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Crónicas, columnas y entrevistas de Marta Brunet
Crónicas, columnas y entrevistas de Marta Brunet
Crónicas, columnas y entrevistas de Marta Brunet
Libro electrónico191 páginas2 horas

Crónicas, columnas y entrevistas de Marta Brunet

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El oficio del periodismo acompañó prácticamente toda la obra de Marta Brunet. Como Premio Nacional de Literatura en 1961, sus novelas y cuentos han sido más difundidos que su labor de reportera, con la que pudo acercarse tanto a grandes personajes como a héroes anónimos que mantenían latente el Chile de la primera mitad del siglo XX.
Este libro contiene una selección de sus textos periodísticos divididos por género y cronológicamente: desde la sección fija en el diario El Sur entre 1927 y 1930 llamada “Kaleidoscopio” hasta sus apariciones bajo seudónimo en la revista Familia y sus columnas en el diario La Hora y la revista Repertorio Americano, donde marcó una impronta política y social.
 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 jun 2019
ISBN9789569203824
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    Crónicas, columnas y entrevistas de Marta Brunet - Marta Brunet

    1928

    INTRODUCCIÓN

    Marta Brunet es un nombre poco familiar en el inconsciente colectivo nacional. No es Gabriela Mistral. No es Marcela Paz. No es Isabel Allende. Chilenas que, como ella, han obtenido el Premio Nacional de Literatura. Una enorme injusticia.

    Una generación la conoció cuando de niños leyeron el cautivante relato Historia de por qué la lloica tiene el pecho colorado. Los adolescentes chilenos del siglo XXI, en cambio, casi nada saben de esta moza alta, de tez blanca y de grandes ojos celestes un poco velados por la miopía, como la describía el crítico Alone, quien se transformaría en su padrino y descubridor.

    Mientras preparaba este volumen, hubo varios rostros desconcertados cuando mencionaba el nombre de la escritora que en las fotografías de archivo siempre aparece con una sonrisa y anteojos negros. En más ocasiones de las que quisiera, simplemente no la conocían.

    En su tiempo –sus primeras novelas se editaron en los años veinte– tampoco valoraron justamente su universo literario. Natalia Cisterna Jara, académica de la Universidad de Chile y quien dirigió la edición Obra Narrativa. Marta Brunet, escribe que su prosa en un principio fue leída como una lograda muestra de criollismo y terminó recibiendo la atención de una crítica que pronto la consideró como una de las grandes voces de la narrativa nacional. Sin embargo —añade Cisterna— esa misma crítica se mostró menos entusiasta o guardó silencio con parte de su producción que no se ajustaba del todo a los parámetros estéticos de sus primeros relatos.

    Luego de su muerte, en 1967, la escritora vivió una etapa de cierta invisibilidad, con exiguas reimpresiones de su obra, hasta 1997, cuando, treinta años después, surgió un renovado interés por su narrativa. Hoy, en los círculos literarios y en los periodísticos se comenta el resurgimiento de Marta Brunet como una imperiosa necesidad de homenajearla.

    Si la obra literaria recién se rescata como herencia para el siglo XXI, la faceta periodística habitaba hasta ahora en las sombras del olvido. Una dimensión relegada, quizás por cierto prejuicio de que el periodismo, cuando lo ejerce un escritor, es materia de segundo orden.

    Entre 1927 y 1930 Marta Brunet brilló con una sección propia en el diario El Sur de Concepción, llamada Kaleidoscopio, donde, en honor al nombre, entrevistaba desde notables como Claudio Arrau y María Monvel hasta pioneras de la beneficencia chilena; acudía indistintamente a funciones de ópera y espectáculos de vodevil, tan variados como su curiosidad.

    Luego, entre 1935 y 1939 ofició como reportera y como directora de la revista Familia. Desde esta vereda, bajo el seudónimo de Isabel de Santillana, escribía columnas para la dueña de casa y recetas de cocina bajo la firma de La Hermanita Hormiguita, escritos que compiló en Tratado de arte culinario (1931).

    Desde 1939 hasta 1942 expandió sus ideas al continente a través de sus publicaciones en el diario La Hora y la revista Repertorio Americano con una impronta política y cultural, y también colaboró con revista Atenea, hasta fines de los cincuenta.

    Intuyo que los años en que Marta Brunet ofició como periodista no fueron una tortura, como especulara el escritor uruguayo Ángel Rama en una entrevista que le realizó para la revista Letras Chilenas en febrero de 1962 y quien siguió de cerca su carrera. Al contrario, diría que disfrutó de la profesión. No sólo por su inagotable don conversador –que se aprecia en cada una de sus crónicas y entrevistas– sino porque experimentaba con variopintos registros de escritura que traslucían una versatilidad insospechada. En algunos textos interpelaba seriamente a sus lectores desde la opinión fundada; en otros hacía gala de un sutil humor e ironía; o se permitía opinar de nimiedades porque no temía parecer frívola.

    Esperar de estas páginas una Marta Brunet siempre seria, que solamente aborda tópicos de sesuda conversación es un dislate.

