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Los Cuentos De Papá
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Libro electrónico322 páginas5 horas

Los Cuentos De Papá

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Este libro pretende presentar el nacimiento de Espaa como soberana de todos los reinos, ducados feudales, y seoros que en el siglo 15 existan en la Pennsula Ibrica de Europa. Esto lo hace el autor a travs del relato de las memorias de su familia durante mas de cinco siglos de la historia Espaola. Describe en detalle la gesta del descubrimiento del Nuevo Mundo por Coln en sus primeros dos viajes. Todo en un formato de cuentos que les hacia su padre a los nios de la villa, empezando cuando el autor tena solo seis aos de edad hasta el comienzo de la Guerra Civil Espaola en el 1936.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 jul 2013
ISBN9781463356545
Los Cuentos De Papá

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    Los Cuentos De Papá - Roberto F. Nin.

    Copyright © 2013 por Roberto F. Nin.

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    Fecha de revisión: 11/07/2013

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    456541

    Índice

    PRÓLOGO

    1 TIO JOSÉ

    2 PAPA

    3 YO

    4 SANTO DOMINGO

    5 SANTO DOMINGO - BARCELONA – NUEVA YORK

    6 COLOSO

    7 EL INICIO

    8 LA MADRE PATRIA

    9 MARIA LUISA NIÑO de ARANDA DE DUERO

    10 CONSOLIDACION de la MADRE PATRIA

    11 CRISTOBAL COLON

    12 LAS NAVES de la ÉPOCA

    13 LA ANTESALA de la GRAN APUESTA

    14 EL DESCUBRIMIENTO

    15 EL DESCUBRIMIENTO

    16 El DESCUBRIMIENTO

    17 EL SEGUNDO VIAJE

    18 LO QUE PASO DESPUES

    19 LA EMIGRACION en el 1827

    20 DE MALLORCA A TENERIFE

    21 SANTIAGO de CUBA

    22 LA MOCHILA QUE LE ENVIO MI TIO ANTONIO A PAPA

    23 EPILOGO

    Agradecimientos

    A mi malogrado hijo

    Roberto, quien solo supo

    amar demasiado.

    PRÓLOGO

    Este libro pretende presentar la conversión de un conglomerado de reinos y ducados feudales, que existían en la Península Ibérica de Europa, en la nación que hoy conocemos como España. Esto lo hago a través de la gesta de mi familia durante mas de cinco siglos de la historia Española. Para nosotros todo empieza en el siglo quince y termina en la época moderna. Debo añadir que España fue un frecuente tema en la mesa de mi padre.

    Me motivó escribir el libro, aquellos cuentos que papá nos hacía a mi y a mis amigos cuando éramos niños. El lenguaje y tono de sus narraciones era uno sencillo y fácil de entender por una audiencia de párvulos de corta edad. Papá incluía en los cuentos datos de la vida y peripecias de su familia inmediata y de aquellos españoles que descubrieron, colonizaron y evangelizaron a América, o como se fuera nombrando según la época: Las Indias, Ipanga, Nueva España, y finalmente América. También, aunque con menos énfasis, nos hacía otros cuentos y nos leía novelas, tales como: El Conde de Monte Cristo, Los Tres Mosqueteros, Historia de dos Ciudades, En Busca del Gran Kan (Obra de Vicente Blasco Ibáñez) y muchas otras mas. Hay que entender que en aquella época no existía la televisión. La radio estaba muy, pero que muy, limitada. La vida según nosotros nos criamos era muy distinta. La familia era el núcleo del diario vivir y las reuniones vespertinas en que nuestro padre aprovechaba para culturalizarnos eran la regla, no la excepción. Mi amigo José y yo éramos los mas jóvenes de todos los participantes, pero mi hermana Carmen, que ya contaba con suficiente edad para hacer lo que hizo, guardó notas, a modo de un diario de estas reuniones. Yo tuve la suerte de estudiar estas notas cuando visitaba a mi hermana en Boston durante los tiempos de vacaciones en mis estudios universitarios. Con el tiempo pude adquirir algunas de estas notas.

