó no sólo a ella, sino a las calles en general como objeto periodístico. Es posible que João do Rio (1881-1921) haya sido el personaje más representativo de esa transición entre lo bohemio y lo intelectual moderno, en el marco de un movimiento que asoció la profesionalización de los periodistas con la tematización del ambiente urbano. La literatura ya no reinó sola en ese ámbito y, en cierto sentido, se volvió subsidiaria del enfoque que los periodistas comenzaron a tener sobre las calles, como se ve por ejemplo en la novela Casa de Pensão (1884), de Aluísio Azevedo, que es la reconstrucción ficcional de un crimen ocurrido en el centro de Río de Janeiro que había sido ampliamente cubierto por la prensa.

    Quiero decir que en el paso del siglo XIX al XX la prensa profesionalizada y la literatura realista caminaron lado a lado, desplazando poco a poco al romanticismo y a la bohemia que habían florecido bajo el Imperio. Para esos nuevos periodistas, cronistas, reporteros, editores, libreros y otros profesionales de la cadena de producción y distribución de libros y periódicos, se abría una era inédita, materializada en la velocidad de las calles, en la volatilidad de las noticias, en la propia actividad intelectual, que había comenzado a exigir plazos, ritmo, vitalidad mercantil. La gran cultura del Imperio, con su dimensión integradora y el tiempo lento de la conciliación política, estaba siendo destituida por una nueva generación de liberales, más radical que la precedente, sobre todo en cuanto a la idea de romper –y romper lo antes posible– con el pasado.

    En resumen, románticos y liberales anglófilos del Brasil, cultivados en los valores de la tradición y partidarios de un reformismo débil, serán desplazados por liberales francófilos y, tras la proclamación de la República, positivistas. La proyección de ese nuevo horizonte valorativo y utópico podrá reconocerse en la forma urbana y arquitectónica que el intendente Pereira Passos impuso al centro de Río de Janeiro a comienzos del siglo XX; y el nuevo eje por donde circularán burgueses, políticos, funcionarios públicos de alto nivel y toda la gente de prestigio radicada en la capital de la República será la avenida Central. Podemos decir que en ella, parodiando lo que escribió Schorske acerca de la Ringstrasse en Viena, los objetivos prácticos de la remodelación de Río de Janeiro se subordinaron fuertemente a la representación simbólica de la derrota infligida a la Rua do Ouvidor.[1]

    El día 7 de septiembre de 1904, inaugurada la avenida Central, el combate contra la vieja ciudad y sus formas de sociabilidad salió victorioso tras la destrucción del centro de Río de Janeiro y la adopción de una nueva concepción urbana. Había quedado allí, sin embargo, la memoria de una ciudad plebeya, que el romanticismo literario había construido en torno de iglesias, plazas, hermandades de negros y gremios profesionales. En suma, lo que la reforma urbana aplastaba, la memoria lo revivía. Memorias que, como recuerda Joaquim Manuel de Macedo, no son necesariamente verdaderas, pero son sumamente relevantes. La de la Rua do Ouvidor, tal como él la concibió, sirve para comprender el contexto en que, aun bajo el Imperio, el campo político-cultural vivió la declinación de la tradición romántica y su subordinación a la nueva racionalidad técnica de la ingeniería republicana.

    CAMINOS COLONIALES

    En la última década del siglo XVIII, poco antes del traslado de la corte portuguesa al Brasil, John Barrow, viajero inglés en camino a la Cochinchina, escribió acerca de Río de Janeiro: Lo primero que llama la atención del que llega a la ciudad es una bella plaza que tiene tres de sus lados rodeados con edificaciones y el cuarto da hacia el mar.[2] Se trata de una descripción de la antigua Praça do Carmo, que entonces se había convertido en el Largo do Paço dos Vice-Reis y actualmente se conoce como Praça XV. Si bien desplazado en el tiempo y mucho más pequeño que el original, el Paço de Río de Janeiro reproducía el formato del Paço de Lisboa antes del terremoto de 1755, ya que, como este, simbolizaba las funciones de la corte y del poder absoluto del monarca portugués. En los idus de 1790, quien llegase a Río de Janeiro por mar, como John Barrow, vislumbraba la presencia de la metrópolis en aquel pequeño cuadrilátero, al fondo del cual estaba el complejo religioso del Carmo; a la izquierda, el palacio de los Virreyes, y a la derecha, el caserón de la familia de comerciantes Teles de Meneses, donde aún hoy puede verse el Arco do Teles, un singular pasaje entre el Paço y aquella que luego se llamaría Rua do Ouvidor.

