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Retratos a medida: Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958)
Retratos a medida: Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958)
Retratos a medida: Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958)
Libro electrónico712 páginas9 horas

Retratos a medida: Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958)

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Este volumen reúne, por primera vez, más de setenta entrevistas a cincuenta y siete figuras del pensamiento, las artes y las letras españolas, realizadas por un elenco de dieciocho entrevistadores. Hasta ahora inéditas en España, fueron publicadas en la prensa argentina entre 1907 y 1958. Leídas en conjunto, forman una suerte de mural de la cultura española de la primera mitad del siglo XX .
Filósofos y novelistas, bailaoras y pintores, poetas y hombres de ciencia, actrices y humoristas españoles desfilan por las páginas de este volumen retratados como ejemplares únicos, personajes inolvidables: Pérez Galdós, Picasso, Benavente, Echegaray, Margarita Xirgu, Unamuno, María de Maeztu, Victoria Kent, Sorolla, Antonia Mercé (La Argentina), Lola Membrives, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Zenobia Camprubí, Marañón, Pío Baroja, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo, Julián Marías, Camilo José Cela, Gómez de la Serna, Pedro Muñoz Seca, Pastora Imperio, Carmen Amaya o Zuloaga son algunos de ellos. 
Estas apariciones estelares se presentan bajo la forma de la entrevista exclusiva concebida como género literario y ejecutada con premeditación estética y delectación descriptiva. Es un periodismo de autorsurgido antes del predominio devastador de la imagen. Tiene la aspiración de borrar los límites entre periodismo y literatura, y un instrumento exclusivo y excluyente: la palabra.
Sus artífices principales, maestros de la semblanza hablada, son el argentinoJuan José de Soiza Reilly y los españolesAndrés Muñoz y José María Salaverría. Los une un mismo propósito: reconstruir sensorialmente la figura de sus entrevistados. Para ello no solo registran declaraciones verbales, sino también rasgos físicos, tonos de voz, estados de ánimo, vestimentas, tics y manías, y sobre todo el hábitat natural de sus entrevistados, entendido como la prolongación natural de una personalidad singular. Valiéndose de un nutrido repertorio de recursos literarios —la caracterización psicobiográfica, la adjetivación sorpresiva, la sabia distribución de suspenses—, sus reportajes van mucho más allá de la mera alternancia de preguntas y respuestas para transformarse en verdaderos retratos en tres dimensiones que revelan, minuciosamente, la textura y el relieve de una vida, las luces y sombras de un destino. 
El libro incluye un enlace desde el que acceder a los pódcasts de algunas de las entrevistas seleccionadas para su publicación en este volumen.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2021
ISBN9788417264260
Retratos a medida: Entrevistas a personalidades de la cultura española (1907-1958)

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    Retratos a medida - Juan José de Soiza Reilly

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    Descubre y escucha a diez grandes de la cultura española:

    https://www.fundacionbancosantander.com/es/cultura/literatura/retratos-a-medida--entrevistas-a-personalidades-de-la-cultura-es

    RETRATOS A MEDIDA

    Fotografía y leyenda publicadas en la revista Caras y Caretas,

    número 1595, Buenos Aires, 27 de abril de 1929

    © Biblioteca Nacional de España

    RETRATOS A MEDIDA

    ENTREVISTAS A PERSONALIDADES

    DE LA CULTURA ESPAÑOLA

    (1907-1958)

    Edición e introducción de
    Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo

    COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL

    Responsable literario: Francisco Javier Expósito Lorenzo

    Diseño de la colección: Gonzalo Armero

    Cuidado de la edición: Antonia Castaño

    © De esta edición: Fundación Banco Santander, 2021

    © De la introducción: Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, 2021

    © La Nación, Buenos Aires: «Una charla con Azorín», «Una entrevista con Benavente», «Entrevista con el escritor gallego Camilo José Cela», «Con Francisco de Cossío, escritor y periodista», «Una charla con Fernández Flórez, el humorista serio», «Ruiz Contreras, decano de los escritores españoles», «Con Victoriano García Martí: historiador del Ateneo», «Una charla con el joven filósofo español Julián Marías», «Una entrevista con Ramón Menéndez Pidal», por Andrés Muñoz.

    © La Prensa, Buenos Aires: «Dos horas con Azorín», por Antonio de la Torre.

    Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente,

    podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en

    parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

    ISBN: 987-84-17264-26-0

    ÍNDICE

    Archipiélago de pasiones: conversaciones entre la razón y la emoción

    por Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo

    I. ENTREVISTAS A PERIODISTAS, TRADUCTORES, NOVELISTAS, POETAS Y DRAMATURGOS

    Joaquín y Serafín ÁLVAREZ QUINTERO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Por José de Maturana (1913)

    AZORÍN

    Por Alberto Hidalgo (1921)

    Por Andrés Muñoz (1951)

    Por Antonio de la Torre (1958)

    Pío BAROJA

    Por Vicente Sánchez-Ocaña (1938)

    Por Andrés Muñoz (1950)

    Jacinto BENAVENTE

    Por Felipe Sassone (1914)

    Por Juan José de Soiza Reilly (1922)

    Por Pablo Suero (1936)

    Por Andrés Muñoz (1951)

    Eulalia de BORBÓN

    Por Javier Bueno (1913)

    María de BUENO Y NÚÑEZ DE PRADO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1913)

    Zenobia CAMPRUBÍ

    Por Ramuncho Gómez (1948)

    Mariano de CAVIA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1908)

    Camilo José CELA

    Por Andrés Muñoz (1952)

    Francisco de COSSÍO

    Por Andrés Muñoz (1952)

    Enrique DÍEZ-CANEDO

    Por Eduardo Carrasquilla-Mallarino (1936)

    Wenceslao FERNÁNDEZ FLÓREZ

    Por Andrés Muñoz (1952)

    José FRANCÉS

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Ramón GÓMEZ DE LA SERNA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Juan Ramón JIMÉNEZ

    Por Cyrano Boyard (1948)

    Eduardo MARQUINA

    Por Agustín Remón (1936)

    Pilar MILLÁN ASTRAY

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Por Juan Sánchez de la Cruz (1935)

    Pedro MUÑOZ SECA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Armando PALACIO VALDÉS

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Benito PÉREZ GALDÓS

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Por José María Salaverría (1916)

    Salvador RUEDA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Luis RUIZ CONTRERAS

    Por Andrés Muñoz (1952)

    Antonio de VALBUENA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Eduardo ZAMACOIS