    Además de las pocas notas que logré salvar de Carmen y de mis recuerdos de cuando estudié la totalidad de lo que ahora añoraba tener; tuve también ocasión de estudiar un largo documento que papá recibió de mi tío Antonio. Este documento, tomado en conjunto con todo lo anterior me permitió iniciar esta obra. Aquí debo añadir que para verificar al máximo lo que yo les cuento en este libro, estudie muchas fuentes de la historia de España y del Caribe.

    El contenido final de lo que les cuento se basa en hechos ciertos para los cuales yo no tengo toda la evidencia que los sostengan. Son en realidad mis recuerdos de los cuentos que nos hacía mi padre a mí y a algunos niños que participaban de la sesión de sus cuentos. Aquellos cuentos (que fueron muchos) transcurrieron a través de toda mi niñez. Como es de esperarse no los recuerdo todos y en alguno de ellos me han de faltar detalles. He tratado de recordar y llevar a este libro todo aquello que si significó algo para mi y para papá. He dado nombres ficticios a algunos personajes que fueron elementos de gran importancia en la vida de papá porque no tenemos permiso para usar los verdaderos, o porque no me acuerdo de los verdaderos..

    Yo escribí este libro después de haber transcurrido más de cincuenta años de haber oído aquellos cuentos. En aras de mantener el relato a la par con la historia, fueron muchos los libros que use para tratar de conseguir que mi historia estuviera tan cerca de la realidad como fuera posible. En algunos casos dependí solo de mi memoria de aquellos tiempos en que se produjeron los cuentos. Por todo lo anterior podrá concluir el lector que tengo que llamar mis recuerdos a lo que habéis de leer a continuación.

    Aunque he tratado de alertar al lector, a través de mi narración, debo advertir que he puestos algunos de los relatos de papá mucho antes de que el nos los contara. Hice esto por entender que de esta manera el flujo de la historia se podría entender mejor. Por ejemplo; los capítulos referentes a las peripecias de papá en Santo Domingo y Nueva York sucedieron antes de yo nacer y fueron objeto de varios cuentos de papá. Yo aquí los traigo al frente para mantener mejor la cronología de la historia.

    Por último, he querido hacer cortos los cuentos, porque fue así que papá nos hizo los relatos. Además encontrarán que hay unos vacíos entre los años del descubrimiento de las Américas y lo que yo bien puedo llamar la era moderna. Esta comenzó en el año 1810 con el nacimiento, en Santiago de Cuba, de mi bisabuelo Juan Bautista Nin.

    Antes de llegar a los Cuentos habremos de conocer

    a Tío José, a Papá y a Mi…………

    1

    TIO JOSÉ

    El año 1909 fue trascendental para mi familia. Nuevamente se produjeron las causas que movieron a esta estirpe a buscar mejores vientos en las Américas. Despertó en todos ellos aquel deseo de participar en aventuras extraordinarias que abrieran nuevos campos de libertad o que brindaran oportunidades de mejor bienestar social y pecuniario. Como ya veremos más adelante en la narración de estos cuentos, fueron muchos los que, a través de la historia de nuestra estirpe participaron, como humildes eslabones en el descubrimiento, colonización, y evangelización de la nueva América. Como estos cuentos no son un tratado de historia, en aquellos casos en que estos eslabones pasen por nuestra narración, sin aportar más que su presencia en lo que fue aquella gesta gloriosa de la colonización y evangelización del Nuevo Mundo Español, me limitaré a dar sus nombres y aquellos datos que les enmarcan como miembros de nuestra estirpe. Todos los datos del linaje que pasarán por estas páginas surgen de mis memorias de los cuentos de papá según les contaré más adelante.

    Previo al año 1909 se había desarrollado, en el reino de Marruecos al norte de África, un conflicto político-comercial entre España y Francia. Ambas naciones competían por desarrollar la industria de la minería del Reino Marroquí. Como resultado de los eventos motivados por dicho conflicto se creó lo que vino a conocerse como El Protectorado Español de Marruecos. España y Francia se dividieron el Reino de Marruecos, pero ya no como colonias sino como protectores de la monarquía marroquí. Cada cual con lo suyo: España el Norte y Francia el Sur. ¿Y del Rey de Marruecos, qué? El rey aceptó la división ya que lo retenían en el poder (aunque limitado), pero varias de sus tribus no aceptaron este arreglo diplomático. Consideraban que los llamados protectorados eran una invasión de su tierra soberana. Las tribus del Norte cerca de los enclaves españoles de Ceuta y Melilla iniciaron una guerra que resultó ser muy impopular para los españoles. Luego de varios incidentes de menor envergadura las tribus Rifeñas del Norte atacaron a los trabajadores de las obras ferroviarias españolas produciendo varios muertos. Tras estos hechos las autoridades españolas deciden movilizar todos sus recursos para acabar con el conflicto. Y aquí podría empezar nuestra historia.

