Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El pueblo bajo el árbol de Navidad
El pueblo bajo el árbol de Navidad
El pueblo bajo el árbol de Navidad
Libro electrónico293 páginas3 horas

El pueblo bajo el árbol de Navidad

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La Navidad es una época familiar, especialmente para los niños, que son los que mantienen viva la magia. ¿Qué sucedería entonces si los niños se convierten en seres despreciables que se pelean por los regalos que están debajo del árbol? Seis primos obtienen la respuesta en el pueblo instalado bajo el árbol de Navidad. Siguiendo el espíritu de Charles Dickens, los niños aparecen en un mundo desconocido, patas arribas, donde se verán forzados a lidiar otras personas y a confiar los unos en los otros. El viaje comienza cuando la heroína de nueve años, Hailey Jade, aterriza en una tierra invernal maravillosa. El miedo se apoderará de ella al darse cuenta de que se encuentra sola. Muy pronto se unirá su primo mayor, Isaiah. Los dos juntos descubrirán que sus otros primos más pequeños también han sido propulsados a través del tiempo y del espacio, pero están desaparecidos y se encuentran en peligro. La carrera para encontrar a los pequeños los sitúa en el pueblo que ha montado su abuelo bajo el árbol de Navidad. Allí es donde descubrirán el verdadero significado de la Navidad y el amor que sienten los unos por los otros.          

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2018
ISBN9781386232698
El pueblo bajo el árbol de Navidad

Lee más de Jr Wirth

Autores relacionados

Relacionado con El pueblo bajo el árbol de Navidad

Libros electrónicos relacionados

Suspenso para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El pueblo bajo el árbol de Navidad

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El pueblo bajo el árbol de Navidad - JR Wirth

    EXTRACTO DE LA COLECCIÓN VACACIONES FAMILIARES ACCIDENTADAS

    Cuanto más se acercaban a la puerta, mayor cantidad de cosas extrañas sucedían. Se veía cómo unas cabecitas asomaban por detrás de unas gruesas cortinas de color bermellón que cubrían el garaje y las ventanas del salón. Parecían niños pequeños —demasiados para poder contarlos. Daba la impresión de que estaban trastornados. Tenían un aspecto ligeramente desfigurado y se asemejaban al demonio. Cada uno de ellos parecía estar gritando con furia, pero no se les oía palabra alguna. Era como si sus voces acalladas estuvieran pidiendo ayuda; escapar de una maldición.  

    Tuve una sensación escalofriante de que algo iba realmente mal aquí. Y por alguna razón, me vi forzado a girarme y echar un vistazo a la extraña casa de enfrente.

    —Dios mío —murmuré reflejando histerismo en la voz y fatalidad en la mirada. En la puerta principal, tras la mosquitera, vislumbré la silueta de un hombre, o lo que quiera que fuera aquello. Su ajada mano estaba justo fuera de la puerta en la misma posición en la que estuviera antes. La luz del porche destacaba la mano decrépita que ahora estaba frotándose el dedo índice, incitándome a unirme. Espantado, volví a mirar a los niños que se dirigían a la casa de la familia desaparecida, a la auténtica casa encantada.

    De repente, figuras demoníacas, grandes y pequeñas, comenzaron a rodearlos, mientras los niños de los malditos, cual ratas hambrientas, surgían de todas partes.

    —¡Fuera! —grité justo antes de que Frankenstein intentara agarrar a Yoko. 

    EL PUEBLO BAJO EL ÁRBOL DE NAVIDAD

    CAPÍTULO 1

    Mi abuelo me dijo una vez que si escucho con mucho cuidado, prestando atención, podría notar cómo mi ángel de la guarda decide sobre mi vida. Él insistía en que, con paciencia, las cosas buenas suceden. Los hechos accidentales que atribuimos a la mala suerte o al destino podrían no ser tan accidentales después de todo.

    El abuelo también me contó que es mejor decir la verdad y asumir las consecuencias que mentir —excluyendo, por supuesto, las pequeñas mentiras piadosas, tan necesarias en ocasiones. Ya sabes a las que me refiero. Son las del tipo que usarías con el policía que te ayuda a cruzar para ir al colegio; o cuando le dices que su pantalón de pijama rosa de flores es una elección de lo más moderna. O esas que usas cuando le dices a tu tío favorito que su escaso pelo se ve fantástico cuando lo peina con pegotes de gomina.