    Por Pablo Suero (1936)

    II. ENTREVISTAS A PINTORES, DIBUJANTES Y ESCULTORES

    Mateo INURRIA

    Por José María Salaverría (1920)

    Pablo PICASSO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Agustín QUEROL

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Joaquín SOROLLA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Torcuato TASSO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1934)

    Joaquín XAUDARÓ

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Ramón de ZUBIAURRE

    Por José María Salaverría (1920)

    Ignacio ZULOAGA

    Por José María Salaverría (1916)

    Por José María Salaverría (1922)

    III. ENTREVISTAS A INTELECTUALES, PEDAGOGOS, HISTORIADORES, FILÓLOGOS, FILÓSOFOS Y HOMBRES DE CIENCIA

    José ECHEGARAY

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    José FRANCOS RODRÍGUEZ

    Por Juan José de Soiza Reilly (1921)

    Victoriano GARCÍA MARTÍ

    Por Andrés Muñoz (1951)

    Victoria KENT

    Por José María Salaverría (1931)

    María DE MAEZTU

    Por Adelia [Carolina Adelia Alió] (1926)

    Por Juan Sánchez de la Cruz (1935)

    Gregorio MARAÑÓN

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Por José María Salaverría (1931)

    Por Andrés Muñoz (1950)

    Julián MARÍAS

    Por Andrés Muñoz (1951)

    Marcelino MENÉNDEZ Y PELAYO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1908)

    Ramón MENÉNDEZ PIDAL

    Por José María Salaverría (1933)

    Por Andrés Muñoz (1951)

    Santiago RAMÓN Y CAJAL

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    Pedro SAINZ RODRÍGUEZ

    Por Guillermo de Loja (1930)

    Miguel de UNAMUNO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1908)

    Por Juan José de Soiza Reilly (1929)

    IV. ENTREVISTAS A ACTORES, ACTRICES, ARTISTAS Y OTRAS FIGURAS DEL ESPECTÁCULO

    Carmen AMAYA

    Por Agustín Remón (1937)

    Maria GUERRERO y Fernando DÍAZ DE MENDOZA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1921)

    Pastora IMPERIO

    Por Juan José de Soiza Reilly (1921)

    Gloria LAGUNA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1907)

    Luis MAZZANTINI

    Por Juan José de Soiza Reilly (1908)

    Raquel MELLER

    Por Juan José de Soiza Reilly (1920)

    Lola MEMBRIVES

    Por Juan José de Soiza Reilly (1921)

    Por Juan José de Soiza Reilly (1931)

    Por Agustín Remón (1934)

    Antonia MERCÉ, La Argentina

    Por Juan José de Soiza Reilly (1933)

    José PALMADA

    Por Juan José de Soiza Reilly (1931)

    Margarita XIRGU

    Por José María Salaverría (1934)

    Por Guillermo de Loja (1937)

    APÉNDICE

    Entrevista a Juan José de SOIZA REILLY

    Por Carlos C. Sanguinetti (1928)

    Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo

    ARCHIPIÉLAGO DE PASIONES

    conversaciones entre la razón y la emoción

    Todos tenemos tres vidas: la pública, la privada y la secreta.

    Gabriel García Márquez

    Decía el poeta inglés John Donne que «Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra»[1]. Puede que no le faltara razón. Mas también es posible que, en rigor, no sea lo uno ni lo otro. Aurea mediocritas, sostenía Horacio, el gran poeta romano. De modo que ni isla, ni continente: archipiélago.

    Entendemos comúnmente por archipiélago el conjunto de islas que, aun cuando mantienen su individualidad, están tan estrechamente relacionadas entre sí que forman una misma entidad intrínseca. En este mismo sentido incide el editor y mecenas de los más famosos autores del fin de siècle Luis Ruiz Contreras, al adelantar que, a lo largo de la entrevista aquí recogida —al igual que hiciera en sus libros de memorias[2]—, hablará no solo de su propia vida, sino también de la ajena, ya que —afirma— «las vidas de los hombres van ligadas unas a otras y no es posible aislarlas como si fueran hongos».

    Acaso estas islas interconectadas estuvieran predestinadas a convertirse algún día en partes de un todo. Así, nacidos al ritmo de la actualidad, vieron la luz en la prensa argentina a lo largo del siglo pasado estos testimonios, hasta ahora iné­ditos en España, que aparecen hoy unidos en un volumen que es el fruto de una investigación de largo aliento en los archivos y hemerotecas porteños.

    Sin duda que en el rico mosaico de la agitada vida cultural española de la primera mitad del siglo xx están grabados a fuego los nombres de los protagonistas que en él dejaron su huella indeleble y que nos brindan, entre la razón apasionada y la pasión razonada, sus más sutiles impresiones a lo largo de estas páginas.

    Porque este volumen no supone una mera sucesión de preguntas y respuestas, sino que es una auténtica compilación de «entrevistas de autor», es decir, una antología de reportajes que tienen una cuota de creatividad literaria y que dieron lugar a un género, el del periodismo literario, que en la Argentina de la primera mitad del siglo xx es llevado al paroxismo por la pluma audaz del periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly; su estilo inconfundible evidencia que, como sostiene el académico Luis María Anson en el prólogo a De Azorín a Umbral. Un siglo de periodismo español, «Además de ciencia, el periodismo es un arte, un género de la Literatura. [...] En el xx, el género literario por excelencia ha sido el periodismo».

    No obstante, es menester precisar que el concepto de periodismo literario, con formas y matices distintos, ha estado presente en las publicaciones españolas del siglo xx y aun antes, en el xix, desde que Larra elevara a categoría literaria la expresión periodística del estado de ánimo. Le seguirían plumas tan ilustres como las de Bécquer o Clarín, que no fueron sino, ante todo, periodistas; las de Pedro Alarcón o Gaspar Núñez de Arce, corresponsales de guerra que enriquecen la información bélica con notas de viaje de tipo costumbrista, y aun novelístico, en la «guerra de África» entre España y Marruecos, en 1860.

    Cuando, casi un siglo más tarde, se adoptó este tipo de periodismo en la prensa escrita estadounidense, se recurrió a ciertas técnicas consideradas propiamente literarias y su definición quedó formulada con el New Journalism como designador semántico. La escritura se aproximaba a la literatura en la forma, pero el estilo no debía ocultar la minuciosidad de las investigaciones y la precisión de los hechos referidos. El escritor y periodista Tom Wolfe, quien acuñó el término de New Journalism en 1973, lo definió como «investigación artística»[3].

