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Delincuentes, policías y justicias: América Latina, siglos XIX y XX
Delincuentes, policías y justicias: América Latina, siglos XIX y XX
Delincuentes, policías y justicias: América Latina, siglos XIX y XX
Libro electrónico701 páginas9 horas

Delincuentes, policías y justicias: América Latina, siglos XIX y XX

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¿Cómo se ha configurado el campo de la historia de la “cuestión criminal” en América Latina? ¿Cuáles han sido históricamente las preocupaciones de nuestras sociedades en este terreno tan sensible e incrustado en la vida cotidiana? ¿Qué clase de sujetos protagonizaban las tramas delictivas? ¿Cuáles han sido los dispositivos judiciales y policiales y cómo se han desplegado en el tiempo? Estas son solo algunas de las preguntas que motivan a los autores de esta compilación, que hurga en los intersticios de los regímenes que dieron forma a nuestros países: Chile, Argentina, Perú y México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2015
ISBN9789563570403
Delincuentes, policías y justicias: América Latina, siglos XIX y XX

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    Delincuentes, policías y justicias - Daniel Palma

    Delincuentes, policías y justicias

    América Latina, siglos XIX y XX

    Daniel Palma Alvarado

    Editor

    Ediciones Universidad Alberto Hurtado

    Alameda 1869– Santiago de Chile

    mgarciam@uahurtado.cl – 56-228897726

    www.uahurtado.cl

    Este texto fue sometido al sistema de referato ciego

    ISBN libro impreso: 978-956-357-040-3

    ISBN libro digital: 978-956-357-041-0

    Registro de propiedad intelectual Nº 255.026

    Dirección editorial

    Alejandra Stevenson Valdés

    Editora ejecutiva

    Beatriz García-Huidobro M.

    Diseño de la colección y diagramación interior

    Francisca Toral R.

    Imagen de portada

    Periódico El Recluta, N°27, Santiago, 16 de mayo de 1891. Con los debidos permisos de la Biblioteca Nacional.

    Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

    DELINCUENTES, POLICÍAS

    Y JUSTICIAS

    ÍNDICE

    Presentación

    PRIMERA PARTE. Delincuentes

    Las correrías y carcelazos de Pancho Falcato. Delincuencia y prisión en el Chile del siglo XIX

    Porque hasta para dar el grito se necesita dinero. Prácticas y representaciones del raterismo en la fiesta de Independencia. Ciudad de México (1887-1900)

    Marginalidad social como red de redes. Ladrones, prostitutas y tahúres en Santiago y Valparaíso, 1900-1910

    La cárcel y la ciudad letrada: hacia una historia cultural de la prisión en el Perú del siglo XX

    SEGUNDA PARTE. Policías

    Violencias de inspectores, violencias contra inspectores. Ciudadanos, policías urbanas y justicias en torno al delito de injurias. Chile, 1830-1874

    La implementación del orden guardián en la Policía Fiscal de Valparaíso. Valparaíso, 1896-1920

    Las demandas de seguridad y la articulación con los reclamos de autonomía política en el territorio nacional de La Pampa, en las primeras décadas del siglo XX

    Cartografía del bertillonage. Circuitos de difusión, usos y resistencias al sistema antropométrico en América Latina

    El caso Quintana: policías, periodistas y hampones en la capital mexicana de los años veinte

    La imaginación policial: la construcción del narcotráfico en Chile, 1900-1950

    Siguiendo los pasos de Norbert Elias. El proceso civilizatorio en la historia de América Latina

    TERCERA PARTE. Justicias

    La milicia togada contra la milicia armada. Disputas por el poder entre jueces, prefectos e intendentes en Perú durante los inicios de la República

    Los acuerdos por sobre la ley: ajustes entre motivaciones judiciales legas y el accionar de jueces letrados en la administración de justicia criminal: zona centro-sur de Chile, 1824-1875

    Que se me haga justicia. Uso y circulación de saberes judiciales en la campaña sur de la provincia de Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XIX

    Por haber sanado a muchos y haber matado a varios. Charlatanes, practicantes y curanderos. La justicia y el ejercicio médico ilegal. Chile, 1874-1919

    Los historiadores y la cuestión criminal en América Latina. Notas para un estado de la cuestión

    Autores y autoras

    PRESENTACIÓN

    Este libro recoge el trabajo de un conjunto de investigadores e investigadoras en torno a la cuestión criminal en América Latina. La mayoría de las contribuciones fueron presentadas en el marco del Coloquio Internacional Delitos, Policías y Justicia en América Latina, organizado por el Departamento de Historia de la Universidad Alberto Hurtado, el cual se desarrolló en Santiago de Chile entre los días 8 y 10 de abril de 2013. Este evento tuvo el objetivo de compartir y poner en común distintas aproximaciones históricas a los criminales y sus entornos, a las prácticas, saberes y culturas judiciales y al emergente campo de los estudios policiales en nuestro subcontinente. Reunió a cerca de cuarenta especialistas de Estados Unidos, México, Colombia, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, y contó con la participación estelar de Lila Caimari, Ricardo Salvatore y Carlos Aguirre, autores consagrados que dictaron las conferencias magistrales.

    El crecimiento y desarrollo de este campo en nuestros países ha generado una sinergia virtuosa, contactos y redes entre historiadores, que nos permiten comparar las agendas de investigación nacionales, discutir los supuestos teóricos y metodológicos que animan la producción historiográfica regional sobre el delito y el castigo de la última década, y avanzar hacia nuevos territorios. Una expresión de este movimiento es la Red de Historiadores e Historiadoras del Delito en las Américas (REDHHDA), conformada en Guadalajara en mayo de 2011, la cual ha impulsado varios encuentros académicos y tuvo la iniciativa de convocar al coloquio que dio origen a esta publicación.

