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La vida es la mejor de las malas opciones
La vida es la mejor de las malas opciones
La vida es la mejor de las malas opciones
Libro electrónico119 páginas1 hora

La vida es la mejor de las malas opciones

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La vida es la mejor de las malas opciones refleja la comedia y la tragedia de un judío sensible en el Israel moderno, quien trata de abstraerse del horrible pasado de su nación y de su estresante existencia a través de una escritura creativa e imaginativa, lo que demuestra que el arte es capaz de evadir a la gente de la realidad.
Las historias pueden tratar acerca de un taller de la nueva era, en el que se trata de hacer que sus participantes sufran para apreciar la vida cotidiana, o acerca de un joven productor musical que intenta sobrevivir física, psicológica y místicamente al enfrentarse a su infancia, o acerca del asesino del primer ministro, que se convierte él mismo en líder, e incluso acerca de un cabildero perfeccionista que hace que su enfermedad menor y sin riesgos se convierta en fatal. Pero todas estas historias ofrecen una perspectiva clara sobre la situación humana en la civilización occidental del siglo XXI

La vida es la mejor de las malas opciones es un registro humanístico que expone una visión diferente de la vida a través de los ojos de un escritor nacido en una sociedad dividida, y que vive un sinfín de conflictos externos, existenciales e internos.

Erez Majerantz es escritor y dramaturgo. Obtuvo el título de Licenciado en Filosofía y Literatura Comparada en la Universidad de Bar-Ilan.

Cuatro de sus obras fueron representadas, "Shkembe" (2006), "Reacción" (2014), "Vegetales trepadores" (2014) y "Preocupación de Abutbul" (2016).

Sus historias han sido publicadas en diversas antologías y revistas literarias de todo el mundo.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 abr 2020
ISBN9781393926771
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    La vida es la mejor de las malas opciones - Erez Mayerantz

    La vida es la mejor de las malas opciones

    Erez Mayerantz

    ––––––––

    7 cuentos y una novela   

    Editado por: Dror Neer Kastel.

    Excepto ''Una relatividad muy privada'',editado por Gal Kusturica y El fin del asesinato natural,editado por Yoav Itamar

    ––––––––

    Traducido

    Virginia Castro

    Contenido

    Arcángel Robin

    Felicidad relativa

    Una relatividad muy privada

    Ángeles de taller

    Los días del Mesías

    Lección de racismo

    Unidad de los opuestos

    El fin del asesinato natural

    El ultimo

    Tapa: La playa secreta de Tel-Aviv. (Sde Dov) noviembre 2018. Foto y tapa: Raqefet A. Yedidia. 

    Arcángel Robin

    Desde el momento de su muerte, Robin Hood ha sido vecino de Gabriel, Rafael y Miguel. Pasa sus ratos en el jardín del Edén, por lo general, sentado en las nubes y leyendo libros repletos de teorías posestructuralistas. En ocasiones, lanza una mirada indiferente al mundo en el que solía vivir, el mundo de los mortales, que ha cambiado de manera radical su apariencia, pero nada de su esencia.

    Mientras sus vecinos compiten de manera constante con los serafines acerca de quién puede aliviar más el sufrimiento humano, el cual no ha hecho más que intensificarse en los siglos posteriores a su muerte, Robin se niega a expresar su opinión sobre el estado de la humanidad, la cual le fuese requerida durante la Asamblea Angelical Anual.

    —¿Cómo puede ser que se glorifique tanto a alguien como yo? —se preguntaba al notar la cantidad de elogios que recibía, sin mencionar la cantidad de textos y películas que conmemoraban los días en los que él y sus compañeros de la banda aterrorizaban a los ricos, los despojaban por completo de sus pertenencias y compartían parte del botín con los pobres más desdichados. No obstante, nunca había sido un hombre honrado, ni mucho menos un guapo actor de cine como Kevin Costner u otros que habían interpretado su papel.

    Solo él había recibido reconocimiento por esas acciones y, de toda la banda, él había sido el único que se había convertido en ángel, mientras que a sus amigos se los había enviado a arder en el infierno y al área 39, que se reservaba para los ladrones.

    Desde el día de su muerte, no se había visto perturbado ni por el terror ni por el desastre que tenía lugar en la tierra, como tampoco lo conmovía la violencia, la depresión, la esclavitud, el terrorismo, la guerra ni la opresión. Prefería intentar impresionar a los miembros femeninos de la población celestial con poemas lacrimógenos y entretenimientos psicológicos, como si todavía fuera Robin, el príncipe de Locksley. Pero ahora, en lugar de la poesía, tenía preferencia por la tendencia pseudo intelectual vigente.

    Todas las noches, mientras los ángeles se daban un banquete bajo los cielos, acompañados por el virtuoso coro celestial, cada uno contaba qué había hecho durante el día. Esa noche, el glorioso Gabriel fue el primero en hablar —¡Qué día! Primero salvé a un niño de un edificio en llamas. Luego, agregué años de vida a enfermos terminales y, finalmente, sembré dos campos de narcisos para reemplazar los que habían sido recogidos y, de esa forma, preservar el balance natural, —proclamó sin modestia a sabiendas de que, en los tiempos que corren, ni siquiera en el cielo se respeta a los que callan sus buenas acciones.

