Libro de los Gorriones
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La obra nos invita a explorar la belleza de lo sencillo, a través de la metáfora de los gorriones, esos pequeños seres que habitan los rincones de nuestras vidas. Bécquer, con su poesía delicada y profunda, nos muestra que incluso en lo cotidiano y aparentemente insignificante, reside la verdadera esencia de la vida.
En la quietud de la lectura, sentirás la melodía de cada verso resonar en tu corazón. Esta obra no solo es una colección de poemas; es un viaje íntimo hacia las emociones humanas, hacia la naturaleza efímera y hermosa del amor y hacia la eterna búsqueda del significado de nuestra existencia.
"Libro de los Gorriones" es una experiencia poética que te hará sonreír, suspirar y reflexionar sobre la poesía que anida en cada uno de nosotros. Prepárate para ser cautivado por la magia de las palabras y por la conexión profunda que Bécquer establece con tu alma. ¡Una obra que perdura y que te invita a descubrir la belleza en lo más simple y puro!
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Libro de los Gorriones - Gustavo A. Becquer
LA MUJER DE PIEDRA
Fragmento
Yo tengo una particular predilección hacia todo lo que no puede vulgarizar el contacto o el juicio de la multitud indiferente. Si pintara paisajes los pintaría sin figuras. Me gustan más las ideas peregrinas que resbalan sin dejar huella por las inteligencias de los hombres positivistas como una gota de agua sobre un tablero de mármol. En las ciudades que visito busco las calles estrechas y solitarias; en los edificios que recorro, los rincones oscuros y los ángulos de los patios interiores donde crece la yerba y la humedad enriquece con sus manchas de color verdoso la tostada tinta del muro; en las mujeres que me causan impresión, algo de misterioso que creo traslucir confusamente en el fondo de sus pupilas, como el resplandor incierto de una lámpara que arde ignorada en el santuario de su corazón sin que nadie sospeche su existencia; hasta en las flores de un mismo arbusto creo encontrar algo de más pudoroso y excitante en la que se esconde entre las hojas y allí oculta llena de perfume el aire sin que la profanen las miradas. Encuentro en todo ello algo de la virginidad de los sentimientos y de las cosas.
Esta pronunciada afición degenera a veces en extravagancia y solo teniéndola en cuenta podrá comprenderse la historia que voy a referir.
I
Vagando al acaso por el laberinto de calles estrechas y tortuosas de cierta antigua población castellana, acerté a pasar cerca de un templo en cuya fachada el arte ojival y el bizantino amalgamados por la mano de dos centurias habían escrito una de las páginas más originales de la arquitectura española. Una ojiva gallarda y coronada de hojas de cardo desenvueltas contenía la redonda clave del arco de la iglesia en la que el tosco picapedrero del siglo XII dejó esculpidas en interminables hileras de figuras enanas y características de aquel siglo las más extrañas fantasías de su cerebro rico en leyendas y piadosas tradiciones. Por todo el frente de la fachada se veían interpolados con un desorden del cual, no obstante, resultaba cierta inexplicable armonía fragmentos de arcadas románicas en lienzos de muro cuyos entrepaños dibujaban las descarnadas líneas de los pilares acodillados con sus basas angulosas y sus chapiteles de espárrago propios del genero gótico; trozos de molduras compuestas de adornos circulares y combinados geométricamente se interrumpían a veces para dejar espacio a la ornamentación afiligranada y ondeante de una ventana de arco apuntado enriquecido de figurinas más airosas y altas y adornada de vidrios de colores. Adonde quiera que se fijaban los ojos podían observarse detalles delicados de los dos géneros a que pertenecía el edificio y muestras de la feliz alianza con que la generación posterior supo, imprimiéndole su sello especial, conservar algo de la fisonomía y el espíritu severo y sencillo en su tosquedad del primitivo monumento.
Siguiendo una invariable costumbre mía, después de haber contemplado atentamente la fachada del templo, de haber abarcado el conjunto del pórtico, con la cuadrada torre bizantina y las puntas de las agudas flechas ojivales que coronaban, flanqueándola, la cúpula de la nave central, comencé a dar vueltas alrededor de su recinto, inspeccionando sus muros, que ora se presentaban en lienzos de prolongadas líneas, ora