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Teomaquión: La primera herida
Teomaquión: La primera herida
Teomaquión: La primera herida
Libro electrónico411 páginas5 horas

Teomaquión: La primera herida

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Información de este libro electrónico

Consciente de la amenaza que la raza humana significa para la estabilidad del planeta, Cronos ha decidido declarar una guerra contra los humanos para recuperar el control de lo que por derecho le pertenece a los Titanes y a los Dioses; sin embargo no cuenta con el apoyo de todos como esperaba y primero tendrá que luchar contra el hijo que alguna vez lo encerró en el Tártaro para así tener el camino libre para conquistar a los hombres.

Dioses, Titanes, Monstruos, Musas y Humanos se ven involucrados en alianzas que nunca imaginaron que podrían realizar y en traiciones que jamás pensaron cometer.

Amistades inesperadas, intenciones disfrazadas, luchas encarnizadas y aventuras fantásticas son los componentes que vivirán los héroes que determinarán nuestro futuro.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento2 sept 2013
ISBN9781483507132
Teomaquión: La primera herida

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    Teomaquión - Lua Rousse-Lara

    Teomaquión

    La primera herida

    Lua Rousse-Lara

    Teomaquión: La primera herida

    ©Lua Rousse-Lara, 2011

    Primera Edición: 2013

    03-2011-070512383100-01

    Portada: Lua RL

    Prohibida la reproducción y distribución total o parcial de este libro sin la autorización del autor.

    ISBN: 9781483507132

    Nota del autor

    Esta página es el primer acercamiento que tengo hacia ti, lector, y no deseo pasarla por alto; iniciaremos un camino que será largo y sinuoso, donde nos haremos compañía dentro de cada frase, cada escenario y cada una de las situaciones de este relato.

    Es un gran honor que me permitas transportarte hasta este mundo fantástico y que puedas vivirlo al lado de los protagonistas de la manera en que yo lo he vivido.

    Deseo agradecerte por la valentía de descargar esta obra; por darme la oportunidad de entrar en tu mente a través de las palabras que la conforman y por atreverte a vivirla con nosotros, los que formamos parte de esta historia dese su inicio, cuando solo era una pequeña idea y que día con día tomó forma hasta convertirse en las páginas que ahora están en tus manos.

    Además, quiero extenderte una invitación para formar parte activa en esta aventura, compartiéndome todos los comentarios que desees; tus opiniones, tus críticas que con gusto tendré el valor de leer; así que pongo a tu disposición el correo electrónico teomaquion@gmail.com, para que tengamos un mejor acercamiento en medida de lo posible.

    Por otro lado, agradeceré que tengas la amabilidad de compartir algunos comentarios a los demás lectores para que se animen a descargarlo de la misma manera en que tú lo has hecho. Si fue de tu agrado, por favor comparte tu valor; además de la invaluable recomendación a tus conocidos. De lo contrario, también expón tus críticas, para que las demás personas evalúen si se atreven a descargarlo o no; elemento de gran valor para que los demás curiosos puedan animarse o no a descargar esta obra.

    El arte no debe restringirse, al contrario, hay que facilitar la oportunidad de llegar a él; así que creo firmemente en que debemos de ponerlo al alcance de todos, sin precios exageradamente altos o condiciones absurdas, lograr un intercambio justo para ambas partes.

    La supervivencia de los artistas, así como sus creaciones, se deben completamente a la gente que los consume; gracias a ustedes, lectores, en este caso en particular. No se debe dar la espalda ni abusar de todos los que se toman un tiempo para prestarle atención a las creaciones y que amablemente ofrecen un pago a cambio de ellas. Debemos compartir y tener cercanía, con honor, humildad y respeto.

    Espero que esta obra sea de tu agrado, y que formes parte de este intercambio.

    Tengo un deber que cumplir. Para esto fui traída a este nuevo mundo.