    Nuestro propósito no es otro que rescatar esas entrevistas «de autor» como una suerte de literatura fugitiva, intrínsecamente moderna y precursora del New Journalism de los años sesenta y setenta que desdibujó y ensanchó los límites convencionales del periodismo tradicional. El periodismo literario es muchas cosas, pero es, ante todo, «una mirada —ver, en lo que todos miran, algo que no todos ven— y una certeza: la certeza de creer que no da igual contar la historia de cualquier manera»[4]. Se trata, en palabras del escritor y periodista argentino Martín Caparrós, de «robarle a la ficción lo que se pueda para hacer mejor periodismo».

    Así pues, la originalidad, la rareza y la magia de esta antología radican tanto en lo que se cuenta como en el cómo se cuenta. La relevancia histórica de las figuras entrevistadas y el valor de su testimonio solo es equiparable al talento y al arte desplegados por los entrevistadores, con Soiza Reilly a la cabeza, para introducirse en la intimidad de aquellos y para retratarla a través de su mirada, de tal manera que ellos mismos se proyectan en escena para deleite del lector.

    Es precisamente este diálogo «en movimiento» lo que hace de la entrevista, cuando está bien planteada y realizada de una parte —el papel del entrevistador es fundamental— y, de la otra, tiene un interlocutor con historias interesantes e ideas relevantes que contar, un género instructivo y apasionante al mismo tiempo. Procedente de Estados Unidos —allí nacieron los reporters, de allí proviene la locución interview—, se había aclimatado en la prensa europea y sudamericana la interviú —como se escribe, después de castellanizada—, que fue la gran moda de finales del xix y que significa algo más que una mera entrevista.

    Una de las figuras entrevistadas en el presente volumen, el cronista y dramaturgo Benito Pérez Galdós, quien rechazaba el término, explicó mejor que nadie, con su característico estilo directo y coloquial —tras el que ocultaba su apabullante academicismo—, su verdadera significación y alcance: «¡Ah, las interviús! Este terminacho estrambótico se me atraviesa como espina que se clava en mi lengua o un pelo que se enredara en los puntos de mi pluma, y lo desecho, lo arrojo del papel sustituyéndolo por la expresión más castiza de coloquios, y mejor aún de confesiones»[5].

    En este mismo sentido, un maestro de la interviú en los años veinte, César González Ruano, revelaba el que era, en su opinión, el secreto del género: «Para la interviú se necesitan dos condiciones fundamentales: instinto de adivinación y mucha frescura. El que no tenga esto no sirve, aunque pueda ser un magnífico orador sagrado. No basta con escribir lo que dice el intervievado. Hay que averiguar lo que piensa. Obligarle a hacer confesiones que luego sienta haber hecho. Importan un comino el estacazo y la rectificación»[6].

    Paradigma del periodismo literario en Argentina y su máximo exponente en estas páginas, Juan José de Soiza Reilly —en cuya figura bucearemos más adelante— navegaba en la imprecisa frontera entre el periodismo y la literatura. El cronista Manuel Ugarte sentenció que «Soiza Reilly ha dado nacimiento a un matiz especial dentro de la literatura y el periodismo sudamericanos [...]»[7]. Asimismo, los periodistas españoles Andrés Muñoz —afincado desde joven en Argentina— y José María Salaverría —a su regreso a España tras su estadía porteña— ejercieron también su oficio con fuertes dosis de audacia y artes propias de quiromantes.

    En cuanto a Andrés Muñoz, se sabe que nació en Coca, en la provincia de Segovia, y llegó de joven a Buenos Aires, luego de haber recorrido Cuba y México. Era autodidacta y tuvo diversas ocupaciones antes de dedicarse al periodismo. Empezó su carrera en la revista PBT, luego pasó por Mundo Argentino, por Clarín y, además de en La Nación, en cuya sección de Cultura y Espectáculos se desempeñó como redactor jefe, colaboró en Leoplán y en ¡Aquí está! Entre sus obras publicadas se cuentan Treinta vidas de artistas argentinos (1940) y la Vida novelesca de Quinquela Martín (1949). Como escritor y periodista gozó de renombre y popularidad, lo que explica que algunas fotografías suyas adornen todavía las paredes del mítico Café Tortoni de Buenos Aires. A su muerte, en 1963, fue enterrado en el cementerio porteño de La Chacarita.

    Su hermano, Agustín Muñoz Sobrino, llegó a tener una destacada trayectoria como empresario en España. Había aprobado las oposiciones al puesto de secretario del Ayuntamiento de Íscar en 1910 y, como funcionario de la República, estuvo a punto de perder la vida a manos de unos falangistas al estallar la Guerra Civil en 1936. Hizo fortuna como empresario maderero primero y como industrial después, y fue amigo de Marañón, a quien había conocido en el año 1932. Casi dos décadas después del inicio de esta larga y estrecha amistad entre ambos, aparecerá en el diario argentino La Nación, el 26 de noviembre de 1950, el diálogo que recuperamos en este volumen y que fue fruto del encuentro, en su despacho del madrileño Paseo de la Castellana, entre el eminente científico y Andrés Muñoz.

    De padres vascos, José María Salaverría nació en 1873 en la localidad cas­tellonense de Vinaroz, donde su padre trabajaba como farero. Cuando contaba cuatro años de edad, la familia se estableció en San Sebastián debido al traslado del padre al faro del Monte Igueldo. Sus artículos versaban sobre política, crítica literaria, relatos de viajes, y cultivó asimismo la crónica de guerra. José María emigraría después, entre 1911 y 1913, a Argentina, donde consiguió trabajo como redactor de La Nación. Su estancia y diversas visitas a aquel país le inspiraron libros como Tierra argentina, El poema de la Pampa y Paisajes argentinos.

    De ideas regeneracionistas en su juventud, en coherencia con la evolución de su pensamiento político, en la Guerra Civil apoyó al bando sublevado. De su matrimonio con Amalia Galarraga Azcarrunz, fundadora y tesorera del Lyceum Club Femenino y miembro de la Liga Femenina Española por la Paz, nacieron dos hijas, Carmen y Margarita; esta última sería la primera mujer española en ingresar al Cuerpo Diplomático, en 1933, durante la Segunda República española. A su muerte, acaecida en Madrid en 1940, Salaverría fue enterrado en el cementerio donostiarra de Polloe. Al año siguiente le fue concedido, de forma póstuma, el premio Mariano de Cavia.

