Cosecha De Doscientos Soles
Por MAUS
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Samuel Ruiz, CAMINANTE DEL MAYAB
MAUS
Part of her time is for philosophy, part of it for anthropology but above all it is enjoying every breathe we take. Many years in the highlands of Chiapas taught her the most important things of life, the Universidad Nacional Autónoma de México added a few books that filled the gaps that a loving family either needed or left empty. After many years of trying to get rid of her ego, she still survives and continues to write, not more than anyone else, just a few different things that have been printed and have become new pieces of literature.
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Cosecha De Doscientos Soles - MAUS
Cosecha de Doscientos Soles
Prólogo por Samuel Ruíz
Obispo Emérito de San Cristobal Las Casas, Chiapas
Maus
Copyright © 2010, 2012 por Maus.
Número de Control de la Biblioteca del
Congreso de EE. UU.: 2012911897
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-2982-2
Libro Electrónico 978-1-4633-2981-5
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Este libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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408070
CONTENTS
PRÓLOGO
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
A Chirri, a Neni, a Carmela y al Doctor,
pues sin ellos nunca hubiera conocido
ni al Caballo, ni a Juan Sa, ni a Eréndira, ni a Montse.
Cuando los ladinos rezan
piden milagros.
Cuando los indios rezan
piden justicia.
Calixta Güiteras Holmes
Confieso que los personajes que aparecen en esta historia no tienen un rostro determinado en el mundo real, pero no son espíritus sin carne porque están encarnados en multitud de rostros, exceptuando a dos.
Tom, a quien conocí con los cabellos quemados por el sol y se le decía así, Tom, en honor al Santo Patrón Tomás de su mundo Tzeltal.
Y Manuel, quien narró esta historia cuando ya se encontraba afeitado y definitivamente radicando en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
San Cristóbal de Las Casas, 1982.
Maus
PRÓLOGO
Los pueblos vencidos, los pueblos sometidos, son pueblos sin historia. Su historia es la de los vencedores. Sus costumbres no tienen carta de ciudadanía, a no ser, a lo sumo, como curiosidades discordantes, como sonidos distorsionados de la cultura dominante.
Por ello, no consideramos a las culturas indígenas de nuestro país, subconscientemente, como una parte de nuestro yo
cultural, ni como las raíces de donde arranca lo más antiguo y autóctono de nuestro ser mexicano. Seguimos registrando la lección
que nos fuera inducida de que lo indio no tiene valor ni es lo que nos dio el derecho de ser ciudadanos responsables del mundo; sino una conquista no cuestionada y sublimada, al grado de sentirla como punto de arranque de nuestra historia.
A quien no pueda superar esta visión cabe recordarle que nuestras raíces son anteriores en el tiempo, que nuestros antepasados –distribuidos en diferentes etnias, como lo estuvo todo el país, incluyendo los de la culta Europa- tenían también su cultura; que esas culturas precolombinas tuvieron su esplendor y sobreviven sus despojos como muestra gloriosa. A quien se avergüence de este presente al que fue reducido nuestro pasado, no le recomendamos que lea este libro.
Esta obra no se podrá entender si se le quiere mirar como un esfuerzo de traducir el mundo indígena chiapaneco al mexicano actual. No es una vulgarización antropológica ni es un esfuerzo de reconstruir la vida de una etnia.
Esta obra no se podrá entender –ni su autora lo pretende- como una pieza literaria aspirante a un premio, aunque la belleza no esté precisamente ausente de ella, como transmitida de madre a hijo. El libro no pretende ser una lectura agradable.
Esta obra –descúbrase ello o no- está escrita desde adentro, desde la empatía entrañable con el indígena. Por eso no se traduce lo que pueda parecer exótico o incomprensible.
Esta obra es la exigencia de gritar, desde lo hondo, el dolor y la situación del indio explotado, como él mismo lo vive, lo grita y lo llora en sus oraciones llenas de lágrimas y de mística elevación. Por eso sus personajes son brutalmente reales, pues son la condensación resultante de miles de hombres, ancianos, mujeres y niños....
Esta obra es así, naturalmente, un callado grito de protesta –como lo es el propio indígena en México-, que se prolonga como un lamento amordazado bajo el eslogan político y revolucionario, o detrás de la marginación religiosa que le niega a las etnias carta de ciudadanía o se la conceden para justificar su compasión hacia ellas. Esta obra sale a la luz cuando el sufrimiento maya se registra en México y resuena en las selvas chiapanecas, y retumba en la conciencia internacional como un grito que no logra ser acallado ni con cañones al otro lado del Usumacinta ni con reubicaciones en este lado de su caudaloso curso. Junto al mestizo déspota o compasivo-abusivo, junto a la represión que trata de silenciar la demanda organizada de sus reivindicaciones, junto a la explicación de su mano de obra barata en las plantaciones de azúcar o de café, junto al grito de la riña infundada del que pretendió inútilmente ahogar en alcohol sus penas, sólo redituables para el cantinero o el prestamista, se está fraguando la palabra inédita de protesta libertaria; se la está balbuceando ya en varias formas organizativas; está pagando su precio, para sí y para otros, en los desaparecidos, torturados, encarcelados o asesinados. Pero empieza a escucharse su sonoridad y a sentírsela como una palpitación de esperanza que se avecina a pesar de su lejanía.