    Es una gran responsabilidad, pero haré mi mejor esfuerzo para que esta nueva historia pase de generación en generación como el nuevo reto al que el Olimpo debió enfrentarse.

    Espero con todo mi ser que el resultado sea una nueva era con paz para todos, y no una existencia caótica si los Olímpicos fracasan.

    Esta es la primera pieza de los hechos...

    Mi nombre es Clío... esta es nuestra historia.

    Capítulo 1

    El cielo nublado fue lo primero que vi al abrir mis ojos. Parcos rayos de sol alcanzaban mi piel, brindándome una sensación cálida y reconfortante.

    Recostada observé las nubes sobre mí. Presté atención al ambiente: voces, el viento desprendiendo las hojas de los árboles que caían cerca de mí y ruidos que no conseguí identificar.

    Intenté sentarme. Fue más complicado de lo que esperaba; me sentía muy adolorida, mis palmas y mis rodillas estaban raspadas, manchadas de sangre coagulándose entre tierra. Me llevé las manos a la cabeza a causa de un agudo dolor en la sien que duró unos segundos; pasé mi mano por mi cabello y encontré unas hojas secas en una maraña; tenía algo parecido a un nido de pájaros en mi cabeza que sacudí frenéticamente.

    La última imagen en mi memoria era la de recostarme en mi suave cama junto a Píero después de hacer el amor antes de dormir. No comprendía el dolor que recorría todo mi cuerpo, como si me hubieran machacado a golpes mientras dormía. Estaba vestida con una túnica blanca en muy mal estado; no era la ropa con la que me había acostado; estaba rasgada y bastante sucia.

    Miré a mi alrededor en busca de algo familiar, pero no conseguí encontrar nada. Todo cuanto observaba me parecía desconocido: personas caminando a mí alrededor, árboles que no pertenecían al paisaje que recordaba. Parecía un campo o una parcela donde nunca había estado, donde varias personas pasaban caminado, me miraban accidentalmente, hacían algún comentario y continuaban su camino sin prestarme más atención. Sus ropas eran extrañas, nunca había visto ese tipo de prendas antes.

    Un aire llegó para envolverme en sus húmedos olores anunciando la lluvia venidera, alejando a la gente del lugar. Me puse de pie con dificultad y me recargué contra un árbol para tomar fuerzas y avanzar unos pasos. Los estruendos en el cielo se hicieron presentes, ahuyentando a las personas en busca de un techo donde cubrirse de la inminente precipitación. Decidí buscar también donde resguardarme, así que caminé con dificultad pero tropecé al dar unos cuantos pasos y me encontré de nuevo sobre el pasto. Mis piernas no respondían del todo a mis órdenes, se revelaban negándose a caminar coordinadamente.

    Un sonoro ruido llamó mi atención; fue un sonido estruendoso que no pude identificar, volteé inmediatamente para ver de qué se trataba pero a simple vista no pude ver nada que pareciese haberlo provocado. Bajé la mirada y encontré tirado el viejo bolso que he usado desde hace algunos años; no entendí por qué estaba ahí, pero gateé hacia él, lo que hizo que mis extremidades me dolieran convirtiendo ese simple acto en una labor titánica. Alcancé la correa y lo jalé hacia mí. En su interior había una pluma de ave, un frasco de tinta, rollos para escribir, un anillo dorado y varias monedas. La joya fue lo primero a lo que le puse atención, jamás lo había visto, así que lo saqué para verlo de cerca. Reconocí los demás artículos, los usaba casi a diario, pero ese anillo me era completamente desconocido; era más grande que cualquiera de mis dedos, incluso pude introducir mis dos índices en él. Tenía un grabado gastado por el tiempo, difuminando el sentido de la inscripción: slises o gliges, lo cual no me decía nada.