    La cantidad y diversidad de problemas abordados en las ponencias, implicó un proceso de selección y la decisión de estructurar el libro sobre la base de los trabajos referidos más directamente a los tres ejes centrales de la convocatoria. Por lo tanto, una serie de temáticas discutidas en el coloquio, como las reformas penitenciarias, la violencia social o el narcotráfico, no pudieron ser incluidas en este volumen. Por otra parte, algunos de los autores –José Moreno y María Eugenia Albornoz– enviaron versiones ampliadas de sus presentaciones, mientras otros, como Diego Pulido y Pablo Whipple, apostaron por temas relacionados con ellas, debido a que sus ponencias originales estaban comprometidas para otras publicaciones. También se da el caso del artículo de Mercedes García Ferrari y Diego Galeano, quienes prefirieron incluir acá una versión traducida y algo modificada de un texto en francés de difícil acceso sobre el bertillonage, en vez de las ponencias presentadas por ambos en Santiago. Se integran también las conferencias dictadas por Carlos Aguirre, Ricardo Salvatore y Lila Caimari, que ofrecen ángulos novedosos, reflexiones en voz alta y balances de los estudios históricos sobre crimen y castigo producidos a lo largo de las dos décadas más recientes.

    Si bien los trabajos centrados en lo carcelario, las prácticas punitivas y el disciplinamiento social siguen ocupando un lugar importante en la investigación, en los últimos años ha proliferado la historia social de la justicia y comienza a perfilarse de modo cada vez más nítido el análisis interdisciplinario de las policías. El libro da cuenta de estos movimientos. De ahí que las justicias y policías ocupen el grueso de sus páginas, imprimiendo un sello particular a esta compilación que se proyecta en la senda abierta por otros emprendimientos editoriales capaces de aglutinar autores y proponer análisis a escala latinoamericana¹. Los lectores acceden, entonces, a una muestra representativa del trabajo que se ha venido desarrollando en torno a estos tópicos en algunos países de América Latina.

    Quiero dejar constancia de mi gratitud hacia quienes colaboraron durante todo este proceso. A Marcos Fernández Labbé en su calidad de integrante de la comisión organizadora del coloquio y anfitrión. A María Soledad Zárate, directora del Departamento de Historia de nuestra universidad, quien desde un principio dio todo su apoyo a esta iniciativa. A Macarena Castillo, por ocuparse de los aspectos logísticos, supervisar la elaboración del material gráfico y la difusión del coloquio. A todos los colegas que moderaron las mesas y participaron de las discusiones. A Daphne Hernández, licenciada en Historia, cuyo compromiso durante el evento fue fundamental para que todo funcionara adecuadamente. A Manuel Pérez, estudiante de historia de la UAH, por su valiosa colaboración en el coloquio y, especialmente, en la primera edición de los textos que conforman el libro. Finalmente, a la editorial de la Universidad Alberto Hurtado, por confiar en nosotros y hacer posible esta publicación.

    Daniel Palma A.

    Santiago, agosto 2014

    PRIMERA PARTE

    DELINCUENTES

    LAS CORRERÍAS Y CARCELAZOS DE PANCHO FALCATO.

    DELINCUENCIA Y PRISIÓN EN EL CHILE DEL SIGLO XIX

    Daniel Palma Alvarado

    Francisco Rojas Falcato, el célebre Pancho Falcato, es considerado por muchos como el principal personaje de la historia delictual chilena en el siglo XIX. Protagonizó a lo largo de cuarenta años algunos de los capítulos más recordados de los anales del crimen local. Sus fechorías y desacatos a la ley a contar de la década de 1830, así como las más increíbles fugas desde diversas prisiones, lo volvieron una celebridad en vida. Tal fue su fama, que impulsó a escritores y periodistas contemporáneos a retratarlo en libros, poesías y diarios. El mismísimo Benjamín Vicuña Mackenna habría estado interesado en publicar una biografía, según confidenció Falcato al corresponsal de El Ferrocarril, un diario de circulación nacional que en 1877 lo entrevistó durante varios días en la Penitenciaría de Santiago. El periodista terminó encariñado con el reo¹.

    Francisco Ulloa, quien como subdirector de la Penitenciaría trató directamente con Falcato en ese recinto, fue el primero en ofrecer una semblanza literaria de un hombre al que varios coetáneos comparaban con Cartouche, el popular bandido francés del siglo XVIII, cuyas fechorías serían incluso llevadas al cine. En 1884, Ulloa dio a luz la primera edición de su libro que llevaba por título: Astucias de Pancho Falcato, el más famoso de los bandidos de América. Un año después, la novela ya alcanzaba cinco ediciones. Pese a que en sus páginas Falcato es retratado como un hombre ladino y hasta bonachón, muy diestro a la hora de aprovecharse de la candidez de sus víctimas, Ulloa sentenciaba de entrada que solo fue un ladrón astuto y relativamente atrevido.

    Mito y realidad se confunden en este relato sobre el más famoso de los bandidos de América, que Ulloa remató con un juicio categórico: sus hazañas no evitarían que la justicia sacara de circulación a …un ser bajo todos los conceptos peligroso a la estabilidad social. Al fin y al cabo, el mensaje buscaba disuadir a los imitadores de Falcato, en obsequio de la tranquilidad pública, y alertar a los incautos y despreocupados de los peligros que acechaban². De este modo, se fue articulando una extraña representación del personaje, en la que se entremezclaban popularidad y peligrosidad. No en vano, un alto funcionario policial incluyó a Falcato entre los más temibles salteadores de oficio o de alta escuela de la historia delictual chilena, reconociendo, sin embargo, que la tradición popular lo admiraba y recordaba en sus hechos culminantes³. En los versos del afamado poeta popular Daniel Meneses, por otra parte, se utilizó la palabra falcato como sinónimo de delincuente⁴.

    La figura de Falcato mantuvo su halo seductor en pleno siglo XX y desde ámbitos distintos una serie de estudiosos contribuyeron a proyectar su leyenda. Elvira Dantel, apoyándose en la novelita de Ulloa que fue tan popular hace treinta años, en todas las esferas sociales, como el Joaquín Murieta, recubrió a Falcato de un aura pícara al describirlo como un …Pedro Urdemales o el soldadillo que se reía de las autoridades y se escapaba siempre de manos de la justicia…⁵. Con sus habilidades como estafador y transgresor irreductible de las leyes vigentes, representó una vida atractiva para nuestros escritores. No obstante, según indica la misma autora, el Falcato histórico pasaría más de la mitad de sus días tras las rejas, pereciendo en prisión en 1879. En la mitología popular y en la representación literaria, la vida del bandido cobra sentidos que rara vez guardan correspondencia con su existencia fáctica⁶.

