Educación Y Cambio Cultural En Villa Progreso, Ezequiel Montes, Querétaro
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Educación Y Cambio Cultural En Villa Progreso, Ezequiel Montes, Querétaro - Héctor Martínez Ruiz
ÍNDICE
Héctor Martínez Ruiz
Prólogo
Presentación
Introducción
Capítulo I La educación como instrucción ¿Factor de re-producción y/o cambio cultural?
1.1 La génesis del control: Instrucción y poder.
1.2 Leviatán y el control de la vida. La instrucción en la modernidad.
Capítulo II Crítica de la Educación… ¿Simple instrucción o acto sublime de creación?
2.1 Gerencialismo e instrucción como educación.
2.2. La instrucción… ¿Posibilidad de viraje hacia la educación en la posmodernidad?
2.3. Crítica de la educación como instrucción.
2.3. La educación como acto de creación, amor, sabiduría y libertad.
Capítulo III Hacia el encuentro con la comunidad de Tetillas, Ezequiel Montes, Querétaro.
3.1 La delegación de Villa Progreso (Tetillas), Ezequiel Montes Querétaro. Contexto de estudio.
3.2 Del asentamiento originario de Bothé al pueblo de indios de San Miguel de las Tetillas.
3.3 La conquista como invención de unos
y encubrimiento de otros
.
3.4 Del biopoder religioso al biopoder estatal: facetas del control de las conciencias en San Miguel de las Tetillas.
3.5 De San Miguel de las Tetillas a Villa Progreso.
Capítulo IV Haciendo comunidad desde la escuela. La educación como acto de creación, amor, sabiduría y libertad. El caso de Tetillas, Ezequiel Montes, Querétaro.
4.1 La educación como factor de resistencia y cambio cultural en Tetillas, Ezequiel Montes, Querétaro.
4.2 El testimonio de los profesores-poietai.
4.3. El testimonio de los estudiantes-poietai.
4.4 Educación que deviene comunidad.
Fin del camino. Punto de partida para uno nuevo.
Bibliografía y fuentes consultadas
Héctor Martínez Ruiz
Héctor Martínez Ruiz es Doctor en Psicología y Educación por la Universidad Autónoma de Querétaro, con estudios de Doctorado en Ciencias Especialidad Pedagogía por el ICYTEG; estudió la Maestría de Historia y la Maestría en Antropología en la UAQ, la especialidad en competencias docentes (UPN) y las licenciaturas en Antropología (UAQ) y en Educación Área Ciencias Sociales (ENEQ). Fue catedrático de las licenciaturas de Ciencias de la comunicación y de Relaciones internacionales en el ITESM Campus Querétaro, y en la Licenciatura de Historia y Maestría de Antropología de la UAQ. Es profesor del Instituto de Ciencias, Humanidades y Tecnologías de Guanajuato y del Colegio de Bachilleres del Estado de Querétaro. Autor de Historia de la Arqueología en Querétaro (UAQ-AHQ) y del Vocabulario Mexicano de Frases y Términos Políticos (FUNDAp). Es cronista honorario de Querétaro (CROMEQ A.C.)
In Memoriam
A mí querida madre
Paula Ruiz Olalde (1951-2010)
donde quiera que esté…
El hombre es una decisión. Nuestros valores se
inscriben al término de la acción mediante la cual
hacemos nosotros mismos, de los instantes que vivimos,
nuestros tiempos.
Gastón Bachelard
Prólogo
Educación, Cambio Cultural –en Villa Progreso, Ezequiel Montes, Qro., es un trazo del Amor, de la Sabiduría y la Libertad Poéticas. Del amor que es poema, canto, vida. De la sabiduría que del amor procede. Sabiduría del saber dar; la sabiduría del amor ilimitado, incondicional. Y así de la libertad fraternal, de la libertad generadora de paz. Es, en otras palabras, el haz de luz de la educación –que en tierra ancestral- sin temor se re-crea. De la educación como amor, del amor como educación, sabiduría y libertad. Y así, de la educación –de un pueblo originario, de una cultura poética- que ha elegido devenir comunidad.
