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Un relato acerca de una familia y su entorno, en donde jóvenes héroes sacrifican todo unos por otros.


La tranquila vida en Kundust cambia drásticamente debido a sucesos que se empalman en forma repentina, causando tragedias personales, familiares, y a la comunidad en general. Dos de los amigos más admirados y queridos juegan un par de gambitos, uno de ellos, aunque imperceptible al principio, resulta fatal.


¿Retornará la paz al lugar, o estará bajo acecho cuando se conozcan los hechos y quienes los cometieron?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jul 2019
ISBN9781999172626
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    Añe - Héctor M Curiel

    escritor.

    Dedicatoria

    A Joel, Francisco, Enrique, Nazario, Ricardo, Ángel, y Lourdes.

    Quienes, quizá sin darse cuenta, salvaron mi vida.

    El juego de Ajedrez no es solo entretenimiento frívolo. Muchas cualidades muy valiosas de la mente, útiles en el curso de la vida humana, se adquieren o fortalecen gracias a él… La vida es una especie de Ajedrez, en donde tenemos puntos por ganar, y competidores o adversarios contra quienes luchar.

    – Benjamin Franklin

    Kundust Map

    Agilidad

    La ebriedad de Che Kowalski desapareció súbitamente, su aliento también lo hizo rápidamente unas cuantas veces. Cuando no tosía expulsando las turbias aguas, trataba de gritar ¡Auxilio!, cada vez que su cabeza emergía de la fuerte corriente. Era obvio que sus pies no estaban acostumbrados a no tocar tierra firme, por eso sus brazos y piernas estaban ya cansados tratando de mantener a flote el inmenso cuerpo. La mayoría de los adultos estaban paralizados y solo unos cuantos trataban de correr por la ladera de Medusa, la forma en que el río era llamado por la gente local. Los adultos le gritaban tratando de que Che Kowalski escuchara, entendiera y nadara con la corriente hacia la otra orilla, que era más baja que los bancos elevados, donde la fiesta se había celebrado. Él ni podía entender ni oírlos; un sudor graso, mezclado con el agua zarca, cubría su cara. Abría sus ojos saltones con una expresión que denotaba incapacidad para continuar brincando para llenar de aire sus pulmones y, mucho menos mantenerse a flote; cansándose más aun tratando de nadar hacia el lado erróneo del río, en dirección semilateral.

    Nadie se atrevía a rescatarlo. Todos conocían la fuerza de las corrientes subacuáticas en ese lugar, y el voluminoso y pesado Che Kowalski garantizaba una muerte segura siendo arrastrado a lo profundo. Se aproximaba ya al área del fondo donde había piedras sueltas, que podrían quebrarle el tobillo si trataba de brincar allí, o peor, atraparlo. Algunas madres llamaban ya a los niños, otras les cubrían sus pequeños ojos para evitar que vieran, en cualquier momento, la última sumergida y desaparición del cuerpo; otras madres y hermanas mayores gritaban: No veas eso, ven, ¡no veas!, y otras frases semejantes.

    —¡No! Tronó la voz de papá. —Jaime, ¡no!

    La de mamá siguió: —¡Ay! ¡No! —Estaba aterrorizada, al borde del desmayo. —¡Para! ¡Por favor, para! ¡Que alguien lo detenga, por favor!

    Fuertes inhalaciones, murmullos y frases de sorpresa fueron escuchadas y opacadas por el sonido de pasos rápidos, junto con el de un zapato cayendo a tierra. Todos voltearon a ver a Jaime corriendo hacia los bancos altos, el otro zapato aun girando en el aire y cayendo. El rápido y preciso tomar de una piedra del tamaño de un puño de adulto en su camino hacia el lugar más alto desde donde echar el clavado. Se lanzó en la dirección en donde el bulto hundido estaría, todas esas acciones simultáneas y además gritando a sus amigos: —¡otro lado! ¡Crucen el puente, ayúdenme del otro la-! (splash). —Algunos de los chicos ya corrían detrás de Jaime y hacia el puente. El compacto grupo parecía al de los corredores olímpicos al punto de media carrera de un kilómetro, sin embargo, sus ojos estaban puestos en los cuerpos que estaban en el río, sus mentes recalculando rápidamente el punto de intercepción y el lugar al que debían llegar a tiempo para poder ayudar a Jaime, si es que lo hacía antes de la sección más honda y fuerte del arroyo. La situación lucía más fea que un caucásico bailando salsa.