    Así que, teniendo esto en cuenta, prometo no mentirte cuando te digo que esta no es una historia de Navidad cursi y sensible. No sentirás el deseo irrefrenable de salir corriendo para abrazar a tu vecino. Ni siquiera va a tener un final súper sentimental donde va a aparecer un ángel haciendo sonar una campanilla o donde a ese ángel van a crecerle alas. No, no se trata de eso. Sin embargo, te diré que esta historia promete ser un cuento de Navidad totalmente diferente a todo cuando hayas podido conocer. 

    Pero, hablemos de mí por un momento. Hagamos un rápido autorretrato. Yo fui una chica precoz que siempre ha aparentado más edad de la que en realidad tengo. Esto pudo deberse a que siempre he estado rodeada de adultos y de niños mayores que yo. Así que, a la de edad de nueve años ya aparentaba veintinueve. Mi sarcástico sentido del humor nunca ha estado bien visto, y por eso quizá, doy la impresión de ser una niña maleducada o insensible.

    Sin embargo, nada de eso es así. Me han importado muchísimas cosas, unas más que otras, claro está. Y, considerando que era la más adulta de mi familia, de mi generación, creo que los niños más pequeños me imitaban. No obstante, y a pesar de todo, yo no estaba preparada para este tipo de aventura navideña. A pesar de que no recuerdo todos los detalles con claridad, el miedo que experimenté al despertarme de la forma en que lo hice permanece intacto en mi memoria. Por eso sigue siendo uno de los momentos más terroríficos de toda mi vida... 

    CAPÍTULO 2

    —Bendito milagro de Navidad— resoplé al abrir mis incrédulos ojos—. ¿Dónde diablos estoy?

    Escudriñando el horizonte me di cuenta rápidamente de que me encontraba en un lugar en el que no recuerdo haber estado anteriormente. Como en una pesadilla, el aire parecía cargado y el paisaje estaba ligeramente desdibujado. Confundida, miré a mi alrededor buscando una pista de lo que había pasado o de a dónde había ido a parar. A pesar de que me encontraba desorientada, una cosa era cierta: era invierno en un país maravilloso que, a pesar de la temperatura, parecía cálido y acogedor. 

    Cerré y me froté los ojos. Luego sacudí la cabeza, esperando despertar de este mal sueño. No obstante, cuando volví a abrir los ojos seguía sentada frente a un paisaje totalmente cubierto de nieve.

    Incapaz de saber cómo reaccionar, me pregunté de mala gana:

    —  ¿Qué piensas hacer ahora, Hailey? —. Ladeé la cabeza, me encogí de hombros y me respondí—. No lo sé, Hailey. ¿Pero dónde diablos estás?

    —  Esto no puede estar pasando —pensé. Intentando devolverle sentido a mi vida, me golpeé la cabeza con la palma de la mano.

    Nada cambió.

    Asustada, a la vez que curiosa, me levanté para echar un vistazo a mi alrededor. Tras unos momentos de observación y sin encontrar un motivo que diera sentido a la situación, sacudí la cabeza de nuevo y murmuré:

    —Feliz extraña Navidad, Hailey.

    «Es Navidad, ¿verdad?». Lo tuve en cuenta rápidamente y cuando revisé mi ropa reparé en que aún llevaba puesto mi atuendo navideño. Me incliné y examiné el conjunto que llevaba puesto.

    —Lo primero es lo primero —recuerdo que pensé. Así que antes de seguir pensando o actuando como una fashionista, me ajusté con delicadeza la cinta del pelo marrón. Luego me alisé los pantys también marrones que hacían juego con mi nuevo vestido marrón y beige. El vestido se ajustaba maravillosamente a mi constitución menuda, resaltando mi pelo castaño y realzando mis ojos marrones. —Después de todo —continué con mi monólogo interior—, nunca se sabe cuándo conocerás a alguien interesante. 

    Una vez compuesta, en el buen sentido de la palabra moda; me encontré más segura, aunque muy ansiosa. Esperando a que ayudara a reducir el terror que me recorría los huesos, comencé a cantar la canción Winter Wonderland[1]. El entorno puede que influyera bastante en la elección de la canción. Y el hecho de que al abuelo le guste poner villancicos sin parar, también. El ataque musical da comienzo en Acción de Gracias y dura hasta bien entrado el Año Nuevo.

    CAPÍTULO 3

    De alguna forma, la combinación de cantar y verme guapa me llevó a creer que podría seguir adelante. Así que centré mi atención nuevamente en el peligro que corría. En la distancia pude apreciar unas llamas enormes que se elevaban hasta el cielo. El fuego parecía estar en medio de dos edificios extraordinariamente altos. Además, creí escuchar un crujido distante, casi un susurro, que provenía del fuego. 