    Lo coloqué en mi anular en un arranque de vanidad; para mi sorpresa el diámetro se redujo hasta alcanzar el tamaño perfecto de mi falange. Me asusté, me lo quité de inmediato y lo arrojé al piso. Nada sucedió. No regresó a su tamaño original (como esperaba que lo hiciera). Lo tomé de nuevo con ciertas reservas e intenté introducirle mi pulgar para observar de nuevo su habilidad de cambiar de tamaño, pero tampoco sucedió. Me lo puse de nuevo en mi anular, el anillo giró para dejar el grabado visible hacia arriba. Traté de cambiarlo de posición pero el anillo giró para dejar el grabado hacia abajo. Intenté por la fuerza dejar el grabado hacia un lado, pero justo cuando parecía haberse quedado quieto, el anillo giraba y se colocaba hacia arriba o hacia abajo, sin más opciones... me acompañaba una joya temperamental.

    Necesitaba esclarecer mis pensamientos, analizar mi situación y evitar ser presa del pánico: Estaba sentada en un lugar desconocido, con un extraño anillo en el dedo, maltrecha, con ropa desgastada, descalza...

    Tomé una profunda inhalación, pero el olor del lugar me sacó de mis pensamientos; me decía algo más que las pocas pistas que había conseguido recolectar. Olía a algún tipo de maquinaria y a humo o algo por el estilo, cosa que no me agradó, así no olía ni mi hogar ni sus cercanías.

    ¿Qué había sucedido? Abracé mis rodillas y puse mi cabeza entre mis piernas. Me sentía como un niño extraviado sin tener a donde ir y sin saber exactamente qué hacer. No pude evitar unas lágrimas de impotencia.

    Me puse de pie cuando la tempestad finalmente se presentó. Tomé el bolso, me sequé las lágrimas de mis mejillas, decidí no darme por vencida tan pronto y me propuse encontrar un lugar para resguardarme. Caminé hacia donde las personas se habían dirigido. Los primeros pasos fueron los difíciles, una vez que conseguí un ritmo cadencioso de caminar, mis extremidades parecieron recordar cómo debían de hacerlo.

    Construcciones inmensamente altas con cientos de ventanas me sorprendieron al cruzar lo que parecía ser una calle. Mucha gente se movilizaba a prisa alrededor de las impresionantes edificaciones; se vestían de manera extraña; telas opacas cubrían sus torsos, y en el frente, varios hombres usaban una prenda clara con una cinta de algún color llamativo que colgaba desde sus cuellos. Varios niños corrían al lado de sus madres para evitar la lluvia; gritaban y disfrutaban el momento, pero los padres los privaban de esa emoción reprendiéndoles por su indisciplina; como suelen hacerlo cuando olvidan lo que es ser un infante.

    Crucé el piso obscuro con líneas blancas pintadas intermitentes de la gran calle. Algunas personas me miraban para luego voltear fingiendo no haberme visto. Vi a mucha gente comiendo dentro de un lugar del otro lado de un enorme y hermoso vidrio; era impresionante, la civilización del otro lado del mar debía de haber mejorado sus técnicas para crear cristales tan bien logrados. Noté que la gente en el interior me miraba extrañada, haciendo muecas y señalándome al verme. Les incomodaba mi presencia y no se esforzaban en disimularlo.

    Di la vuelta y caminé sin rumbo, doblé en la esquina donde una familia había dado la vuelta, decidí seguir su camino, pero entraron a una de las edificaciones casi inmediatamente. Continúe caminado sin saber a dónde me dirigía, un poco temerosa al no saber con qué me encontraría, así que fui precavida a cada paso que daba; en las esquinas me detenía a observar las tres opciones que me esperaban: seguir de frente, doblar a la derecha o doblar a la izquierda. Si algo llamaba mi atención, seguía por ahí; prácticamente solo trataba de evitar las calles desoladas. La lluvia aumentaba su intensidad, así como mi desesperación después de un rato. Intenté pedir ayuda pero ninguna de las personas me escuchaba; sé que podían oírme, pero me ignoraban.

    —Disculpe...

    —Señor...

    —Podría...