    Jaime buceó y nadó tan rápido como las circunstancias demandaban, desapareciendo unos cuantos metros antes de pasar al pesado cuerpo, y reapareciendo justo enfrente de Che Kowalski, exactamente al mismo tiempo que Che lo hacía, notando la presencia de Jaime. En una fracción de segundo, antes de que Che lanzara sus brazos sobre Jaime, el puño con la piedra apareció volando al nivel del agua en un uppercut lateral, golpeando la quijada de Che tan fuerte que lo hizo desvanecerse y hundirse; sus grandes manos cayendo sobre la cabeza y hombro derecho de Jaime, mientras una inhalación rápida y poderosa fue todo lo que Jaime pudo hacer antes de hundirse simultáneamente con y por Che Kowalski. Los trece segundos más largos en la vida de mamá pasaron sin sonido alguno de los testigos; excepto por los cantos de pájaros, la fuerte corriente del río y los muchos pasos y la respiración agitada de los corredores. Un crescendo de pasos, madera chirriando, sordos chillidos de metal y cables, provenientes del viejo puente, enfatizaron la situación a la perfección, solo dos cuerpos cabían lado a lado para cruzarlo, así que cuando el sudado grupo estaba sobre él, la mayoría pensó que no aguantaría y se rompería; sin embargo, a los muchachos no les importó, dadas las circunstancias. Cuando el murmullo en el puente acabó, los padres suspiraron con alivio, el sudor nervioso se mezcló con aquel producido por lo caluroso del día.

    Todas las miradas se concentraron en la superficie del agua tratando de ver, por lo menos, burbujas emergiendo en cualquier zona. ¡Sí!s ¡Órale!s y más suspiros de alivio se escucharon. La cabeza de Jaime apareció cerca del otro lado, su mano derecha y dos piernas braceando y pataleando tan eficientemente como solo él podía hacerlo. Tomó otra bocanada de aire y se sumergió de nuevo. Cuando reapareció por segunda vez se veía exhausto, pero su garra en el cuello de la camisa de Che aún estaba fuerte. Los sudorosos chicos habían calculado muy bien: cual dirigidos por un líder invisible y como si conociesen sus fuerzas a la perfección. Cuando llegaron, formaron una cadena humana que consistía en uno chico con piernas fuertes seguido de uno de fuertes brazos, piernas, brazos, y así. Entonces, la segunda mitad se plantó delante de la primera cadena, solo que esta vez alguien de brazos fuertes primero, luego de piernas, y así. Una doble cadena paralela a forma de tejido de cruz capaz de detener un bote si fuese necesario. Ya estaban pisando firme y tan profundamente como podían, estirándose y apoyándose unos con otros alcanzando la mano derecha de Jaime en cuanto reapareció. Una vez hecho el contacto fue cuestión de segundos jalarle a él y al cuerpo inerte de Che, acostándole boca arriba y bombeando sus pulmones con fuerza, dos chicos al mismo tiempo. Jaime estaba aún en cuatro patas, tomando aire y expulsando el agua tragada, cuando los fuertes tosidos de Che anunciaron que estaba vivo. Una mirada de reojo y naciente sonrisa se percibieron en la boca abierta de Jaime, cuya cabeza volteó con ojos agradecidos al resto de los chicos por correr tan rápido, determinar con precisión, y prestar tantas manos fuertes. Como respuesta, los lentos movimientos diagonales de las cabezas con amplias sonrisas y con miradas de admiración y emoción, le reconocían una labor hecha en forma extraordinaria.