    —Oh, ¡Pero escuchen cómo estuvo mi día! —dijo el justo Rafael. —Liberé a dos prisioneros inocentes, que habían sido apresados luego de que se los acusara injustamente, doné un poco de saliva de ángel para sellar la capa de ozono y evité que dos excavadoras realicen los cimientos para construir unas lujosas torres justo al lado del mar

    —Con todo el respeto que se merecen mis estimados colegas que ya han hablado y que, debo decir, se han lucido —intervino el magnífico Miguel, a quien se debe la belleza del mundo —¡he sido el autor de grandes hazañas! He creado cientos de aves de distintas especies y colores magníficos y los he enviado al universo. También he establecido un nuevo feriado, que llevará mi nombre, en la que los devotos volarán en globos aerostáticos diseñados por grandes artistas, para que todo el mundo pueda maravillarse con su belleza, además he curado a mujeres jóvenes que han cumplido la mayoría de edad y sufren enfermedades en la piel y mmmm.... de otros tipos...

    —Gracias, Miguel —dijo Gabriel, que había terminado de comer y quería irse a dormir para preparar su cuerpo para otro día de la vida eterna. —Veo que todos han tenido un día productivo. ¿Y tú Robin? ¿Cómo estuvo tu día?

    Y todo lo que Robin pudo hacer fue tartamudear y tamborilear los dedos. Hubiera sido absurdo contarles lo que había pasado. ¿Cómo se explicaba el fin de la historia a ángeles inmortales? Aun así, habló durante largos minutos, utilizando palabras cuyo significado no era claro para los otros ángeles, y finalizó diciendo que no existe la verdad en el mundo, que ésta es solo un concepto creado por los humanos

    —¿Justo tú dices que no existe la verdad? —preguntó Gabriel —¿Tú, que en vida has sido responsable de todas esas acciones gloriosas, que sacrificaste tu libertad y hasta tu vida misma por los fatigados, los pobres, los hacinados? ¿Tú que, si hablamos de hazañas, solo se te puede comparar con Jesucristo, a quien no se le pide nada más porque ya ha hecho suficiente y sufrido en consecuencia?

    Robin sólo podía quedarse callado. No quería decir que no era él el responsable de aquellas hazañas, sino sus compañeros, que lo único que él había hecho era llevarse el crédito y la gloria. Estaba encantado con la vida en el paraíso. Podía sentarse en los jardines siempre verdes, beber café celestial, contemplar a los ángeles y charlar con las féminas angelicales, y comer pasteles y otras delicias sin tener que pagar nada por ellos. De modo que se mantuvo en silencio.

    —Bien, entonces, ¿cuándo planeas bajar al mundo para realizar nuevas hazañas? —preguntó Rafael, conteniendo un bostezo.

    —Por el momento no lo haré. Primero debo leer todas las obras maestras que no he podido leer en vida —respondió Robin, y los ángeles abandonaron el tema. Sabían que no tenía sentido discutir con el hidalgo. Como las arcas celestiales contenían más dinero que las estrellas que podían contarse en el cielo, los ángeles no debían siquiera pensar en despedir a alguno de ellos antes de que hubiera recibido sus alas permanentes. Una vez que un ángel obtenía la condición de permanente ya no se lo podía despedir. Al menos no sin antes asignársele una pensión astronómica y un suministro de higos suficiente para toda la eternidad, que podría tranquilamente vaciar la reserva celestial, por más llena que estuviera. Lo única manera de castigar a un ángel era quitarle las alas públicamente.

    Un día, mientras Robin contemplaba el mundo e intentaba encontrar en él algo que lo entretuviera, se encontró con una discusión que estaba teniendo lugar en una oficina de Nueva Orleans y tenía como protagonistas a dos ejecutivos de una firma de joyas y diamantes.

    Uno de ellos estaba presentando las ganancias anuales, las cuales excedían en cien millones de dólares a las del año anterior. Los dos ejecutivos, que además eran socios principales y miembros del cuerpo directivo, tenían su porvenir económico asegurado. Si lo deseaban podían dejar de trabajar y pasar el resto de sus vidas disfrutando los frutos de su esfuerzo. Pero eso no era suficiente para ellos. Decidieron reducir la paga que se le otorgaba a los cortadores de diamantes, quienes recibían $1,000 al mes por su intenso trabajo físico. Justificaron este recorte salarial como una deducción por la salud y la seguridad, y calcularon que eso aumentaría las ganancias en algunos millones más. Tal vez esto impidiera que los trabajadores puedan pagar sus cuentas y enviar a sus hijos a la universidad, pero, por otra parte, garantizaría que el director ejecutivo aparezca por primera vez en la lista de las 400 personas más adineradas que publicaba una famosa revista.

    Por primera vez desde su ascensión a los cielos, Robin se mostró conmocionado frente a su coro angelical: —Aquí está la prueba de que no existe la verdad y de que todo carece de significado —se dijo a sí mismo. No podía entender por qué esas personas, que ya tenían

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