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Dos deseos y dos desdichas
Dos deseos y dos desdichas
Dos deseos y dos desdichas
Libro electrónico234 páginas3 horas

Dos deseos y dos desdichas

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Marcelo es un adolescente problemático que poco o nada le importa los sentimientos o preocupaciones de los demás. Siempre haciendo lo que le venga en gana, sin importar si ello lastima a terceros. La única vez que a Marcelo, le pudo importar algo, es cuando conoce a Lorena, la madre de su novia. Algo encandila las neuronas del muchacho cuando ve o cuando piensa en aquella mujer madura. Entonces se propone un solo objetivo: llegar a Lorena. Usando sus tetras. Sin importarle si aquello puede afectarle a él, a su novia, o a su… suegra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 oct 2019
ISBN9788417300579
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    Dos deseos y dos desdichas - Enrique B. Castillo

    autor.

    AGRADECIMIENTOS

    Agradezco a Dios por permitirme cumplir este proyecto de gran importancia para mí. Obviamente, agradezco a mis allegados: Familia, amigos, docentes y demás. Quienes me han ayudado en todo lo que me sea posible para alcanzar mis objetivos y poder cumplir mis proyectos de la manera más satisfactoriamente posible.

    ¡Gracias a todos ustedes!

    AGRADECIMIENTOS

    Prólogo

    Capítulo 1 El Comienzo

    Capítulo 2 Un Sencillo Plan

    Capítulo 3 ¿Amor u Obsesión?

    Capítulo 4 ¿Vencido o Vencedor?

    Capítulo 5 Vencedor

    Capítulo 6  Oscuros secretos de una conciencia manchada

    Capítulo 7 Continuando con la verdadera historia

    Capítulo 8 Vencedor, siempre Vencedor

    Capítulo 9 Grandes Ambiciones

    Capítulo 10 Sin temor a fantasmas

    Capítulo 11 Los sentimientos de un ser sin sentimientos

    Capítulo 12 El Blue Ocean

    Capítulo 13 Marcelo y su misantropía

    Capítulo 14 Un paso más hacia la victoria

    Capítulo 15 Caos filosófico

    Capítulo 16 Lorena podría ser la felicidad

    Capítulo 17 Una llamada, tan sólo una llamada.

    Capítulo 18 Un gran paso hacia la Victoria

    Capítulo 19 Una misteriosa chica

    Capítulo 20 Besos a través de rejas

    Capítulo 21 La felicidad es vista aun por ciegos

    Capítulo 22 El Blue Ocean: un perfecto y mudo cómplice

    Capítulo 23 Un sueño que se repite y un sueño que se muere

    Capítulo 24 El peor y último paso

    Capítulo 25 Dos deseos y dos desdichas

    Prólogo

    Qué es exactamente lo que lleva al hombre a querer probar el dulce sabor del pecado, del deseo y de la lujuria.

    Qué adictivo y qué sedante posee el clímax, que nos hace querer buscarlo y experimentarlo desde jóvenes, hasta que la longevidad nos vaya borrando el deseo de nuestras mentes, y limitando la potencialidad de nuestros mortales cuerpos, limitándonos de volver a probar aquello que nos gusta, que nos seduce y que nos encanta.

    Y más curioso aún, qué seduce a nuestras mentes para buscar fuera de nuestros hogares a aquello que de por sí, ya poseemos. La infidelidad es tan común, escondida y a la vez mostrada con total descaro.

    Y a veces el deseo distorsiona nuestras mentes, acarreando lo antinatural a lo natural. Terribles parafilias, y otras no tan terribles. Aquellos impulsos que no son bien vistos ante los ojos de la sociedad, como lo sería compartir un orgasmo con una persona mucho mayor o mucho menor a nosotros, o con una especie distinta a la nuestra, con seres inertes, e incluso el implemento de castigos y juegos que muchos lo llamarían algo totalmente estúpido.