    Muchos pasos, gritos y chillidos siguieron: algunos de los padres ya llegaban buscando a sus hijos, queriendo dar la mano y felicitar a Jaime; y ganosos de hablar con Che Kowalski acerca de su estupidez y otras cosas. Principalmente hacerle ver el acto heroico que todos habían presenciado.

    Papá fue uno de los primeros adultos en llegar, bastante cansado y agitado; su principal motivo era ver a Jaime, quien ya estaba de pie saludando y recibiendo toda una sarta de superlativos, malas palabras que sonaban a halagos, adjetivos de tonos positivos, y palmadas en la espalda y los hombros. Papá se plantó frente a Jaime sin saber si abrazarle o abofetearle. Che Kowalski aun tosía y se palpaba la quijada, pero estaba consciente de la situación; haciendo muecas y movimientos con la mano indicando no estar listo para regaños todavía, y señalando a papá, con otra sacudida de dedos, no reprender a Jaime en forma alguna. Mario apareció con un largo y fuerte grito de: ¡Añe! trayendo consigo los zapatos de Jaime. Luego mamá, aun temblando, pero agradecida, con una cara de sonriente ángel que mostraba el miedo, orgullo, paciencia, desesperación, preocupación, perdón y amor que solo una madre puede mostrar. Todo al mismo tiempo. —No vuelvas a hacerme esto nunca. Dijo.

    En perfecta sincronía, sus palabras se empalmaron con las de papá, quien susurraba al oído de Jaime, abrazándole fuerte: —no vuelvas a desobedecerme nunca.

    Jaime se encogió de hombros y su respuesta fue firme: —no pude evitarlo.

    Papá estaba enojado, pero se contuvo frente a todos. —¿Qué no entiendes? ¿No te das cuenta de lo que pudo haber pasado? ¡Podrías haberte ahogado ahí! Es mejor perder una vida que dos.

    Un par de profundos segundos hizo recordar a Jaime algo que papá le había dicho hacía unos años: la gente siempre temerá ese tipo de cosas, pero hacer nada les dejaría con las mismas emociones negativas. Entonces la mano izquierda de Jaime se posó sobre el hombro derecho de papá: —Pa’ soy tu hijo. Llevo tu sangre. Bien sabes que me ahogaría un poquito cada noche por el resto de mi vida si no hubiera hecho algo hoy.

    Sonrisas.

    Jaime era alto mas no exageradamente. En cuestiones de guapura no era un Adonis o algo semejante, sin embargo, era bastante atractivo para cualquiera de las chicas del área. Sus encantos y características principales eran su agilidad física y mental; aspectos que cualquier madre consideraría en algún aspirante a la mano de su hija. Su piel era clara, aunque un poco más obscura que la de Linda, pero mucho más clara que la de Brody. No se parecía mucho a papá, la mayor parte de sus rasgos faciales venían de mamá, y algunas personas se aventuraban a decir que no era hijo de él; sin embargo, su inteligencia era algo que definitivamente heredó de papá. Jaime nunca se preocupó por sus ropas, por ejemplo; nunca se interesó en usar lo que la moda local o global dictaba. Siempre prefirió ropa y calzado casual y cómodo: una simple playera sin estampado o una camisa de manga corta si la situación era informal eran su preferencia. La camisa de un solo color o a rayas, siempre que éstas fueran verticales, pero nunca a cuadros o multicolor o con flores o figuras. Jeans o kakis cubrían sus piernas, y se le veía muy incómodo cuando vestía ropa más formal en fiestas, reuniones, bodas o funerales.