    Nada. Solo pasaban de largo como si yo no existiera. No les importaba lo que tuviera que decirles.

    Seguí mi camino sin comprender su actitud, hasta que se me ocurrió detenerme un momento para observarlos: no se hablaban, no se dirigían la mirada, empujaban a los que caminaban lento o mejor dicho a los que no tenían prisa; como sí sintieran desprecio por todo aquel que se cruzase en su camino, sin paciencia, sin tolerancia... como si se odiaran.

    Las calles me parecían iguales, me encontraba en un laberinto de majestuosas construcciones; con tantas vueltas que había dado ya no recordaba el camino exacto que había tomado. Una lágrima se escapó pero no le permití vencerme, así que la sequé rápidamente con mi mano y continúe estoica. No sabía que es lo que debía de encontrar. ¿Cómo se supone que sabría que había encontrado un refugio cuando me encontrase en él?

    El viento tampoco estaba de mi lado; soplaba hacía mí un aire frío para hacerme saber que las condiciones estaban en mi contra. Mi toga goteaba al igual que mis cabellos mientras caminaba, mis pies empezaban a entumecerse; de un momento a otro, la lluvia arreció, tampoco tenía clemencia. Las personas que quedaban en las calles me observaban caminar; les devolvía la mirada pero ellos volteaban inmediatamente; su curiosidad duraba el tiempo que pasaban incognitos.

    Después de algunas vueltas más, llegué a lo que parecía ser un extremo del campo donde mi caminata había comenzado; no parecía tan grande como había pensado que era. No había conseguido nada, solo caminé y regresé al lugar desde donde había partido. Estaba decepcionada, limpié otras lágrimas ya no por estoicismo, sino para no parecer una presa fácil. Continué caminando, evitando cruzar el campo, después de todo ese camino solo me había llevado de regreso, así que doblé en la calle siguiente, poniendo más atención en los detalles del entorno para no volver a caminar en círculo.

    Un viejo no me quitaba la vista de encima desde el otro lado de la calle. Era un hombre muy pequeño de piel cetrina, su rostro arrugado imitaba una sonrisa retorcida al verme sufrir; parecía disfrutarlo mientras cruzaba la calle dirigiéndose hacia mí. Una sensación de alarma se encendió en mi interior. No sabría explicarlo, como si él tuviera malas intenciones y yo pudiera sentirlo, jamás había experimentado algo similar, pero sabía que me haría daño en cuanto me alcanzara.

    Entonces, distraída, golpeé a una joven que salía de una puerta a mi lado. Su bolso cayó al suelo esparciendo su contenido. Me agaché inmediatamente para recoger las pequeñas cajas de colores del suelo, un juego de lo que parecían ser llaves extrañas y algunos pedazos de papel con letras en ellos; hubiese sido una pena que sus pertenencias se hubieran arruinado con la lluvia. Se trataba de una joven que aparentaba ser unos años mayor que yo, con una gran cabellera negra; su piel era tan blanca como la mía, más alta que yo por más de una cabeza; sus ojos grandes y obscuros me miraban compasivamente. Vestía una tela ajustada color arena que cubría desde su cintura hasta la mitad de sus muslos; usaba unas zapatillas cerradas hasta las rodillas, como las que usaban los guerreros en las batallas; en la parte superior, una tela color blanco le cubría hasta el cuello, además usaba una especie de túnica negra con bolsillos a los lados. Se agachó también para recoger lo que quedaba; ambas tomamos el bolso para levantarlo, nuestras manos se rozaron; la miré asustada pero ella me correspondió con un gesto gentil.

    —Gracias, es todo —dijo antes de ponerse en pie.

    —Disculpe usted, ha sido un accidente —respondí apenada bajando la mirada.

    —Lo sé, no tienes de qué preocuparte —respondió mientras sacaba un pequeño tubo que logró permanecer dentro de su bolso después del choque; en un instante el artefacto se alargó y se extendió tomando la forma de lo que parecía una rama con alas de murciélago unidas entre sí que cumplía con la finalidad de impedir que la lluvia la mojara.

