El hombre que viajaba al sol
Por Aldo Torres
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Mientras camina detrás del sol, Igor va anotando en su libreta lo que vive día a día; quiere escribir una novela, para así “combatir el olvido”. Pero le falta el personaje. Es entonces cuando encuentra con un tipo llamado Escorpión –al igual que su constelación preferida–, con él establecerá una relación de compañeros de búsqueda, pues también este aspira a componer una novela. Todo esto los conducirá a un lugar donde se cuestionan si son seres reales o cada uno es inventado por el otro. Como espejos, como realidades sobrepuestas. Llegaran hasta la Gran Mente Universal, donde habitan los personajes de todas las novelas, donde se almacena la imaginación del mundo.
El problema planteado gira en torno a la lucha entre la realidad o la ficción de nuestra existencia: ¿Qué es real? ¿Qué es imaginado? ¿Quién imagina a quién?
La novela se ordena en un eterno retorno representado por las cuatro estaciones del año, orden que, personas o personajes, no podrán eludir.
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El hombre que viajaba al sol - Aldo Torres
EL HOMBRE QUE VIAJABA AL SOL
Autor: Aldo Torres Baeza
Editorial Forja
Ricardo Matte Pérez N° 448,
Providencia, Santiago-Chile.
Fonos: +56224153230, 24153208.
www.editorialforja.cl
info@editorialforja.cl
www.elatico.cl
Diseño de portada: Paulina Quilaqueo Tirado
pquilaqueo@gmail.com
Diagramación: Sergio Cruz
Edición electrónica: Sergio Cruz
Primera edicion: abril, 2016.
Prohibida su reproducción total o parcial.
Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: 258.220
ISBN: Nº 978-956-338-193-1
Te regalé la luna, finita,
columpiándose en la noche.
Te regalé una casa de pétalos
y una carita hecha de piedras.
Hoy te regalo un nido de palabras.
Te regalo este libro. Entero…
A Eloísa del Alma, mi hija, que está en todo.
VERANO
Camino rápido, a veces lento. Da igual: no viajo por llegar, viajo por ir. Rápido o lento, siempre estoy agregando pasos a la memoria de las calles. Alguna vez los conté, pero dejé de hacerlo para contar cosas más atractivas: ruedas de automóviles, hombres calvos o árboles sin hojas. Atractivas para mí, digo. Dicen que soy raro (todos dicen cosas, yo prefiero el silencio). Desconozco si lo soy, lo que sí sé es que me agrada la palabra RARO.
La R camina cargando su barriga.
La A está dando un paso, un paso eterno (alguien la molesta con un palito entre las piernas).
La R, como su gorda hermana gemela, también camina.
La O ya dio la vuelta al círculo, y seguirá girando eternamente.
Todas las letras de la palabra RARO están andando, y a mí me gusta andar. Además, RARO al revés es orar. Y orar más dos eles es llorar (L + L + ORAR= LLORAR). Lo raro está unido al llanto, por tanto a las lágrimas, y las lágrimas son de agua, entonces la palabra raro me emparenta al agua. Razono (siento) que como todas las palabras se parecen, porque todas responden a un mismo código y en cada una se postula el universo, entonces de cualquier palabra se puede alcanzar cualquier sensación. Conclusión (mi conclusión): el mundo es Uno.
Quizás por eso me agrada andar, porque andando todo llega, pasa y se transforma en otra cosa. Todo se va. Cambia el universo y cambio yo, me repito mientras camino entre gente que, como las palabras o las sensaciones, pasa y pasa alrededor. Recuerdo tiempos en que me dedicaba a hablarles a todas las personas: ¡Hola, señor!... ¿cómo está usted?... ¡Uy, qué frío hace!... Lindo día, ¿no?... O cuando me entretuve contando a la gente calva, o cambiándoles de nombre a las cosas, o imaginando las vidas de las personas según los zapatos que llevaban puestos. Alguna vez inventé un idioma donde cada cosa era una letra. Pero todo pasa, y eso también pasó, porque un día, hace ya tiempo, agudicé la mirada, aceleré el paso y ya nada me distrajo. No volví a hablar con nadie (salvo conmigo mismo, cosa que siempre hago… también con OM, el perro que me acompaña).
Cambié palabras por pasos, cambié ruido por silencio. Me di ánimo pensando algo así: ¡Al silencio del mundo contesté con mi silencio! Y así, en silencio, pisan mis pasos y pasan los años, que pasan y pasan para que todo retorne: la semilla se transforma en árbol, el árbol en fruto, el fruto en una nueva semilla, semilla que vuelve a ser árbol y luego fruto y luego semilla, otra vez semilla. La vida es un curioso viaje en círculos.
En medio de la vida, que se transforma para seguir igual, yo elegí caminar detrás del sol, seguir al sol. A veces pienso que, a pesar de su portentoso tamaño, el Sol avanza más rápido que mis pies.
16 de noviembre
El horizonte oculta al sol. Entonces me detengo. Ahora, por ejemplo, descanso justo afuera de un banco. Pienso: ¿quién es más ladrón, el que instala o el que roba el banco? Cada cosa que pienso la transcribo en esta libreta: siento (escribo) cómo roza mi rostro el viento nocturno, mientras una opaca lámpara lunar ilumina tenuemente las calles.
La noche transita en calma. La gente guarda su dinero en los bancos. Todo es como siempre. Estoy en paz. Siempre estoy en paz. La paz de no tener metas ni mapas. Lo que tengo es este inmenso cielo regalándome su eternidad. Además del gusto de caminar tras el rastro del sol, me gusta sentir cómo sus tibios rayos se desvanecen sobre mi cuerpo. Me gusta sentir que todo está en paz, que cada cosa funciona en armonía con cada cosa, todas reposando sobre una placentera paz amarilla que trae su retorno de cada mañana, día tras días, sobre las cuatro estaciones de mi alma.
22 de noviembre
Antes hablaba, pero ya no. ¿La razón? Hela aquí: yo caminaba. Un tipo comenzó a caminar a mi lado, en estricta concordancia con mis pasos, preso de un silencio nervioso. Me miró, lo miré. Me sonrió, le sonreí. Me levantó las cejas, le levanté las cejas. Era como un espejo. Por fin rompió el hielo:
–¡Qué calor hace! –exclamó sonriente.
Asentí, mirándolo: era flaco y largo, tenía un fino bigote y la frente despejada. Vestía de negro y llevaba un gorro de copa, también negro. Cursi, cómo un inglés esperando la hora del té. Volví la mirada sobre el camino.
–He sabido de su caso –dijo después de unos segundos, siguiendo el ritmo de mis pasos.
Volví a asentir, sin emitir palabras, ni siquiera lo miré. Siempre me ha atormentado que se refieran a lo