    *   *   *

    Las fuerzas armadas de España se componían de las regulares y de las reservas. El gobierno español concluye que los Rifeños eran guerreros ineptos que solo sabían algo de agricultura y nada de acciones bélicas. El alto mando español escoge enviar reservistas a Melilla para acabar con la insurrección rifeña. Las reservas se nutren de ciudadanos llamados a servir para el conflicto. Estos individuos no son soldados profesionales, son trabajadores sacados de los comercios o las industrias que tras un poco de entrenamiento militar pasarían a servir como soldados de primera fila. Eran enlistados por tiempo limitado y sin expresa garantía de que retendrían sus empleos o puestos industriales. Los pudientes podían comprar sustitutos que hicieran el servicio militar por ellos. En el caso de una guerra impopular como ésta, las protestas callejeras, y la desobediencia civil crearon un ambiente tan exacérbense que llevaron al gobierno a eliminar esta opción. Ahora la guerra era de todos. La única salida que optaron muchos fue dejar el país.

    La semana trágica que se desató en Barcelona entre el 26 al 31 de julio del año 1909 fue la que llevó a muchos catalanes a emigrar al cumplir los dieciochos años de edad. Fue una semana que resultó en una sangrienta protesta contra el reclutamiento de reservas para la guerra en Marruecos. Uno de estos reclutados a servir habría de ser, en un futuro cercano, el hermano de papá: José Manuel Nin y Devesa.

    *   *   *

    Mi tío José acababa de obtener un bachillerato de Ingeniero Industrial. Se había graduado con honores y su reclamo para trabajar en la industria fue patente. Pero el servicio militar tenia mas prioridad para España que su empleo en la resurgente industria española. En la España de aquella época, resultaba común obtener un grado profesional a esta temprana edad. Así lo veremos también cuando ya les cuente de papá. Tío José no estaba en las listas de los que habrían de salir para Marruecos el día 11 de julio del 1909, pero ya había sido notificado de su próximo llamado a servicio. Aun cuando estaba ansioso de servir a la patria su mamá tenía otros planes para él. Coincidió que en este ambiente, en Barcelona el periódico catalán El Poble Catalá inició una campaña de protestas a la que se unió la mayor parte de los periódicos con consigna política y así como también las organizaciones obreras.

    Mi abuela Matilde se unió a dicha protesta, aunque con la usual postura de efigie de piedra con que solía reinar sobre la familia. Mi abuela paterna era la matriarca que gobernaba a todos en la familia. Era fuerte en su estancia y flexible en sus decisiones, siempre y cuando todos estuvieran en concierto con ella. Conociendo, como vine a conocer a mi abuela Matilde, por los dichos de papá, no me sorprendió que en la tertulia diaria de la post-cena en que siempre participaban todos los miembros de la familia Nin-Devesa, abuela dijera: mis hijos no serán carne de cañón para defender los intereses de los ricos empresarios del tren y de las minas de Marruecos. Empaca José que sales para América en el próximo barco que encuentres.

    Mi tío protestó, —Pero, Mamá. Que yo quiero servir… ¿y además, con que dinero…a donde voy…como…?

    Calla hijo. Busca porte para adondequiera que sea y ya veremos.

    Fue así que mi tío José Manuel Nin y Devesa embarca para San Juan de Puerto Rico en un trasatlántico de línea de barcos españoles. Llega a Puerto Rico en el mes de Septiembre u Octubre del año 1909.