    Y qué hacer cuando se ha perdido en la relación el oxígeno que alimentaba el fuego de la pasión, ¿buscar un aire diferente y nuevo?

    La infidelidad es llamativa, a veces placentera y otras veces fugaz… pero muchas veces destructiva.

    Qué lleva a una mente adolescente a buscar aventuras eróticas en el lecho de una persona adulta, a buscar experiencias con una persona que ya ha recorrido el mapa de la juventud y la picardía, la edad de las travesuras.

    Y es que a veces, por más adultos que seamos, y por más maduros que nos hayamos convertido, no estaría demás volver a revivir aquellas épocas donde la rebeldía era nuestra única verdad, y la búsqueda incesante de nuevas emociones era nuestra única e infinita meta. La adolescencia es una etapa divertida, pícara y vanidosa.

    La adolescencia es una etapa finita e interesante, totalmente llena de colores, aromas y sabores que no vale vivirla solo, donde lo «correcto» sería compartirlo con alguien a nuestro lado, porque el deseo es un sentimiento poderoso que puede destruirnos si lo disfrutamos solos, es por eso que necesitamos compañía para que el deseo se comparta sin egoísmo, permitiendo que no nos destruya. Compartiendo el poder del deseo.

    Qué poder tiene la excitación sobre nuestros cuerpos, invadiendo nuestros seres desnudos. Cómo puede la excitación borrar de nuestras mentes los códigos morales y éticos que, desde infantes nos han inculcado.

    Hay tantos sentimientos que nos llevan a querer probar otros cuerpos. Sentimientos que, ante los ojos de ciertas religiones, son mal vistos. Pero qué clase de dios podría haber creado tales antojos que no son más que trampas que nos llevan a las llamas eternas y a la oscuridad incesante del profundo infierno. Quien sea que haya creado tales herramientas de destrucción, es alguien que no quiere vernos caminar por los senderos del bien que conducen al Paraíso.

    La mente adolescente es bastante volátil, y mucho más reactiva y peligrosa cuando se mezcla con el intelecto.

    La seducción y el engaño podrían hacer caer hasta a mentes experimentadas, concatenando a cuerpos cálidos a compartirse para el deseo mutuo, para volverse uno solo, para castigarse con un mismo pecado al convertirse en una única carne al unir dos cuerpos desnudos en un sólo tiempo, en un mismo espacio.

    Pero lo más relevante en esta historia, la incógnita que quizás se resolverá acorde al consumo de cada capítulo.

    ¿Qué lleva a una mujer madura a caer en los juegos de un adolescente que ha querido reencarnar una fantasía en el espacio de la realidad más pura? ¿Será la inevitable muerte de la pasión en su lecho matrimonial? ¿La eclosión de la rutina? ¿Simple deseo de querer volver a épocas de travesuras inmorales e indecorosas? ¿O es tan sólo su mente que ha sido engañada por otra psique mucho más poderosa?

    Es hora de ir desglosando misterios y sacar conclusiones propias.

    Bienvenido(a) a esta curiosa historia.

    A la memoria de Valeria, fiel lectora y amiga…

    Capítulo 1

    El Comienzo

    ¿Mi nombre? Marcelo. Cursaba ya el bachillerato, en especialidad de ciencias informáticas con anhelo de llegar a ser un programador respetado, nombrado y exitoso. Qué ambiciones son las que tenemos y las que nos ciegan de la realidad a nosotros los jóvenes, que muchas veces ni conocemos el verdadero sentido de la vida.

    Yo era el típico adolescente rebelde con calificaciones terribles. Era malo para casi cualquier materia. Matemáticas siempre fue la peor. Prácticamente, era terrible pensando, pero muy bueno reaccionando.