    Eugenio Pereira Salas, historiador preclaro, fue el primero que se lanzó a buscar las huellas de Falcato en los archivos, con el ánimo declarado de separar la historia de las fantasías que alimentaban su leyenda: ...tiene mayor valor el escueto relato de los hechos probados en la encuesta judicial que la falsa retórica que estropea a menudo el relato…, concluirá en su texto⁷. Sin desconocer la popularidad del personaje, cuyas peripecias seguían seduciendo a los lectores del libro infaltable de Ulloa, Pereira Salas fue capaz de construir una aproximación biográfica que sus antecesores solo habían esbozado, aportando con información extraída de procesos criminales y documentos del Ministerio de Justicia.

    A su turno, Maximiliano Salinas, a base de los trabajos de los anteriores, ubica a Falcato entre las figuras destacadas del bandolerismo del siglo XIX e interpreta su accionar en tanto expresión del sentido de protesta social inherente al cuatrerismo y artífice de una justicia popular que castiga a los ricos y defiende a los pobres⁸. En la senda del bandido social visibilizado académicamente por los estudios de Hobsbawm, Falcato y otros bandidos encarnarían la venganza popular ante las ofensas recibidas por un sistema de dominación opresor de los campesinos. La fuerza simbólica de la transgresión a un orden ajeno y autoritario puso a Falcato en el panteón de los auténticos héroes del pueblo chileno. Toda su vida se inscribiría en las experiencias de los más desheredados del país y ofrecería indicios y claves para la reconstrucción de la historia de los rotos y paisanos chilenos⁹.

    También encontramos a Pancho Falcato en investigaciones sobre las prisiones, especialmente a raíz de las dos fugas que perpetró desde los tristemente famosos carros del Presidio Ambulante¹⁰. En los estudios de Marco León y Francisco Rivera, Falcato se alza como un criminal emblema del siglo XIX, pero también aparece en el papel de víctima de unas prácticas punitivas infames. Ya sea como prueba viviente de las falencias de la infraestructura carcelaria o como un reo reticente al control social de matriz portaliana, Falcato ilustra las complejidades de la administración del castigo y los padecimientos de los que pasaron gran parte de su vida tras las rejas.

    En las páginas siguientes, queremos exponer, a partir de la trayectoria efectiva de este célebre delincuente, el funcionamiento de los intersticios del régimen conservador chileno que se extendió entre las décadas de 1830 y 1860. Reconoceremos unas prácticas punitivas muy alejadas de las ideas ilustradas esgrimidas por muchos de los encargados de administrar justicia y también la precariedad en materia penal y carcelaria mientras Falcato hizo de las suyas, centrándonos especialmente en el Presidio Ambulante, sobre el cual se ofrecen algunos antecedentes originales.

    Donde se recuenta la vida de Pancho Falcato

    Francisco Rojas Falcato Valdés nació en Santiago, en la calle de la Merced, junto a la casa de don Ramón Freire, según confidenció alguna vez. Pereira Salas sugiere en su estudio que esto fue entre 1813 y 1819, en los turbulentos años en que se luchaba por la Independencia nacional. Plantea que Falcato fue un hombre criado en la ciudad, con alguna educación, a juzgar por su caligrafía, y vinculado al entorno del abasto de la población. En los procesos judiciales que conocemos y en las entrevistas que Falcato concedió al diario El Ferrocarril en 1877, manifestó que su oficio era el de abastero y comerciante de animales y que alguna vez tuvo tres puestos de carne en el mercado. Estas actividades le habrían permitido alcanzar cierta posición económica, a decir de Pereira Salas.

    De ese ambiente de dinero sonante, salió Pancho Falcato, duro, vigoroso, amigo del cuadrero, del especulador, diestro en las mañas y trapacerías de un oficio de vida despreocupada, fácil, rumbosa y glotona.

    El rubro de las carnes ni siquiera lo abandonó estando prisionero y, de hecho, …nunca se interrumpieron sus relaciones con algunos personajes importantes en el negocio del arreo y matanza de animales, los que incluso testificaron en algunos de los juicios en su contra. Este negocio permitió a Falcato disponer de algunos bienes y mantener una casa en la calle Huemul de Santiago, cuyo arriendo servía para sostener, aunque modestamente, a su familia¹¹. La crianza y sus actividades comerciales urbanas alejan a Falcato considerablemente del prototipo del bandido de origen campesino, salido en general de entre los peones-gañanes que merodeaban las haciendas y villas del Valle Central en busca de trabajo estacional.

    Siendo Falcato todavía un muchacho, su carácter desfachatado le valió problemas con la autoridad. "Cuando joven tuve la debilidad de armar pleitos a los vigilantes; esto me acarreó su odio y cuando se verificó un robo, caí envuelto en la sospecha y fui llevado a Los Carros", contaría el propio Falcato¹². Posiblemente está aludiendo a su primer encontrón con la justicia del que hay registro, ocurrido en el año de 1837, en el contexto de una dura batida contra la delincuencia peonal que se libraba en el país. Hay que recordar que durante la década de 1830 el control de la criminalidad se constituyó en uno de los desafíos mayores para los regentes del orden conservador establecido. Los salteos y abigeatos cometidos en las zonas rurales y suburbanas fueron enfrentados con extremo rigor punitivo y castigos prontos e indefectibles, apelándose tanto a procedimientos legales como extralegales para escarmentar –a duras penas– a los ladrones y contener la plaga del vandalaje¹³. La condena a los carros del Presidio Ambulante era la pena de reclusión más severa que se utilizó por esos años.

    Rojas Falcato cayó aquel año de 1837 por un salteo a la casa de José Tisca, donde habría actuado en compañía de algunos maleantes avezados, como José Mesina y Manuel Bórquez. El hecho dejó una víctima fatal, lo que selló la suerte judicial de los cabecillas que fueron condenados a muerte (aunque tiempo después serían indultados). Pereira Salas menciona unas actas del Consejo de Estado, según las cuales Falcato y Bórquez por su participación en este robo recibieron una pena a cuatro años de trabajos forzados y cien azotes públicos¹⁴. ¿Será esta la misma condena a seis años en los carros por robo a la que alude Falcato en las entrevistas a El Ferrocarril? No estamos seguros, pero en esa versión sostiene que había sido condenado porque un rival envidioso me levantó falso testimonio, incriminándolo en el salteo, y que tal castigo lo marcó por el resto de su vida:

    Desde entonces, cuando he estado libre trabajando honradamente, los envidiosos me han acusado de connivencias en sus fechorías y los jueces me han cargado la mano porque había estado antes en Los Carros. Mi primera estadía en Los Carros fue como una marca de fuego grabada indeleblemente sobre mi frente. Los jueces solo han visto esa marca y me han condenado. Yo no tengo en Chile más enemigo que la justicia¹⁵.