    Los grandes destinos que se dan cita en este volumen nos hablan de las distintas facetas que conforman las vidas de sus protagonistas: la pública, que, no por estar a la vista y ser la más conocida, es menos interesante; y la privada, que, a diferencia de aquella, está por lo general reservada a unos pocos. Aparecen aquí, no obstante, todos ellos retratados en su esfera más íntima, como si la mirada penetrante del periodista fuera capaz de abrir de par en par el alma humana y sacar a la luz sus abismos.

    Ese es precisamente el mérito de este libro: nos permite adentrarnos, a través del ojo sutil del retratista —que hace las veces de lente de aumento—, en ese universo privado, casi íntimo, y por momentos secreto, que tienen, indefectiblemente, todos los individuos por el hecho de serlo; y que es siempre el más apasionado, el más cautivador y el más intenso de la existencia, en especial de la de un creador.

    A Soiza Reilly, principal contribuidor de este compendio, seguido de Andrés Muñoz y de José María Salaverría, por estricto orden cuantitativo, se unen también los nombres de Agustín Remón[8], Pablo Suero[9], Guillermo de Loja, Juan Sánchez de la Cruz[10], José de Maturana[11], Alberto Hidalgo[12], Antonio de la Torre[13], Felipe Sassone[14], Javier Bueno García[15], Ramuncho Gómez, Cyrano Boyard, Adelia[16], Eduardo Carrasquilla-Mallarino[17], Vicente Sánchez-Ocaña[18] y, por último, Carlos C. Sanguinetti, que perfilan con su pluma los rostros, siluetas, situaciones y lugares esbozados en este volumen.

    A su vez, el mosaico de entrevistados lo componen una serie de personalidades destacadas de la cultura española, más o menos populares; desde auténticas celebridades hasta figuras olvidadas, que se nos presentan ahora, un siglo después, bajo una luz nueva, interpretados por una mirada que otorga a estos testimonios un valor doble que permanecía hasta ahora desconocido.

    Entre ellos, varios premios Nobel: José Echegaray, Santiago Ramón y Cajal, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Camilo José Cela. Echegaray, primer español en ganar un Nobel —el de Literatura, en 1904—, destacó también por sus aportaciones en muchas otras áreas, especialmente en física, economía —fue ministro de Hacienda en tres ocasiones—, geometría y matemáticas; hasta tal punto fue así que Julio Rey Pastor, reputado matemático español afincado en Argentina, afirmó: «Para la matemática española, el siglo xix comienza en 1865 y comienza con Echegaray». Asimismo, otros personajes incluidos en esta selección fueron también nominados al Nobel en repetidas ocasiones, como Armando Palacio Valdés, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal o Benito Pérez Galdós.

    Otros, como Francisco de Cossío, Jacinto Benavente, Gregorio Marañón, Julián Marías o Wenceslao Fernández Flórez, obtuvieron el Premio Mariano de Cavia de periodismo y, en el caso del último mencionado, también el Premio Nacional de Literatura. Muchos de ellos fueron, además, académicos de número de alguna o varias de las Reales Academias españolas[19], y tanto Marías como Cela fueron merecedores de galardones instaurados más recientemente como el Premio Príncipe de Asturias y el Cervantes, respectivamente.

    Pero en este caleidoscopio desfilan no solo escritores o científicos, sino que, como reza la clasificación de su índice, encontraremos también a personajes novelescos, como el torero Mazzantini; cupletistas, como Raquel Meller, y folclóricas, como Antonia Mercé y Luque, más conocida por su seudónimo de La Argentina. Tampoco faltan bailaoras, entre ellas Carmen Amaya, la figura más universal de cuantas ha dado el flamenco, o Pastora Rojas Monje, bautizada artísticamente como Pastora Imperio por Benavente al decir «Esta Pastora vale un imperio». El arte de esta última suscitaba tal entusiasmo que el mismísimo Alfonso XIII le confesó en una ocasión: «Pastora, hoy me gustaría ser emperador». Fueron célebres sus amores con el duque de Dúrcal, primo del rey, y con el torero Rafael el Gallo, con quien contrajo efímero matrimonio; e inspiró a artistas como Julio Romero de Torres y Mariano Benlliure, o a literatos como Ramón Pérez de Ayala y los hermanos Álvarez Quintero, también entrevistados en este volumen. Y es que de casta le viene al galgo: ya su madre, la bailaora gaditana Rosario Monje, más conocida como La Mejorana, había inspirado a Manuel de Falla, quien compuso su obra cumbre, El amor brujo, para ella.

    Veremos desfilar también por estas páginas a grandes damas del teatro como Margarita Xirgu, Lola Membrives o María Guerrero, quien, a lo largo de su carrera, estrenó en los teatros de España e Hispanoamérica —con especial querencia por los rioplatenses— obras de muchos de sus contemporáneos aquí reunidos, entre ellos Echegaray, Pérez Galdós, Benavente, Rueda, Marquina, Muñoz Seca o los hermanos Álvarez Quintero.

    La Xirgu, como se la conocía popularmente —con el artículo definido femenino que se antepone al nombre propio de las grandes divas—, supuso un parteaguas en las artes escénicas nacionales. Considerada la gran dama del teatro de habla hispana del siglo xx, difusora de la obra lorquiana y amiga del genio granadino, se exilió del otro lado del Atlántico durante más de treinta años: «Qué sabios eran los griegos —decía—; no te mataban, te exiliaban». Cuando, al finalizar la entrevista —aquí recogida— que concede a Salaverría en 1934 pronuncia estas palabras: «Dígale [al público argentino] que deseo visitarle, y que seguramente acabaré por poder conseguir mi anhelo de tantos años», poco podía ella imaginar hasta qué punto se cumpliría su deseo, ni cómo los designios de la providencia convertirían sus palabras venturosas en presagios funestos y la llevarían a terminar sus días a orillas del Río de la Plata.

    Así, la fatalidad —o acaso, parafraseando a Marañón, el «azar predestinado»[20]— marcó el segundo acto de su vida. El asesinato de Federico García Lorca —cuya vida fue truncada en plena efervescencia apenas dos años más tarde, en los albores de la Guerra Civil, y del que tuvo noticia antes de una representación de Yerma, mientras se encontraba de gira en México— y su propio exilio —al que solo su muerte, acaecida en Montevideo en 1969, puso fin— fueron los dos episodios fatídicos que trastornaron el curso de su existencia.