    Crecí en una pequeña ciudad en camino al desarrollo. La casa donde habitaba, sólo era ocupada por mi madre y mi persona. De mi padre… prefiero no contar. Mi madre laboraba la mayor parte del día para poder solventar los gastos diarios. Su presencia era casi nula en la casa. El nombre de mi enamorada era Maddi. Nuestra relación cojeaba de una pata como aquel típico rengo de los barrios marginales. Y todo por culpa de sus estúpidos y justificados celos. Pasábamos juntos en el colegio, y debido a mi capacidad para socializar y de caer bien a las chicas, conseguía la dulce, tierna y atrevida amistad de varias colegialas, las cuales eran demasiado amables y confiables conmigo. Ese era el detonante de los celos de Maddi.

    Un aspecto negativo de aquella relación era el secreto. Nuestra relación era completamente a escondidas debido a que su madre no le permitía llevar ningún tipo de relación interpersonal. Yo odiaba este tipo de relaciones a escondidas, husmeándonos como sabuesos de caza. Sin embargo valía la pena, pues Maddi no era cualquier chica común. Ella era completamente hermosa, una de las más lindas y más deseadas de la ciudad. Todo chico del pueblo quería andar con ella. Y sólo yo la poseía.

    Maddi era dueña de características tan exquisitas a la vista, características que a cualquiera le hipnotizan y le hacen querer desearla, es más, obligan a hacerlo.

    Tales características que sobresalían en su ya, de por sí, perfecta belleza, eran su largo cabello castaño claro, ojos llamativos y coquetos pincelados de miel, cejas voluminosas, pero perfectamente depiladas. Una cintura de impecable formación, senos acogedoramente medianos, labios rosados, pícaros y sexys; junto con otras características que la hacían totalmente hermosa.

    Mantuvimos la relación seis meses. A pesar de que Maddi era, lo que podría decirse «La Novia Perfecta» yo no era una buena pareja para ella, ni para nadie. No tomaba muy en serio las relaciones, siempre buscaba algo más, y no me refería a sexo, sino a algo más maduro, más fuera de lo común, algo más parecido a un verdadero matrimonio. Quizás sólo quería, inconscientemente, llenar el vacío que habitaba en mi hogar. Pensamientos matrimoniales eran ideas absurdas para mi edad, tan sólo era un adolescente de dieciséis años. Lo cierto era que ya estaba harto de estar con chiquillas inmaduras que pensaban que una tarde de películas debía convertirse en una tarde de sexo, o que cocinar era un acto vergonzoso y cursi. Mi deseo era poder obsequiar un abrazo sin necesidad de acabar besándonos con pasión. Lo que deseaba era una relación madura, en la que no estemos diciendo «te amo» a cada momento y muchas veces sin sentirlo en plenitud. Necesitaba a alguien madura… una mujer madura.

    Me encontraba con Maddi en un parque cercano. Eran alrededor de las siete de la noche. Conversábamos sobre nuestra pésima relación. Ambos sentíamos que la relación no podía avanzar más, no tenía futuro. Y aun así no deseaba terminarle. Nunca me agradó la idea de darle punto final a una relación, lo usual era esperar a que ellas lo hagan, y si demoraban en hacerlo, yo mismo emprendía sabotaje a mi propia relación; producía razones para que ellas decidieran acabar con todo. Era un desgraciado.

    Maddi ya no me soportaba debido a los rumores que decían y susurraban acerca de supuestas infidelidades. Mi mente curiosa ya deducía lo que ocurriría. Ella me terminaría, ya lo veía venir.

    —Marcelo… necesito decirte algo muy importante —dijo Maddi, muy seria y al mismo tiempo triste.

    — ¿Sí?

    —Mm, no sé cómo decirlo.

    —Sólo dilo, déjalo salir.

    Suspiró.

    —Me caes bien, la paso demasiado bien junto a ti, pero… creo que ya no podemos seguir de novios… quedemos como amigos.

    —Perfecto. —Sonreí.

    — ¿No preguntarás la razón?

    —Mm, supongo que lo decidiste debido a los rumores del colegio, ¿me equivoco?

