“Si el espíritu de Dios se hubiese encarnado en un hombre, sería al menos necesario que este superase a todos los otros en estatura, belleza, fuerza, majestad, voz y elocuencia. Sería inadmisible que aquel que trae en sí sobre todo la virtud divina no se distinguiese de modo insigne de los demás hombres. Pero Jesús nada tenía de más comparado con los demás hombres. Y, además, si les damos crédito, era bajo, feo y sin nobleza”.
Quien así escribe es Celso, un filósofo griego (o tal vez romano) que vivió hacia la segunda mitad del siglo II y que ha pasado a la historia por su Discurso verdadero contra los cristianos, en el que expone argumentos contra la religión cristiana. Todos estos argumentos serán replicados, punto por punto, más de medio siglo más tarde, por Orígenes de Alejandría (184-253), considerado uno de los primeros padres de la Iglesia en su obra Contra Celso (248). Lo único que Orígenes no pudo rebatir de Celso es lo que se refiere a la descripción de Jesús, como alguien “bajo, feo y sin nobleza”…
¿CÓMO ES EL “ROSTRO DE DIOS”?
Como es sabido, en religiones como el islam o el judaísmo –antecedente del cristianismo– la representación de la divinidad está celosamente prohibida. Existían dos motivos que condicionaban esta prohibición: por un lado, evitar la idolatría que había caracterizado a los pueblos grecorromanos. Tal y como se recoge en los imperativos de Yahvé al patriarca : “No tendrás otro Dios fuera de mí. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo o aquí abajo en la tierra o en el agua bajo tierra. No te postrarás ante ella ni le rendirás culto; porque yo, el Señor tu Dios, soy