    Quizás una de las mayores virtudes periodísticas es su capacidad de llegar a públicos diversos; abordar tópicos a veces casi opuestos –desde la decoración hasta la alta diplomacia–; y utilizar una refinada escritura. Marta Brunet conoce los secretos de aquello y lo disfruta. Tampoco busca ser protagonista y parecer inteligente o culta –un vicio periodístico de hoy– sino que se aprecia un genuino interés por retratar al otro de manera real.

    Sus agudas reflexiones –probablemente incómodas para el poder político y las élites intelectuales y sociales de la época– encontraron en el periodismo el mejor espacio para difundirse. Ejerció así el esencial rol de la prensa que es informar independiente de los intereses particulares.

    En esta compilación se rescatan 41 piezas periodísticas que hasta ahora permanecían olvidadas en diarios y revistas del pasado. Modalidades textuales que irrumpieron con fuerza en su época y que Marta Brunet hizo suyas, como la crónica informativa, una heredera de los llamados artículos literarios; la columna, bautizada al principio como columna personal; y la entrevista, cuyo origen se encuentra en las renombradas semblanzas de los periódicos.

    Quizás porque hasta la actualidad el asunto de la categorización de formatos periodísticos enciende controversia –debido a la inexistencia de fronteras precisas entre, por ejemplo, crónica y columna personal–un lector podrá considerar que una pieza periodística de este volumen podría pertenecer a una u otra categoría, o bien, simplemente habitar en una equivocada.

    Como cualquier categorización es en sí misma una acción arbitraria, nos interesa más bien resaltar la voz de una Marta Brunet-cronista, que transita por la vida cultural del Chile antiguo; una Marta Brunet-entrevistadora, que se inmiscuye casi al extremo en la vida íntima de sus personajes y una Marta Brunet-columnista, que plantea cuestiones de derechos políticos y de reivindicaciones sociales.

    No resulta extraño que sea precisamente a través de entrevistas periodísticas –un formato dialógico por naturaleza– que se conozcan los pequeños y grandes detalles de la vida de Marta Brunet. Es en la prensa donde se registra el pulso de la cotidianeidad de una sociedad y sus miembros.

    Gracias a una publicación de revista Zig-Zag de diciembre de 1961, nos enteramos, por ejemplo, de que en Chillán, donde vivía de joven, se reunía en un Ateneo con los muchachos –Tomás Lago, Diego Muñoz, Armando Lira, Alberto Rojas– a hablar de versos y cuentos, y que juntos crearon una editorial y la revista Ratos Ilustrados. Marta era la única mujer del grupo. Mi madre, como buena española tradicionalista, tenía de ellos una idea no muy halagüeña. Apenas aparecían en casa nos mandaba al viejo salón un carrito atestado de sándwiches, perniles, mermeladas, leche, te y café. Pobres bohemios solía decir, deben pasar unas hambres con esas historias de los versos, cuenta.

    Y sigue: Muchos años después, conversando con Tomás Lago, le conté mis terribles aprensiones de entonces. Tomás se quedó mirándome de hito en hito y me confesó: ‘Mira, chiquilla; es muy cierto que nosotros íbamos a tu casa por ti y la literatura, pero también por el carrito’.

    En esa entrevista también relata la historia sobre cómo inició su carrera literaria. En Chillán editaron con el grupo su primer libro, de Absalón Baltasar, y lo despacharon a Santiago a Hernán Díaz Arrieta con una elocuente carta que llamaba la atención del crítico. Este le respondió que los versos del amigo eran muy malos pero la carta revelaba a una verdadera escritora. Le pidió un texto en prosa. Marta Brunet mandó otra carta con sus versos y recibió la misma contestación: los versos, muy malos, pero la prosa, excelente. No me quedó otra que quemar mis poemas y enviarle al terrible crítico los originales de una novelita que tenía muy escondida. La respuesta no tardó en llegar, y fue tan exaltada, que yo miraba para los lados, creyendo que se trataba de otra persona. Recuerdo que en una parte Alone, decía, ya en el paroxismo de la exaltación: ‘¡Dan ganas de echar a vuelo las campanas cuando nace un escritor de la talla de Marta Brunet!’.

    Y es a través de una crónica, de su propia autoría, publicada en el diario El Sur el 13 de mayo de 1928, en que deja entrever cómo fueron sus primeros años de vida en el fundo Pailahueque, cerca de Victoria, donde se crio con profesores particulares en la casa. Para mí, el salón desaparece y tengo ante los ojos la ancha vega con el río en lo hondo, frente a la casa de nuestro fundo, que fuera con la rancha de ño Pereira en el bajo y las chiquillas tocando en las tardes del domingo bajo la ramada, con el silencio enorme de la montaña para servirle de eco, con la chicha para fermentar, decires graciosos en los mozos que iban por allí a cortejarlas, que eran más de hacendosas ‘nadita de feas’.