    Como sea, Falcato no pasó mucho tiempo encerrado en esta ocasión, pues en octubre de 1838 era nuevamente detenido e implicado en un salteo acaecido en la provincia de Aconcagua en el lugar llamado cancha del llano. Al momento de ser apresado, en su casa se encontraban varios individuos, sobre los cuales recaen las sospechas de que sean de la misma profesión de Falcato, esto es, salteadores, leemos en el parte enviado al juez letrado¹⁶. Entre los presentes estaban los ya aludidos Mesina y Bórquez, además de otros sujetos con antecedentes por robo. En poder de Falcato y de sus visitas se encontraban prendas sustraídas en el asalto de Aconcagua un mes atrás e incluso había una pistola. Falcato fue sindicado como el principal cómplice en el salteo hecho a García, pese a que negó obstinadamente la acusación, alegando que había comprado las prendas en cuestión a un soldado. Esta táctica fue denunciada como una más de las …maestrías en estas maniobras [que] lo salvaron de la pena que le correspondía por los muchos robos y salteos de que fue acusado hace pocos meses. Confirmamos la existencia de una condena anterior y también cuánto se ha escrito acerca de la envolvente personalidad de Falcato y su destreza para fabricarse coartadas verosímiles.

    No cabe duda de que estos años resultaron en extremo agitados y a la vez fatales para nuestro protagonista, que se granjeó un cartel de salteador y un prontuario que pesaría en futuras resoluciones judiciales. El 5 de febrero de 1839 fue finalmente condenado junto a Manuel Bórquez, por haber robado en Aconcagua la tienda de Don José Rosario García rompiendo la cerradura de la puerta, agravado por cuanto con anterioridad había sido procesado dos veces por robos y porque su casa era el punto de reunión de malhechores. Le dieron ocho años de presidio y debía sufrir cien azotes en público¹⁷. Falcato regresaba a los carros infamantes, que, tirados por bueyes, eran destinados a los lugares que requirieran de la fuerza de trabajo de los reos, como veremos más adelante. Para colmo, el 10 de abril, en segunda instancia, la Corte Suprema lo sentenció a la pena ordinaria de muerte¹⁸.

    A solo cuatro meses de esta nueva condena al Presidio Ambulante, el 2 de junio de 1839, Falcato junto a varios reos más (entre ellos Mesina, Bórquez y el célebre bandido Jerónimo Corrotea) logró fugarse, aprovechando que los carros permanecían en la localidad de Casablanca y que debido a la lluvia los reos estaban encerrados en una casa particular. Desarmaron al centinela de la puerta y se enfrentaron a garrotazos con los soldados que los custodiaban, hasta alcanzar la calle. No le importó a Falcato que semanas antes el Consejo de Estado hubiera decretado el indulto de la pena de muerte y la supresión de los cien azotes, como una manera de celebrar el triunfo de las armas chilenas en Yungay y el fin de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. A pocos días de la evasión, fue recapturado en el bajo de Renca, en Santiago, y en el proceso que se le formó se levantó la tesis de una sublevación de reos, en el marco de la cual habría tenido un papel estelar. El fiscal solicitó un castigo ejemplarizador:

    …lo acusa el Agente a la pena ordinaria de muerte como indigno del beneficio de indulto que obtuvo, como ingrato y alevoso en la sublevación, y como traidor a la beneficencia de la Nación pidiendo expresamente que sea descuartizado y sus manos y cabeza sean puestas en jaulas de fierro en el lugar del alzamiento para memoria y escarmiento de atentados de esta naturaleza¹⁹.

    Falcato se convirtió así en un traidor a la patria, además de salteador conocido. Los alegatos del procurador de pobres en lo criminal, Rafael Carrasco, mitigaron el fallo con el argumento de que el reo no había incurrido en nuevos delitos desde la evasión. En agosto de 1839, recibió la nueva condena por fuga, esta vez a diez años de presidio y cien azotes en público, que luego serían duplicados por decisión de la Corte Suprema²⁰. Antes de cumplir los veinticinco años, Pancho Falcato ya era un hombre prominente de los bajos fondos criminales y acumulaba a lo menos tres condenas.

    Los años siguientes se repetiría la misma historia. Dejemos que el propio Falcato narre un nuevo intento de fuga, ocurrido en 1840:

    En el año cuarenta estábamos trabajando en la quebrada de los Alabados, a la bajada del puerto de Valparaíso. Recién habíamos terraplenado un pedazo de cerro para poner los Carros. Se nos hacía trabajar tanto y era tanto el rigor con que se nos trataba que resolvimos sublevarnos.

    Unas niñas nos proporcionaron unas limas de acero y cuchillos de cocina. Era preciso, ante todo, limar las cadenas y esto lo conseguimos con bastante felicidad²¹.

    Durante la noche, diez de los reos rompieron las cadenas y se abalanzaron sobre la guardia. Sin embargo, no lograron apoderarse de los fusiles. Entonces se produjo la estampida y cada cual "cortó para su raya, rememoraría Falcato. Escabullendo los balazos y trepando por entre los cerros y quebradas, el fugitivo alcanzó el puerto junto a un cómplice. Allí fueron conminados a detenerse por una patrulla de dos serenos. Se armó una refriega, mientras se aproximaba una partida de soldados que buscaba a los prófugos. Yo entonces salí del montón y corrí por la playa. Toda la partida se fue tras de mí; yo me batía en retirada. Al sereno que se acercaba lo hacía besar el suelo a bofetadas y seguía corriendo. A pesar de la encarnizada resistencia, Falcato no pudo con la superioridad de sus perseguidores y terminó nuevamente preso. Siete de sus compañeros corrieron mejor suerte y consiguieron el objetivo. Si en ese día hubiera yo tenido un buen puñal o una pistola, le aseguro que habría muerto más de cuatro; pero más vale que haya sido así, porque si no me habrían fusilado y Ud. no sabría todo esto", remató su relato al periodista de El Ferrocarril ²².