Este es el hallazgo de Héctor Martínez; el tesoro de la educación poética, encontrado por él, en esa tierra originalmente llamada Bothé (nombre suplantado por Villa Progreso, y mejor aceptada como Tetillas, dada su metonimia con las montañas que le circundan). El tesoro de la educación que crea cultura. Una educación poética, cultural; que florece, fructifica, enriquece y se enriquece dada la cultura poética de la tierra originaria que la cuida, abona, cultiva. Y es el hallazgo in-esperado de un antropólogo, historiador y educador que lee con cuidado el acaecer de la educación sabia y libre –en aquella tierra.
Cuidado que corresponde, y que elige después de su inmersión en connotadas teorizaciones antropológicas sobre el
La lectura que adviene en esta propuesta audaz, tiene un sutil tinte antropológico simétrico, tinte comprometido, frontal respecto de la antropología universalista y relativista; asimétrica y, no obstante, ‘legitimadora’ de la detracción del otro, lo otro; de aquello que jamás podría caber en las esquematizaciones modernas, ilustradas, cientistas, epistemicidas. Sí, de aquello otro excepcional, extraordinario, ilimitado, desbordante; de aquello que bien ha podido demarcar
La audacia, el valor de Héctor Martínez no se detiene, va más allá, llevándonos a través de su lectura (que es todo un arte) de la historia de la educación en occidente, al encuentro, a través de este texto revelador –desde sus primeros capítulos- de la genealogía del control de la vida, del biopoder, tangible desde las primeras noticias que se tienen sobre lo humano, desde las primeras sociedades estratificadas, identificable en Grecia, Roma, en Mesoamérica, así como en las sociedades europeas del Medievo, el Renacimiento, la Modernidad –y en su condición que la desliza hasta el S. XXI. Sociedades que instituyeron escuelas –para formar a las generaciones jóvenes- con el claro propósito de que favoreciesen la reproducción cultural, es decir, la reproducción de los esquemas de dominio, tan inherentes al occidente civilizado.
Tan vano y altivo propósito ha permeado a la instrucción, la cual vino a ser, ni duda cabe, fiero instrumento de dominio, de control total de la vida. No, ni duda cabe, la instrucción, el adoctrinamiento ya histórico de la humanidad, el actual entrenamiento en competencias, en las escuelas, es estricta política cultural. Política asimétrica –de moral racional y, mortal. Héctor Martínez de entrada nos previene, y apunta que esta política en nada es educación, acentúa que es restrictiva instrucción, que vino precisamente a tomar el lugar de, vino a tomar el poder, o mejor dicho, vino a ser tomada, cercada, sitiada y, puesta al servicio del (bio) poder, de la administración o colonización de la vida. De ahí que sólo haya sido en distintos espacios y tiempos, como él, nos muestra, llana práctica de adiestramiento instrumental.
Este libro devela, revela el por qué –político, económico, social- de esa orientación. Y ante ello, nuestro autor, levanta aún más su lectura, deconstruyendo los sinsentidos de la instrucción, trayendo a colación tesis marxistas y teórico-críticas, para finalmente, mostrarnos, su propia tesis, la cual implica el deslinde de la educación respecto de lo que en su nombre se da, la instrucción, justo para acentuar que la educación cual práctica de creación, amor, sabiduría y libertad es la que se entreteje con el cambio cultural, en otras palabras, con la creación y recreación de la cultura. Porque esta educación es poíesis, y así, auténtica poética cultural, genuina creación de cultura. De cultura poética –milenaria, ancestral.