    También en una de sus piezas periodísticas, en el mismo diario, de ese mismo 1928, revela la cercanía de su familia con la del maestro Claudio Arrau. Mis recuerdos de esos años en que te marchaste a Alemania te muestran como un chiquillo flacuchento, paliducho, con unos grandes ojos ariscos, muy taciturno y al que era imposible hacerle tocar en cuanto uno le pedía que lo hiciera. Siempre ibas vestido con un traje marinero y una capa azul. Estos recuerdos se refieren a un verano durante el cual tú estabas con tu madre en Talcahuano y yo con la mía en San Vicente. Cuando ibas a la playa hacían que yo te cuidara y era una maravilla para mí en el papel importantísimo de madrecita del niño prodigio".

    Su carrera periodística se desarrolló en paralelo con la literaria. Montaña adentro, su primera novela, de 1923, le valió la atención de la crítica junto con el desprecio de la alta sociedad chillaneja, que la acusaron de inmoral y hereje. Las niñas de familias bien recibieron orden de quitarme el saludo. En medio de tanta amargura hubo un sacerdote español, Nicolás Marín, que salió hidalgamente en mi defensa. Fue a ver a mis consternados padres y les probó que si yo escribía, era porque estaba poniendo en juego un don de Dios, y que lo incorrecto sería justamente poner cortapisas a una vocación que era su mejor regalo. Nuevamente nos enteramos de la valiosa anécdota gracias a una conversación con revista Zig-Zag.

    Es a través de una edición de Ercilla, del 29 de noviembre de 1961, donde conocemos cómo tras la publicación de Montaña adentro y el fallecimiento de su padre, su familia enfrentó serios aprietes económicos que la llevaron a establecerse en Santiago e iniciar su labor como periodista. En esa profesión, la luz artificial, las largas horas, el humo, debilitaron su vista, y a los treinta años compró sus primeros anteojos, consigna José Donoso, otro gran escritor.

    A pesar de los avatares, continuó, sin embargo, su prolífica carrera literaria, con Bestia dañina (1926), María Rosa, flor de Quillén (1927); Bienvenido (1929), Reloj de sol (1930) y Cuentos para Mari-Sol (1938).

    En 1939 asumió como cónsul honorario de Chile en Buenos Aires bajo el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. Ella siempre le dijo Don Pedro. Nunca voy a aprender a decirle nuestro Presidente, se lee en una de sus columnas el diario La Hora el 6 de junio de ese mismo año.

    Su labor diplomática se complementaba con la escritura. Aguas abajo (1943), Humo hacia el sur (1945) y La mampara (1946) se editaron esos años. Me viene como una borrachera de metáforas, me siento un nuevo rico del idioma. Pero no me dura mucho. Vuelvo pronto a mi estilo sobrio de antes, cada vez más apretado, con mucho dramatismo, le dice a Ángel Rama para la edición de Letras Chilenas.

    Continuó con sus labores diplomáticas hasta 1952, cuando Carlos Ibáñez del Campo le pidió la renuncia. Nuevamente llegaron las apreturas económicas. No sólo se ha quedado sin recursos –y se niega a aceptar las gestiones de los escritores para reclamar de su destitución– sino que comienza el periodo de su ceguera, que ha de extenderse por siete años, acrecentándose, escribe Ángel Rama.

    Su amiga Amanda Labarca la invitó entonces como profesora de las escuelas de temporada de la Universidad de Chile. Ella dice no ser profesora y quizás sea cierto —comenta Ángel Rama— porque el ángulo desde el cual mira las letras es mucho más personal y rico. Le he oído alguna de estas clases con admiración; sé de muy pocos escritores, entre los nuestros, que tengan conocimiento tan cabal de la literatura de su país y sean capaces de una curiosidad tan dispuesta e informada acerca de las más jóvenes corrientes y autores.

    En 1957 apareció su primera versión de María Nadie y Amasijo (1962). En estos años se abocó a reunir su labor literaria para la publicación de sus Obras completas, por Zig-Zag, que finalmente vio la luz en 1963. Será un trabajo largo que me llevará mucho tiempo, porque tengo que buscar en diarios y revistas, de tal manera que aparezca mi obra completa. ¡Y es tan agotador y pesado buscar y buscar en bibliotecas!, le comenta a la escritora Olga Arratia cuando se encontraba en plena etapa de recolección de su obra.

    1961 fue el año más feliz de su vida, según la escritora, porque recuperó la vista luego de veinte años de estar casi ciega. Nadie puede saber lo que es este don maravilloso de la vista mientras no lo ha perdido. Yo he vivido esta experiencia, y por eso ando, literalmente, borracha de vista, borracha de luz, borracha de color. Tanto en España, como en Francia, Suiza, Austria y Alemania, países que recorría dándome verdaderas orgías de verde y cielos, de rostros y rincones, penetraba por gusto a los mercados, me confundía con la gente en las grandes arterias, penetraba por gusto a los metros y a los cines, simplemente para ver…, confiesa a revista Zig-Zag en diciembre de ese año.

    El reconocimiento llegó en 1961 con el Premio Nacional de Literatura. Donde iba, la querían tocar, le regalaban flores, les pedían que firmara libros. Tantos homenajes le producían incluso miedo, por temor a parecer una difunta. Se lo contó a Ángel Rama. "En el sur, en la inauguración de una biblioteca a la que dieron mi nombre, un sacerdote hizo el elogio de mis virtudes

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