    De aquí en más, Falcato pasaría escaso tiempo en libertad y su nombre andaría de boca en boca. En febrero de 1841, Ramón Cavareda, recién asumido como Superintendente del Presidio Ambulante, en una misiva donde se quejaba de los resultados perniciosos de esta experiencia punitiva, alertaba sobre el peligro que representaban hombres como Falcato si los carros seguían funcionando sin las mínimas precauciones para impedir las habituales fugas en el camino Santiago-Valparaíso:

    …en el estado actual de cosas no hay un instante en que no peligre la seguridad pública: porque peligran, a un tiempo, la existencia de todos los moradores de las haciendas circunvecinas, la de los viajeros que transitan continuamente por ese camino y aun la tranquilidad de Santiago y Valparaíso, cuyas riquezas pueden servir de aliciente a esas naturalezas malas para emprender un golpe de mano. Esto no es del todo imposible, pues la guarnición que custodia al presidio es demasiado pequeña para que no haya a veces descuido por efecto de lo recargado del servicio. Aún hay más; hombres de esa clase, capitaneados por un Catalán, un Corrotea o un Falcato Rojas, llevados de la esperanza de la libertad y de la sed del robo y del crimen, tendrían demasiado arrojo para ejecutarlo²³.

    Para agosto de 1842 Falcato, la naturaleza mala, figura en el Listado de los reos más peligrosos que existen en el Presidio Ambulante, con una pena de diez años por el delito de fuga. Tal listado se había confeccionado con el objeto de separar imperiosamente de los carros a quienes reunían los criterios de mala conducta y condena alta por un delito grave. Aparte de Falcato aparecen quince reos más, todos con penas de ocho años hacia arriba; dos por asesinato, un salteador, seis por robo, dos por robo y fuga y cuatro por fuga²⁴. Entre ellos, Miguel Ulloa, junto al cual unos años después Falcato volvería a verse involucrado en un proceso por salteo y asesinato.

    En efecto, en diciembre de 1845, en el juzgado de letras en lo criminal de Santiago, se abrió un sumario contra Francisco Falcato Rojas, Miguel Ulloa y otros, acusados de ingresar a la quinta de Juan Francisco Cifuentes, robar importantes cantidades de onzas de oro sellado y dar muerte a un inquilino²⁵. Lo más llamativo de este proceso es que el asalto había ocurrido durante la noche del 25 de diciembre, en circunstancias que los imputados supuestamente estaban recluidos en los carros. En el curso de la investigación judicial, se develó que esa noche –gracias a las buenas relaciones que existían entre reclusos y guardias– Falcato, Ulloa e Isidoro Poblete efectivamente habían salido del presidio, regresando al amanecer. Un preso declaró que Ulloa le confidenció al día siguiente que habían perpetrado un robo en la chacra de Cifuentes y que al momento de emprender el regreso a los carros con el botín, tres

    hombres lo abordaron y le quitaron la porción que le correspondió. Sospechaba que Falcato estaba tras la quitada.

    La versión de Falcato solo se conocería al cabo de un par de semanas, cuando fue detenido en el departamento de Quillota, tras haberse fugado de los carros en la tarde del 26 de diciembre. En su poder se encontraron cuarenta pesos y un puñal. En la que sería su primera declaración en este caso, se presenta como de veintiséis años, casado y de oficio abastero; afirma que la noche del 25 de diciembre no había salido del presidio; que después de la fuga se vino al campo de la chácara de Mata hoy del dominio del señor D. Francisco Ruiz Tagle, y que allí estuvo oculto como cuatro días sin salir más que de noche a los bodegones a comprar pan y queso; que durante la época de su fuga no ha dormido de noche en ninguna casa porque se ha amanecido en las chinganas y en los juegos; también indicó que en prisión ganaba unos pesos haciendo figuritas de hueso. En la declaración se aprecia claramente su firma.

    El juego aludido por Falcato era uno de sus principales placeres y le permitía allegar dinero para costear las salidas de Santiago y llevar a cabo diversas fechorías. En su narración al corresponsal de El Ferrocarril, el propio Falcato le confesó que he tenido el gran defecto de jugar y como no soy tonto… gano siempre. A esas alturas, no obstante, estaba arrepentido de este vicio e inclusive pediría: …hágase guerra sin cuartel a los garitos situados a extramuros de la ciudad, que es donde los hombres pierden su fortuna y extravían su razón²⁶.

    Su compañero de desgracias, Miguel Ulloa, confirma tal afición, al revelar que el día anterior al salteo en la chacra de Cifuentes, Falcato le había dicho que habíamos de ir a practicar una diligencia, entendiendo yo que tal vez sería a jugar, porque él es aficionado. También relató que el día del salteo salieron del presidio –donde permanecían sin custodia– y que la diligencia consistía en robar dinero en la quinta de Cifuentes. Allá los esperaban otros cómplices, uno de los cuales, según una testigo, tenía hasta cara de salteador, por la mirada. Tras ser despojado de su parte del botín, Ulloa volvió a los carros para escapar el 27 de diciembre. Fue recapturado en Valparaíso al poco tiempo.

    Las versiones contrapuestas motivaron un careo entre ambos reos, que se llevó a cabo el 23 de enero de 1846.

    El reo Ulloa en el careo con Francisco Falcato Rojas sostuvo su declaración prestada en Valparaíso con un pavor tan extraordinario que alentó a Falcato para negarlo todo y para decirle que no se había juntado con él, que era falso cuanto aseguraba y que no debía creérsele a ningún facineroso como Ulloa.

    El pavor de Ulloa nos parece muy significativo. Da cuenta de la reputación de Falcato. El arrojado y temerario Rojas, lo llamó el abogado defensor de Ulloa, culpándolo de ser el instigador a tan criminal convite. Y para no ser menos, el agente fiscal sentenciaba en septiembre de 1846: Francisco Falcato Rojas que a la sombra del terror que impone su fama y fatal condición, no hay duda que concurrió al robo, y que es autor del salteo que se hizo. Recordaba, además, que este hombre famoso ya ha sido condenado a muerte. Nada, sin embargo, sacaría a Falcato de su negativa y en declaraciones posteriores se escudó siempre en el argumento de no haberse movido de los carros en la noche del crimen. Era la estratagema de procesos previos que él mismo se encargaba de recordar a los jueces: respondió que ha estado tres veces preso en esta cárcel: una de ellas por heridas que le atribuyeron, otra por hurto de animales que también le imputaron, y la tercera por complicidad en un salteo hecho en Aconcagua. Hasta el final de sus días Falcato se mantuvo en esta línea; era la fatalidad la que se entrometía en su camino y lo tenía pagando culpas ajenas²⁷.