    —No te equivocas, pero, ¿no vas a decir algo?

    — ¿Qué puedo decir?

    —No digas nada, ya veo lo mucho que te importo, y cómo luchas por nuestra relación.

    —Es tu decisión. Tú me estás terminando, no te puedo obligar a que sigas conmigo si verdaderamente no lo deseas. Eres libre, soy libre. ¡Somos libres!

    Trataba de hacerla sentir culpable de haber tomado tal decisión sin que me salpicara parte de la culpa.

    —Con esa actitud sólo me confirmas que en realidad no me quieres y quizás nunca lo hiciste.

    —No digas eso. —Toqué su mejilla—. Yo sí te quise, y te quiero, pero tú dices que esto ya no puede continuar así. Decidiste continuar con una simple amistad. Yo lo acepto.

    —Sí, pero… ¡Mi mamá!

    — ¿Qué?

    —Mi madre, está allá. —Señaló con la mirada.

    Sentados en un banco, a cinco metros de distancia entre su madre y nosotros. Observábamos nerviosos y pensantes a su madre, mientras ella la buscaba.

    — ¿Qué hacemos? —Pregunté.

    —Levántate despacio y vámonos.

    Muy tarde.

    — ¡Carajo! Ya nos vio. —Exclamó Maddi.

    —Actúa normal, no sospechará.

    Su madre se acercó muy apresurada hacia nosotros.

    — ¿Maddi?

    —Hola mamá.

    — ¿Qué haces aquí? ¿Quién es él? ¿Por qué no estabas en casa? Tuve que salir a buscarte.

    —Sí, lo siento, lo siento —dijo Maddi, con su voz irritante e inmadura—. Ya me iba ahora. Mira mamá, él es Marcelo, un amigo.

    Nos presentó.

    —Hola muchacho. Mucho gusto —dijo, con total enojo disimulado.

    —Hola —dije.

    —Ya vámonos Maddi, ya es tarde.

    —Sí mamá, ahorita voy contigo.

    Nos miramos mientras proyectaba su mirada nerviosa y de despedida.

    —Marcelo, muchas gracias por el paseo, pero ya tengo que regresar a casa. Chao amigo.

    —De nada Maddi. Chao, cuídense.

    Regresé a casa. No me sentía mal por nuestra ruptura, yo me lo busqué, yo lo quise y me sentí bien. Las relaciones, al igual que las personas, llegan a aburrir. Ya no aguantaba tener una relación tan inmadura. Sí quería a Maddi, aunque su comportamiento a veces me asustaba.

    La noche no estuvo mal. Algo me había impresionado, incluso seducido, despertando en mí algo que no había sentido antes. Aquello que me había impresionado era la madre de Maddi; una señora totalmente hermosa. Ahora sabía de dónde reflejaba Maddi su belleza, de quién había robado los genes de la casi perfección. Eran casi idénticas, como ver a una Maddi adulta. Estimaba que la edad de aquella hermosa mujer no pasaría de los treinta años. Me impresionó mucho tal belleza seductora, es por esa razón que no pude decirle más que un simple «Hola». Además, no le di muy buena impresión, y mucho menos estando con Maddi.

    Pasaron unos días, aquella ilusión se disipó. Aunque sacar de mi mente la imagen de su belleza fue difícil los primeros días. Por ella sentía algo que nunca había sentido ni en épocas en las que estuve con anteriores enamoradas. El único sentimiento que pudo ser similar fue cuando estuve saliendo con una chica de diecinueve años, tres años mayor que yo.

    ***

    Me encontraba en el colegio, en la hora del receso. Fui a la cafetería para comprar una hamburguesa junto con un vaso de jugo de manzana. Me dirigí a una de las muchas mesas. Me senté, al momento noté que Maddi estaba de pie al otro extremo de la mesa.

    Tragué lo que tenía en la boca para poder hablarle educadamente.