    Completan este abanico de mujeres avant la lettre Victoria Kent, María de Maeztu o Zenobia Camprubí, o incluso figuras escandalosas para su época como lo fue Gloria Laguna, condesa de Requena, enfant terrible de la aristocracia de principios del siglo xx e icono del lesbianismo chic. Conviene precisar que Clara Campoamor, la campeona de los derechos femeninos y abanderada de este elenco, no se halla, sin embargo, incluida en él puesto que ya editamos sendas entrevistas suyas —publicadas originalmente en Caras y Caretas en 1931 y 1932 por José María Salaverría y J. Sánchez de la Cruz respectivamente—, junto con los artículos de su exilio argentino, en el volumen Del amor y otras pasiones[21], que le está enteramente dedicado.

    Entre las mujeres rebeldes y transgresoras destaca María Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II, que ha pasado a la historia como «la infanta republicana». «Por eso algún día el pueblo sacudirá las coronas y, liberándose, nos liberará a nosotras», contestó al reprocharle su hermana Isabel su personalidad indómita, su mentalidad progresista y su vida azarosa y mundana. Su belleza, su encanto, su exquisita cultura y su juicio lúcido sobre muchas de las personalidades a las que frecuentó suscitaron la admiración de sus contemporáneos y el amor de algunos de los hombres más destacados de su época. Sus obras, de marcado carácter feminista, levantaron ampollas en la sociedad encorsetada de su tiempo y algunas incluso fueron prohibidas por su sobrino Alfonso XIII, quien la declaró persona non grata. Desde su exilio parisino, donde se produjo el encuentro aquí reflejado, esta infanta insumisa admitiría años más tarde: «Me pesaba demasiado la diadema del infantazgo para ceñirme a las sienes una corona».

    En su correspondencia y abundantes testimonios dejó constancia de su sensibilidad, su perspicacia y su hondura, como al regresar de un viaje oficial a Cuba antes de la insurrección que ella juzgó inevitable, cuando escribió: «al cabo de muchos días pasados en pleno océano y cuando se está a punto de volver a ver tierra, una cierta emoción se apodera de los pasajeros. Es como si se acabara de escapar a los mayores peligros. La verdad es que queremos escapar de nosotros mismos; es que, en medio del espacio infinito, el gran silencio es un desierto a la vez que una cárcel. En resumen: el cautiverio está hecho solamente de soledad». Más tarde, en sus memorias, que dan cuenta de una larga y agitada vida rodeada de leyenda, dejó escritas frases tan memorables como esta: «Ello me ha enseñado que ninguna corona se ciñe lo suficiente para no caerse, he aprendido también que nada hay irremediable, ni fatal, ni eterno en las humanas agitaciones».

    Entre los hombres de letras presentes en las siguientes páginas destacan Azorín, Baroja, Gómez de la Serna, Pérez Galdós; entre los artistas, Picasso, Sorolla, Zuloaga, y entre los pensadores, Julián Marías o figuras poliédricas como Marañón, Unamuno o Menéndez Pidal.

    A pesar de la variedad y pluralidad que hallaremos en el decálogo de pasiones aquí contempladas, estas forman, no obstante, un archipiélago interconectado, cuyos vínculos, más o menos evidentes, son múltiples e indisolubles. Así, destacan los de Sorolla con casi todas las personalidades de su época a quienes retrató, gracias al mecenazgo de Archer Huntington y la Hispanic Society of America; entre ellas, a muchas de las que componen este mural: Azorín, Baroja, Pérez Galdós, Marañón, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, María Guerrero, Raquel Meller, Juan Ramón Jiménez o Zenobia Camprubí; e igualmente es de señalar la relación de esta última con Victoria Kent y con María de Maeztu, pioneras del feminismo en España e impulsoras del Lyceum Club Femenino. Asimismo, algunos de los protagonistas de estas páginas, como Azorín, Unamuno o Marañón —e incluso su hija Carmen—, fueron también retratados con maestría por el pincel de Zuloaga.

    Pero cabe también destacar los incontables nexos existentes entre maestros y discípulos, artistas y musas, así como los que se creaban entre los compositores y las bailaoras o los dramaturgos y las actrices que inspiraban e interpretaban sus obras; amén de los tándems artísticos, literarios, sentimentales, los vínculos generacionales e intergeneracionales, junto a tantos otros lazos insospechados que iremos desgranando a lo largo de estas líneas.

    Impresiones y estampas cuyos colores intensos no se han diluido con el tiempo; diálogos de ayer y de siempre, voces que hoy resuenan de nuevo en estas páginas y que, más nítidas y vibrantes que nunca, nos permiten redescubrir nuestro pasado bajo una luz nueva, comprender mejor el presente y acaso también intuir el futuro. De la mano de ambas figuras, entrevistador y entrevistado, recorremos una parte esencial del pensamiento español del siglo xx, desde un punto de vista tan lúcido como preclaras eran las mentes de las que emanaron las reflexiones aquí reunidas por vez primera.

    Con ingeniosa y amenísima pluma, el cronista traslada sus conversaciones al lector conduciéndolo a un universo nuevo; le contagia las pasiones de sus protagonistas y le descubre el paraíso interior de cada uno de ellos, porque, como decía Picasso, ¿qué otra cosa podría ser el paraíso sino «amar muchas cosas con pasión»?

    Ciertamente, los personajes comparten con generosidad y sin reservas sus pasiones —literarias, históricas, filosóficas, científicas o artísticas—, nos hablan de la vida —la propia y la ajena— y de todas las sustancias que la conforman. Esbozan el mundo tal cual ellos lo entienden, en función de su estado de ánimo, de sus gustos y sus disgustos, de su temperamento, de sus ambigüedades y contradicciones, inherentes a la naturaleza humana; no en vano decía Unamuno que «Si una persona nunca se contradice a sí misma, debe ser que no dice nada».

    Son entrevistas que condensan toda la sabiduría, la agudeza de sus protagonistas, sus pensamientos más recios o sus ocurrencias más ingeniosas, sus querencias y conocimientos, la percepción que tienen de sus contemporáneos, así como las anécdotas de sus vidas singulares, de la bohemia literaria o su visión del mundo que les toca vivir.

    Pero estos retratos tienen la particularidad de haber pasado por el tamiz de la mirada del entrevistador, de sus conocimientos previos, sus vivencias, sus prejuicios. Estos hábiles huéspedes, ilustrados, siempre atentos, a menudo corteses y afables en el trato —pero cuyas crónicas podían resultar por momentos molestas, indiscretas, impertinentes o hasta incisivas y demoledoras— ponen los cinco sentidos para captar y después verter en palabras no solo lo que ven o lo que oyen —que no se limita a lo que sus anfitriones hacen o dicen—, sino también lo que entrevén, lo que intuyen, perciben, presienten...