    Su cabello ondulado de color café, tan obscuro que a veces parecía negro, no necesitaba ser cepillado. Su nariz casi griega, pero puntiaguda y pequeña como para ser de un hombre, era de algún modo masculina y atractiva; con amplios poros capaces de oxigenar un gran cuerpo fuera en calma o agitado, y sin esfuerzo aparente. Una boca promedio con dientes perfectamente alineados, los dos incisivos superiores un poco más grandes que los demás, mostraba siempre impecable higiene cuando ofrecía una sonrisa. Sus pobladas cejas demarcaban una frente amplia y prominente que daba la impresión de que su cerebro era más grande de lo normal y, por consiguiente, el aparente compartimiento extra al frente. Sus ojos, de color miel de abeja parecían cambiar a verduzcos en días muy soleados. Su manía más peculiar era, en realidad, su movilidad; incluso desde lejos podría uno distinguirlo de los demás por la forma en que se movía. Los movimientos de sus manos eran rápidos y precisos, siempre coordinando las palabras al movimiento de las mismas y así comunicando mejor sus ideas, planes e incluso bromas. Su voz rayaba en los tonos graves más que cualquiera otro de los muchachos, como si tuviese la garganta irritada, aunque clara y fuerte. Chiflaba más fuerte que los demás, y lo hacía cada vez que pedía atención o para llamar a alguien que estuviera lo suficientemente lejos como para no escuchar un grito. Se le veía en perfecta sincronía en las actividades que ejercía a cualquier momento, si jugaba futbol o shanghai, o simplemente corría detrás de alguien en un juego de La Traes, parecía que un ser felino se había apoderado de su cuerpo, raramente se le veía en el piso por causa de un desbalance o por no reaccionar rápido a los golpes o movimientos de los otros y a giros repentinos. Era un espectáculo verlo jugar, tanto que algunas de las chicas iban a ver a los chicos y sus juegos solo para observar a Jaime moverse: una elegante pantera usando el cuerpo de una persona. Sin necesidad de decirlo, sus gritos también estaban en sincronía con sus movimientos. Algo musculoso, su cuerpo era agradable no solo de ver, sino también de oler: esto es, no expelía un aroma fuerte, no sudaba mucho y no tenía rastros de jabón de olor o perfumes; por lo cual su piel producía, si acaso, un aroma a algodón combinado con musgo. Su piel era resistente, mas suave al toque, para ser de un adolescente macho. Otra característica eran sus manos: grandes y fuertes, cualquiera se daba cuenta desde el primer apretón.

    Dormía casi siempre en su espalda -envidiable- y casi nunca roncaba, si acaso lo hacía era solo cuando estaba muy cansado. Le encantaba andar desnudo cuando la casa estaba vacía, o cuando sabía que no había mujeres cerca, se atrevía a nadar sin ropa cuando no había moros en la costa o de noche, cuando era difícil notar si alguien traía ropa o no. Las únicas y pocas ocasiones en que se le veía nervioso o con miedo, las demostraba rascándose la nuca, siempre con la izquierda y lentamente, como masajeando el lugar de más tránsito en la carretera de comunicación entre el corazón y el cerebro, a modo de descongestionarlo.

    Su habitación y pertenencias siempre ordenadas y limpias; nunca se le vio clavándose en su mochila como sus compañeros tratando de encontrar algo, porque él sabía el lugar preciso donde estaba cada cosa, y si en efecto estaba ahí o no. Sus notas escolares alineadas y claras, libros y materiales en perfecto estado, como nuevos; y la forma en que cuidaba hasta los más mínimos detalles era impresionante: usando un lápiz con tal precisión y economía que el mismo le duraba más de un año, nunca un milímetro de la punta gastado en algo que no fuese escuela, por ejemplo, si éste pertenecía a los útiles escolares.

    Además de su cartera, y solo a veces, nunca cargaba algo más en sus bolsillos: algunas monedas y rara vez una servilleta o un amuleto, una piedra extraña, una resortera, o algo más que le impidiera sentirse libre y cómodo. Rara vez usaba suéter o chamarra, y nunca un paraguas o gorra, mientras menos cargara, mejor para él.

    —Ya estuviste con ella ¿verdad? Jaime miró a Mario, interrogando con una sonrisa.