    *   *   *

    Tío José salió de España hacia Puerto Rico, con algún dinero en el bolsillo, un boleto de travesía transatlántica pagado, una maleta con alguna ropa, el traje de buen vestir que llevaba puesto y un magnífico sombrero obsequio de su hermano Ramón. No le faltó la boína que siempre usaba cuando trabajaba. Llevaba también el corazón partido por la congoja de dejar su querida Barcelona y un pecho repleto de coraje aventurero. El barco zarpó al atardecer cuando el sol ya caía y el frío de la noche arropaba la cubierta. No pudo dormir esa noche pensando en como podría sobrevivir en un país lejano que ya ni tan siquiera era español, sin conocer a nadie y sin ninguna referencia que no fuera su título de ingeniero industrial, que llevaba bien guardado en papel encerado. Su transporte era en camarote común con otros cinco emigrantes. Ya veremos, pensó, recordando la frase de su madre. El paso por el mediterráneo desde Barcelona suele ser monótono. Los barcos casi siempre cortan el mar a la vista de la Costa del Sol española. No adquiere nostalgia para el emigrante hasta que no cruzan la punta de Algeciras, con la proa del barco ya enfilada al océano que se presenta al Oeste. También aumentan desde ese momento las grandes olas que harán bailar al barco como una cáscara de nuez en un plato de agua.

    Al tercer día de la travesía, que duraría siete u ocho días, el tiempo se puso borrascoso. El viento silbaba cuando cruzaba por la cubierta. De vez en cuando discurrían fuertes ráfagas que aumentaban el vaivén de la nave. Grandes olas, que balanceaban la nave de uno al otro lado, rompían contra la nave bañando la cubierta. Ésta, por causa del huracán, estaba desierta y sólo se veía de vez en cuando algún marino que tenía algo que hacer para afianzar la nave. En un momento el barco enfiló su proa como si quisiera perforar el embravecido mar. Al contar la historia de este viaje, tío José apuntó: — Noté las expresiones de pánico en las caras de muchos de los que nos apiñamos en el salón de estar. A todos se les ordenó que se pusieran los chalecos salvavidas. Esto, aclaraban los marineros, era una medida en previsión de lo peor, pero que no esperaban desgracia alguna. Todos sabían que los marineros querían calmar a los pasajeros, pero el barco insistía en desmentirlos cuando con frecuencia hundía la proa y causaba el desequilibrio del que no estuviera afianzado. En éste estado de ánimo todos se convirtieron en amigos con deseo y prestos a ayudarse los unos a los otros en caso de materializarse una emergencia. En la cubierta, ese día mi tío José socorrió momentáneamente a un caballero que habiendo perdido el balance había caído sobre el. Era un joven de tal vez tres o cuatro años mayor que él, con porte de caballero y con elegante vestir.

    —Perdone—le dijo a tío.

    —No, no hay por que, aquí a todos nos falla el balance. ¿Sufrió usted algún golpe?

    —Solo en mi orgullo — contestó el caballero.

    —Mi nombre es José Nin y Devesa. Recostémonos el uno del otro y así podremos mantener un mejor balance, o mejor todavía sentémonos en la cubierta, que ya podremos limpiar mejor la ropa que un grave golpe.

    —Yo soy Esteban Carter, hijo. Es un placer conocerle—contestó el caballero a la vez que aceptó la sugerencia de tío José y se sentó en la cubierta, como ya casi todos habían hecho. Como suele suceder en toda nueva amistad, intercambiaron información trivial, incluyendo procedencia y destino. El señor Carter, era de Fajardo, Puerto Rico, tío José se identificó como un catalán de Barcelona. El destino obviamente era común. Desde ese momento el señor Carter y tío José unieron sus fuerzas para socorrerse el uno al otro. También iniciaron una amistad que habría de durar muchos años. Antes de terminar el viaje tío José acordó trabajar para el señor Carter en la operación agrícola que este iba a empezar en un lugar conocido como La Mina en la ladera sur de El Yunque, conocida montaña en la Cordillera Central de la isla de Puerto Rico. Tío José confesó a su nuevo amigo su total ignorancia sobre Puerto Rico, y además su penuria. Le indicó que no tenía medios económicos que aportar al posible desarrollo del negocio o sociedad. Solo podría ser, por el momento, un muy agradecido empleado catalán y, desde luego, también un muy agradecido amigo. No importa dijo Carter y se prestó a ayudarlo, ya que no quería que su nuevo administrador de la finca fuera a ser conocido como un desaprovechado de la vida. Bien había dicho mi abuela Matilde: "Ya veremos".