    Sus relatos presentan, pues, un relieve multidimensional del protagonista, que es observado con detenimiento desde el exterior, analizados con destreza y sinceridad inusuales sus rasgos psicológicos y fisiológicos, gestos, posturas, costumbres, manías, tics, lenguaje, dicción, e incluso el espacio físico en que se produce el encuentro, hábitat natural del entrevistado por lo general, lo que resulta en una suerte de radiografía lo más amplia y profunda posible de su interior.

    Epítome de ello son las entrevistas a Menéndez Pelayo o a Sorolla, como luego veremos, pero también a Azorín. Estas últimas sorprenden y fascinan por sus descripciones, e incluso, una de ellas, por ser, en el sentido estricto de la palabra, inexis­tente... En efecto, el reportero se sienta frente al escritor de Monóvar —simplemente se observan en silencio, ninguno de los dos se decide a intervenir— durante más de media hora, al cabo de la cual resuelve marcharse y plasmar en el papel sus digresiones y las cavilaciones que le han asaltado durante esta «entrevista», siquiera sea en lenguaje «no verbal».

    Sus pensamientos —los de los entrevistadores— son cuando menos tan hondos y tan lúcidos como los de sus entrevistados —así se convierten en sus más idóneos mediadores— y nos dejan para la reflexión citas como esta de Soiza Reilly al entrevistar en 1908 al torero Mazzantini: «Debajo de esa sencillez, se le adivina el orgullo metódico del yo. Y es justo que así sea. Es natural... Ser orgulloso es tener conciencia de la propia fuerza. En cambio, la vanidad es el orgullo de lo que se consigue sin derecho...».

    En su encuentro con el poeta malagueño Salvador Rueda, Soiza Reilly discurre sobre el binomio arte y locura: «El arte es un refinamiento de los nervios —sentencia—. La locura es así... Naturalmente, no todos los locos son artistas. Pero todos los artistas son unos eternos locos celestiales».

    Si este libro hubiera de estar impregnado de una ideología, tan siquiera una sola, sería sin duda alguna la humanista; si hubiéramos de condensar su esencia en una sola palabra, el sustantivo más acertado sería humanismo. Así pues, en este contexto, consideraremos la cultura en sentido amplio, entendida, sustancialmente, en su acepción latina de humanitas. De hecho, el académico Victoriano García Martí nos brinda en estas páginas su espléndida definición de lo que para él supone la esencia de la cultura, su visión del adversario como un estímulo y una oportunidad de crecimiento y superación personales, y el valor del diálogo por encima de la violencia.

    Esta proclama de García Martí nos trae ecos de otro gran humanista aquí retratado, Gregorio Marañón, quien decía que «Es más fácil morir por una idea, y aún añadiría que menos heroico, que tratar de comprender las ideas de los demás». De hecho, tras su encuentro, Soiza Reilly no duda en afirmar de Marañón: «Es un sabio. Pero lo disimula con ahínco. Para esconder la aspereza de su tecnicismo, dispone de la gracia de un artista. Toca los temas más escabrosos de la vida con la inocencia lírica de un bardo». En sus respectivos reportajes sobre la figura del ilustre médico, coinciden sus entrevistadores —que son los tres principales exponentes del periodismo literario en este compendio: Soiza Reilly, Andrés Muñoz y Salaverría— en destacar su biblioteca. No en vano Marañón aseguraba: «La librería de un hombre es también su retrato, y tan fino que no pueden igualarle ni los pinceles más exactos ni la pluma más penetrante y fiel del mejor biógrafo. Los libros que cada cual escoge para su recreo, para su instrucción, incluso para su vanidad, son verdaderas huellas dactilares del espíritu, que permiten su exacta identificación».

    La primera y principal singularidad y denominador común sustancial a todas las entrevistas de este volumen —y sin cumplir esta condición sine qua non no estarían aquí incluidas— es, pues, que todas y cada una de ellas son entrevistas «de autor», aunque a veces tomen formas diversas. En algunos casos se complementan con breves notas o recados, como los de Joaquín Xaudaró y Pedro Muñoz Seca, dirigidos al periodista; en otros, con misivas que hacen las veces de entrevista epistolar, como cuando Santiago Ramón y Cajal escribe a Soiza Reilly a propósito de su estado de ánimo; o cuando Armando Palacio Valdés o Ramón Gómez de la Serna le envían por escrito sus reflexiones. A veces incluso se dan casos, como el del encuentro entre José María Salaverría y Ramón de Zubiaurre, en que entrevistador y entrevistado invierten, por momentos, los roles... Una forma igualmente variada es la que adoptan las dedicatorias manuscritas que acompañan a muchos de los reportajes aquí incluidos: desde las más sucintas (José Francés, Menéndez Pidal o Eulalia de Borbón) hasta las más expresivas, sentidas y hondas (Armando Palacio Valdés, Eduardo Zamacois, Enrique Díez-Canedo, Pilar Millán Astray, Gregorio Marañón, Victoria Kent, Margarita Xirgu o los hermanos Álvarez Quintero), pasando por las composiciones inéditas que brindan a la publicación estos últimos dramaturgos o Unamuno.

    Vemos así, como apuntábamos antes, a los personajes a través de la lupa, no siempre halagüeña, del entrevistador. Tal es el caso de Sorolla, a quien Soiza Reilly nos presenta en su entrevista con estas palabras:

    Sorolla es un hombre pequeño. Muy pequeño. Demasiado pequeño. [...] Pero lo oís hablar. Entonces, aquel hombre pequeño se agranda por sobre sí mismo. Se escapa por encima de su corbata de bohemio francés. Su voz no es simpática. Es de un atiplado timbre femenino. Es una voz chillona que hiere, que lastima. Pero, al hablar, notáis que Sorolla pone tal entusiasmo en sus arengas; sentís que pone tanto fuego en sus frases; veis que vierte ideas tan dementes y tan sabias; experimentáis que infunde a sus palabras un ardor tan volcánico [...] No podéis creer que un hombre, poco antes tan exiguo, haya tomado tales proporciones. Es que Sorolla, al hablar, se agranda poco a poco. Despacio, muy despacito, va perdiendo sus contornos legítimos. Por el calor de la palabra se derrite. Desaparece. Su físico precario crece. Y luego surge, grande, inmenso, enorme, formidable.