Aquí hay una sílaba de esa palabra en gestación. Tú, yo, otros corea con la autora, amable lector.
Samuel Ruiz
CAMINANTE DEL MAYAB
Obispo de San Cristóbal Las Casas
10.jpgCAPÍTULO I
01.jpgYa era inexplicable la tardanza de Santiago. Micaela esperó a que saliera el sol para bajar por el camino.
—Anita, te encargo a los niños, no me tardo.
Su despedida inquietó a Anita que aún dormía. Tomó su rebozo y quitó la tranca que afianzaba la puerta contra el frío, los ladrones y todos los males que quitan el sueño. Acostumbrada a abrir su puerta no le pesó la tranca de corazón de roble. La abrió y caminó hacia el centro del paraje.
Ayer no hubo tortillas, anteayer se racionaron a dos para cada uno. No había nada en la huerta ni habían probado frijol desde la última luna llena que estaba por redondearse de nuevo. La sangre de su vientre la forzó a que llevara la cuenta exacta de su hambre. Pasaba otro mes sin Santiago, otro mes sin encargar pichito, por lo que caminaba de madrugada así, con frío en la piel y en su alma.
—Compadre, vengo a ver si me puedes dar razón de Santiago.
—Pues mira comadrita, cuando agarramos camino para la finca, estábamos juntos. Desde que apareció aquel hombre, gordo estaba el hombre, sin afeitar estaba pues. Santiago se quedó mirando el dinero y que yo eché de ver las ganas que le entraron de tenerlo, si por eso nos lo pasaron por la mirada, para que se nos antojara. Luego a cada quien le entregó sus cien pesos cabales, que a mí me olieron a tortilla tostada. Lo mismito pensó Santiago, sólo que él dijo que le olía a frijol caliente, pero de su casa, porque de ahí que cuando dijo el hombre que esta vez sí comeríamos bien en la finca, echamos memoria y nos acordamos sólo de las tortillas acedas y los frijoles agrios que comíamos ahí. De ahí que le echamos su advertidita de que este año no queríamos ir a pasar ni hambre ni frío pues. Clarito le oímos prometer más paga, que puta, cinco pesos más nos dieron por tarea cumplida.
Santiago se lo había comentado antes de irse. Sabía a lo que iba. La primera vez que se fue a la finca fue para juntar unos centavos y levantarle su casa a Micaela. Estaba joven, casto, ni siquiera se había casado por primera vez, pero el siniestro de este año le exigió aceptar el dinero.
Lo hacía por Micaela, por sus hijos, por Anita, su vientre y su niño y por su madre, que siendo tan vieja merecía descanso. Por todos, menos por él, aceptó el dinero y apenas lo tomó en sus manos comenzó a arrepentirse. El enganchador lo presintió, por eso se desapareció tan pronto, porque los hombres que son de raza de palabra verdadera nunca dejan de cumplir. Hecho el trato, Santiago tenía que presentarse después en la finca. Sin contrato de por medio estaba forzado a obedecer a alguien que desconocía sus costumbres y despreciaba su cultura. Fue a cumplir con su deber y nada que volvía.
—Yo comencé el regreso desde la semana pasada. Santiago quiso quedarse a juntar otros sus centavos.
— ¿No me mandó palabra, no me mandó razón?
—No dijo nada, estaba bien, por eso se quedó otros sus diítas. Yo ya tuve que volver, ya no tengo edad para trabajar tanto. Ese mi compadre está más muchacho que yo, ni se había enfermado. ¿Saber qué le pasaría? Yo ya estoy de vuelta, gastado estoy y ni va a alcanzar la paga hasta la tapizca.
¿A qué se fue Santiago si nada remediaba? Ahora además de pobre iba a volver pobre y enfermo. Maldito finquero, se apareció como las culebras, cuando de todas maneras estás fregado. Así llegó el hombre, justo cuando veían que no iba a alcanzar el maíz para acabar el año, y es que se siente el pulso de la angustia. Pero entonces quedaba algo de esperanza, por lo menos había un hombre en la casa. Algo hubieran podido hacer juntos, en cambio ahora no quedaba nada ni fuerza, ni ideas, ni Santiago.
Micaela se despidió con mucha tristeza. No había más que decir. Sus compadres la entendieron, no la convidaron a pasar como de costumbre, porque sabían que no podían ofrecerle lo que necesitaba. Micaela se fue sin tortilla, sin café, sin algo que le calentara el cuerpo. Ya no era cuestión de racionar las porciones, la comida se había acabado. Lo único que podían vender era el puerco, así quedaban