    Ni Falcato ni Ulloa estarían para la lectura del fallo. El 7 de noviembre de 1846, el alcaide informaba que el día anterior como a las 12:30 del día se habían fugado desde la Cárcel Pública junto a otros reos, abriendo un forado en el calicanto nuevo que se hallaba fresco, dejándose caer a la acequia. En el lugar se encontró una barra de grillos con la chaveta limada, la que conozco ser la que tenía Falcato Rojas. Este fue, sin duda, uno de los golpes más resonantes de su carrera. Pero también lo sentenciaría a seguir huyendo, por su vida. Dictaminó el juez:

    El reo Francisco Falcato Rojas tiene contra sí los más fuertes indicios de haber sido el primer agente del salteo y asesinato; es además fugado del presidio general, robador de un caballo ensillado, famoso en crímenes por los que se le ha procesado otras veces y condenado a la última pena… y finalmente, fugado de la cárcel pública por forado y cuando su causa estaba para fallarse = por todo lo cual le condeno con arreglo a las leyes […] a la pena ordinaria de muerte.

    Me he explayado en este caso, porque el expediente ofrece ricas vetas para el análisis, algunas de las cuales se retomarán luego, además de retratar al Falcato histórico como un jugador, con sólidas redes en el mundo delictual y ejerciendo un rol tutelar sobre sus pares. Un tipo reconocido entre los presos (niños) y perfectamente identificado por los policiales, abogados y jueces, que durante una década completa lo acosaron y encarcelaron varias veces. Muchos de sus amigos ya no estaban, como Jerónimo Corrotea, hermano del audaz bandido, muerto en la sangrienta fuga que protagonizaron los reos del Presidio Ambulante en Peñuelas el 14 de marzo de 1841 y que terminó con veinticinco de los sublevados abatidos²⁸. Es indudable que Falcato se había vuelto un personaje público y notorio, temido y admirado a la vez.

    Digamos finalmente respecto al proceso que hemos estado comentando, que las gestiones del procurador José Miguel Drago y la obstinada negativa a confesar por parte de Falcato, surtieron efecto, pues en abril de 1847 la Corte Suprema resolvió que no estando plenamente probada la cooperación de Francisco Falcato Rojas al salteo y asesinato cometido en la quinta de Don Juan Francisco Cifuentes, se le absuelve de la instancia de este delito…. Recibió una pena a diez años de presidio desde que sea aprehendido y conducido a él.

    El espectacular escape desde la recién refaccionada cárcel pública se encuentra narrado en colores en la entrevista a Falcato y coincide con lo que hemos podido establecer a partir del expediente judicial. El destino llevó al fugitivo hasta la provincia nortina de Coquimbo. Después de muchas peripecias, después de muchas noches y días sin pan, sin abrigo, sin agua, sin conocer el terreno que pisaba, sin conocer a los hombres por donde pasaba, llegué a Coquimbo. Se fue por tierra, ya que de haber intentado tomar un buque, "me habrían echado el guante en el acto. Yo era joven y perspicaz y no podía cometer esa chambonada", rememoraría²⁹. Durante algo menos de seis meses se mantuvo a salvo de sus perseguidores en el norte, usando el aristocrático nombre de Francisco Antonio Valdés y vestido como futre, haciendo nuevos amigos y burlando al mismísimo gobernador y otrora Superintendente del Presidio Ambulante, Juan Melgarejo, con quien dice haber compartido en reuniones sociales. Sucedió muchas veces que el intendente se retiraba tarde en la noche y yo lo iba a acompañar hasta la puerta de su palacio³⁰.

    Sin embargo, los comisionados secretos enviados especialmente desde Santiago le pisaban los talones y lo fueron cercando. Falcato menciona que cuando huía junto a otros niños se sintió un temblor tan grande que rasgó la bóveda de la cárcel de Coquimbo. Puede que se refiera al sismo con epicentro en La Ligua y Petorca (a unos 300 km de donde se encontraba), acaecido el 8 de marzo de 1847, lo cual coincide con los aproximadamente seis meses que alcanzó a estar en libertad. En medio del desconcierto, se enfrentó a los agentes y fue impactado por dos proyectiles: un tiro en el bajo vientre con postones que nunca me los han podido sacar y recibí también otro en una pierna, a bala. A mal traer fue trasladado en barco hasta el puerto de Valparaíso. De Valparaíso me trajeron a la Penitenciaria echado sobre un caballo, con barras de grillos y dos guardias. Llegué a Santiago medio muerto³¹. Hubo junta médica para recuperar a Falcato de sus heridas y así se salvó. De eso viviré eternamente agradecido, aseguró³².

    En esta parte, la historia de Falcato se mezcla con un hito de la historia carcelaria chilena. En 1847 se presenciaba la agonía de los tétricos carros-jaula ambulantes ideados por Diego Portales en 1836. Once años después, prácticamente no quedaban defensores de este sistema y ya se construía la moderna Penitenciaría de Santiago que apuntaba a terminar con la barbarie punitiva³³. Las urgencias aceleraron la ocupación del espacio penitenciario aún en construcción y en el mes de septiembre se ordenó el ingreso de los alrededor de doscientos presos que permanecían en diez carros estacionados en las cercanías, junto a otros tantos provenientes del Presidio General. En esos momentos, la parte edificada de la Penitenciaría no era más que un diez por ciento de su proyecto definitivo. Por lo tanto, el penal no contaba con las más mínimas condiciones de infraestructura para asegurar y mantener adecuadamente recluidos a los primeros condenados³⁴. El convaleciente Falcato fue uno de estos primeros habitantes del flamante recinto correccional.