    Soiza Reilly tampoco disimula con eufemismos su percepción de Pérez Galdós:

    Alto, fuerte, vigoroso, su figura física de atleta es algo así como un resplandor de su figura intelectual de artista recio. [...] Y sonríe. Pero su sonrisa es desagradable. [...] En cambio, su voz, no. Cuando habla, canta y encanta. Aunque en el fondo es un orgulloso impenitente, al hablar, lo creéis un hombre muy modesto, que sabe lo que lleva en el cerebro.

    Y tras su diálogo con el filólogo e historiador Marcelino Menéndez Pelayo, Soiza Reilly no elude el tartamudeo del erudito cántabro —algo que tampoco hará en otra entrevista quien fuera su discípulo, Menéndez Pidal—, al que se refiere en estos términos:

    Acostumbrado a pensar, habla muy poco. Lo primero que sorprende a quien lo oye no es su ciencia... ¡Oh, no! Cuando habla deja ver muy poco su sabiduría... Pero lo que sorprende en este hombre tan sabio y tan elocuente es lo mismo que sorprendía en Alcibíades. Porque sabed que Menéndez, cual Alcibíades —según Plutarco—, es tartamudo... [...] El fuego de su palabra borra toda mala impresión. Habla poco. Al hablar dice mucho...

    Por si aún quedaran dudas de que Soiza Reilly no se anda con medias tintas, su encuentro con la condesa de Requena termina por disiparlas. Se trata de una entrevista que data nada menos que de 1907, y de una mujer que le marca de tal manera que es a ella a quien dedica, al año siguiente, su obra Confesiones literarias[22]:

    Hacer un estudio de su carácter ha sido la tarea que se han impuesto los más ilustres novelistas jóvenes de España. Ninguno lo ha logrado. Ni el mismo Pérez Galdós. Gloria Laguna es tan sutil, tan complicada, tan irónica, tan mala, tan Margarita, tan Ofelia, tan terrible, tan buena, tan dulce, tan maternal que cuando queréis analizarla huye de vuestros dedos y se va. Vuela. Pero al irse os deja en el corazón los siete alfileres de un recuerdo. Un recuerdo que no borra ni la sal de los mares... Alguien pregunta:

    —¿Es una mujer?

    —¿Es un hombre?

    No. Es una artista [...] La condesa de Requena no es un hombre, sin duda. Tampoco una mujer. Es algo más. Ya lo he dicho. Es una artista. Es una artista de su propia vida. [...] Viéndola y oyéndola, he pensado que si el amor no existiera habría que inventarlo para ella. [...] En ella, encontraréis todas las sorpresas. Mientras fuma como un chulo del Rastro, os dice al oído cosas de mujer sabia.

    Por otra parte, los casos en que hay varias entrevistas de un mismo personaje en distintas épocas nos brindan la oportunidad de ver su evolución, así como la de su circunstancia vital y anímica; tal es el caso de los hermanos Álvarez Quintero, Pilar Millán Astray, María de Maeztu, Margarita Xirgu, Baroja, Pérez Galdós, Lola Membrives... Más reveladoras aún son las casi cuatro décadas que separan las primeras entrevistas a Azorín y a Benavente de las últimas, o los veinte años transcurridos en los casos de Marañón y de Menéndez Pidal.

    En la que podríamos llamar —esta vez sí— una entrevista de «comunicación verbal», descubrimos a un Azorín defensor de la mujer, que ensalza a Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Concha Espina. Dice: «No se puede comprender a España —en su pasado, en su presente— sin la sensibilidad de sus mujeres». Un Azorín que da detallada cuenta de su pasión por el cine, de su recorrido vital y, entre otras muchas cosas, de lo que él entiende por intelectualidad.

    En su tercera y última entrevista aquí recogida, concedida siete años más tarde, Azorín opina sobre sus contemporáneos, sobre literatura, y nos brinda su propia definición de lo que es el estilo literario: «El estilo [...] es la claridad. Consiste en poner una cosa después de otra y en no mirar a los lados. Así lo he dicho antes y así lo sigo creyendo hoy. Hay que escribir directamente, y no entretenerse, y no amplificar, que ello es propio de oradores».

    Aún más allá, en aquellos casos en que el entrevistador es el mismo, puede apreciarse también la evolución de la relación entre ambas figuras. Así sucede con Zuloaga, pero, sobre todo, con Unamuno: la reticencia del pensador y la reprobación inicial de Soiza Reilly cuando lo entrevista en 1908 evolucionan hasta la reconciliación definitiva y exaltación final en su nuevo encuentro dos décadas después durante el exilio francés de Unamuno; evolución que el propio Soiza Reilly relata también al ser entrevistado por Carlos Sanguinetti en 1928.

    Un segundo denominador común a los reportajes compilados en el presente volumen y cuyos protagonistas son invariablemente representantes de la cultura española es que todos ellos aparecieron en la prensa argentina durante la primera mitad del siglo pasado. Nada de esto es casualidad, sino que se debió a una conjunción de factores. Un siglo después de la independencia, y superada la brecha inicial, Argentina vuelve su mirada a España, que, tras una larga etapa de ensimismamiento, había entrado, al fin, en la modernidad, y tenía una agitada y deslumbrante vida intelectual y artística, cuyo fulgor era comparable al de otras capitales europeas.

    A principios del siglo xx la Argentina debutó como una nación ilustrada, con apetitos culturales propios y una población que contaba con el mayor índice de alfabetización de América Latina. La edad dorada de Argentina, que alcanzó su apogeo económico a mediados de siglo, llevó consigo una explosión cultural sin precedentes. Impulsadas por una economía vigorosa, nacían flamantes publicaciones destinadas a satisfacer la demanda voraz de una multitud de lectores que reclamaban ávidamente conocimiento, asombro, diversión. Se inicia el esplendor de la prensa gráfica y diaria argentina —más tarde lo sería también de la industria editorial—, que, para satisfacer la demanda de un público muy amplio, con posibilidades y afán de ilustrarse, lanza sus reporteros al mundo en busca de estremecimientos nuevos, de sucesos extraordinarios, de personalidades célebres. Nos detendremos, pues, brevemente en cada una de las publicaciones argentinas en cuyas páginas aparecieron, en las primeras décadas del pasado siglo, los encuentros de los que aquí queda constancia y que, por riguroso orden cuantitativo, son las siguientes: Caras y Caretas, La Nación, Plus Ultra, El Hogar, Fray Mocho y La Prensa.