    De repente, detrás de mí se produjo un estruendo. Sorprendida, me agaché y me desplacé hacia la derecha. Esta maniobra defensiva agravó el dolor de cabeza que ya sentía. Era un dolor tan intenso como si una roca estuviera martilleando mi cerebro.

    —¡Ay, cómo me duele! —me quejé en voz baja.

    Aún agachada como estaba, me preguntaba cómo iba a salir del berenjenal en el que me había metido. De repente, el villancico que había estado tarareando dio paso a pensamientos aterradores donde cabían todo tipo de demonios. Me levanté y grité:

    —¿Hay alguien? ¿Hay alguien que pueda decirme qué diablos está pasando? 

    Puesto que no se veía ni un alma por los alrededores, me di cuenta de lo inútil que era mi súplica. Buscando sin ningún propósito, me eché manos a la cabeza y murmuré, mientras intentaba que desapareciera el dolor: «Al parecer, esto resulta ser la Navidad».

    Mientras oteaba los campos infinitos cubiertos de nieve creí ver algo que se movía.

    —¿Qué ha sido eso? —murmuré. Fijé la vista en esa dirección y entonces creí divisar una cabeza asomándose de detrás de un montículo de nieve. No supe si sentir miedo o alegría. Solo continué observando y susurré: «Perfecto, ahora vendrá algo a comerme».  

    Nuevas imágenes de demonios se agolparon en mi mente.

    —Es justo lo que necesito. No hay nada mejor que una serpiente-monstruo subterránea para realzar el espíritu navideño. Seguro que me machaca para después engullirme por completo. 

    Transcurrió lo que me pareció una hora de silencio aterrador, esperando un ataque fantasioso que mi mente se encargaba de empeorar a pesar de que nada sucedía. Me imaginé una serpiente gigantesca surgiendo de un montículo de nieve y devorándome viva.

    Con el paso de cada segundo, sentía un escalofrío que recorría mis terminaciones nerviosas hasta convertirse en un miedo atroz. De repente me percaté de que no estaba sola. No podía correr hacía el abuelo ni hacia mamá ni hacia cualquier otro adulto en el que confiara. No, no había nadie más que yo para enfrentarse a cualquier peligro, que incluía cavernícolas del Ártico, el abominable hombre de las nieves, temibles lobos esteparios y, por supuesto, serpientes-monstruo. El pánico se apoderó de todo mi ser hasta dejarme paralizada. 

    Otro ruido imprevisto que noté a mis espaldas me hizo dar un brinco a la vez que entrar en pánico. En esta ocasión se trataba de una voz familiar, aunque la escuchaba distante. No obstante, en aquel momento, nada de lo que oía o veía tenía sentido para mí.

    —Hola, Hailey. ¿Qué tal? —. Me preguntó la voz de una forma extrañamente entusiasta, lo cual era bastante inapropiado para la situación.  

    —¿Qué? —al girarme vi que se trataba de mi primo Isaiah, un chico guapo, de catorce años de edad, con el pelo moreno y ojos negros como el carbón. Isaiah también era inteligente, divertido y siempre iba a la última; y, por supuesto, a mí me interesa la moda.

    —¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —le pregunté.

    —Justamente te iba a preguntar lo mismo —replicó sonriendo. Cosa que nuevamente estaba totalmente fuera de lugar, dadas las circunstancias—. Estaba sentado en el cuarto del garaje —continuó, refiriéndose a la habitación que hay al lado del garaje del abuelo—. Estaba enviando un mensaje de texto a mi novia cuando, de repente, vosotros entrasteis corriendo y os caísteis encima de mí —dijo mientras sacudía la cabeza—. Luego nuestras cabezas chocaron y, puf, me desperté aquí con la cara enterrada en un montón de nieve. 

    —Esto es verdaderamente asombroso.

    —¿Eso crees?  —replicó Isaiah con sarcasmo.

    Entonces, de repente, el suelo tembló. En un primer momento nos miramos aterrorizados y temblorosos, con los ojos a punto de salirse de las órbitas y acto seguido dirigimos la mirada al suelo.

    —¡Es un terremoto! —gritó Isaiah—. ¡Ten cuidado! ¡Agáchate y cúbrete!

    Muy nerviosa miré a nuestro alrededor.