    Los años iniciales en la Penitenciaría fueron muy duros para los presidiarios. Según Jaime Cisternas, en los cuarenta meses que van de septiembre de 1847 a 1850, unos trescientos hombres subsistían hacinados en las sesenta celdas habilitadas y expuestos a las condiciones de encarcelamiento más rigurosas e inclementes que pudiera imaginarse. No había agua potable, las celdas apenas recibían los rayos del sol, la alimentación era deplorable y entre los presos cundían el reumatismo y las afecciones estomacales. Las propias autoridades carcelarias alertaban sobre la gravedad de tales condiciones sanitarias³⁵. La situación de Falcato era más delicada todavía, pues quedó sometido …a una dura incomunicación, con doble cadena sujeta a la mano, que se le había carcomido, según expuso en una solicitud de clemencia denegada en 1848³⁶. En el ocaso de su vida, Falcato seguía masticando esta experiencia: Entonces fue cuando me tuvieron por 5 años con una enorme maza al pie³⁷. Sufrió, al mismo tiempo, la temida celda solitaria³⁸. Pereira Salas dio con una nueva petición de indulto de 1851, que es muy elocuente respecto al estado anímico y las convicciones de Pancho Falcato.

    Cualquiera que sea los crímenes que se me atribuyen y que se han exagerado hasta el último extremo, están ya excesivamente compensados por una agonía horrible de tres años que ha destruido mi ser y que al hombre más duro e incorregible habría bastado para rehabilitarlo. He cometido delitos pero no todos los que se me suponen: estoy completamente arrepentido de ellos. La fuerza de tanto padecer es la que ha doblado los crímenes que de nuevo se me increpan. El deseo de libertad está impreso por Dios en el hombre, el protestar contra las leyes será una falta social pero no un crimen. Finalmente, los tormentos que sufro me condenan a muerte segura tal vez en un año³⁹.

    Sin olvidar las precauciones que se deben tomar ante la retórica característica de estas solicitudes⁴⁰, la pieza documental es notable en tanto testimonio del pensamiento elaborado de Falcato. Da cuenta del sufrimiento, resignación y arrepentimiento –tópicos propios de esta clase de documentos–, pero también de su capacidad intacta para remarcar la injusticia de su prisión y levantar una audaz reivindicación del legítimo derecho a fuga de los privados de libertad, arriesgando con ello la acogida favorable de su solicitud. Definitivamente, no era un reo cualquiera; no se arrastraría en demanda de clemencia así como así. Estamos ante la auto representación de un hombre orgulloso, pese a todo.

    Las cosas parecen haber mejorado algo en los años siguientes. La infraestructura carcelaria progresaba y se ampliaba el número de celdas disponibles, mientras algunas normas comenzaban a flexibilizarse. Desde 1852, Manuel Vicente Castro era el director de la Penitenciaría y Falcato parece que asumió un importante liderazgo en la gestión del orden interno. En sus propias palabras: Hubo un tiempo en que yo gobernaba esta casa, cuando era director el mayor Castro… entonces ni había pleitos ni fugas porque yo vigilaba mucho⁴¹. A la vista de la trayectoria y personalidad amistosa de Falcato es bien plausible que así haya sido. Liberado de la incomunicación, fue urdiendo rápidamente las hebras de su red con los niños y también con guardias del penal. Fueron años durante los cuales las prácticas tradicionales de los reos erosionaron los ideales de regeneración moral que en teoría debían reinar tras los muros y barrotes. En 1854, de acuerdo a un informe del superintendente:

    La cárcel penitenciaría estaba habitada por un gran número de mujeres que hacía parte de la guarnición, ocupando las celdas en construcción; inundábala una muchedumbre de vianderas que mantenían comunicación y comercio constante con los presos, llegando al extremo de que los robos hechos en la ciudad, hallaban dentro de los muros un depósito o escondite frecuente. Tal desorden se elevaba al grado de que muchos de los presidiarios convirtieron sus celdas en almacenes, donde se vendía aguardiente, velas, naipes, fósforos, ropa hecha, y en las cuales se recibía en prenda a un interés usurario, lo que ocasionaba frecuentes disputas entre los condenados…⁴².

    Cuesta imaginar que Falcato no hubiera participado de estas dinámicas. Con todo, diversas fuentes remarcan su buena conducta, ejemplo de la cual es el hecho de que, a diferencia de las estadías anteriores en los carros y en la cárcel pública, jamás se fugó desde la Penitenciaría. En vista de que la última de sus condenas que hemos registrado data de 1847, debió haber salido en libertad en 1857, pero ignoramos si así fue. Tampoco tenemos mayores noticias sobre lo acontecido con Falcato en lo sucesivo, salvo una referencia del reportero de El Ferrocarril, quien indica que aquel tuvo cuatro condenas en la Penitenciaria que suman treinta y siete años. ¿Significa esto que a fines de los años 50 y en la década de los 60 siguió cumpliendo penas de cárcel por acumulación de sentencias? El propio Ulloa da a entender algo así en un libro sobre la Penitenciaría, donde incluye a Falcato entre los cinco reincidentes más notables del recinto, afirmando que "…no obstante sus mil protestas de inocencia respecto de los crímenes que se le han acumulado, había pasado los dos tercios" de su vida tras las rejas⁴³.

    En 1875 volvemos a encontrar a Falcato en el archivo judicial, elevando una petición de indulto. Había sido condenado el año anterior a cinco años de penitenciaría (rebajado a cuatro años en segunda instancia) por el hurto de once vacunos desde un fundo en San Bernardo, al sur de Santiago. Enarbolando el ya clásico discurso de su inocencia, alegó que en el momento del hurto estaba en Santiago e implicó a un agente secreto de la policía en el hecho. Los jueces no le creyeron. Tampoco al procurador que argumentó con el tópico de la redención de Falcato, el héroe de leyenda, y pedía se …escuche ahora la voz de un hombre a quien el crimen en sus severas reacciones hizo honrado…⁴⁴. Para febrero de 1877, cuando lo entrevistaron en la Penitenciaría, le faltaban quince meses por cumplir esta, la última condena. Falcato representaba a un hombre de unos sesenta años.