    —No sé de qué me hablas. —Miró a otro lado evitando continuar la frase —quiero decir, sí sé, y sí, ya estuve con ella, pero no en la forma que piensas.

    —Ni me importa, lo único es saber si ya lo hicieron.

    —Ya estuve con ella, pero nunca hemos c- —hizo una pausa y aclaró su garganta. —Nunca hemos hecho el amor, o algo siquiera cercano a eso… así.

    —Ay, vamos, bien sabes que no me importa —hablaba en serio. —¿No puedes ser honesto al respecto?

    Mario continuó algo nervioso. —J, Te diría y bien lo sabes. Es solo que…

    —¿Qué?

    —Que yo…

    —¿Tú qué?

    —No puedo hacer algo cuando estoy a solas con ella —se avergonzó bastante, —es tan poderosa y bella. No puedo explicarlo.

    —Noté anoche el gesto para que la siguieras. Creyeron que no estaba viendo, pero supe lo que su expresión indicaba —hizo una pausa. —¿Vas a decirme que nada hicieron durante toda una hora a solas?

    —Nosotros no… yo no pude —Mario miraba sus zapatos cual si hubiera robado algo muy valiosos y estuviera muy apenado.

    —Pues, está raro…

    —J, para ya —Mario cayó en cuenta súbitamente de que estaba enojado más que incómodo. —No puedo continuar haciéndote saber lo que siento o quiero hacer o no puedo hacer con tu hermana.

    Y se quedaron juntos sin intercambiar palabras por media hora. Solo juntos.

    Ambos eran más como hermanos que como amigos; la característica un club exclusivo de los dos era la forma en que se saludaban, gritaban, y señalaban el uno al otro. Cualquiera que fuera la razón, era su sello personal, puesto que la mayoría del pueblo no podía pronunciar tal expresión apropiadamente, y aquellos que podían les parecía raro: —¡Añe! Mario.

    —¡Añe! J ¿Vamos hoy al río?

    Era tanto un saludo como aprobación, aceptación o reconocimiento de todo y cualquier cosa que alguno de los dos hacía. Por ejemplo, si Jaime golpeaba muy duro en la tercera jugada de shanghai, las expresiones de los demás eran Wows, órales, y aplausos, pero de Mario sería un fuerte y claro: ¡Añe!

    Sabiendo que Mario había obtenido una calificación de A+ en el examen de matemáticas, el ¡Añe! de Jaime era el sonido más dulce y la mejor recompensa que Mario podía recibir. Era exclusivo del par, si alguien más trataba de usar la palabra, ellos no lo aceptaban, y los demás se reirían ante tal arrojo. Era una de esas cosas para las que no existen reglas o palabras para explicarse. Casi toda las aventuras y juegos de adolescencia de Jaime, incluso los tiempos ‘fáciles’ fueron en la compañía de Mario.

    —d4. Como te gusta —era el turno de Mario al comenzar el juego de ajedrez.

    —d4, ¿eh? —Jaime sonrió. —¿Estás seguro? Entonces como no te gusta: d5.

    La regla principal era que a quien le tocara tirar podría hablar, pero solo antes y mientras se hiciera la jugada: —Ni idea tienes cómo no me gusta: Cf3.

    A veces se juntaban solo a platicar. Sus temas eran siempre variados e interesantes. Algunos días, principalmente en domingo, cuando el clima era malo y no había mucho que hacer, se iban por el pueblo jalando una carretilla pidiendo y recogiendo juguetes rotos; los llevaban al taller de papá a fin de arreglarlos. Los etiquetaban a modo de no confundirlos y poder regresarlos a los agradecidos y sonrientes niños. Eran muy organizados, por ejemplo, si alguno de los juguetes no tenía arreglo o era muy difícil repararlo se le hacía a un lado para usar las partes, anotando también a quien pertenecía el juguete PEA; si la única solución para dos juguetes similares era sacrificar uno para poder hacer funcionar el otro, el sacrificado era anotado también, de modo que la próxima vez, el dueño tuviese prioridad.