    Lo que esperaban hacer aquellos nuevos amigos y socios sin cartera (sea lo que sea eso, pero así decía papá que era el arreglo laboral entre tío José y Carter) era arrendar una finca de un terrateniente que había sido muy afectado por la depresión económica que había sufrido Puerto Rico, poco antes del cambio de soberanía. Habrían de cosechar los frutos que ya se habían sembrados. Los frutos eran café, tabaco, y naranjas. Pretendía Carter mejorar la producción mediante la mejora de los métodos de siembra y cosecha de los frutos. Había discutido con tío José un gran número de posibles mejoras que empezarían a emprender tan pronto llegaran a la finca. Carter esperaba cosechar los conocimientos de administración de industria que mi tío tenía frescos en su memoria. Tío José le había contado del éxito de la tesis que éste había presentado para el bachillerato sobre la conversión en industria, aquello que antes era una empresa agrícola.

    *   *   *

    El barco atracó en el muelle de San Juan un domingo por la tarde. Pudieron desembarcar y partir hacia el Yunque sin ningún contratiempo. Tío José fue sumariamente admitido a territorio americano como emigrante bajo las condiciones del tratado de Paris que terminó la guerra hispanoamericana. A Carter vino a recibirlo su hermano que manejaba un automóvil Ford Modelo T, que acababa de recibir de Nueva York la semana antes. El carro era evidencia de la riqueza de la familia con quién se había asociado mi tío. Entre todos cargaron en la parrilla del convertible el baúl de camarote que traía Carter y acomodaron la pequeña maleta de tío José en el asiento trasero junto con mi tío. Como ya caía la noche cuando salían de la isleta de San Juan decidieron pasar la noche en la nueva casa de huéspedes recién inaugurada en el nuevo poblado de El Condado. El hermano de Carter no quería comprometer su nuevo coche al tránsito de la noche, ni a los rigores de la peligrosa, y pobremente pavimentada carretera que los llevaría a Fajardo, aparte de que estaban descapotados y solía llover de noche. Mi tío, que ya se resignaba a pasar la noche en el asiento trasero del coche, fue invitado de Carter a pernoctar con ellos, ya que comprendió que José no contaba con fondos para tal extravagancia.

    Al otro día, ya lunes, subieron directamente al Yunque donde quedó instalado mi tío en una modesta cabaña en la nueva finca que habría de administrar. No es mi intención en este relato entrar en todo lo que pasó en la vida de mi tío desde que inició su nueva encomienda hasta la llegada de mi padre a Puerto Rico, un año después. Pero sí les tengo que contar de algunas cosas que, por su importancia, tuvieron mucho que ver con la vida e integración de papá a su nueva vida en las Américas.

    *   *   *

    En el 1910 todavía existía en Puerto Rico una gran influencia Española en todos los negocios y comercios de la isla. La intervención de los interesados de la nueva metrópolis del Norte se había hecho sentir mayormente en la industria de la caña de azúcar y en las cosechas mayores como lo eran el café y el tabaco. La familia de Carter estaba involucrada en la industria del Azúcar. Con ésta nueva empresa en el Yunque, ahora lo estarían también en el Café y el Tabaco. Carter había concluido, después de la travesía que habían hecho en el trasatlántico en que llegaron a Puerto Rico, que con las nuevas ideas de industrialización que podría aportar tío José, la nueva Industria del Café y del Tabaco sería muy rentable.