    Más de la mitad de las entrevistas recopiladas vieron la luz a principios del siglo pasado en Caras y Caretas, célebre semanario argentino que se editó entre 1898 y 1941. Fundada por el emigrado español Eustaquio Pellicer, esta revista se caracterizaba por su gran despliegue gráfico y por sus textos, en los que convivían el humor, y aun la sátira, con la crónica de la vida artística y mundana y el periodismo político. En las primeras décadas del siglo xx tuvo gran eco en España, donde contó con colaboraciones originales de figuras como Valle-Inclán o Unamuno y donde su corresponsal, Mariano Miguel de Val, era director de la revista Ateneo.

    Le sigue La Nación, uno de los primeros grandes rotativos «de empresa» del periodismo hispanoamericano, de tendencia liberal-conservadora, creado en 1870 por el político argentino Bartolomé Mitre, dos años después de finalizar su mandato como presidente de la República Argentina. El diario se propuso cubrir un amplio espectro de temas y llegar a un público diverso, especialmente a los sectores más acomodados y de mayor nivel intelectual, motivo por el cual llegó a incluir dos secciones en francés. El creciente prestigio del periódico se tradujo en tiradas que llegarían a alcanzar el medio millón de ejemplares, con lo que únicamente le disputaba la primacía en el ámbito hispánico el otro gran diario porteño, La Prensa, fundado un año antes. La Nación contó con eminentes colaboradores españoles, algunos de los cuales lo eran ya desde antes de la Guerra Civil —como Unamuno, José María Salaverría, Enrique Díez-Canedo, Ortega y Gasset, Pío Baroja, Gregorio Marañón, el dibujante Luis Bagaría, Luis Bello, Manuel Chaves Nogales—, pero muchos otros —como Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Lorenzo Luzuriaga, Melchor Almagro de San Martín, Rafael Alberti, Juan Gil Albert o Amado Alonso[23]— lo fueron después, ya establecidos en el exilio argentino. Hubo, además, otros españoles exiliados en destinos alternativos, como Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez, Leopoldo Castelo, Blas Cabrera, Azorín o Corpus Barga, que colaboraron con La Nación desde fuera del país. Tras consolidarse durante el peronismo como órgano conservador de arraigado prestigio, La Nación se mantuvo hasta los años noventa como tercer periódico en difusión del país, solo superado por otros dos rotativos de cariz más popular, Clarín —el más vendido de todos— y el sensacionalista Crónica.

    La revista Plus Ultra, por su parte, suplemento mensual de la semanal Caras y Caretas, fue fundada en 1916 por Manuel Mayol Rubio, dibujante y pintor español que contribuyó también con muchas de las ilustraciones para la publicación a lo largo de los años. Distribuida hasta 1930, era considerada una de las mejores revistas del mundo por la calidad de su material literario, artístico y gráfico, y apuntaba principalmente a las clases más altas. Otros ilustradores españoles, como Alejandro Sirio o Juan Carlos Alonso, también colaboraron asiduamente en sus páginas. En la parte literaria, José María Salaverría fue la firma más habitual entre los escritores de nuestro país, dentro de los cuales se encontraron igualmente Ramón Gómez de la Serna o Francisco Villaespesa, entre otros.

    Fundada en 1904 por Alberto M. Haynes, en sus inicios El Hogar se denominó El Consejero del Hogar, y se trataba de una publicación quincenal de temática literaria, recreativa, de moda y humorística que no tuvo mayor eco. Sin embargo, pronto dio un viraje hacia el gusto femenino de la clase media argentina de la época y halagaba la vanidad de la clase alta, dedicando muchas de sus páginas a fiestas, bodas, moda, viajes y lugares de veraneo de las familias más tradicionales, lo cual le trajo un éxito significativo. Acompañándolo además de adelantos técnicos, simplificó el nombre a El Hogar, adoptó características de semanario ilustrado y por primera vez utilizó tapas en tricromía. El Hogar fue por mucho tiempo la revista más vendida y el público reconocía en sus páginas un incipiente estilo de vida nacional con el que se identificaban amplios sectores de la sociedad argentina. En ella se reflejaban los principales acontecimientos sociales y políticos, y entre sus lectores se contaban tanto mujeres como hombres, jóvenes como adultos; la gente del interior del país como de la capital. El Hogar trataba de establecer modas y costumbres y de consagrar a escritores. De hecho, dio a conocer el pensamiento y la literatura de muchos intelectuales argentinos, como Eduardo González Lanuza, Manuel Mujica Láinez, Horacio Quiroga, Roberto Arlt o Jorge Luis Borges, entre otros. Fue pionera en propagar las revistas argentinas más allá de los límites del país al tener difusión internacional.

    Fray Mocho fue una publicación semanal de interés general que incluía ilustraciones humorísticas de personajes contemporáneos y de la sociedad en general. Fundada en Buenos Aires, en 1912, su nombre, Fray Mocho, corresponde al seudónimo de José Sixto Álvarez, escritor y periodista argentino, famoso por sus retratos costumbristas humorísticos, que había sido el fundador y primer editor de Caras y Caretas. La revista, que aparecía semanalmente cada viernes, fue creada por colaboradores que se alejaron de aquella publicación, disconformes con su línea editorial y con el propósito de retomar la que había tenido desde sus inicios hasta 1903, año en que muere Álvarez. Entre sus fundadores se hallaban el exdirector de Caras y Caretas, Carlos Correa Luna, su afamado dibujante José Cao, el escritor costumbrista Luis Pardo, el ilustrador y pintor Juan Peláez, además de José Friedriech, Félix Lima y Juan Hohmann. Sus secciones fijas apuntaban a lectores de intereses disímiles: Teatros, De las Provincias, Notas femeninas, Montevideo, Menudencias, Correo de lectores, Folletines infantiles, Lo que dicen de Fray Mocho, Folletines de Fray Mocho, Carreras hípicas, Países del exterior, Vida cotidiana (local o extranjera)... La revista competía con Caras y Caretas y con PBT, creada en 1904, y al poco tuvo una circulación de 80000 ejemplares frente a los 120000 de Caras y Caretas. Hacia 1922 varió su contenido, se convirtió en una revista más cultural, abandonó el uso de ilustraciones en las tapas y trabajó con fotografía y obras pictóricas hasta 1929, cuando dejó de publicarse.

    Por último, La Prensa era considerado, junto

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