    —¿En serio? —grité frunciendo el ceño—. ¿Dónde vamos a escondernos? —. Me di cuenta de que únicamente temblaba el lugar en el que nos encontrábamos. ¿Cómo iba a ser eso posible? Entonces vino hacia mí— ¡La serpiente-monstruo nos está analizando! —grité. Me volví hacia Isaiah, que me miraba aterrorizado. Luego, sin previo aviso, una cabeza surgió de la nieve y se colocó justo en medio de nosotros. Dimos un brinco.

    —¡Es la misma cabeza que vi antes! —grité—. ¡Corre!

    —Espera —. Dijo Isaiah cortándome el paso con la mano.  La cabeza salió un poco más de entre la nieve.

    —Esto me gusta, tío —afirmó una voz que provenía de la cabeza.

    —¿Bubba? —susurró Isaiah, incrédulo. Bubba era su hermano menor. Un chico despreocupado de todo, que siempre andaba con ganas de vivir emociones. Y apuesto a que estar enterrado en la nieve en un lugar ajeno se podría considerar, a todos los efectos, una aventura emocionante.

    Bubba se puso en pie de un salto, se dejó caer hacia atrás y comenzó a revolcarse en la nieve.

    —¡Oh, Dios! —gritó—. Esto es fantástico. Debéis probarlo, chicos.    

    Isaiah y yo nos miramos y movimos la cabeza.

    —No creo que entienda lo que está pasando —afirmó Isaiah con un profundo suspiro—. Esto puede que no sea tan bueno como él piensa—. Acto seguido se dio la vuelta y echó a andar.

    —¿A dónde vas? —le grité desesperada. No quería quedarme sola cuidando del pequeño Bubba. Pero, si ni tan siquiera podría cuidar de mí en ese momento.

    —¡Voy a por mi móvil! —me respondió para luego agacharse detrás de un montículo de nieve. 

    Esperé durante horas. O quizá fueron solo unos minutos, pero era una espera insoportable. Finalmente escuché a Isaiah gritar.

    —¡Aquí está! ¡Lo he encontrado! ¡Ay! —gritó a continuación. Se hizo nuevamente el silencio y volvió la temida espera. Tras lo que me pareció una eternidad, levantó su teléfono móvil para enseñármelo. 

    —Intenta llamar al abuelo —le dije a voz en grito, esperando que él pudiera sacarnos de ese embrollo—. O habla con tu mamá y que se lo diga al abuelo.

    Isaiah se levantó, miró a su móvil, sonrió y se puso a buscar entre sus contactos. De repente, frunció el ceño y con una expresión extraña se rascó la parte trasera de la cabeza y la nuca. Entonces vi que pronunciaba las palabras: «Pero qué...»

    —¡Oh! Esto no puede ser nada bueno.  

    CAPÍTULO 4

    Con la misma expresión, Isaiah se volvió hacia mí, perplejo. Su intensa y distante mirada asustó a la niña que hay en mí.

    —¿Qué sucede? —repliqué a la vez que rezaba para obtener una mejor respuesta que la que me daba su mirada.

    —No puedo marcar —exclamó. —Ni enviar mensajes —. De la misma forma que yo solía menear la bola de nieve del abuelo, Isaiah zarandeaba su teléfono y volvía a mirar la pantalla. Con idéntica expresión estupefacta, repitió la misma escena tres veces más antes de tirar la toalla y abandonar la tarea con resignación. Me miró desde la distancia—. Y hay un mensaje en la bandeja de salida.

    —¿Qué pone? —miró nuevamente la pantalla para, al parecer, confirmar el mensaje

    —Dice: «Feliz breve Navidad» —. Isaiah se encogió de hombros y arrugó los labios. 

    Con las manos en la cabeza, iba de un lado a otro, mientras las ideas sobre demonios volvían a mi mente.

    —  ¿Qué crees que puede significar? —le pregunté. Entonces tuve una revelación. Ya sabes, esa sensación que tienes cuando crees haber dado con la solución de algo—. ¿Has hecho cambios en la pantalla de inicio? ¿O quizá fue Jessica? Ya sabes lo que le gusta la Navidad. A lo mejor fue Nana, para gastarte una broma.

    —  No tengo ni idea de lo que significa. Pero no estaba antes de que llegáramos aquí. Así que no pudo haber sido mamá, ni nadie más —Isaiah volvió a encogerse de hombros—. Pero, ¿por qué no escribir tan solo «Feliz Navidad»?     

    Nos miramos en silencio, intentado descifrar el rompecabezas, sin movernos durante segundos. Mientras tanto, Bubba continuaba jugando en la nieve y, a diferencia de nosotros, no mostraba signos de preocupación alguna o angustia por dónde nos encontrábamos o de por qué estábamos allí.

