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Las religiones de Asia a partir de la modernidad: El ejemplo de la meditación budista
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Las religiones de Asia a partir de la modernidad: El ejemplo de la meditación budista
Libro electrónico93 páginas1 hora

Las religiones de Asia a partir de la modernidad: El ejemplo de la meditación budista

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En este libro, el autor analiza el caso de la meditación budista como un antecedente de algunas estrategias psicoterapéuticas contemporáneas con un énfasis especial en una práctica que ha dominado en muchos círculos budistas y psicoterapéuticos en Oriente y Occidente: la idea de lo que en inglés se llama mindfulness. Este tipo de meditación y su ad
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
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    Las religiones de Asia a partir de la modernidad - Luis O. Gómez Rodríguez

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    Índice

    El ejemplo de la meditación budista

    Bibliografía y abreviaturas

    Sobre el autor

    El ejemplo de la meditación budista

    Dedicado a ese potencial que tenemos cada una de nosotras que nos permite quedar libres, de momento a momento, del sufrimiento y que nos permite esforzarnos en hacer esto una realidad.

    Rebecca Crane¹

    La meditación es una práctica sencilla, de fácil acceso para cualquiera; sirve para reducir el estrés, aumentar la serenidad y claridad y promover la felicidad. Aprender a meditar es algo sencillo y sus beneficios se sienten de inmediato. En este libro se les ofrece a los lectores algunos consejos prácticos para iniciarse en el camino que lleva a mayor ecuanimidad, aceptación y dicha. Inhale profundamente y prepárese para relajarse.

    David Gelles²

    La primera cita en el epígrafe, la dedicatoria de un texto de psicoterapia empírica, insinúa un vínculo entre la práctica clínica de la psicoterapia y el ideal budista de superar el sufrimiento humano. Es cierto que la psicoterapia que expone el libro de Crane también refleja ideales que se conocen en Occidente desde los estoicos, pero, por defecto, la estrategia terapéutica que expone el libro se asocia hoy principalmente con el budismo.³ El epígrafe sugiere, pues, un puente entre psicoterapia y al menos una tradición religiosa de Asia (y se trata, como se verá más adelante, de una tradición contemplativa, la práctica de la "mindfulness meditation").

    La segunda cita del epígrafe también apela al prestigio con el que hemos investido a ciertas concepciones occidentales y modernas de la espiritualidad que asociamos con Asia y sus religiones (la infalibilidad de la sabiduría oriental).⁴ Pero en esta segunda cita se funden nuestra idea vaga de lo que es la meditación con unos ideales de viso occidental más bien: la vida libre del estrés —ese mal que consideramos efecto de la vida moderna y que todos padecemos aunque no sepamos exactamente qué es— y esa vida sin estrés se entiende como una vida relajada, lo que sugiere que la meditación tiene como fin un relajamiento o descanso profundo y duradero.⁵

    Las dos citas, pues, reflejan dos vertientes comunes en el intento de adaptar antiguas prácticas contemplativas de origen asiático a la vida contemporánea y a la mentalidad cultural de las clases medias en las sociedades industrializadas. Las dos citas implican, además, que esas prácticas se pueden adoptar en nuestro mundo cultural adaptándolas sin desvirtuar sus ideales y su efectividad. Es más, se supone que las metas que perseguían los practicantes de esas prácticas contemplativas de meditación oriental no difieren significativamente de nuestras ideas de bienestar psicológico.

    Sin embargo, las dos fuentes que se citan —un libro de psicología clínica y una página digital de autoayuda— parecen hacer caso omiso de las complejidades culturales y las vicisitudes históricas que median entre los contextos religiosos (culturales, sociales, institucionales) en los cuales se enraizaron en Asia los ideales de meditación y contemplación que nos inspiran hoy. Se salta, pues, de una admiración por ideas imprecisas sobre las prácticas que nos interesan a una adopción y adaptación apresurada. El salto pasa por alto, además, la pregunta de cómo podemos o debemos estudiar e intentar comprender eso que llamamos las religiones de Asia. La manera como se intenta adoptar algunos de sus ideales en Occidente implica las mismas interrogantes que acarrea el estudio de cualquier otro fenómeno cultural, social y, sobre todo, religioso o el de cualquier otro encuentro entre culturas, ya se den estos fenómenos en lo que imaginamos como nuestra propia cultura o en lo que imaginamos como la cultura del otro. De más está decir que no estamos hablando de un objeto concreto que se deje delimitar fácilmente, que se pueda medir o describir.

    En las ciencias humanas estudiamos fenómenos intangibles, cambiantes y, sobre todo, fenómenos a los cuales solemos acercarnos con preocupaciones culturales que, como dice la metáfora trillada, son como el iceberg: los supuestos teóricos conscientes son sólo la punta visible de una masa oculta de motivaciones y preconcepciones inconscientes. Es muy difícil aproximarse a cualquier fenómeno cultural, social o de conducta humana sin traer al ejercicio de observación juicios de valor y sin llevarse como conclusiones del estudio otros juicios de valor: de lo que es bueno o malo, verdadero o falso, y, reconozcámoslos de una vez, juicios estéticos de gusto y disgusto.

    En el artículo presente exploramos la insinuación del epígrafe: el budismo, en particular la meditación budista, como un antecedente de algunas estrategias psicoterapéuticas contemporáneas, con un énfasis especial en una práctica que ha dominado en muchos círculos budistas y psicoterapéuticos en Oriente y Occidente, la idea de lo que se llama en inglés mindfulness. Se trata, desde luego, de una compleja variedad de fenómenos, pero la meditación de este tipo y su adopción en Occidente me parecen fenómenos representativos del encuentro del budismo con la modernidad y con la popularidad contemporánea de la psicoterapia de base científica.

    Ambas nociones —meditación budista y práctica psicoterapéutica— gozan en el ámbito social de la clase media educada de los países industrializados de un prestigio que rara vez se cuestiona. Comparten cierto halo de bondad e infalibilidad que hace incuestionable su valor y de cierta manera las funde como si tuvieran los mismos objetivos y lograran los mismos efectos. Pero, estas prácticas, su adopción y sus efectos no se prestan fácilmente al análisis objetivo, si por eso entendemos el estudio a la manera de las ciencias naturales;⁷ es decir, que nuestro objeto y perspectiva de estudio no son los que podríamos aplicar a fenómenos concretos y cuantificables que se puedan circunscribir, que se puedan controlar y reducir con varias manipulaciones experimentales u operaciones y medidas discretas (en la jerga técnica diríamos que no se pueden operacionalizar).

    Todo esto es cierto, desde luego, en todas las ciencias humanas (si las separamos, artificialmente, de las ciencias psicosociales); pero es todavía más cierto cuando se trata del estudio de los fenómenos religiosos, especialmente los más cercanos a nosotros en el tiempo y en el espacio (es más fácil mantener cierta neutralidad cuando se mira al pasado de tierras remotas). Y si, entre esos fenómenos, nos enfocamos en las prácticas contemplativas o de meditación, los problemas se complican.

    Además, si el estudio se enfoca en las religiones de Asia, la tarea del investigador se

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