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Cadenas del pasado
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Cadenas del pasado

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Información de este libro electrónico

Como jefa de policía del pueblo, Meg McKee mantenía la paz en Sweet Creek. Pero para Ethan Red Wolf, Meggie era algo más que una eficiente agente de la ley, era su alma gemela, el primer amor del que había huido creyendo que nunca sería digno de ella.
La vida de Meg no había salido como ella había previsto. Su matrimonio se había venido abajo después de que ella venciera al cáncer de mama y su hijo adolescente no paraba de hacer gamberradas… en las tierras de Ethan. Lo único que Meg sabía era que con sólo ver a Ethan su corazón levantaba el vuelo como las águilas que habitaban aquellos cielos…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 sept 2018
ISBN9788491889632
Cadenas del pasado
Autor

Mary J. Forbes

Mary J. Forbes developed a love affair with books at an early age while growing up on a large and sprawling farm. In sixth grade, she wrote her first short story, which led to long, drawn-out poems in her teens and eventually to the more practical matter of journalism as an adult. While her children were small, she became a teacher. Continuing to write, she later sold several pieces of short fiction. One day she discovered Romance Writers of America and, at that point, her writing life changed. A few years and a number of cross-country moves later, she had completed several books and a horde of rejection letters. But! That tooth-grinding perseverance paid off. One October afternoon the phone rang-and an editor offered a contract. Today, Mary lives in the Pacific Northwest with her husband and two children and spends most mornings creating another life in the company of characters dear to her heart. Email her at maryj@maryjforbes.com and visit her web site.

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    Cadenas del pasado - Mary J. Forbes

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2007 Mary J. Forbes

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Cadenas del pasado, n.º 1729- septiembre 2018

    Título original: Red Wolf’s Return

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9188-963-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    UNA suave neblina se cernía sobre la laguna de Blue Mountain aquella mañana de septiembre en que Ethan Red Wolf se enfrentó al pasado que había enterrado muchos años antes.

    «Esta vez no será hola y adiós, Meggie», pensó.

    Tendría que hacer un informe detallado sobre el águila herida que yacía sobre la roca, y sería necesario hablar con ella.

    —Tranquila —susurró al ver que el ave se movía.

    Tras guardar la cámara en el bolso, se agachó para examinarla. Le habían arrancado las plumas de la cola, pero las lluvias habían aplacado el olor y mantenido a raya a coyotes y lobos. Ethan dejó escapar un suspiro. Después de tantos años, tendría que volver a ver a la jefa de policía de Sweet Creek.

    Meggie McKee.

    —No pasa nada.

    Tomó al pájaro en brazos y partió rumbo a casa. Aquella iba a ser la primera conversación que tendría con Meggie desde que regresara a Montana seis años atrás. Se habían visto por la calle cuando él trabajaba como capataz en el rancho Flying Bar T, pero siempre terminaban esquivándose. Él se había alejado de ella porque estaba casada y por muchas otras razones. Ella, en cambio, le había dado una razón que él jamás había podido olvidar.

    «No eres el hombre que quiero», le había dicho.

    Desde la cima de un montículo se veía la pequeña granja que su abuelo, Davis O’Conner, había construido medio siglo antes. La casa se encontraba a unos metros de la laguna, a la sombra de un bosque de pinos y abedules.

    Ése era su hogar, pero habían pasado muchos años.

    La Meggie a la que había besado con dieciocho años ya no existía. Tenía un hijo de dieciséis años y no perdería ni un segundo recordando un amor de adolescencia.

    Ethan levantó la vista y miró hacia la roca donde había encontrado al águila. En aquel lugar, bajo un cielo de estrellas, Meggie le había dicho que lo amaría para siempre, pero… había llovido mucho desde entonces.

    La clínica veterinaria de Sweet Creek estaba a las afueras del pueblo, rodeada por una espesa alameda, y allí fue adonde se dirigió Ethan. Kell Tanner, el veterinario del pueblo, era uno de sus mejores amigos.

    —¿Podrás salvarla, Doc? —preguntó Ethan.

    —No estoy seguro. Por suerte es joven —retiró el vendaje que Ethan le había puesto alrededor de las alas y le dio un poco de agua con un gotero antes de examinar la herida.