    En la segunda mitad del siglo XVIII, la metrópolis portuguesa intensificó el control sobre territorios que garantizaban la exportación del oro extraído de Minas Gerais. Ese proceso impactó políticamente en Río de Janeiro, pues suprimió ciertas competencias de la Cámara local, y esto contribuyó, sin que se lo esperara, a hacer más fluidas las jerarquías en la colonia y a desestructurar relaciones tradicionales de mando y obediencia. Bicalho relata un episodio en el que la población de Río de Janeiro envió una carta al rey en la que requería que se tomaran medidas contra las apropiaciones indebidas de terrenos públicos por parte de miembros de la Cámara y sus familiares.[3] Se trataba de un conjunto socialmente heterogéneo de reclamantes, que se autodenominó habitantes de la ciudad y, mediante ese acto simple, se instituyó en forma pública ante el monarca absolutista portugués.

    La intervención metropolitana en la capital de la colonia también tuvo una dimensión urbanística, cuya acción más significativa fue el lugar central que se le dio al Paço y el esfuerzo realizado para lograr su normalización: se sacó la picota de las inmediaciones, se llevó la fuente más cerca del mar, se mejoraron las edificaciones y se enlosó el piso. De ese modo la plaza se volvió adecuada para las maniobras militares en ocasiones festivas y pudo ofrecer una residencia fija, oficial, a los representantes de la metrópolis en la ciudad. Fue en ese preciso contexto que la calle paralela al Paço recibió el nombre de Ouvidor [Oidor], pues allí se instaló el magistrado nombrado por el rey de Portugal para la administración de la justicia en la colonia.

    Jean-Baptiste Debret, Largo do Paço, c. 1816-1830. Fuente: Litografía de Thierry Frères, 1835. Sector de Iconografía de la Biblioteca Nacional de Brasil.

    Por lo tanto, el Largo do Paço, tal como Barrow lo conoció, coronaba un conjunto de reformas aplicadas a la capital colonial. Ahora bien, como recuerdan Marques y Siqueira, el esfuerzo metropolitano por ennoblecer ciertos lugares de Río de Janeiro no sólo se caracterizó por la improvisación, diferenciándose en ello de la planificación habitual en las capitales barrocas europeas en los siglos XVI y XVII, sino que tampoco logró restringir el uso social de cada lugar, lo que siguió dando al Paço un paisaje humano similar al que existía en las demás áreas de la ciudad.[4] Esclavos, soldados, tenderos, piratas, artesanos, miembros de órdenes terceras y de hermandades de negros, gitanos y fugitivos de todos los orígenes trajinaban intensamente por allí. Y aun cuando los gobernantes se empeñasen en controlar los rincones de la ciudad, no se produjo en Río de Janeiro la jerarquización espacial y social preconizada por la urbanística barroca. Siguió prevaleciendo la aglomeración o, si hubiese que encontrar algún criterio, tal vez el de las ciudades medievales, donde diferentes oficios se concentraban en calles específicas, reuniendo a ricos y pobres de un mismo ramo de actividad.

    En Río de Janeiro eran muchos los caminos con nombres de oficios –Rua dos Pescadores, Rua dos Latoeiros [hojalateros], Rua dos Ourives [orfebres], etc.– o que se hicieron conocidos por los nombres de sus principales residentes. Las calles, en realidad, no eran más que vías de conexión entre casas, o entre casas y sitios de uso común, como los de los estanques, lo que configuraba una ciudad de lugares –y no de flujos–, como así se mantuvo incluso después de las reformas del siglo XVIII. En ese sentido, a fines del setecientos, las viejas marcas urbanísticas de Río de Janeiro habían sido modificadas, pero no completamente desplazadas. Y fue con ellas que la ciudad siguió marchando, alejándose del mar y avanzando sobre terrenos anegados y pantanos en dirección al norte.

    ESPACIO PÚBLICO PLEBEYO

    El movimiento de interiorización de Río de Janeiro fue obra, sobre todo, de las hermandades de negros que, al lotear sus propiedades a lo largo del siglo XVIII, promovieron la integración del llamado Campo do Rossio al contexto urbano. Era una región limítrofe, de tierras libres, públicas, administradas por la Cámara, que podían ser usadas por la población para cultivos y la cría de pequeños rebaños. Comprendía algunas plantaciones descuidadas, manglares y arenales que, una vez incorporados a la ciudad, la empujaron más hacia el norte, hacia la región de grandes ingenios y quintas, como la Quinta da Boa Vista, localizada en el actual barrio de São Cristóvão, donde se instalaría la familia real portuguesa a comienzos del siglo siguiente.