La lectura antropológica simétrica, histórico-genealógica y educativo-poética de Héctor Martínez nos lleva a reparar precisamente como la instrucción con todo y su impostura, no alcanza a inhibir el don de crear inherente a la educación tan propia de culturas originarias del Abya Yala, entre éstas, la cultura (de lengua hñähñu) –asentada en Bothé, –Tetillas-, Ezequiel Montes, Qro. Don de crear de pobladores originarios, quienes convertidos en auténticos Maestros o estudiantes –en las escuelas del ciclo básico, medio o medio superior, de la población-, han elegido ser Profesores Poietai ó Estudiantes Poietai –al decir de H. Martínez. Elección que les permite -en suma paz- revertir el discurso del biopoder y trascender el control, creando condiciones de vida digna, enmarcadas en el bello entorno natural y cultural que les envuelve.
En efecto, H. Martínez se encuentra, y hace que nos encontremos –a través de la lectura de este libro-, con una cultura de enorme riqueza y sabiduría ancestral. Una cultura que ha resistido y revertido –desde principios del S. XVII-, el embate colonizador –de la espada, la cruz, y la escolarización oficial. La lectura aquí transpuesta nos muestra a un pueblo, a una cultura insurrecta, irredenta, no evangelizable, ni adoctrinable vía la escolaridad instructiva. Una cultura de poetas cuyo espíritu fraterno los aleja del juego impropio de la separación, la superioridad y la ley del más fuerte. Y los reúne en lo que realmente son, poietai, quienes re-crean su cultura –a espaldas de la dominación. Esta cultura, leemos en este libro, detuvo el tiempo, cambió el mundo. Inventó otro mundo –sin venganza, sin violencia-; creó poesía.
Crear poesía es vivir la verdad de lo posible y lo imposible, es desafiar –sin querer- el principio de no contradicción, el principio de identidad, la ley del pensamiento racional. Es la posibilidad de lo imposible -demarcado por la razón. Es la posibilidad inquebrantable por toda ley, orden imperial, colonial. Porque crear poesía, crear un mundo propio, un mundo digno, fraterno, envuelto de amor, es cuestión de gracia que llega sin buscar.
La gracia –de la unidad sensible, sentida- de la cultura ancestral de hermosa lengua hñähñu, es también la gracia inmanente al hallazgo de un excepcional antropólogo, historiador y educador –de sensible y sabio corazón- Héctor Martínez. Quien pudo apreciar como esta cultura milenaria reescribe con la tinta –de la noche, y del amanecer de cada día- las hazañas de sus dioses primeros, canta el origen del pueblo, cuenta la historia de sus antepasados. Cultura que
Una cultura que canta, cuenta, re-crea, re-escribe su historia. La historia de la poética de una cultura, de un pueblo fundado en una palabra: poesía. Poesía creadora de un pueblo singular, sin-lugar (y no podría ni querría tenerlo porque el lugar es de la razón imperial, es el lugar de la gran coartada) en la historia colonial. Un pueblo de poetas
De ahí que la educación, su educación como práctica de amor, sabiduría y libertad –que deviene com(ún)idad, que vive en comunión –en armonía con la tierra y con el cielo-, haya sido el hallazgo –por gracia- de Héctor Martínez, el encuentro de quien como poietai –también-, como Maestro Creador, como Maestro de corazón, se reencuentra como quien es –en comunidad. Comunidad en la que nada es más natural que el amor. Comunidad en la que profesores y estudiantes actúan amorosa, fraternalmente; es decir, actúan de forma natural. Profesores y estudiantes que comprenden que la educación nada tiene que ver con el conocimiento, sino con la sabiduría, la sabiduría que nace del amor. La sabiduría del saber dar amor al mundo, la humanidad y la vida. Y en esto estriba su luminosa libertad, tan decolonial como su educación –que es comunión, armonía; excelso Amor.
Jacqueline Zapata
Mayo, 2013.
Presentación
Me honra escribir este breve texto sobre el excelente trabajo de investigación que se plasma en este libro, por diversos motivos. El primero es más de carácter personal, tiene que ver con lo gratificante que me resulta dar testimonio de la trayectoria académica del Dr. Héctor Martínez Ruiz en la Universidad Autónoma de Querétaro.