    La chica se alejó, yo me quedé hincada en el piso sin saber qué hacer. Volteé para saber qué había sucedido con el viejo pero no lo encontré, se había ido.

    La joven se detuvo unos metros adelante, negó con la cabeza, volteó sonriente y caminó de vuelta hacia mí.

    —Pareces angustiada —me dijo amablemente.

    —No... no sé en dónde estoy. ¿Podría decirme dónde puedo atajarme de esta lluvia? —dije levantando mi mano para sentir correr el agua fría entre mis dedos.

    —Cúbrete bajo mi paraguas —dijo mirando la rama que sostenía.

    Asentí y me puse de pie con las dificultades ya experimentadas

    —¿Dónde atajarte dijiste? —preguntó.

    —Sí... Un lugar seguro donde pueda pasar la noche...

    Me miró extrañada, no parecía entender a lo que me refería. Se alejó un poco para mirarme de arriba a abajo.

    —¿Qué te ha pasado?

    —No lo sé con... certeza... solo desperté en aquel lugar... —señalé al campo donde esta catástrofe había comenzado; mi mano no se quedaba quieta a causa del frío.

    —¿Qué hacías ahí? —la joven volteó hacia donde yo señalaba temblorosa.

    —No lo sé... estaba en mi casa ayer por la noche, luego... desperté en aquel lugar.

    —¿Cómo te llamas?

    —Clío.

    —¿Clío eh? Mi nombre es Laura —dijo brindándome su mano.

    La estreché y varias imágenes cruzaron mi mente: una pequeña niña que se caía intentando caminar, un perro que le lamía la cara, algún tipo de ceremonia donde entregaban medallas a un grupo de jóvenes, un hombre besándola al lado de un río... Imágenes de la vida de la joven que tenía delante de mí. Solté su mano. La joven no se había dado cuenta de lo que había sucedido.

    —Es un honor conocerla Laura; agradezco mucho su bondad —dije educadamente.

    —¿Cuántos años tienes? —preguntó.

    Unos hombres que pasaban hicieron un comentario al que no puse atención. Laura les dijo que se alejaran si no querían problemas y los llamó estúpidos.

    —¿Qué sucede? —pregunté nerviosa.

    —Es una circunstancia a la que te expones cuando por lo visto no usas ropa interior debajo de un vestido blanco mojado. Algunos hombres se comportan como simios al ver a una mujer jugando a las remeras mojadas en la calle.

    ¡Era cierto, mi toga se había vuelto casi transparente y estaba pegada a mi cuerpo!

    Laura se quitó la prenda negra que le cubría y me la puso encima. Así me resguardaría de la lluvia, el frío y las miradas lascivas.

    Caminamos varios minutos resguardándonos de la lluvia con el extraordinario instrumento que Laura llevaba agarrado; atravesamos algunas calles por donde no había caminado antes. Varios olores se mezclaban con la lluvia; la mayoría debía tratarse de comida. Nos detuvimos frente a un gran portón hecho de madera en uno de los edificios. Laura sacó de su bolso las mismas llaves que habían caído al suelo y abrió la inmensa puerta empujándola con su cuerpo. Entramos a un corredor adornado con muchas macetas con flores; de nuevo observé varias ventanas cubiertas con bellos y transparentes cristales de vidrio perfectamente fabricados. Pasamos de largo dos pares de puertas más pequeñas, hasta detenernos en la perteneciente a su hogar. Abrió usando otra llave, metió la mano y apretó algo en la pared para que inmediatamente el techo se iluminara, mostrando el interior de su casa principalmente pintada de color blanco, con una estancia donde había un par de sillas y tres sillones acolchonados hechos de madera; una mesa hecha de vidrio del lado derecho llamó mi atención; observé los detalles de su manufactura antes de darme cuenta que del lado izquierdo unas escaleras conducían a un piso superior. No era demasiado grande el lugar, pero parecía acogedor, adornado de bellas pinturas de varios colores sin una forma definida, ejemplificando perfectamente la abstracción de algunos pensamientos en la mente de los artistas; algunos libros estaban apilados en estantes pegados a las paredes. Era una casa linda, llena de detalles coloridos resaltantes sobre un lienzo blanco que eran las paredes.