    Algunos de los lugares de la extensa área entonces conocida como Rossio recibieron los nombres de los santos de devoción de las hermandades, dando origen, entre otros, al Campo de Santana (actual Praça da República), donde los negros de Santana levantaron su iglesia, y al Campo e Iglesia de la Lampadosa, edificados por la Hermandad Negra de Lampadosa en la actual Praça Tiradentes. El Rossio era, por lo tanto, un reducto de pobres, negros y gitanos que se distribuían sobre un tablero de iglesias y plazas que ellos mismos construyeron atrás de la Rua da Vala (actual Uruguaiana), que se identifica en el siguiente mapa como la que comienza en el Largo da Carioca y sigue hasta la Prainha, separando, como lo hacían las murallas medievales, la cuadrícula urbana y el área de expansión de la ciudad.

    En la segunda mitad del siglo XVIII, como había sucedido con el Paço, el Rossio conoció también la marca de la autoridad metropolitana, pues allí se instalaron los más temidos instrumentos de la justicia colonial: la picota y el cadalso. Si hasta entonces aquellas tierras habían sido urbanizadas por asociaciones de negros vinculados a la Iglesia, el nuevo Rossio dará el mismo relieve a la presencia de la Corona, confirmando el papel conjugado que religión y política desempeñaron en el ordenamiento de las ciudades coloniales. Un ordenamiento que ya no era el medieval, esto es, fijo, estancado; y que, además, en América, será afectado por la amplitud del espacio, por la fricción constante con los recién llegados, por la expansión de la codicia, por el movimiento. Se trata, por lo tanto, de un orden urbano que no niega la inestabilidad, el cambio permanente, pero que, justamente por eso, debe persuadir a la multitud de su pertenencia comunitaria, brindándole, como dice Argan, un lenguaje común que la haga consciente de su potencia.[5]

    En un ensayo dedicado a la formación de Vila Rica (actual ciudad de Ouro Preto), Barboza Filho considera que la asociación en hermandades fue el elemento que permitió la transformación de la multitud de Minas Gerais en sociedad, y que el barroco que allí creció sería un lenguaje marcado por la utopía antiestatal, esto es, la de una sociedad tramada tan sólo por las interacciones humanas.[6] En Río de Janeiro se puede observar una variante de ese lenguaje en la ocupación del Rossio, en la medida en que también allí las hermandades se abocaron a la producción de un espacio común y ello requirió, como siempre, proximidad y autoorganización. Pero el hecho de que se tratara de la capital de la colonia difícilmente podría favorecer el surgimiento de un antiestatismo similar. No sólo porque las autoridades metropolitanas estaban presentes y evocaban el lenguaje del Estado a través de espectáculos elocuentes –ejecuciones en la horca, descuartizamientos, maniobras militares y desfiles llamados carros de ideas–, sino también porque la población, ante cualquier problema con las autoridades locales, recurría al rey portugués, lo que le aseguraba cierta protección, pero, en igual medida, le exigía un sentido de obediencia y de subordinación. El resultado era una sociedad poco convencida de su potencia, menos autónoma y asociativa que la de Minas Gerais, y que tenía en el Estado absolutista un refugio y una utilidad.

    Paço y Rossio: dos sitios opuestos, conectados por la Rua do Ouvidor, un camino que en el mapa se ve destacado. En vísperas de la llegada de la familia real a la capital de la colonia, la Rua do Ouvidor era un lugar donde se ponía en evidencia la fuerte heterogeneidad social de la ciudad. Que esa heterogeneidad haya sido asociada a las ideas de encuentro y de integración fue fruto de una operación intelectual de los románticos, bajo el Imperio.

    Estilización del sector céntrico del mapa de Río de Janeiro en el siglo XIX. Se destaca la Rua do Ouvidor, camino entre el área del Paço (actual Plaza XV) y la región del Rossio (actual Largo de São Francisco). Dibujo de Fernanda Lobeto.