El segundo motivo es la gran calidad de este trabajo en cuanto a su contenido y análisis, sin dejar a un lado la relevancia de la temática estudiada pues aborda cuestiones centrales en el campo de la educación, dicho sea de paso, un tanto descuidada desde la investigación interdisciplinaria y transdisciplinaria en nuestro país. Al respecto, este libro es una aportación valiosa que viene a cubrir en buena parte esta laguna.
Desde la perspectiva antropológica en este libro resalta el manejo del método etnográfico y etnohistórico que nos muestran el proceso de cambio sociocultural que ha ocurrido en la comunidad de Tetillas, ahora denominada Villa Progreso y el lugar que ocupa la educación en este entramado. La dimensión histórica nos muestra cómo es que la dinámica sociocultural y económica actual de esta comunidad no se comprende a cabalidad si no es mirando en retrospectiva. Igualmente, destaca la revisión y discusión teórica a lo largo de todo el libro hasta el análisis y las conclusiones finales, tomando la hermeneútica como hilo conductor.
Dado que no se trata de hacer un resumen de este libro, subrayo la importancia que tienen los datos en el proceso de investigación; cuando se dispone de buenos datos como en este caso, se posibilitan otras miradas e interpretaciones teóricas, por lo que la perspectiva de análisis que se presenta, se podría repensar desde la propuesta ecológico-cultural de John Ogbu (2005) en su interesante texto Etnografía escolar. Una aproximación múltiple
, quien argumenta que la educación formal está conectada con otros aspectos de la sociedad, en especial con la economía corporativa y con la estructura de las oportunidades económicas, de forma tal que afecta los comportamientos en la escuela; esta conexión tiene una historia que influye en los procesos actuales de escolarización. Asimismo, el comportamiento de los participantes está influido por sus modelos de la realidad social. En consecuencia, una adecuada etnografía escolar no se puede reducir a estudiar los acontecimientos en la escuela, en el aula, la casa o el lugar de juegos; también hay que incluir las fuerzas sociales e históricas relevantes. Esto es justamente lo que se presenta en este libro a la luz de los datos y la profunda reflexión que se hace de éstos aspectos: la etnografía y la etnohistoria abarcan la comunidad, la escuela, el entorno y los actores sociales relevantes que participan en el proceso educativo, a manera de poder entender el lugar que ocupan en este engranaje y cuestionar de esta manera el currículum oculto del modelo educativo actual.
Desde una consideración multicultural e intercultural, este libro reivindica el derecho a la participación activa en la educación y en la búsqueda de igualdad en oportunidades de los grupos marginados y excluidos ante los grupos culturales y sociales que detentan el poder político y económico, en un sistema en el que la educación lejos de contribuir a generar relaciones más equitativas, perpetúa un sistema social injusto en lo económico, político y social. Para entender la complejidad de esta interacción se requiere de más estudios de caso que como éste, den cuenta de los distintos procesos y contextos en los que discurre la educación en nuestro país, por lo tanto este libro se convierte en una referencia obligada para los estudiosos e interesados en la problemática educativa local y regional, así como en una contribución en este campo del conocimiento.
Dr. Gaspar Real Cabello
Mayo de 2013, Facultad de Filosofía, UAQ.
Introducción
El cambio cultural¹ es un término que se usa en antropología para designar al proceso que se presenta en las sociedades humanas que consiste en la transformación de sus manifestaciones materiales y simbólicas con el paso del tiempo. En un principio, los antropólogos suponíamos que la principal función de la cultura residía en la transmisión de las expresiones propias de un grupo a las nuevas generaciones, quienes las recibían como herencia de sus antecesores para acentuar su identidad y perpetuar su sentido de pertenencia. Por eso, la idea de cambio, entendida como la transformación de dichas manifestaciones parecía mostrar cierta inestabilidad de significación (Geertz, 2002, p. 333). No obstante, es preciso reconocer que la dinámica social promueve nuevas formas de comportamiento y comprensión de los valores culturales que difieren visiblemente de los precedentes, muchos de los cuales influyen para que las prácticas culturales se transformen, incluso mucho antes que la gente admita que se han modificado. En este caso, se dice que dichas innovaciones generan cambios culturales.