    —Bien, ¡hemos llegado! —dijo sonriendo mi acompañante mientras dejaba su bolsa en uno de los sillones; asumí que ese era el lugar destinado a los bolsos así que dejé el mío junto al suyo. Luego, la joven se dirigió hacia la cocina que se encontraba en una habitación frente a la mesa y puso a calentar agua en una cacerola; yo la acompañé—. No sé qué es lo que me pasa hoy, pero en el momento en el que me ayudaste a recoger del suelo mis cosas deseé ayudarte por algún motivo. Te he de ser sincera, no lo hago muy a menudo... mejor dicho, nunca había traído a mi casa a una niña descalza que vaga por la ciudad o a nadie parecido. No es muy inteligente confiar en la primera persona que ves en estos tiempos, pero algo me hizo pensar que de verdad necesitas ayuda y estoy dispuesta a ayudarte ¿vale?

    —Le agradezco mucho por abrirme las puertas de su hermoso hogar señorita Laura. Prometo no representar una molestia y ser solo un huésped pasajero. No deseo incomodarla por ningún motivo.

    —Pues no me incomoda tu presencia y como no tengo planes para esta noche podemos conversar un poco. Me puedes contar que es lo que te ha sucedido y te curaremos esas rodillas, ¿de acuerdo?

    —Así será, le agradezco mucho.

    —Primero debes darte un baño antes de que te resfríes, ven, acompáñame —dijo mientras subía por las escaleras.

    El segundo piso tenía tres habitaciones y un baño. El corredor estaba adornado con un par de floreros de cerámica que se apoyaban sobre mesitas de madera obscura que parecía apolillada; apretó lo que parecían ser unos botones para que saliera luz de unas esferas colgadas en el techo. Entramos a una de las habitaciones donde solo había una cama frente a una cómoda; de uno de los cajones sacó varias prendas, algunas color violeta y otras completamente blancas. Se sentó en la cama frente a la ventana de la habitación cuyos cristales empapados mostraban un distorsionado paisaje cubierto por una lluvia torrencial. Corrió las cortinas y encendió una pequeña lámpara que iluminaba de manera tenue la habitación.

    —Voy a prestarte algo de ropa de mi sobrina —dijo—. Ella se queda un tiempo conmigo cada verano y deja un poco de ropa aquí. Puedes pasar al baño y tomar una ducha. Cuando termines, curaremos tus piernas y tus manos; tomaremos chocolate caliente y prepararemos algo de comer mientras me cuentas en que problemas te has metido y por qué te encuentras así. ¿Estás de acuerdo? —preguntó amablemente.

    —Sí —asentí con la cabeza y una sonrisa apareció en mi rostro.

    —¡Vaya! ¡Pero si sabes sonreír! —dijo emocionada.

    Una risa brotó clandestina entre mis labios. Si bien tenía demasiadas cosas de que preocuparme, esta joven me había traído un consuelo tácito y algo de confianza. Me había acogido en su hogar y tenía la voluntad de ayudarme ¡Era mucho más de lo que podía pedir!

    Entramos al baño pintado de un tono suave entre rosado y naranja. Abrió una puerta que separaba la tina del resto de los muebles, movió unas palancas empotradas a la pared y el agua comenzó a salir inconstante desde un embudo invertido en la parte de arriba. El chorro se normalizó y el agua se calentó poco a poco. Dejó la ropa que me había asignado en uno de los muebles y salió del cuarto cerrando la puerta.