    BOHEMIA Y REBELIÓN

    El tema dominante en las Memórias da Rua do Ouvidor es el de la integración: según Joaquim Manuel de Macedo, desde su origen, Ouvidor une, suma, desconoce la individuación típica de la ciudad moderna. A contrapelo de la caracterización del sitio prevaleciente entre sus contemporáneos, que lo consideraban como ejemplo de la modernidad instaurada con el libre comercio, Macedo construye una perspectiva en que se destacan los encuentros propiciados por el carácter socialmente heterogéneo de aquella calle. Rechaza, por ello, las categorías con que diferentes proyectos de modernización encuadraron a Ouvidor, y valoriza lo que considera su fase primitiva, originaria, asentada aún en el período colonial, cuando por allí circulaban los esclavos, las mestizas flirteaban con hidalgos, los oficiales de la sala de los virreyes hacían apuestas en las tabernas de la calle, los propios virreyes llamaban a la puerta de muchachas y viudas durante la noche, y había muchos lupanares en la madrugada…

    En las Memórias de Macedo, hombres y mujeres de estatus sociales diferentes se encontraban en Ouvidor y establecían relaciones basadas en el intercambio afectivo, en la participación en obras colectivas, en los múltiples negocios lucrativos, que, a fin de cuentas, en una ciudad sin actividad económica sustentable, dependían de la imaginación de los de abajo y de la generosidad con que las autoridades abrían sus bolsillos e irrigaban con sus propios recursos la vida urbana. Así, junto con las cofradías y las órdenes terceras, Macedo describe la Rua do Ouvidor como un espacio más de constitución de lazos –si bien contingentes–, un precario esbozo de vida en común. Era, en suma, el lenguaje de la sociedad el que allí preponderaba. Porque aun cuando la Corona portuguesa extendiese su poder hasta la punta del sistema colonial, su vértice permanecía a un océano de distancia de Río de Janeiro, y no tenía manera de asegurarle a la multitud de la colonia las conveniencias de que se convirtiese en un pueblo, una unidad subordinada al rey. En ese sentido, aunque el lenguaje estatal ya estuviese presente, no fue el único y no debe haber sido de inmediato el más persuasivo.

    Macedo, además, es un romántico, un maestro en equilibrar racionalidad y exaltación sentimental del pueblo. En su referencia a la Inconfidência Mineira [Conspiración Minera] –uno de los episodios políticos más críticos del período colonial–, toma a Ouvidor como escenario de una historia de amor en la que participa Tiradentes, esto es, como un territorio de la pasión, de los afectos, donde el lenguaje estatal se diluye. Según el autor, incluso después de la ejecución de Tiradentes y el destierro de los demás líderes de la Inconfidência, la metrópolis siguió temiendo aquel territorio y, por ese motivo, asfixió el universo de poetas y sociedades literarias que allí existía. Para Macedo, más allá de cierta exageración por parte de la metrópolis, Ouvidor había propiciado en efecto el temido encuentro entre intelectuales y pueblo, mediado por un alférez insensato y arrebatado por las grandes causas. La representante del pueblo es Perpétua, una joven pobre y desamparada de Minas Gerais, que había llegado a Ouvidor sola y se había establecido como costurera, dueña de una pensión famosa por sus cenas mineiras y, por último, amante inconstante. Pero con Tiradentes, un personaje igualmente desafortunado, Perpétua vivió un gran amor y selló un pacto de fidelidad y muerte, que fue también de liberación. La construcción de Macedo, como es obvio, confiere valores positivos a los amantes y elige la Rua do Ouvidor como escenario de la pasión plebeya, puesta al servicio de la creación de la nación.

    El desembarco de la familia real portuguesa en Río de Janeiro, en 1808, es otro evento político narrado desde la perspectiva de la Rua do Ouvidor, que, de acuerdo con Macedo, fue totalmente ignorada por los reyes y príncipes portugueses: era, a fin de cuentas, un sitio pobre, de naturaleza bisoña. Recién se la percibirá en 1816, con la llegada de la misión artística francesa y de modistas de igual procedencia, que huían de una Francia más pobre y desprestigiada tras la derrota en Waterloo. Macedo sugiere, por lo tanto, que fue la París plebeya la que, al llegar a Río de Janeiro, convirtió a Ouvidor en un sitio reconocible para las élites y autoridades locales. Ahora bien, si los artistas llegaron juntos, respondiendo a una invitación del palacio, las modistas, no todas jóvenes, llegaron solas, cada cual por sus propios medios, sin colonia organizada… parisinas sin París. Dispersas de entrada por las calles de Río de Janeiro, en pocos años se congregaron en Ouvidor, reeditando, con más brillo, la trayectoria local de Perpétua. Después de ellas se instalaron, entonces, comerciantes, artistas, peluqueros, poetas, libreros, heladeros, restaurantes, florerías, casas de moda: todo lo que por convención se dio en llamar progreso.

    El paso del siglo XVIII al XIX, vale decir, de Perpétua a las modistas francesas, se corresponde con la caracterización de la Ouvidor bohemia, como la vive en su ocaso, a fines del ochocientos, el propio Macedo. El final del libro está dedicado, entonces, a la escalada de los intereses; en ese momento el autor aborda la cuestión de la monetización de las relaciones sociales

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