    Finalmente tuve una ocurrencia acertada. Cuando recordé que estábamos escuchando música navideña antes de aterrizar allí, me golpeé suavemente la cabeza con las manos.

    —¡Eh! —le dije a Isaiah—. Creo que lo tengo. ¿Te acuerdas de la canción que estaba poniendo el abuelo cuando desaparecimos?

    Isaiah intentó buscar en su memoria. Comprobó su teléfono dos veces más y, entonces, sonrió.

    Have Yourself a Merry Little Christmas[2] —replicó al fin—. ¿De veras crees que tiene algo que ver?

    —Podría ser —. Contesté no muy segura de lo que quería decir, sacudiendo la cabeza, que ya no me dolía tanto como antes—. Pero, ¿cómo ha ido a parar a tu móvil?

    Isaiah se encogió de hombros y apartó la mirada. Me atrevería a decir que no tenía muchas ganas de hablar. Cuando volvió a mirarme, me dirigió una extraña mirada y volvió a encogerse de hombros. Entonces lanzó la pregunta que ambos teníamos en mente.

    —¿Cómo demonios hemos llegado hasta aquí?

    —Exacto —a regañadientes le di la razón a la vez que sacudía ligeramente la cabeza.

    Intentando asegurarme de que no faltaba nadie, me volví para mirar a Bubba. Quería comprobar que aún estaba con nosotros, puesto que es famoso por deambular y desaparecer en ocasiones, dado su espíritu viajero. Por fortuna, seguía entretenido a muy corta distancia. 

    De repente, Isaiah chasqueó los dedos.

    —¿Y si resulta que mi móvil se quedó atrapado en alguna convergencia de impulso eléctrico cuando nos estábamos transportando hasta aquí?

    —¿Cómo dices? —miré a mi alrededor y me encogí de hombros—. Todo es posible, supongo —fue mi respuesta. Aunque no tenía ni idea de lo que estaba diciendo—. En cualquier caso, ¿qué se supone que debemos hacer ahora?

    —No lo sé —Isaiah parecía tan confundido como yo. Pero como era el mayor, necesitábamos que fuera el líder. Isaiah se volvió lentamente hacia Bubba y comenzó a acercarse poquito a poco. Cuando le quedaba aproximadamente un paso por llegar, paró y con una voz autoritaria le habló.

    —¡Bubba, deja de jugar y levántate! 

    Mi reacción fue elevar una ceja. Nunca había visto a Isaiah actuar con tremenda pasión, con tanta autodeterminación. Entonces me uní a los hermanos para planear nuestro próximo movimiento.

    CAPÍTULO 5

    Cuando nos estábamos reuniendo, Isaiah parecía estar perdido en sus pensamientos. Miraba a su alrededor con la mano apoyada en el mentón, evaluando el entorno.

    —Hailey —dijo—. Si tú estabas allí... —dejó de hablar y señaló a su derecha, donde la silueta de mi cuerpo aún estaba dibujada en la nieve —y yo estaba allí...  —se calló nuevamente y señaló a su izquierda— entonces Bubba debería haber aparecido más o menos por allí —apuntó hacia el lugar en el que yo vi por primera vez la cabeza de Bubba asomando por entre la nieve. Al menos eso pensaba yo, que era Bubba; la cabeza de Bubba. 

    —Creo que tienes razón —asentí—. No estoy del todo segura, pero creo que lo vi aparecer por allí.

    Mientras analizaba a mi primo, pensé: «¿Qué estará tramando? Empieza a hablar con sentido». De repente yo también lo entendí todo. «Todos hemos aparecido en puntos diferentes. El mayor, Isaiah, allí; yo, aquí y Bubba allí. Todos perfectamente ordenados en función de nuestra edad y, tal vez, respetando, por orden, nuestro tamaño y peso también. Parece razonable».  

    —Tienes razón, Isaiah —murmuré aún inmersa en mis pensamientos. Miré y señalé hacía el lugar donde la cabeza de Bubba había surgido de repente—. Eso significa que Arhiana debe de andar por allí.

    —Eso es —afirmó Isaiah, golpeándose la mano con el puño—. ¿Y qué me dices de Hayden? ¿Dónde habrá ido a parar? ¿No estará allí abajo, un poco más lejos? —Isaiah miró el paisaje nevado—. ¿Y qué pasa con Harper? —preguntó con cierto tono de preocupación señalando hacia el vasto horizonte.   

    Siguiendo la línea que apuntaba su brazo y su dedo en la distancia divisé el humo de unas chimeneas pequeñas y rectas, similar

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1