    Removí la túnica adherida a mi cuerpo con un poco de dificultad y dejé que el agua tibia calentara mi piel al adentrarme en aquel cálido chorro de reconfortante agua. Sentir aquel líquido fue muy relajante, pero debía entender que es lo que había pasado, dar prioridad a informarme donde me encontraba, y más importante aún: ¿Cómo se suponía que iba a regresar a mi hogar? Quizás mi padre me esté buscando o mis hermanas estén preocupadas por mi ausencia... más aún Píero...

    Debía hacerme de todo el valor posible para enfrentarme a la realidad cualquiera que fuese. No desperté en un lugar desconocido por coincidencia, existe un motivo por lo que esto está sucediendo. Un motivo más allá de mí y de mis capacidades. Algo había pasado y esto era una consecuencia de ello.

    Moví las palancas hacia el lado contrario del que Laura lo había hecho. Sequé mi cabello exprimiéndolo con mis manos, esperé a que las gotas que quedaban en mi piel escurrieran lo más posible y me puse la extraña ropa que la joven me había dejado. Se trataba de una prenda como las que ya había observado por la calle, unos tubos de tela unidos a la cintura donde debía de meter mis piernas, además de algo parecido a una túnica cortada a la mitad para cubrir mi torso.

    Salí del cuarto de baño acompañada de una nube de vapor, Laura salió desde el otro cuarto a mi encuentro. Se había cambiado de ropa; usaba algo muy similar a lo que yo traía puesto, su estatura se había reducido y se había acomodado el cabello en una coleta. Su cuerpo ya no lucía tan apretado y se movía con más soltura; aun así, era una mujer bella de preciosos ojos negros.

    —Pero todavía estas... —entró al cuarto de baño y sacó una suave tela color morado que me puso en la cabeza para que mi cabello se secara—. Baja a la sala para que atendamos esos raspones. En un momento estoy contigo, debo terminar algo —dijo la joven y volvió a la habitación de la que había salido.

    Bajé las escaleras y me senté en uno de los cómodos sillones. Laura bajó poco tiempo después con una caja blanca entre sus manos que colocó en la mesita al centro de la sala.

    —¡Nunca había terminado un artículo tan rápido! ¡De pronto todo estaba en mi mente listo para ser escrito! —dijo contenta.

    —¿Es usted escritora? —pregunté.

    —No, en realidad soy periodista. Escribo artículos para una revista; él de esta semana trata de las mujeres y la tecnología —dijo mientras caminaba hacia la cocina para servir dos tazas de una bebida café que tenía un dulce olor exquisito. Después de entregarme la taza, tomó una de las sillas para sentarse frente a mí, sacó un frasco semitransparente y unas telas pequeñas de la caja. Vertió el líquido del frasco en una de las telas; me dijo que podía arder un poco pero que eso ayudaría a evitar una infección. Tomé un sorbo del delicioso líquido y asentí permitiendo que continuara. En cuanto la tela húmeda hizo contacto con mi herida, mi pierna hizo un movimiento involuntario y sentí un intenso ardor.

    —Sí que arde —dije mientras que la sensación cesaba y ya no era tan molesta.

    —Es para limpiar la herida y que sane rápido —dijo mirándome con dulzura.

    Sonreí y asentí de nuevo permitiéndole repetir el procedimiento en mi otra rodilla.

    —¿Qué te ha pasado? —preguntó, pasando gentilmente la tela húmeda también por mis manos.

    —No lo sé —respondí—. Desperté en aquel lugar con árboles, unas calles atrás de donde la he encontrado...

    —¿En el parque? —preguntó extrañada.

    —Sí, creo que era un parque... en realidad no me fije con detalle, iba a empezar a llover y decidí movilizarme para encontrar algún tipo de refugio cuando accidentalmente la golpeé.

    —¿En qué tipo de problema te has metido? —preguntó cuando terminó el tratamiento. Luego tomó la taza con su bebida de la mesa del centro—. Una niña como tú solo debería ir a la secundaria y preocuparse por los

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