    —Qué pena.

    —Haz lo que puedas, Doc. Se lo merece.

    —Vuelve en un par de horas. Estará en la sala de recuperación.

    —Gracias —Ethan se dirigió a la puerta.

    —No creo que les haga mucha gracia lo que estás pensando. Podría haber un furtivo entre sus amigos pistoleros.

    —Me arriesgaré —dijo Ethan encogiéndose de hombros.

    —Buena suerte.

    Ethan asintió y se marchó.

    Ya en el exterior, sintió la cálida caricia del sol de la mañana y miró hacia los árboles que separaban la clínica del pueblo. Un rato antes había visto el todoterreno de Meggie delante de la comisaría así que fue hacia allí. No pudo evitar preguntarse cómo se lo tomaría ella, sobre todo si implicaba al club de tiro… y a su hijo, pero no tenía otro remedio. Beau se había convertido en un adolescente con aires de chico malo.

    Meggie había salido con otros hombres durante esos años, pero él no. Había tenido alguna que otra aventura esporádica, pero nadie había significado tanto para él como ella.

    Con el pulso acelerado, aparcó delante de la comisaría y entró en el edificio. Ella estaba mirando un mapa del condado junto con Gilby Pierce y la secretaria, Sally Dunn. Al verlo entrar los tres se volvieron hacia él.

    Meggie lo miró con ojos expresivos y esbozó una sonrisa afectada.

    —Señor Red Wolf.

    —Inspectora McKee.

    —¿En que podemos ayudarlo?

    —Han disparado a un águila en mi propiedad y me pregunto si no habrá sido un furtivo.

    —¿Podría explicarnos qué pasó?

    —Le faltan las plumas de la cola y de un ala. Kell le está suturando la herida del muslo y le va a entablillar el ala.

    —¿Aún está viva?

    —Sí, pero está muy mal.

    Ella lo miró fijamente y Ethan pudo comprobar lo mucho que había cambiado. Llevaba el pelo más corto que él y no llevaba maquillaje alguno. Las penas del corazón parecían haber hecho mella en ella, y tal vez seguía queriendo a su ex marido, el respetado doctor Doug Sutcliffe.

    —Pasemos a mi oficina —le dijo.

    En su despacho tenía un escritorio de madera con un ordenador, y varias estanterías de archivos. Desde la ventana se podía ver Blue Mountain.

    —Tome asiento, por favor.

    Ethan se sentó en la única silla que no estaba ocupada por archivos. Ella se sentó detrás del escritorio y abrió el ordenador.

    —¿Dónde encontró al pájaro?

    —A orillas de la laguna, muy cerca de mi casa — contestó él.

    —¿Cree que han usado el campo de tiro sin su consentimiento?

    —El campo de tiro ya no existe, como usted bien sabe.

    Después de vencer el contrato de arrendamiento con el Ayuntamiento, Ethan había desmantelado el campo de tiro para crear un centro de rehabilitación para chicos con problemas, chicos como el que él había sido.

    —Ya sé que el campo ya no existe. Sin embargo, eso no significa que la gente haya dejado de ir —levantó la comisura derecha de laboca—. Las viejas costumbres nunca mueren. Seguro que algunos creen que sigue abierto.

    —No he puesto ningún cartel, pero tiene razón. No se puede descartar a los colegas pistoleros del alcalde.

    —¿Qué quieres decir, Ethan?

    Una chispa de fuego le recorrió el cuerpo. No recordaba la última vez que había dicho su nombre…

    —Digo que he visto cazadores por Blue Mountain.

    —¿Quién? —dijo sin quitar las manos del teclado del ordenador.

    —Un par de chicos.

    —¿Con rifles?

    —Del calibre veintidós.

    —Necesito nombres, Ethan.

    —Randy Leland, el hijo de Linc y el nieto del alcalde…

    —Conozco a los Leland —dijo ella rápidamente—. Lo siento. No quería interrumpir. Es sólo que… no me sorprende.

    Linc Leland, Jock Ralston y Gilby Pierce le habían hecho la vida imposible a Ethan en el instituto y Meggie le había defendido en más de una ocasión. Para que por fin lo dejaran en paz él había tenido que enfrentarse a ellos y había terminado con la nariz rota.