Ahora bien, el cambio cultural ocurre cuando los individuos perciben, sienten, juzgan y obran de manera diferente a como lo hacían anteriormente. Esto puede deberse a causas internas o externas -como el contacto entre dos pueblos o la propia subsistencia- que modifican los rasgos culturales de una comunidad determinada, propiciando la ruptura de los convencionalismos sociales, acelerando dichos cambios. Al menos, en eso coincidían los antropólogos Franz Boas y Alfred Kroeber (Barfield, 2000, pp. 93 y 163); entonces poco a poco, terminan siendo aceptados por todos. Raras veces se adoptan cambios culturales sin que existan adecuaciones, resistencias y rechazo inicial entre las comunidades en que se presentan. Además, resulta difícil anticipar la forma en que se harán dichas asimilaciones
Otra característica del cambio cultural es que es acumulativo. De esta forma, nuevos elementos se añaden constantemente a las expresiones culturales, que seguirán vigentes hasta que, a su vez, éstos se conviertan en un obstáculo para la subsistencia del grupo y sean desechados o suplantados por otros.
Pero ¿Cuándo surge el interés por estudiar los cambios culturales? Los antecedentes nos remiten al siglo XIX, toda vez que durante la Ilustración, la cultura, entendida como aquello que ataba el presente con el pasado, fue vista como un lastre para la marcha de la sociedad moderna; en parte, porque iba en contra del principio de búsqueda permanente del progreso, de ahí que se pretendiera acabar con cualquier vestigio de la sociedad tradicional², institucionalizando la idea del cambio social ininterrumpido y acelerado. Por eso, hubo que esperar hasta que el tema fuera abordado desde la antropología por el evolucionismo unilineal³, cuando se propuso que el cambio cultural se presentaba en todas las sociedades, hasta en las primitivas, aunque en éstas dicho proceso solía presentarse de forma más pausada, al grado que a simple vista parecían ser estáticas y neofóbicas, es decir, renuentes a cualquier agente que pudiese poner en riesgo la continuidad del grupo (Guerra, 1997, p.108; Palerm, 1995, p. 39; y Lamo de Espinosa, 1999, p. 152).
Sin embargo, esta postura antropológica fue desde el principio asimétrica⁴, debido en parte al origen mismo de la disciplina, que orientada al estudio de la otra humanidad
, pretendía obtener datos sobre la evolución cultural europea estudiando a las sociedades exóticas.⁵
Tal idea fue cuestionada por los seguidores del Particularismo histórico y del Difusionismo -no así la visión eurocéntrica de la antropología-, quienes opinaban que el cambio cultural era la reformulación del comportamiento de los grupos como producto de su propia dinámica o el contacto con otras sociedades.
El planteamiento difusionista del cambio cultural propiciado por agentes externos fue retomado por la escuela funcionalista, asumiendo que en sociedades bien integradas era difícil que se presentara, por lo que si una cultura experimentaba cambios, debía ser consecuencia de presiones ajenas al grupo (Barfield, 2000, p. 93).
A inicios de los años cuarenta, Melville Herskovits (1992) sostuvo que si bien la cultura tendía a ser estable, también era dinámica y manifestaba constantes cambios, por lo que planteó la necesidad de identificar los factores de resistencia y/o aceptación al cambio que operaban al interior de las sociedades. Para tal efecto propuso los términos foco cultural y aculturación con la intención de explicar los cambios que se producían por el encuentro e interacción de dos sistemas culturales independientes, lo que daba como resultado la creciente similitud entre ambos. Si bien, el término aculturación originalmente aludía las modificaciones que sufría una sociedad cuando era dominada por otra, suponemos que dicha concepción es limitada, pues sugiere que el cambio fluye solamente en una