    El dueño de la finca arrendada que habría de administrar mi tío era el señor Pedro Carrasquillo Maldonado, que resulta ser el padre de quien sería mi madre. La finca estaba sembrada, en su parte alta, de árboles de naranjas que daban su sombra a los arbustos de café. En la llanura baja al sur del Yunque se cosechaba las grandes hojas de tabaco. Tierra adentro mi abuelo Pedro y su familia cosechaban mayormente frutos menores para la cocina puertorriqueña

    Para entender lo que continúa en nuestro relato, basta decir que mi tío, disfrutando del embriagante aroma de los naranjos en flor, empezó a reorganizar las siembras con la poda selectiva de los naranjos y la siembra y resiembra de los arbustos de café para facilitar o industrializar las respectivas cosechas. Removió los árboles caídos y removió también los escombros acumulados desde los dos últimos huracanes que azotaron el área del Yunque. Reconstruyó las plataformas para el secado de café y amplió el almacén que ya existía. Construyó una acequia cambiando el curso de una quebrada para conseguir mejores facilidades para el lavado del grano de café. Poco tiempo después de su llegada se dio a la tarea de construir una mejor vivienda para sí y para la familia que esperaba tener en su día. También puso con orgullo un letrero al frente de la cabaña que leía "BARCELONA". ¿Podremos dudar por qué?

    Con el paso del tiempo conoció a la familia de su arrendador. Este era dueño de, o controlaba para su familia, aquella franja de terreno que cruzaba la cordillera desde el llano del sur hasta el llano del norte. Era una franja estrecha limitada por casi toda la parte Este por el Río Mameyes, que en tiempo de España se conocía como Río de la Mina¹, y varias quebradas. El lindero del lado Oeste era la reserva del Yunque, que después del cambio de soberanía era administrado por el Departamento de lo Interior de los Estados Unidos.

    Don Pedro, que como ya debéis haber entendido, era mi abuelo, y Salomé Guzmán y Carrión era mi abuela. Nunca conocí a mi abuelo materno, pues el murió antes de yo nacer. Con abuelita Salomé sí disfruté mis primeros dieciséis años y algunos más, después de regresar de mis estudios en Estados Unidos. ¿Como llegó a ésta pareja las tierras de las que les cuento? No lo sé, ni viene al caso. Puedo decirles, sin embargo, que Don José y Don Filomeno Carrasquillo, hermanos de Don Pedro poseían tierras aledaña pero en la otra ribera del Río Mameyes. De allí venía Millita Gonzáles Cruz, que sería en su día, protagonista en estos cuentos; aunque como veremos, su presencia sería efímera pero muy importante.

    Al igual que los tíos y tías por parte de padre, los tíos y tías por parte de madre fueron muchos. Sólo para los que tengan curiosidad por saber, los nombro a continuación. Por parte de padre: Joaquín, Antonio, Ramón, María del Carmen, José, Luís, Gonzalo y mi padre, Francisco. Por parte de madre: Pedro, Agapito, Vicente, Guadalupe (mi madre, que se le conocía como Lupe), Benito, Herminia (mi tía que se conocía como Pitita), Gregorio, Domingo, Dominga, Juan y Carmelo. Me podría expandir en este relato y podría contarle, yo, muchos cuentos sobre ellos, pero no serían Los Cuentos de Papá, serían los míos. Ya veremos, sin embargo, como también entran en mi vida algunos de ellos, y como influenciaron de alguna manera éstos cuentos.

    *   *   *

    Está ante ustedes mis queridos lectores el escenario de la raíz de mi familia en Puerto Rico. Sólo falta contarles algo más de gran importancia.

    El correo en Puerto Rico, en tiempo de España, era el usual del reino, como sería en cualquier provincia. Las cartas tardaban aproximadamente veinte días en llegar de San Juan a Barcelona. Luego del cambio de soberanía el correo cambió dramáticamente. Las cartas de España a Puerto Rico mantuvieron el mismo curso que existía antes del cambio. Pero la ruta de las cartas de Puerto Rico hacia España ahora era servida por el sistema postal de los Estados Unidos. Las cartas y paquetes para el extranjero llegaban al correo de San Juan y de allí eran enviadas a Baltimore, Filadelfia, o Nueva York. El próximo paso era el envío a su destino desde estas ciudades. Esto aumentaba el tiempo de travesía postal a aproximadamente treinta y cinco días. A causa de esto surgió otra manera de enviar cartas a España. Nadie sabe como empezó la costumbre pero pronto fue algo rutinario y algo popular. Los españoles que querían enviar cartas urgentes a España enviaban la carta al obispado de San Juan. Allí un bondadoso cura las llevaba directamente al barco que primero partiera directamente hacia alguna ciudad de España. El obispado recibía un donativo que casi siempre era

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