    Jaime pensó un poco en la apenas iniciada apertura del juego y su respuesta, no característico en el —Creo que será entonces Cf6.

    El orden de pegamentos, pinturas, clavos, papel, tornillos, hilazas, cartón, y herramientas era perfecto y todo estaba alineado; como un verdadero taller de juguetes. Los amigos discutían siempre algún tema de actualidad o de algo más allá del entendimiento de la mayoría. Esta vez simplemente ejercitaban sus cerebros.

    Mientras Mario mezclaba un par de tonos azul obscuro y amarillo claro a fin de obtener un verde que encajara con el de un carrito de madera, contestó rápido —Fácil, e3.

    Jaime atornillaba y pegaba un robot muy raspado y usado —Entonces, ¿pensaste lo que Julian dijo? c5.

    —Lo hice, —Mario vaciló en ser exacto en la respuesta —de hecho, muchas veces y mucho antes que él lo mencionara. Te arriesgas demasiado, Ae2.

    —¿Y? e6.

    —Pues… sabes que es arriesgado. Para ti sería más fácil, —volteó a mirar a Jaime —no me refiero a lo físico ¿sabes? Mi mamá y eso. 0-0.

    —Ya sé —esa era una réplica difícil. Continuar la conversación también era un reto. Una buena pausa antes de balbucear la respuesta. —¿Te crees a salvo ahora, eh? Ad6.

    —Creo —Mario habló despacio, —si de verdad ustedes quieren ir a la playa pueden ir sin mí. Cbd2.

    —¿Que qué? ¿Bromeas? ¿Cómo me divierto si nada más voy con Julian? ¿Aparte de la aventura y todo eso… de qué platico con él durante todo el viaje? —la dificultad comenzaba a incrementarse en el tablero y piezas imaginarias de ajedrez —Cbd7.

    —La méndiga cosa es, que no sabemos cómo le haremos para cruzar la frontera. Han mencionado los lugares donde es posible y seguro hacerlo y todo, pero, ¿cómo llegamos hasta allá sin un vehículo? —Mario hizo una pausa de varios segundos, requiriendo más pensada —Y aparte, ¿cómo llegamos a la playa desde ahí también? ¿A pie? —aún más pensada. —c4.

    —¿Tienes miedo? cxd4.

    —¡Claro que no! —se sintió ofendido —Solo pienso en la preocupación de mamá, nada más. Cxd4.

    —Me refería a la jugada: no te atreviste a avanzar el peón. Demasiado tarde para eso ahora: Dc7.

    —Bueno, pues es parte de la estrategia; a partir de aquí comienzas a perder —Mario cambió su tono a uno más calmado. —Iría si formáramos un buen plan, con fechas, lugares y todo: cxd5.

    —¿cxd5? Espera, ese no eres pensando —el hecho era que Jaime estaba sorprendido e incómodo. Le llevó varios minutos contestar. —Uh, Axh2+.

    La respuesta de Mario fue obviamente instantánea. —Rh1

    —Bueno, ¿entonces por qué no lo planeamos? Lo único que necesitamos es preguntar a quienes ya han ido, que nos digan con más exactitud… Órale, siento como si nunca antes hubiéramos tenido una posición semejante… y me siento raro también… ¿se me pasó algo? —hizo una pausa larga. —Ta’ bueno, creo que ésta es la mejor: Cxd5.

    No solo los juguetes tomaban más tiempo en ser reparados, el par Añe también pensaba en la posición y las posibles respuestas del oponente, aparte de eso, contemplaban la posibilidad de ir al mar por primera vez. Después de diez minutos Mario sonó convencido: —Necesitamos planearlo de verdad ¿sabes? En serio sentarnos y trazar un plan con tiempos y todo. Estás en graves aprietos, mon ami, no debiste haber comido ese peón: e4.

    Para la mayoría de la gente era asombroso que pudieran jugar a ciegas al mismo tiempo que reparaban juguetes; era aún más increíble que encima pudiesen platicar acerca de algo más

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