    —También vi a tu hijo.

    —¿Beau? —se le dilataron las pupilas—. ¿Con Randy? ¿Cuándo?

    —El fin de semana pasado. El domingo, para ser exactos. Estaban disparando a unos troncos en mi propiedad.

    —¿Hablaste con ellos?

    —Les dije que se fueran al campo de tiro de Livingston o al de Bozeman, y que estaban en una propiedad privada.

    El hijo de Meggie lo había insultado, así que Ethan le había amenazado con llevarle a comisaría, pero el chico se había echado a reír.

    —¿Se fueron?

    —Sí.

    Había tenido que seguirles hasta el todoterreno de Beau para que se marcharan al pueblo.

    —¿Ha sido ésa la única vez que les has visto en tu propiedad?

    —Beau ya había estado una vez, por lo que sé.

    —¿Cuándo?

    —A finales de julio. Lo vi andando por el límete a eso de las siete y media de la mañana.

    —¿Con el rifle?

    —Lo llevaba colgado por encima del hombro.

    —¿Hablaste con él esa vez?

    —No. Pasó por mi propiedad de camino a la montaña.

    Meggie se levantó de la silla y fue hasta la ventana.

    —Eso no significa que esos chicos hayan disparado al águila —dijo ella.

    —Cierto.

    Podría haber sido un furtivo. De vez en cuando se oían historias sobre el tráfico de animales salvajes en las noticias y periódicos.

    —Necesito una declaración. Esta tarde hablaré con Beau.

    Ethan ya había oído rumores sobre el chico de Meg McKee. Beau se había convertido en un matón adolescente. La misma historia de siempre…

    Pero la gente no olvidaba, no en aquel pueblo. Impaciente por marcharse, Ethan agarró el papel y el lápiz.

    —Puedes ir a la sala de enfrente —dijo ella.

    Él se puso en pie y ella hizo lo propio. Aquélla era la oficina de Meg la policía. Meg, la mujer a la que apenas conocía.

    Sus miradas se encontraron durante un instante y entonces él se dirigió hacia la otra sala.

    —Ethan —dijo ella—. Llegaré al fondo de este asunto.

    —Sé que lo harás.

    Ella se recostó contra el marco de la puerta y él supo que algo le preocupaba.

    —Ha pasado… ha pasado mucho tiempo desde que… —empezó a decir ella—. ¿Qué tal estás?

    —Bien. Muy bien. Creo que debería ir a hacer esto de una vez.

    —Por supuesto. Déjaselo a Sally cuando termines. Y… Ethan, gracias de nuevo.

    Con esas palabras volvió a entrar en la oficina y cerró la puerta.

    Ethan se quedó mirando la hoja en blanco. Por fin habían roto el hielo, pero… ¿qué haría a partir de ese momento?

    Dejó a un lado el bolígrafo de Meg y se sacó un lápiz del bolsillo para escribir la declaración.

    Meg se sentó frente al escritorio y apoyó la barbilla sobre ambas manos. Ethan… Aún rescataba criaturas salvajes y aliviaba a los que sufrían.

    La invadió un sinfín de recuerdos del Ethan adolescente ayudando a una ardilla herida, a un petirrojo con una pata rota… La vida pasaba demasiado deprisa y antes de lo previsto el futuro se convertía en pasado. Aquel rostro aún le resultaba familiar, pero los surcos de la experiencia ya habían marcado el contorno de sus ojos y llevaba el pelo mucho más largo. Sintió un cosquilleo en las puntas de los dedos al recordar el suave tacto de su cabello…

    Pero ella ya había elegido veinte años atrás. Miró hacia la puerta y oyó el ruido de sus botas al acercarse al despacho. Él se detuvo ante la puerta, pero no llamó, sino que siguió de largo, tal y como ella había hecho a la edad de diecisiete años.

    Meg se dio cuenta de que no la había llamado por su nombre durante la conversación. Seguramente la veía como una extraña, como alguien a quien ya no conocía.

    ¿Acaso no era eso lo que había querido tras regresar a Sweet Creek seis años atrás? ¿No era ése el motivo por el que había decidido no buscarle para reanudar la amistad?

    Alguien llamó a la puerta.

    —Pase, por favor.

    —Jefa, creo que debería

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