    El avezado embaucador y ladrón de animales conservaba el buen humor que lo había distinguido siempre. No temo nada, aquí estoy pobre, pero saliendo en libertad, con mi trabajo, yo clavo la rueda de la fortuna; […] después de 40 años de tragedias, mi brazo, mi espíritu y mi corazón están robustos, le expresaría en una ocasión al corresponsal del diario, impresionado con la historia extraordinaria de este personaje⁴⁵. La limpieza de imagen que observamos en las crónicas de El Ferrocarril bien puede ser considerada la última jugada de Falcato. Por nuestra parte, no queda más que culminar este recorrido con un monólogo incluido en el superventas de Ulloa, que exhibe a Falcato reflexionando acerca de su agitada y controvertida vida:

    Yo no he sido sanguinario señores, decía Falcato en circunstancias que cumplía su cuarta condena en nuestra Penitenciaría. Es cierto que en mis mocedades fui un poco vivo, y todo cuanto se diga que entonces hice, es posible que lo hiciera; porque, en verdad, no trabajé en muchos años y como un príncipe viví. Pero le repito, con excepción de una puñalada que regalé a un traidor, jamás por jamás mis manos se tiñeron con la sangre del prójimo. Y si alguna vez resultó, como consecuencia de mis hechos, una muerte o una herida, no fue por culpa mía, porque siempre traté de contener las demasías de mis niños⁴⁶.

    Donde se describen las vivencias en los carros ambulantes

    Las peripecias y desventuras de Pancho Falcato ponen en el tapete una serie de problemas que remiten a la política en materia criminal y carcelaria adoptada por las autoridades del denominado régimen portaliano, especialmente entre las décadas de 1830 y 1850. La economía del castigo durante la hegemonía de la élite pelucona identificada con las ideas políticas, sociales y penales de hombres como Diego Portales, Mariano Egaña y Andrés Bello, exhibe, por de pronto, uno de los lados más sombríos del proceso de construcción de Estado en Chile. Es la contracara de lo que los panegiristas del régimen describieron como un estado en forma. En ese sentido, independiente de la falta de recursos –reiteradamente esgrimida como excusa–, de los escasos jueces competentes y de recintos carcelarios inapropiados, se vislumbran prácticas punitivas que se ubicaron a distancia sideral de los ideales republicanos que en teoría fundaban el nuevo orden sociopolítico en el país.

    La historia de las prisiones en Chile cuenta con sólidos cimientos y los lectores interesados tienen un material valioso al cual acudir⁴⁷. A continuación, nos interesa aportar al develamiento de la experiencia en el Presidio Ambulante, centrándonos en las rutinas de sus ocupantes, los guardias y su sociabilidad. Los dos estudios específicos sobre los carros realizados a la fecha se han ocupado de buena manera de las discusiones que dieron origen a este particular ensayo punitivo, de su declive y de su lugar en el marco de un dispositivo de control social dirigido a los pobres, pero persisten zonas grises sobre aspectos clave como el movimiento de reos y sus relaciones sociales⁴⁸. Entonces, por medio de la documentación recopilada acá y la trayectoria del propio Falcato, procuraremos complementar los conocimientos existentes sobre tales cuestiones.

    Cuando se creó el Presidio Ambulante, el Gobierno planteó que debía cumplir diversas funciones ligadas a una peculiar manera de concebir el castigo: 1) servir de espacio de reclusión para reos conceptuados peligrosos y como solución carcelaria parcial y transitoria; 2) exponer públicamente a los presos, a través de su permanencia en jaulas de fierro móviles, y así agregar una cuota de humillación a la pena que sirviera de escarmiento a los demás; 3) obtener un provecho económico, mediante el desplazamiento de los prisioneros a colaborar en trabajos públicos –en particular, en la construcción de caminos– y así costear parte de la mantención del sistema⁴⁹. En otras palabras, …se condenaba a los presos a trabajos forzados en unos carros, especie de prisiones flotantes, rodeados de barandillas de fierro⁵⁰.

    Como ya hemos señalado, el Presidio Ambulante funcionó entre 1836 y 1847. El ingreso anual rara vez sobrepasó a los cien penados y la existencia media tendió a fluctuar entre los 100 y 200 hombres. Algunos meses esta cantidad fue menor, como en marzo de 1841, cuando se contabilizaron 91, entre ellos once extranjeros⁵¹. Un año después había 135 presos que ocupaban solo trece de los 21 carros disponibles⁵². Para 1844, León estableció una existencia anual de 220, número que se mantuvo hasta el traslado de los últimos reos a la penitenciaría en 1847. Es importante precisar que el sistema operó exclusivamente en el eje Santiago-Valparaíso y que los convictos provenían de todo el territorio nacional, según consta en múltiples documentos que informan de la remisión de condenados –por mar y tierra– hacia las jaulas rodantes⁵³.

    El siguiente cuadro expresa cuáles fueron los delitos que motivaron la condena a los carros a lo largo de buena parte del período en que estos operaron.

    El mayor número de los reos había caído por delitos contra la propiedad (50% por robo o salteo), a los que seguían los delitos contra las personas (18,5% por homicidio o heridas). También se remitió a los carros a inculpados por sedición, particularmente en la coyuntura 1836-38 que costó la vida al ministro y hombre fuerte del régimen, Diego Portales. El elevado número de quienes entraron por delitos no expresados en esa misma coyuntura, nos lleva a suponer que entre estos hubo otros tantos por causas políticas. En 1841 había dos revolucionarios entre los presidiarios⁵⁴. Por otra parte, el ingreso menor pero constante de reos por doble matrimonio se puede interpretar como un indicador del disciplinamiento moral impulsado por los gobiernos conservadores.

    Las condiciones de la reclusión eran denigrantes y no dejaban nada a la imaginación. Los presos se hacinaban en espacios reducidísimos: Cada jaula –apunta Barros Arana– estaba dividida en tres secciones horizontales y en cada una de estas había capacidad para seis hombres que debían permanecer tendidos, porque no había espacio para sentarse⁵⁵. En 1840, un informe recalcaba el más completo descuido de todo lo que concierne la limpieza y la desnudez de los condenados al presidio. Los reos eran descritos como unos seres desgraciados⁵⁶. Pese a ordenarse la inversión en vestuario para 87 de ellos, el panorama no varió en los años siguientes. El juez letrado de Valparaíso, Francisco de Borja Eguiguren, informaba impactado de una inspección efectuada en el invierno de 1842:

    Diez o doce hombres encadenados de dos en dos y apiñados en cada una de estas jaulas de hierro, expuestos al frío y al calor, cubiertos de andrajos los más de ellos y sin más abrigo que un lienzo miserable y despedazado que por de fuera cubre a estas cárceles multiplicadas, inspiran un

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