    —Hola Maddi.

    — ¿Puedo sentarme aquí?

    —Claro que sí.

    Se sentó.

    — ¿Cómo has estado Marcelo?

    —Mm bien, ¿y tú?

    —También.

    — ¿Quieres comer algo?

    —No, gracias.

    —Por lo menos acepta un jugo.

    —No, gracias.

    — ¿Naranja, manzana o mora? —Me levanté de la mesa para comprarle el jugo.

    —Marcelo, en serio, estoy bien —dijo riendo.

    —Yo elegiré por ti.

    Pedí un jugo de frutilla, volví a la mesa con el vaso en mano. Tomé asiento mientras colocaba el vaso sobre la mesa, frente a ella.

    — ¡Frutilla! —exclamó con emoción.

    —Sí, tu favorito.

    —Guao, no lo has olvidado.

    —Cosas así, no se olvidan.

    Ella sonrió.

    Su sonrisa me dejó atónito, como si recordara a algo, o mejor dicho, a alguien. En efecto. Me recordaba a su hermosa madre. Mi obsesión volvió a renacer.

    —Maddi, ¿se enojó tu madre esa noche?

    — ¿Qué noche?

    —Mm cuando nos encontró en el parque… cuando terminamos, mejor dicho, cuando me terminaste.

    —Ah… ya recordé. Pues me preguntó quién eras y cosas así, pero no se enojó.

    — ¿En serio? Guao, ¿y ella tiene esposo o alguna pareja?

    —Sí, mi padrastro. ¿Por qué la pregunta?

    —Am, sólo curiosidad.

    Me estaba mostrando muy interesado en su madre, y ella se percataba de eso. Decidí hacer una pregunta fuera del tema.

    — ¿Tú estás saliendo con alguien, eh Maddi?

    — ¿Crees que, si estuviera con alguien, me sentaría contigo?

    —Puede ser que quieras sacarle celos a tu novio. Uno nunca sabe.

    Me miró ceñuda.

    —Ok, no estás con nadie —repuse.

    —Exacto, estoy soltera, ¿y tú?

    —También estoy solo. ¿Cómo se llama tu madre?

    —Lorena, ¿por?

    —Pff, curiosidad.

    —Estás muy curioso con el tema de mi madre.

    En serio debía cambiar de tema.

    —No es que sea curioso, no es eso, sino que…

    Por fortuna el receso terminó, dejando en nulo mi falsa explicación.

    —Ups, Maddi tengo clase de física y ya sabes cómo es el profe con los que llegan tarde, chao. Por cierto, si tienes algún problema alguna vez, ya sea con tus tareas o problemas personales, llámame. Puedes confiar en mí, estaré para ayudarte. Chao.

    —Chao Marcelo, gracias.

    Fui corriendo al salón. Tal propuesta, en realidad no era para ayudar a Maddi. Era un truco para obtener información sobre Lorena, su madre. Nunca creas en las promesas de amor porque lo único que se cumplen son sus antónimos.

    El día de clases culminó. Ese día fue muy agotador. Estaba hambriento. Salí de mi salón, casi corriendo debido a la ansiedad que tenía por comer un enorme y jugoso filete cocido al punto exacto. Iba por el pasillo, pasando por la oficina del inspector, enseguida mi visión periférica detectó una hermosa y brillosa cabellera rojiza. Mis piernas dejaron de caminar por sí mismas. Estaba seguro que se trataba de la madre de Maddi. Debía entrar ahí, ¿pero cómo?

    Entraría con normalidad, diciéndole al inspector alguna mentira blanca. La puerta de inspección se encontraba abierta como era costumbre. Entré saludando a todos: Lorena, Maddi e inspector. Todos me devolvieron el saludo de manera formal y desinteresada.

    —Señor Villafuerte, ¿qué se le ofrece? —Preguntó el inspector.

    —El profesor de literatura mandó a preguntar si de pronto no está

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